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martes, 17 de marzo de 2020

Capítulo I: La vida de oración.

 
Ora et labora (Ora y trabaja). San Benito

Abordamos ahora uno de los más importantes aspectos de la vida espiritual. Su estudio detenido exigiría una obra entera, de volumen superior a todo el conjunto del presente tratado. Forzosamente hemos de limitarnos a los puntos fundamentales.

 He aquí, en breve resumen, el camino que vamos a recorrer. Después de una amplia introducción sobre la oración en general, expondremos los grados de oración ascéticos: oración vocal, meditación, oración afectiva y de simplicidad; examinaremos la naturaleza de la contemplación infusa y cuestiones con ella relacionadas, y expondremos, finalmente, los grados de oración místicos: el recogimiento infuso, la quietud, la unión simple, la unión extática y la unión transformativa.

Vamos a recoger en esta sección la doctrina del Doctor Angélico Santo tomas de Aquino en su admirable (cuestión 83 de la Secunda secundae de la Suma Teológica).

 Naturaleza de La Oración en General:

La palabra oración puede emplearse en muy diversos sentidos. Su significado varía totalmente según se la tome en su acepción gramatical, lógica, retórica, jurídica o teológica. Aun en su acepción teológica (única que aquí nos interesa); ha sido definida de muy diversos modos, si bien todos vienen a coincidir en el fondo. He aquí algunas de las definiciones de algunos santos de la iglesia:

a) San Gregorio Niseno: «La oración es una conversación o coloquio con Dios»!
b) San Juan Crisóstomo: «La oración es hablar con Dios».
c) San Agustín: «La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto».
d) San Juan Damasceno: «La oración es la elevación de la mente a Dios». O también: «La petición a Dios de cosas convenientes».
e) San Buenaventura: «Oración es el piadoso afecto de la mente dirigido a Dios».
f) Santa Teresa: «Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como se ve, todas estas definiciones —y otras muchísimas que se podrían citar—coinciden en lo fundamental. Santo Tomás recogió las dos definiciones de San Juan Damasceno, y con ellas se puede proponer una fórmula excelente que recoge los dos principales aspectos de la oración. Suena así:

La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación.

a) «Es la elevación de la mente a dios...»—La oración de suyo es un acto de la razón práctica, y de la voluntad, Toda oración supone una elevación de la mente a Dios; el que no advierte que ora por estar completamente distraído, en realidad no hace oración. Y decimos «a Dios» porque la oración, como acto de religión que es, se dirige propiamente a Dios, ya que sólo de El podemos recibir la gracia y la gloria, a las que deben ordenarse todas nuestras oraciones; pero no hay inconveniente en hacer intervenir a los ángeles, santos y justos de la tierra para que con sus méritos e intercesión sean más eficaces nuestras oraciones.

«Alabar a Dios...». Es una de las finalidades más nobles y propias de la oración. Sería un error pensar que sólo sirve de puro medio para pedir cosas a Dios. La adoración, la alabanza, la reparación de los pecados y la acción de gracias por los beneficios recibidos encajan admirablemente con la oración.

«Pedirle a Dios...»—Es la nota más típica de la oración estrictamente dicha. Lo propio del que ora es pedir. Se siente débil e indigente, y por eso recurre a Dios, para que se apiade de él.Según esto, la oración, desde el punto de vista teológico, puede entenderse de tres maneras:

 a) En sentido muy amplio, es cualquier movimiento o elevación del alma a Dios por medio de cualquier virtud infusa (un acto de amor de Dios).
 b) En sentido más propio, es el movimiento o elevación del alma a Dios producido por la virtud de la piedad, con el fin de alabarle o rendirle culto. En este sentido La define San Juan Damasceno:«elevación de la mente a Dios».
c) En sentido estricto y propio, es esta misma elevación de la mente a Dios producida por la virtud de la piedad, pero con finalidad deprecatoria. Es la oración de súplica o petición.

«Se pide a Dios Cosas convenientes a la eterna salvación». No se nos prohíbe pedir cosas temporales; pero no principalmente, ni poniendo en ellas el fin único de la oración, sino únicamente como instrumentos para mejor servir a Dios y tender a nuestra felicidad eterna., las peticiones propias de la oración son las que se refieren a la vida sobrenatural, que son las únicas que tendrán una repercusión eterna. Lo temporal vale poco; pasa rápido y fugaz como un relámpago. Se puede pedir únicamente como añadidura y con entera subordinación a los intereses de la gloria de Dios y salvación de las almas.

La conveniencia de la oración fue negada por muchos herejes y apostatas. He aquí los principales errores:

a) Los deístas, epicúreos y algunos seguidores de Aristóteles Negaban y afirmaban que la providencia de Dios. Dios no se cuida de este mundo. La oración es inútil.
b) Todos los que niegan la libertad: fatalistas, deterministas, estoicos, valdenses, luteranos, calvinistas, jansenistas, etc. En el mundo—dicen—ocurre lo que tiene necesariamente que ocurrir. Todo «está escrito», como dicen los árabes. Es inútil pedir que las cosas ocurran de otra manera.
c) Egipcios, Brujos, magos, Nigromantes etc., van por el extremo contrario: Dios es mudable. Se le puede hacer cambiar por arte de encantamiento y de magia.

La verdadera solución ante estas falsedades y herejías es la que da Santo Tomás: Comienza citando, en el argumento sed contra, la autoridad divina de Nuestro Señor Jesucristo, que nos dice en el Evangelio:

«Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Lc 18,1). Y en el cuerpo del artículo dice que a la divina Providencia corresponde determinar qué efectos se han de producir en el mundo y por qué causas segundas y con qué orden. Ahora bien: entre estas causas segundas figuran principalmente los actos humanos, y la oración es uno de los más importantes.

Luego es muy conveniente orar, no para cambiar la providencia de Dios (contra egipcios, magos, etc.), que es absolutamente inmutable, sino para obtener de ella lo que desde toda la eternidad ha determinado conceder a la oración. O sea, que la oración no es causa, en el sentido de que mueva o determine en tal o cual, sentido la voluntad de Dios, puesto que nada extrínseco a Él puede determinarle. Pero es causa por parte de las cosas, en el sentido de que Dios ha dispuesto que tales cosas estén vinculadas a tales otras y que se hagan las unas si se producen las otras.

Es un querer de Dios condicional, como si hubiera dicho desde toda la eternidad: «Concederé tal gracia si se me pide, y si no, no». Por consiguiente, no mudamos con la oración la voluntad de Dios, sino que nos limitamos a entrar nosotros en sus planes eternos. Por eso hay que pedir siempre las cosas «si son conformes a la voluntad de Dios», porque de lo contrario, además de desagradarle a Él, nuestra oración sería completamente inútil y estéril: nada absolutamente conseguiríamos.

A Dios no se le puede hacer cambiar de pensar, porque, siendo infinitamente sabio, nunca se equivoca y, por lo mismo, nunca se ve en la conveniencia o necesidad de rectificar.
Por donde se ve cuánto se equivocan los que intentan conseguir de Dios alguna cosa—casi siempre de orden temporal—a todo trance, o sea sin resignarse a renunciar a ella caso de no ser conforme a la voluntad de Dios. Pierden miserablemente el tiempo y desagradan mucho al Señor con su obstinación y terquedad.

El cristiano puede pedir absolutamente los bienes relativos a la gloria de Dios y a la salvación del alma propia o ajena, porque eso ciertamente que coincide con la voluntad de Dios y no hay peligro de excederse ; pero las demás cosas (entre las que figuran todas las cosas temporales: salud Dinero, bienestar, larga vida, etc.) han de pedirse siempre condicionalmente— al menos con la condición implícita en nuestra sumisión habitual a Dios—, a saber: si son conformes a la voluntad de Dios y convenientes para la salvación propia o ajena. La mejor fórmula—como veremos más abajo—es en el Padrenuestro, en el que se pide todo cuanto necesitamos, y sometido todo al cumplimiento de la voluntad de Dios en este mundo y en el otro.

+La oración no es, pues, una simple condición, sino una verdadera causa segunda condicional. No se puede cosechar sin haber sembrado: la siembra no es simple condición, sino causa segunda de la cosecha.

+ La oración es causa universal. Porque su eficacia puede extenderse a todos los efectos de las causas segundas, naturales o artificiales: lluvias, cosechas, curaciones, etc., y es más eficaz que ninguna otra. Cuando en un enfermo ha fracasado todo lo humano, todavía queda el recurso de la oración; y a veces se produce el milagro. Otro tanto hay que decir con relación a todas las demás cosas.

+ La oración es propia únicamente de los seres racionales (ángeles y hombres). No de las divinas personas—que no tienen superior a quien pedir—, ni de los animales, que carecen de razón.

Es, pues, bueno orar a tiempo ya destiempo. He aquí un breve resumen de sus grandes provechos y ventajas:

1) Practicamos con ella un acto excelente de religión.
2) Damos gracias a Dios por sus inmensos beneficios.
3) Ejercitamos la humildad, reconociendo nuestra pobreza y demandando una limosna.
4) Ejercitamos la confianza en Dios al pedirle cosas que esperamos obtener de su bondad.
5) Nos lleva a una respetuosa familiaridad con Dios, que es nuestro amantísimo Padre.
6) Entramos en los designios de Dios, que nos concederá las gracias que tiene desde toda la eternidad vinculadas a nuestra oración.
7) Eleva y engrandece nuestra dignidad humana: «Nunca es más grande el hombre que cuando está de rodillas».

 La Necesidad de Orar. —Pero la oración no es tan sólo conveniente. Es también absolutamente necesaria en el plan actual de la divina Providencia. Vamos a precisar en qué sentido. Hay dos clases de necesidad: de precepto y de medio.

+ De precepto. La primera obedece a un mandato del superior que en absoluto podría ser revocado; no es exigida por la naturaleza misma de las cosas (ayunar precisamente tales o cuales días por disposición de la Iglesia).

+De medio. La segunda es de tal manera necesaria, que de suyo no admite excepción alguna; es exigida por la naturaleza misma de las cosas (el aire para conservar la vida animal). Esta última, cuando se trata de actos humanos, todavía admite una subdivisión:

 a) Necesidad de medio, o sea, de ley ordinaria, por disposición general de Dios, que admite, sin embargo, alguna excepción (el sacramento del bautismo es necesario con necesidad de medio para salvarse, pero Dios puede suplirlo en un salvaje con un acto de perfecta contrición, que lleva implícito el deseo del bautismo).

b) Necesidad de medio o de su Naturaleza, es decir, que no admite excepción alguna absolutamente para nadie (La gracia santificante para entrar en el cielo; sin ella—obtenida por el procedimiento que sea—, nadie absolutamente se puede salvar). Presupuestos estos principios, decimos que la oración es necesaria. Vamos a probar, en resumen: 1. Con necesidad de precepto. Y 2. Con necesidad de medio o de su Naturaleza. Por institución divina.

1) Es necesaria la oración con necesidad de precepto. Es cosa clara que hay precepto divino, natural y eclesiástico:

a)Divino: consta expresa y repetidamente en la Sagrada Escritura: «Vigilad y orad» (Mt. 26,41). «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer»(Lc.18,1).«Pedid y recibiréis» (Mt. 7,7). «Orad sin intermisión» (1Tes 5,17). «Permaneced vigilantes en la oración» (Col. 4,2), etc.

b) Natural: el hombre está lleno de necesidades y miserias, algunas de las cuales solamente Dios las puede remediar. Luego la simple razón natural nos dicta e impera la necesidad de la oración. De hecho, en todas las religiones del mundo hay ritos y oraciones.

c) Eclesiástico: la Iglesia manda recitar a los fieles ciertas oraciones en la administración de los sacramentos, en unión con el sacerdote al final de la santa misa, etc., e impone a los sacerdotes y religiosos de votos solemnes la obligación, bajo pecado grave, de rezar el breviario en nombre de ella por la salud de todo el pueblo.

+ ¿Cuándo obliga concretamente este precepto? —Hay que distinguir una doble obligación: o sea, de por sí o en determinadas circunstancias. Obliga gravemente.

a) Al comienzo de la vida moral, o sea cuando el niño llega al perfecto uso de razón. Porque tiene obligación de convertirse a Dios como a último fin.
b) En peligro de muerte, para obtener la gracia de morir cristianamente.
c) Frecuentemente durante la vida. Cuál sea esta frecuencia, no está bien determinada por la ley, y hay muchas opiniones entre los autores. El que oye misa todos los domingos y reza alguna cosa todos los días puede estar tranquilo con relación a este precepto. obliga el precepto de orar:

+Cuando sea necesario para cumplir otro precepto obligatorio (el cumplimiento de la penitencia sacramental).
+ Cuando sobreviene una tentación fuerte que no pueda vencerse sino por la oración. Porque estamos obligados a poner todos los medios necesarios para no pecar.
+ En las grandes calamidades públicas (guerras, epidemias, etc.). Lo exige entonces la caridad cristiana.

2)Es necesaria también con necesidad de medio, por divina Institución, para la salvación de los adultos. Es doctrina común y absolutamente cierta en Teología. Hay muchos testimonios de los Santos Padres, entre los que destaca un texto famosísimo de San Agustín, que fué recogido y completado por el concilio de Trento:

«Dios no manda imposibles; y al mandarnos una cosa, nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos». Sobre todo, la perseverancia final que es un don de Dios completamente gratuito no se obtiene ordinariamente sino por la humilde y perseverante oración. Por eso decía San Alfonso de Ligorio que «el que ora, se salva; y el que no ora, se condena». He aquí sus propias y terminantes palabras:

«Pongamos, por tanto, fin a este importante capítulo resumiendo todo lo dicho y dejando bien sentada esta afirmación: que el que reza, se salva ciertamente, y el que no reza, ciertamente se condena. Si dejamos a un lado a los niños, todos los demás bienaventurados se salvaron porque rezaron, y los condenados se condenaron porque no rezaron. Y ninguna otra cosa les producirá en el infierno más espantosa desesperación que pensar que les hubiera sido cosa muy fácil el salvarse, pues lo hubieran conseguido pidiendo a Dios sus gracias, y que ya serán eternamente desgraciados, porque pasó el tiempo de la oración».

+++ Bendiciones...


Fuentes Bibliográficas: 
Santo Tomás  de Aquino Suma Teológica ,11-11,83;TANQUEREY, Teología ascética y mística; SAN ALFONSO DE LIGORIO, Del gran medio de la oración;