No se aparte el libro de esta Ley
de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo
que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas.(Jos 1:8).
Segundo Grado de Oración, La Meditación:
Siendo abundante y extensa la
literatura religiosa sobre la oración y meditación discursiva como forma
ordinaria de oración mental en la mayor parte de las personas piadosas, nos
limitaremos a recoger aquí con brevedad los puntos fundamentales.
1)Naturaleza de La meditación Discursiva:
Puede definirse como la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con ayuda de la gracia. El examen detallado de la definición nos dará a conocer los elementos fundamentales de este modo de oración «la aplicación razonada de la mente...». Es el elemento más típico y característico de la meditación, que la distingue perfectamente de los restantes grados de oración mental.
Puede definirse como la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con ayuda de la gracia. El examen detallado de la definición nos dará a conocer los elementos fundamentales de este modo de oración «la aplicación razonada de la mente...». Es el elemento más típico y característico de la meditación, que la distingue perfectamente de los restantes grados de oración mental.
Todos suponen una aplicación de
la mente al objeto que se está considerando o contemplando (es, sencillamente,
la atención, que es indispensable y común a todos los grados de oración
ascéticos o místicos), pero la meditación tiene como nota típica y característica
una aplicación razonada, discursiva, a modo de raciocinio.
De tal manera es esencial este
elemento, que, si falta, ha desaparecido la meditación en cuanto y cuando el
discurso desaparece, el alma en este estado se ha dado en la distracción, o en
una más profunda oración afectiva, o en la contemplación; y en cualquiera de
los tres casos, la meditación ya no existe. Claro que el discurso de la razón
está muy lejos de ser el fin de la meditación como oración cristiana.
¿En qué se distinguiría entonces del simple estudio
o especulación sobre la verdad revelada? Como veremos en seguida, ese discurso
se encamina a una finalidad afectiva y práctica, sin la cual dejaría de ser
oración. Pero como elemento previo o preparatorio es tan indispensable, que sin
él no hay meditación propiamente dicha. Toda meditación implica discurso,
aunque no sea éste el elemento más importante de la misma. «... A una verdad
sobrenatural...».Es evidente desde el momento en que nos encontramos ante una
oración, no ante un estudio científico de una rama cualquiera del saber humano.
Esa verdad sobrenatural puede ser muy variada:
un texto de la Sagrada Escritura, un pasaje de la vida de Cristo o de un santo
cualquiera, un principio teológico, una fórmula litúrgica, etc., etc.; pero
siempre con la doble finalidad que vamos a explicar a continuación.«... Para convencernos de
ella...» La meditación como oración cristiana tiene dos finalidades, una intelectiva y otra afectiva:
a)
La Intelectiva: Tiene por objeto llegar a convicciones firmes y
enérgicas que resistan el embate de las influencias contrarias que puedan
sobrevenir por parte de los enemigos del alma. Sin estas convicciones firmes,
el alma sucumbiría fácilmente ante tales acometidas.
Lo puramente sentimental y sensiblero
puede producir un efecto momentáneo de felicidad y de paz; pero no teniendo su
apoyo y fundamento en la firme convicción intelectiva, se hundirá sin
resistencia al menor soplo de pasión.
No se puede construir una casa
sólida sobre la arena movediza del sentimiento; es preciso el fundamento pétreo
e inconmovible de las convicciones hondamente arraigadas en la inteligencia. Al lograrlas se endereza directamente esta
primera finalidad de la meditación. Pero
ésta sola no basta. Ni siquiera es la principal en cuanto oración. Esas firmes
convicciones pueden también adquirirse con el simple estudio de la verdad
sagrada sin intención alguna de oración.
Sería un estudio más o menos
orientado a la piedad, pero en modo alguno un ejercicio de oración. Esta
comienza propiamente cuando el alma, enardecida por la verdad sobrenatural que
el entendimiento convencido le presenta, prorrumpe en afectos y actos de amor a
Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo que da a la meditación
anterior toda su razón de ser en cuanto oración cristiana.
Claro que es preciso que este
amor y entusiasmo afectivo no quede en las puras regiones del corazón o de la
fantasía. Es menester que se traduzca en enérgicas resoluciones prácticas. Y a
ello responde el nuevo elemento de la definición, que termina y redondea el
concepto integral de la oración discursiva. «... Y practicarla con ayuda de la
gracia». Toda meditación bien hecha ha de terminar en un propósito y en una
plegaria.
Un propósito enérgico de llevar a la práctica
las consecuencias que se desprenden de aquella verdad o misterio que hemos
considerado y amado y una plegaria a Dios pidiéndole su gracia y bendición para
poderlo cumplir de hecho, ya que nada absolutamente podemos hacer sin El. Nunca se insistirá bastante en
estos dos últimos elementos de la definición: el amor de Dios y el propósito
práctico, enérgico y decidido. Son legión incontable las almas piadosas que se
ejercitan diariamente en la meditación y que, sin embargo, apenas sacan de ella
ningún provecho práctico.
La explicación hay que buscarla
en el modo defectuoso de hacerla. Insisten demasiado en lo que no es sino mera
preparación para la oración propiamente dicha. Se pasan el tiempo leyendo,
discurriendo o en perpetua distracción semivoluntaria. El resultado es que
cuando termina el tiempo destinado a la oración no han permanecido en ella, en
realidad, un solo instante. De su alma no ha brotado un solo acto de amor, una
aspiración a Dios, un propósito práctico concreto y enérgico. «Son almas
tullidas—decía Santa Teresa de Jesús—, que, si no viene el mismo Señor a
mandarlas se levanten, como al que había treinta años que estaba en la piscina
de Siloé, tienen harta mala ventura y gran peligro».
2)Importancia
y necesidad de la meditación: La meditación, que es muy
conveniente para salvarse, es absolutamente imprescindible para emprender
seriamente el camino de la propia santificación. Vamos a examinar estas dos
afirmaciones.
a)
Es conveniente para salvarse: La inmensa mayoría de los que
viven habitualmente en pecado es sencillamente porque no reflexionan. Ya lo
dijo hace muchos siglos el profeta Jeremías, y sus palabras continúan siendo de
palpitante actualidad: «Toda la tierra es desolación, por no haber quien
recapacite en su corazón» (Jer. 12,11). En el fondo no tienen mal corazón ni
sienten enemistad alguna con las cosas de Dios o de su eterna salvación; pero,
entregados con desenfreno a las actividades puramente naturales (negocios,
etc.) y olvidados enteramente de los grandes intereses de su alma, fácilmente
se dejan llevar del ímpetu de sus pasiones desordenadas que no encuentran
ningún obstáculo ni freno para el placer y pasiones desordenadas y libertinaje;
se pasan años enteros y a veces la vida entera sumergidos en el pecado.
La prueba más clara y evidente de
que su triste situación espiritual obedecía en el fondo, más que la maldad de su corazón, a un
atolondramiento irreflexivo procedente de la ausencia absoluta de todo
movimiento de introspección, es que cuando estos tales, por azar o providencia
divina, aciertan a practicar una tanda de ejercicios espirituales o asisten a
los actos de una misión general suelen experimentar una impresión fuertísima,
que les lanza muchas veces a una verdadera conversión, traducida en adelante en
una vida cristiana seria e intachable.
Con razón, pues, afirma San
Alfonso de Ligorio que la oración mental es incompatible con el pecado. Con los
demás ejercicios de piedad puede el alma seguir viviendo en pecado, pero con la
oración mental bien hecha no podrá permanecer en él mucho tiempo: o dejará la
oración o dejará el pecado. Es asi, de la mayor importancia para la salvación eterna la práctica asidua y cuidadosa de la meditación
cristiana.
b)Es absolutamente imprescindible para el alma que aspire a santificarse: El
conocimiento de sí mismo, la humildad profunda,
el recogimiento y soledad, la mortificación de los sentidos y otras muchas cosas absolutamente necesarias para llegar a la
perfección a penas se conciben ni
son posibles moralmente sin una vida seria
de meditación bien preparada y asimilada.
El alma que aspire a santificarse entregándose de lleno a
la vida apostólica con mengua y
menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad. La experiencia confirma con toda
certeza y evidencia que nada absolutamente
puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los santos sacramentos.
Son legión las almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa
misa diariamente y que llevan, sin
embargo, una vida espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de oración
mental, ya sea porque la omiten totalmente
o porque la hacen de manera tan imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión.
Repetimos lo que dijimos, he aquí las propias palabras de San
Alfonso de Ligorio: «Sin oración, sin mucha oración, es imposible llegar a la
perfección cristiana, cualquiera que sea nuestro estado de vida o las
ocupaciones a que nos dediquemos. Ninguna de ellas, por santa que en sí sea,
puede suplir a la oración».
El director espiritual debe
insistir sin descanso en este punto. Lo primero que ha de hacer cuando un alma
se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este
punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades encuentra, indíquele los
medios de superarlas, las materias que ha de meditar con preferencia, etc. No
logrará centrar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una
manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de
piedad. Pero si su diario y largo
ejercicio es absolutamente indispensable, está muy lejos de serlo el método o
procedimiento concreto que haya de seguirse. Vamos a examinar esta cuestión.
3)Método de la meditación: Un doble escollo hay que evitar en lo
relativo al método o forma de practicar la meditación: La excesiva rigidez y el excesivo
abandono. Al principio de la vida espiritual es poco menos que indispensable la
sujeción a un método concreto y particularizado. El alma no sabe andar todavía
por sí sola, y necesita, como los niños, unas andaderas. Pero a medida que va
ya creciendo y desarrollándose sentirá cada vez menos la necesidad de aquellos
moldes, y llegará un momento en que su empleo riguroso representaría un
verdadero obstáculo e impedimento para la plena expansión del alma en su libre
vuelo hacia Dios.
Vamos a recoger aquí con brevedad
esquemática algunos de los principales métodos de meditación que se han
propuesto a lo largo de los siglos. Todos ellos se practican en la Iglesia y
todos tienen sus ventajas e inconvenientes. El alma, orientada por su director
espiritual, ensayará el procedimiento que mejor encaje con su propio
temperamento y procurará atenerse a él mientras el movimiento interior de su
espíritu no se oriente hacia otros horizontes.
Al hacer la elección téngase en
cuenta, sobre todo, que el mejor procedimiento para cada uno es el que le
empuje con mayor eficacia al amor de Dios y desprecio de sí mismo.
San
Ignacio de Loyola: Señala en sus Ejercicios espirituales varios
métodos de oración mental. La aplicación de las tres potencias: memoria,
entendimiento y voluntad,la Contemplación imaginaria de los
misterios de la vida de Cristo; y la aplicación de los cinco sentidos; tres «modos
de orar» que consisten:
+El primero, en una especie de
examen en torno a los mandamientos, pecados capitales, etc.
+El segundo, en considerar una
por una las palabras de una determinada fórmula de oración, por ejemplo, el
Padrenuestro.
+El tercero (que el Santo llama «oración por
compás»), en pronunciar de una manera rítmica y acompasada (a cada respiración)
alguna palabra de una fórmula determinada (el Padrenuestro, por ejemplo)
mientras se va meditando en ella. En la famosa «contemplación para alcanzar
amor» (propone este método para ascender de las criaturas a Dios.
San
Alfonso de Ligorio: Propugna un método muy parecido: preparación (fe,
humildad, contrición, petición), consideración, afectos, petición, propósitos,
conclusión (acción de gracias, renovación de los propósitos, petición de
auxilio como ramillete espiritual).
San
Juan Bautista de La Salle:
Propone un método muy parecido que consiste en prepararse, ante la
presencia de Dios (en las criaturas, en nosotros, en la Iglesia); siguen tres
actos en torno a Cristo (fe, adoración y acción de gracias), tres en torno a sí
mismo (confesión, contrición y aplicación del misterio) y tres actos últimos
(unión con Cristo, petición e invocación
de los santos).
Como se ve, las fórmulas son
variadísimas (prueba de que ninguna de ellas es esencial o indispensable),
aunque todas vienen a coincidir en el fondo.
Se trata de que el alma se ponga en la presencia de Dios, recapacite
sobre lo que ha hecho y lo que debe hacer y se entregue a una conversación
afectiva con Dios en demanda de sus gracias y bendiciones, terminando con una resolución enérgica, muy concreta y particularizada.
Estas son las líneas generales en
las que vienen a coincidir todos esos métodos. Cada alma, repetimos, debe
escoger el que mejor encaje con su temperamento y psicología, pero sin atarse
demasiado, ni mucho menos dejarse esclavizar por él. Deje a su espíritu seguir
con facilidad y sin esfuerzo las distintas mociones que le inspire en cada
momento la acción santificadora del Espíritu Santo.
4)Materias que se han de meditar: En esto, como en todo, es
menester discreción y prudencia. No todas las materias convienen a todos, ni
siquiera a una misma alma en situaciones distintas. Los principiantes
insistirán, ante todo, en las materias que puedan inspirarles horror al pecado
(novísimos, necesidad de purificarse, etc.); las almas adelantadas encontrarán
pasto abundantísimo en la vida y pasión de nuestro Señor; y las muy unidas a
Dios, en realidad no tienen ni necesitan materia; siguen en cada caso la moción
del divino Espíritu, que suele llevarlas a la contemplación de las maravillas
de la vida íntima de la Trinidad Beatísima: «ya por aquí no hay camino, que
para el justo no hay ley», decía admirablemente San Juan de la Cruz.
Al inicio, sin embargo,
conviene escoger la materia más apta para el estado y situación del alma, sin
perjuicio de dejarse llevar sin resistencia del atractivo interior de la gracia
cuando empuja hacia otros horizontes:
«Déjela andar por estas moradas arriba y abajo
y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se esfuerce en estar
mucho tiempo en una pieza sola». No conviene tampoco recargar demasiado la
materia. He aquí unos consejos muy acertados de un célebre autor, que hacemos
enteramente nuestros:
En principio, la materia debe ser
corta, simple y clara, sin complicaciones, refinamientos ni sutilezas. La
oración no es un entretenimiento de espíritus ligeros, sino un humilde
comparecer del alma ante Dios. Incluso cuando la impotencia o la aridez obligan
a una lectura meditada o a una lenta oración vocal en la que se va considerando
sucesivamente cada palabra o pensamiento, es preciso no correr de una a otra
palabra, sino detenerse el mayor tiempo posible para exprimir y saborear el
contenido de cada una de ellas hasta que el corazón se mueva y se caldee.
En las condiciones ordinarias no
conviene proponer al espíritu más que un pequeño número de pensamientos. Cuando
se sabe orar, uno, dos, tres a lo sumo, bastan para alimentar la más larga
oración. No se olvide nunca: no se trata aquí de ver sino para amar o querer.
La oración es, ante todo es un
ejercicio del corazón. En general, los libros presentan una abundancia tal, que
transforman la meditación en lectura espiritual. Claro que no toda la culpa la
tienen los libros; de una mesa servida con demasiada abundancia no se debe
comer de todo, sino tan sólo según el gusto y apetito. Son preferibles, sin
embargo, los libros que no indican para cada día más que dos o tres pensamientos;
éstos son los mejores en su clase.
Los que para una sola meditación
condensan tratados enteros sobre la materia, acusan en sus autores una noción
muy defectuosa de la oración; en lugar de simplificarla y facilitarla, la
complican y en parte la suprimen.
Es cierto, sin embargo, que
muchas personas no aciertan a meditar sino valiéndose de algún libro. La misma
Santa Teresa dice de sí misma que pasó más de catorce años en esta forma. En
estos casos, el alma debe ayudarse del libro, o rezar vocalmente muy despacio y
esforzarse en hacer lo que pueda hasta que Dios disponga otra cosa. Lo que
nunca debe hacer es transformar la meditación en simple lectura espiritual.
Sería preferible, antes que esto, limitarse a rezar vocalmente. La oración
vocal es oración, pero no lo es la simple lectura espiritual.
En cuanto a las materias
concretas que conviene elegir, ya hemos dicho que son muy variadas según el
estado y situación del alma. He aquí unas indicaciones muy prácticas del autor
que acabamos de citar:
+Las materias ordinarias que es
conveniente meditar son las que unen al alma con Dios, la mantienen en la fiel
observancia de sus mandamientos y la ayudan a santificar su vida.
+Las obligaciones de su estado,
los vicios y las virtudes, los novísimos, Dios y sus perfecciones, Jesucristo,
sus misterios, sus ejemplos y palabras; la bienaventurada Virgen María y los
santos,
+Las solemnidades y los aspectos
diversos del ciclo litúrgico; tales son las consideraciones más propias para
excitar la devoción y alimentar la piedad. Pero hay para cada uno puntos
particulares sobre los que conviene insistir con frecuencia, tales como el
defecto dominante, el atractivo especial de la gracia, los deberes y peligros
de su condición y estado. Fuera de éstos y en ellos mismos, las circunstancias,
el movimiento interior y los consejos de un sabio director determinan el
verdadero campo de la meditación.
En todo caso Nunca se insistirá
bastante en la necesidad de ponerse en guardia para no transformar la
meditación en simple lectura espiritual. En todo caso es siempre útil repetir,
aunque sea muchas veces, las que más nos han movido y empujado a la oración...
Pero, cualquiera que sea la materia particular que se medite, el objeto
principal de nuestras consideraciones y afectos ha de ser siempre Nuestro Señor
Jesucristo. Nuestras oraciones, lo mismo que nuestras obras, no son agradables
a Dios sino en la medida en que hayan sido hechas en unión con el divino
Mediador. Pero nada asegura tanto esta
comunión como el mantenerse durante la oración en presencia y bajo la mirada de
Jesucristo y dirigir hacia las consideraciones de la mente y los afectos del
corazón».
5)Detalles
complementarios: Se refieren principalmente al tiempo, lugar,
postura y duración de la oración mental.
a)Tiempo: Dos cosas hay que tener muy en cuenta: la necesidad de
señalar un tiempo determinado del día y la elección del momento más oportuno.
Cuanto a lo primero, es evidente la conveniencia de señalar un tiempo
determinado para no divagar en la oración. Si se altera el horario o se va dejando
para más tarde, se corre el peligro de omitirla totalmente al menor
pretexto. La eficacia santificadora de
la oración depende en gran escala de la constancia y regularidad en su
ejercicio.
Pero no todos los tiempos son
igualmente favorables para el ejercicio de que hablamos. Los que siguen a la
comida, al recreo o al tumulto de las ocupaciones no son aptos para la
concentración de espíritu; el recogimiento y la libertad de espíritu son
necesarios para la ascensión del alma hacia Dios.
Según los maestros de la vida
espiritual, los momentos más propios son. por la mañana temprano, por la tarde
antes de la cena y a medianoche. Si no se puede dejar a la oración más que una
sola vez al día, es preferible la mañana. El espíritu, refrescado por el reposo
de la noche, posee toda su vivacidad; las distracciones no le han asaltado
todavía, y este primer movimiento hacia Dios imprime al alma la dirección que
ha de seguir durante el día
Los sagrados libros señalan
también la mañana y el silencio de la noche como las horas más propias para la
oración: «Ya de mañana, Señor, te hago oír mi voz; temprano me pongo ante ti,
esperándote» (Salmo. 5,4); «... y mis plegarias van a ti desde la mañana»
(Salmo 87,14); «Me levanto a medianoche para darte gracias por tus justos
juicios» (Salmo. 118,62); «... y pasó la noche orando a Dios» (Lc. 6,12).
b)Lugar: Para algunos religiosos, seminaristas,
etcétera; está determinado expresamente por la costumbre de la comunidad cuando
la oración se hace en común. Suele ser la capilla o el coro. Y aun en privado
conviene hacerla allí por la santidad y recogimiento del lugar y la presencia
augusta de Jesús sacramentado. Pero en absoluto se puede hacer en cualquier
lugar que convide al recogimiento y concentración del espíritu.
La soledad suele ser la mejor
compañera de la oración bien hecha. Jesucristo la aconseja expresamente en el
Evangelio; y es útil no sólo para evitar la vanidad (Mt. 6,6), sino también
para asegurar su intensidad y eficacia. En ella es donde Dios suele hablar al
corazón (Os. 2,14).
«¿Sería bueno hacer la oración
ante los espectáculos de la naturaleza; sobre las montañas, a la orilla del
mar, en la soledad de los campos? Hay que responder que lo que para unos es
conveniente, representa para otrosun obstáculo. Las disposiciones particulares
y la experiencia deben señalar ;aquí la regla de conducta».
c)Postura: La postura del cuerpo tiene una gran importancia en la
oración. Sin duda es el alma quien ora, no el cuerpo; pero, dadas sus íntimas
relaciones, la actitud corporal repercute en el alma y establece una especie de
armonía y sincronización entre las dos. En general, conviene una postura
humilde y respetuosa. Lo ideal es hacerla de rodillas, pero esta regla no debe
llevarse hasta la rigidez o exageración. En la Sagrada Escritura hay ejemplos
de oración en todas las posturas imaginables: de pie; sentado; de rodillas;
postrado en tierra y hasta en el lecho para dormir.
Evítense, cualquiera que sea la
postura adoptada, dos inconvenientes contrarios: la excesiva comodidad y la
mortificación excesiva. La primera, porque, como dice Santa Teresa, «regalo y
oración no se compadecen»; y la segunda, porque una postura excesivamente penosa
e incómoda podría ser motivo de distracción y aflojamiento en el fervor, que es
lo principal de la oración.
d)Duración: La duración de la oración mental no puede ser la misma para
todas las almas y géneros de vida. El principio general es que debe estar en
proporción con las fuerzas, el atractivo y las ocupaciones de cada uno. Puestos
a concretar, San Alfonso de Ligorio dice que no se imponga a los principiantes
más de media hora diaria, y que se vaya aumentando el tiempo a medida que
crezcan las fuerzas del alma San
Francisco de Sales, escribiendo especialmente para las personas del mundo y las
de vida activa, pide una hora , y lo mismo San Ignacio en sus Ejercicios . Los que
escriben más especialmente para religiosos reclaman de hora y media a dos horas
diarias.
En este sentido, advierte San
Ignacio de Loyola en el mismo lugar, la oración ha de ser continua e inenterrumpida.
Mucho ayudará a conseguir esto la práctica asidua y ferviente de las oraciones
jaculatorias, que mantendrán a letargo del día el fuego del corazón. Pero, sea
como fuere, hay que conseguirlo a todo trance si queremos llevar una vida de
oración que: nos conduzca gradualmente hasta la cumbre de la perfección
cristiana. Sin vida de oración sería escasísimo el fruto que obtendríamos de
media hora diaria y de meditación aislada.
+++
Bendiciones.