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miércoles, 26 de diciembre de 2018

Jesucristo Rey, El Príncipe de la Paz


Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, que lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará Maravilloso, consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la paz (Isaías, 9,6).

La Navidad es la salida de Dios de su trono de los Cielos; Navidad es la llegada de Dios a la tierra a buscarnos y traernos la Paz. Para comprender el significado profundo de la Paz en el sentido espiritual, es necesario estudiar la raíz de esta palabra en sus diferentes transliteraciones en el lenguaje: hebreo, griego y el latín.

La "Paz" y Su Terminología en la Biblia

El tema bíblico de la paz es muy rico y muy complejo, mientras que la terminología que lo expresa es más bien pobre, aunque cubre un área semántica muy vasta y diferenciada. El mismo nombre hebreo shalom asume en los textos un alcance que trasciende en varios aspectos, sobre todo en los aspectos religiosos, el de los nombres correspondientes en las literaturas clásicas. Las versiones bíblicas, al asumir estos otros vocablos, cargan la noción de "paz" de nuevos matices, ampliamente presentes en nuestras lenguas; veamos pues a continuación sus significados:

En Hebrero: שָׁלוים shalóm: seguro, (figurativamente), bien, feliz, amistoso; también significa bienestar, salud, prosperidad, paz: amigo, bien, bueno, completo, dichoso, pacíficamente, pacífico, pasto delicado, paz, propicio, prosperidad, salvo, victorioso.

En griego (airén,). εἰρηνεύω (eirēneuō): Vivir en paz, comportarse de una manera que promueva la armonía, tiempo en que no hay guerra.

En latín pax, pacís: Paz; gracia, benevolencia (implorada de los dioses); pace tea, con tu permiso; pacificar, someter.

La Paz, Felicidad Perfecta:
La primera observación que se ha de hacer en este sentido, que está basado en tres aspectos de la paz, es que los tres nombres y significados de shalóm, airén y pax, considerados en su sentido etimológico original, ponen de relieve tres aspectos de la realidad "paz", que, ya presentes en el AT hebreo, explicitados sucesivamente en la versión griega y en el NT y recogidos luego por la reflexión eclesial cristiana, iluminan desde tres puntos de vista característicos, connaturales, respectivamente, a la mentalidad hebrea, griega y latina, de acuerdo a la realidad a la que se refieren y la totalidad íntegra del bienestar objetivo y subjetivo (shalóm), la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra (eiréné) y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados (pax).

Se trata de una observación que, en el estudio comparativo de las versiones bíblicas antiguas, se demuestra que puede aplicarse con fruto a la profundización de numerosos temas pensemos en: [ / "ley", / "justicia", / "santidad", "penitencia" /Reconciliación]. El hombre ansía la paz desde lo más profundo de su ser. Pero a veces ignora la naturaleza del bien que tan ansiosamente anhela, y los caminos que sigue para alcanzarlo no son siempre los caminos de Dios. Por eso debe aprender de la historia sagrada en qué consiste la búsqueda de la verdadera paz y oír proclamar por Dios en Jesucristo el don de esta verdadera paz.

 Para apreciar en su pleno valor la realidad designada por la palabra paz, hay que percibir el significado latente en la expresión semítica de paz y aún en su concepción más espiritual, contenida en la Biblia desde el Libro del Génesis hasta el Apocalipsis.

En el AT. La alianza antes de referirse a las relaciones de los hombres con Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Éstos se ligan entre sí con pactos y contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse ayuda: son las alianzas de paz (Gen 14,13; 21,22ss; 26,28; 31,43ss; 1Re 5,26; 15,19).  las alianzas de hermanos (Am 1,9), los pactos de amistad (1 Sa 23,18), e incluso el matrimonio (Mal 2,14). Tratados desiguales, en que el poderoso promete su protección al débil, mientras que éste se compromete a servirle: el antiguo Oriente practicaba corrientemente estos pactos de vasallaje, y la historia bíblica ofrece diversos ejemplos de ellos (Jos 9,11-15; 1Sa 11,1; 2Sa 3,12 ss.).

 En estos casos el inferior puede solicitar la alianza; pero el poderoso la otorga según su beneplácito y dicta sus condiciones (cf. Ez 17,13s). “La conclusión del pacto se hace según un ritual consagrado por el uso. Las partes se comprometen con juramento. Se cortan animales en dos y se pasa por entre los trozos pronunciando imprecaciones contra los eventuales transgresores” (cf. Gen 34,18). Finalmente, se establece un memorial: se planta un árbol o se erige una piedra, que en adelante serán los testigos del pacto. (Gen 21,33; 31,48ss). Tal es la experiencia fundamental, a partir de la cual Israel se representó sus relaciones con Dios.

1. Paz y bienestar. La palabra hebrea shalóm se deriva de una raíz que, según sus empleos, designa el hecho de hallarse intacto, completo (Job 9,4), por ejemplo, acabar una casa (1Re 9,25), o el acto de restablecer las cosas en su prístino estado, en su integridad, por ejemplo, "apaciguar" a un acreedor (Éx 21,34), cumplir un voto (Sal 50,14). Por tanto, la paz bíblica no es sólo el "pacto" que permite una vida tranquila, ni el "tiempo de paz" por oposición al "tiempo de guerra" (Ecl 3,8; Ap 6,4); designa el bienestar de la existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, consigo mismo, con Dios; concretamente, es: *bendición, *reposo, *gloria, *riqueza, *salvación, *vida.

2. Paz y felicidad. "Tener buena salud" y "estar en paz" son dos expresiones paralelas (Sal 38,4); para preguntar cómo está uno, si se halla bien, se dice: "¿Está en paz?" (2Sa 18,32; Gén 43,27); Abraham, que murió en una vejez dichosa y saciado de días (Gén 25,8), partió en paz (Gén 15,15; cf. Lc 2,29). En sentido más alto la paz es la seguridad. Israel no tiene ya que temer a enemigos gracias a Josué, el vencedor (Jos 21,44; 23,1), a David (2Sa 7,1), a Salomón (1Re 5, 4; Eclo 47,13).  Finalmente, la paz es concordia en una vida fraterna: mi familia, mi amigo, es "el hombre de mi paz" (Sal 41,10; Jer 20,10); es confianza mutua, con frecuencia sancionada por una alianza (Núm 25,12; Eclo 45,24) o por un tratado de buena vecindad (Jos 9,15; Jue 4,17; 1Re 5,26; Lc 14,32; Hch 12,20).

3. Paz y "salud". Todos estos bienes, materiales y espirituales, están comprendidos en el saludo, en el deseo de paz (el salamalec de los árabes) con el que en el AT y en el NT se saluda, se dice "buenos días" o "adiós) ya en la conversación (Gén 26,29; 2Sa 18,29), ya por carta (Dan 3, 98; Flm 3). Ahora bien, si se debe desear la paz o informarse sobre las disposiciones pacíficas del visitante (2Re 9,18), es que la paz es un estado que se ha de conquistar o defender; es victoria sobre algún enemigo. Gedeón o Ajab esperan regresar en paz, es decir, vencedores de la guerra (Jue 8,9; 1Re 22,27s); asimismo se desea el éxito de una exploración (Jue 18,5s), el triunfo sobre la esterilidad de Ana (1Sa 1,17), la curación de las heridas (Jer 6.14; Is 57,18s); finalmente, se ofrecen "sacrificios pacíficos" (salutaris hostia), que significan la comunión entre Dios y el hombre (Lev 3,1).

 El Príncipe de la paz: Dios prometió la salvación eterna, la bienaventuranza y la compañía de los ángeles sin fin, la herencia imperecedera, la gloria y la Paz eterna, y como la consecuencia de Resurrección, la ausencia total del miedo a la muerte.

Pero no bastó a Dios indicarnos el camino. Por medio de su Hijo quiso que Él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú caminaras por él, por tanto, el Hijo de Dios tenía que venir a los hombres, tenía que hacerse hombre, y en su condición de hombre tenía que morir, resucitar, subir al Cielo, sentarse a la derecha del Padre, y cumplir todas las promesas en favor de las naciones.

Bajo las apariencias de Jesús como un niño cualquiera, oculta los destellos de su Divinidad, pero es el mismo Dios que creó cielos y tierra con su poder, el mismo que entre truenos y relámpagos dio su Ley a Moisés en el Monte Sinaí, el mismo Dios que castigó con las formidables plagas al faraón de Egipto y a su pueblo, el mismo Dios que partió en dos el Mar Rojo y luego lo unió para aplastar en sus aguas a los perseguidores de Israel.

Este Dios sublime de majestad increíble es el mismo Niño de Belén, y en Navidad comienza su aventura de buscarme por los caminos del mal por los que me he extraviado hasta hallarme, cargarme sobre sus hombros y llevarme al seguro redil o aprisco del Reino de los Cielos, por eso la Navidad es la primera y más bella página de mi historia particular en el camino de la salvación.

El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes de la tierra de sombras de muerte resplandeció una luz. De este modo ha querido Dios hacer brillar a los ojos de los hombres la gloria del real Niño que ha nacido hoy; así ha dispuesto de cuando en cuando, a través de los siglos, esos ilustres aniversarios de la Natividad que da gloria a Dios y paz a los hombres. Los siglos venideros podrán decir cómo se reserva aún el Altísimo derecho de glorificar en este día su nombre y el de su Emmanuel.

Nombres magníficos, que designan al Mesías a la par que encierran la más alta Teología. Él es la irradiación de su gloria y la impronta de su substancia, y quien sostiene todas las cosas con la palabra de su poder. Dios poderoso: Cf. el nombre de Cristo en el Apocalipsis: Rey de los reyes y Señor de los señores. (Apo 19,26) Príncipe de la paz, puesto que Cristo ha establecido una nueva Alianza entre Dios y los hombres. (Col 2,13 ss.).

 El profeta Miqueas (5, 5), contemporáneo de Isaías, dice del Mesías:  «Éste será la paz», es decir, la paz encarnada y personificada, no solamente un príncipe pacífico que se abstiene de la guerra. Paz es sinónimo de seguridad y tranquilidad, y, por decirlo así, el conjunto de todo lo que la humanidad caída necesita para librarse de los males. Para los profetas la paz es la característica del Reinado de Cristo.

La Paz, es un Don de Dios: El don de la paz requiere la supresión del pecado y por tanto un castigo previo. Jeremías acusa: "Curan superficialmente la llaga de mi pueblo diciendo: ¡Paz! ¡Paz! Y, sin embargo, no hay paz" (Jer 6,14). en pleno estado de pecado osan proclamar una paz durable (Jer 14,13). Ezequiel clama: ¡Basta de revoques! La pared tiene que caer (Ez 13,15s).

Si la paz es fruto y signo de la justicia, ¿cómo, pues, están en paz los impíos (Sal 73,3)? La respuesta a esta pregunta acuciante se dará a lo largo de la historia sagrada: “Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.” (Mat 5:45). La paz, concebida en primer lugar como felicidad terrenal, aparece como un bien cada vez más espiritual por razón de su fuente celestial.

La esperanza de los profetas y de los sabios se hace realidad concedida en Jesucristo, pues el pecado es vencido en él y por él; pero en tanto que no muera el pecado en todo hombre, en tanto que no venga el Señor el último día, la paz sigue siendo un bien venidero; el mensaje profético conserva, pues, su valor: "el fruto de la justicia se siembra en la paz por los que practican la paz" (Sant 3,18; cf. Is 32,17). Tal es el mensaje que proclama el NT, de Lucas a Juan, pasando por Pablo.

En la boca del Rey pacífico los votos de paz terrena se convierten en un anuncio de salvación: como buen judío, dice Jesús: "¡Vete en paz!", pero con esta palabra devuelve la salud a la hemorroísa (Lc 8,48 p), perdona los pecados a la pecadora arrepentida (Lc 7,50), marcando así su victoria sobre el poder de la enfermedad y del pecado. Como él, los discípulos ofrecen a las ciudades, junto con su saludo de paz, la salvación en Jesús (Lc 10,5-9).

Sin embargo, Aquel que vino a establecer la paz entre Dios y la humanidad caída, dijo más tarde: No creáis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Pero esta salvación viene a trastornar la paz de este mundo: "¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, sino la división" (Lc 12.51).

La verdad es como una espada. No puede transigir con las conveniencias del mundo. Por eso los verdaderos discípulos de Jesucristo serán siempre perseguidos. El Señor no envía a sus elegidos para las glorias del mundo sino para las persecuciones, tal como Él mismo ha sido enviado por su Padre.

Al venir Jesucristo sobre la tierra y confiarle Dios su misión, la finalidad era la salvación de los Pueblos de todos los siglos. El Divino Maestro lo dijo: Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. ¿Qué era el mundo al momento de nacer Jesucristo? Todas las naciones y pueblos, eran víctimas del error, la impiedad y la inmoralidad del paganismo. En una palabra: el género humano era víctima del pecado y por él se hallaba perdido.

Esta capacidad y este poder, único entre las creaturas, Jesús-Hombre lo posee en sí mismo. Toma en sí mismo la totalidad del pecado del género humano y lo repara; y le da al hombre la capacidad de adorar dignamente, de reparar dignamente, de dar gracias y pedir dignamente. La justicia queda satisfecha y el mundo salvo. Los pueblos se prosternan ante el Rey de los Pueblos Y de la gran luz sobrenatural que comenzó a resplandecer en Belén muy pocos rayos brillan aún sobre las leyes, las costumbres, las instituciones y la cultura. Mientras tanto crece sorprendentemente el número de los que se rehúsan con obstinación a oír la palabra de Dios.

La liturgia tradicional de la Iglesia está llena de referencias a la paz:

En el Supremo Discurso de Nuestro Señor Jesucristo, la noche del Jueves Santo, Él les dijo a sus apóstoles: Os dejo la paz, mi paz os doy ;no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jan 14,127). A la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: ¡Paz a vosotros!

 En el Rito Romano tradicional, justo antes del Agnus Dei, el celebrante dice, mientras cruza tres veces el cáliz con la Hostia (quebrantada), «Que la paz + del Señor + esté siempre + contigo». Luego, deja caer un pequeño pedazo de la Hostia en el Cáliz, que une las dos especies, como en una especie de resurrección mística, ora por la paz en el Agnus Dei (Cordero de Dios … concédenos la paz), ofreciendo inmediatamente esta oración como una de las tres oraciones preparatorias de la Santa Comunión: Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles «Mi paz os dejo, mi paz os doy no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y conforme a tu Palabra concédenos paz y la unidad Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos, amén».

Ese Niño, que adoramos reverentes y causa la admiración misteriosa a los que no lo conocen sino de nombre, es, sí, el Príncipe de la Paz, que trajo a la tierra, en la suavidad de su persona, todo el bien, todo el amor capaz de tornar felices al universo entero.

Pero esa Paz está condicionada a una sola cosa: los hombres y las naciones deben someterse a su Ley y a su Evangelio. He ahí la Paz que el Señor Niño vino a traer a la Tierra. Paz para cuya implantación deben abrazar todos naciones e individuos con su docilidad a la Ley Divina. Sólo estos –los hombres de real buena voluntad– gozarán de la Paz que la Navidad trajo a los hombres en la Tierra. Fuera de esto, toda admiración por el Niño Dios, no pasa de ser una impiedad, más o menos consciente, más o menos inconsciente. Y para los impíos no existe la paz; porque ellos no entran en el descanso que Dios concede a los Justos. Ojalá que las desgracias que los años acumulan sobre pueblos y naciones los conviertan al Dios único y verdadero y la unidad de la Fe torne perenne realidad las alegrías de la Santa Navidad.

¿Quién podrá pues salvar al mundo de los males actuales? Solamente Jesucristo, por la aplicación de los méritos de su Nacimiento, Pasión y Muerte y resurrección; tanto a las naciones como a los individuos. Sólo cuando se haya quitado la causa de todo mal que es el pecado. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.(1Co 15:28) ; podremos vivir la paz estable, perfecta y duradera: paz en la familia que es la primera célula de la sociedad: paz en la patria, entre las naciones, en el mundo entero: paz en la sociedad civil y paz en la Iglesia para que los dos poderes, el civil y el religioso, conduzcan a los hombres a la prosperidad temporal y a la felicidad eterna.

Que la Reina de la Paz, a quien invocamos en las letanías lauretanas, inspire pensamientos de paz a los que gobiernan, y haga que la justicia y la caridad florezcan en las almas, en las familias y en la sociedad, según la alabanza al Niño de la multitud del ejército del Cielo.

¡Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hombres de la buena voluntad!!


+++ Bendiciones