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lunes, 20 de abril de 2020

Capítulo V: La vida de oración


No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas.(Jos 1:8).

Segundo  Grado de Oración, La Meditación:
Siendo abundante y extensa la literatura religiosa sobre la oración y meditación discursiva como forma ordinaria de oración mental en la mayor parte de las personas piadosas, nos limitaremos a recoger aquí con brevedad los puntos fundamentales.

1)Naturaleza de La meditación Discursiva: 
Puede definirse como la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con ayuda de la gracia. El examen detallado de la definición nos dará a conocer los elementos fundamentales de este modo de oración «la aplicación razonada de la mente...». Es el elemento más típico y característico de la meditación, que la distingue perfectamente de los restantes grados de oración mental.

Todos suponen una aplicación de la mente al objeto que se está considerando o contemplando (es, sencillamente, la atención, que es indispensable y común a todos los grados de oración ascéticos o místicos), pero la meditación tiene como nota típica y característica una aplicación razonada, discursiva, a modo de raciocinio.

De tal manera es esencial este elemento, que, si falta, ha desaparecido la meditación en cuanto y cuando el discurso desaparece, el alma en este estado se ha dado en la distracción, o en una más profunda oración afectiva, o en la contemplación; y en cualquiera de los tres casos, la meditación ya no existe. Claro que el discurso de la razón está muy lejos de ser el fin de la meditación como oración cristiana.

 ¿En qué se distinguiría entonces del simple estudio o especulación sobre la verdad revelada? Como veremos en seguida, ese discurso se encamina a una finalidad afectiva y práctica, sin la cual dejaría de ser oración. Pero como elemento previo o preparatorio es tan indispensable, que sin él no hay meditación propiamente dicha. Toda meditación implica discurso, aunque no sea éste el elemento más importante de la misma. «... A una verdad sobrenatural...».Es evidente desde el momento en que nos encontramos ante una oración, no ante un estudio científico de una rama cualquiera del saber humano.

Esa verdad sobrenatural puede ser muy variada: un texto de la Sagrada Escritura, un pasaje de la vida de Cristo o de un santo cualquiera, un principio teológico, una fórmula litúrgica, etc., etc.; pero siempre con la doble finalidad que vamos a explicar a continuación.«... Para convencernos de ella...» La meditación como oración cristiana tiene dos finalidades, una intelectiva y otra afectiva:

a) La Intelectiva: Tiene por objeto llegar a convicciones firmes y enérgicas que resistan el embate de las influencias contrarias que puedan sobrevenir por parte de los enemigos del alma. Sin estas convicciones firmes, el alma sucumbiría fácilmente ante tales acometidas.
Lo puramente sentimental y sensiblero puede producir un efecto momentáneo de felicidad y de paz; pero no teniendo su apoyo y fundamento en la firme convicción intelectiva, se hundirá sin resistencia al menor soplo de pasión.

No se puede construir una casa sólida sobre la arena movediza del sentimiento; es preciso el fundamento pétreo e inconmovible de las convicciones hondamente arraigadas en la inteligencia.  Al lograrlas se endereza directamente esta primera finalidad de la meditación.  Pero ésta sola no basta. Ni siquiera es la principal en cuanto oración. Esas firmes convicciones pueden también adquirirse con el simple estudio de la verdad sagrada sin intención alguna de oración. 

b)La Afectiva: Por esto es menester añadir la segunda y más importante finalidad, que acabará de perfilar el concepto cabal de la meditación cristiana. «... Y movernos a amarla...»—He aquí el elemento más importante de la meditación en cuanto oración cristiana. Es menester que la voluntad se lance al amor de la verdad que el entendimiento le presenta elaborada por su discurso. Si transcurriera todo el tiempo dedicado a la meditación en los procedimientos discursivos preliminares, en realidad no habría oración.

Sería un estudio más o menos orientado a la piedad, pero en modo alguno un ejercicio de oración. Esta comienza propiamente cuando el alma, enardecida por la verdad sobrenatural que el entendimiento convencido le presenta, prorrumpe en afectos y actos de amor a Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo que da a la meditación anterior toda su razón de ser en cuanto oración cristiana.

Claro que es preciso que este amor y entusiasmo afectivo no quede en las puras regiones del corazón o de la fantasía. Es menester que se traduzca en enérgicas resoluciones prácticas. Y a ello responde el nuevo elemento de la definición, que termina y redondea el concepto integral de la oración discursiva. «... Y practicarla con ayuda de la gracia». Toda meditación bien hecha ha de terminar en un propósito y en una plegaria.

Un propósito enérgico de llevar a la práctica las consecuencias que se desprenden de aquella verdad o misterio que hemos considerado y amado y una plegaria a Dios pidiéndole su gracia y bendición para poderlo cumplir de hecho, ya que nada absolutamente podemos hacer sin El. Nunca se insistirá bastante en estos dos últimos elementos de la definición: el amor de Dios y el propósito práctico, enérgico y decidido. Son legión incontable las almas piadosas que se ejercitan diariamente en la meditación y que, sin embargo, apenas sacan de ella ningún provecho práctico.

La explicación hay que buscarla en el modo defectuoso de hacerla. Insisten demasiado en lo que no es sino mera preparación para la oración propiamente dicha. Se pasan el tiempo leyendo, discurriendo o en perpetua distracción semivoluntaria. El resultado es que cuando termina el tiempo destinado a la oración no han permanecido en ella, en realidad, un solo instante. De su alma no ha brotado un solo acto de amor, una aspiración a Dios, un propósito práctico concreto y enérgico. «Son almas tullidas—decía Santa Teresa de Jesús—, que, si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten, como al que había treinta años que estaba en la piscina de Siloé, tienen harta mala ventura y gran peligro».

2)Importancia y necesidad de la meditación: La meditación, que es muy conveniente para salvarse, es absolutamente imprescindible para emprender seriamente el camino de la propia santificación. Vamos a examinar estas dos afirmaciones.

a) Es conveniente para salvarse: La inmensa mayoría de los que viven habitualmente en pecado es sencillamente porque no reflexionan. Ya lo dijo hace muchos siglos el profeta Jeremías, y sus palabras continúan siendo de palpitante actualidad: «Toda la tierra es desolación, por no haber quien recapacite en su corazón» (Jer. 12,11). En el fondo no tienen mal corazón ni sienten enemistad alguna con las cosas de Dios o de su eterna salvación; pero, entregados con desenfreno a las actividades puramente naturales (negocios, etc.) y olvidados enteramente de los grandes intereses de su alma, fácilmente se dejan llevar del ímpetu de sus pasiones desordenadas que no encuentran ningún obstáculo ni freno para el placer y pasiones desordenadas y libertinaje; se pasan años enteros y a veces la vida entera sumergidos en el pecado.

La prueba más clara y evidente de que su triste situación espiritual obedecía en el fondo, más  que la maldad de su corazón, a un atolondramiento irreflexivo procedente de la ausencia absoluta de todo movimiento de introspección, es que cuando estos tales, por azar o providencia divina, aciertan a practicar una tanda de ejercicios espirituales o asisten a los actos de una misión general suelen experimentar una impresión fuertísima, que les lanza muchas veces a una verdadera conversión, traducida en adelante en una vida cristiana seria e intachable.

Con razón, pues, afirma San Alfonso de Ligorio que la oración mental es incompatible con el pecado. Con los demás ejercicios de piedad puede el alma seguir viviendo en pecado, pero con la oración mental bien hecha no podrá permanecer en él mucho tiempo: o dejará la oración o dejará el pecado. Es asi, de la mayor importancia  para la salvación eterna la práctica asidua y cuidadosa de la meditación cristiana.

b)Es absolutamente imprescindible para el alma que aspire a santificarse: El conocimiento de sí mismo, la humildad profunda, el recogimiento y soledad, la mortificación de los sentidos y otras muchas cosas absolutamente necesarias para llegar a la perfección a penas se conciben ni son posibles moralmente sin una vida seria de meditación bien preparada y asimilada.

El alma que aspire a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad. La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los santos sacramentos.

Son legión las almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de oración mental, ya sea porque la omiten totalmente o porque la hacen de manera tan imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión.

Repetimos lo que dijimos, he aquí las propias palabras de San Alfonso de Ligorio: «Sin oración, sin mucha oración, es imposible llegar a la perfección cristiana, cualquiera que sea nuestro estado de vida o las ocupaciones a que nos dediquemos. Ninguna de ellas, por santa que en sí sea, puede suplir a la oración».

El director espiritual debe insistir sin descanso en este punto. Lo primero que ha de hacer cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades encuentra, indíquele los medios de superarlas, las materias que ha de meditar con preferencia, etc. No logrará centrar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de piedad. Pero si su diario y largo ejercicio es absolutamente indispensable, está muy lejos de serlo el método o procedimiento concreto que haya de seguirse. Vamos a examinar esta cuestión.

3)Método de la meditación: Un doble escollo hay que evitar en lo relativo al método o forma de practicar la meditación: La excesiva rigidez y el excesivo abandono. Al principio de la vida espiritual es poco menos que indispensable la sujeción a un método concreto y particularizado. El alma no sabe andar todavía por sí sola, y necesita, como los niños, unas andaderas. Pero a medida que va ya creciendo y desarrollándose sentirá cada vez menos la necesidad de aquellos moldes, y llegará un momento en que su empleo riguroso representaría un verdadero obstáculo e impedimento para la plena expansión del alma en su libre vuelo hacia Dios.

Vamos a recoger aquí con brevedad esquemática algunos de los principales métodos de meditación que se han propuesto a lo largo de los siglos. Todos ellos se practican en la Iglesia y todos tienen sus ventajas e inconvenientes. El alma, orientada por su director espiritual, ensayará el procedimiento que mejor encaje con su propio temperamento y procurará atenerse a él mientras el movimiento interior de su espíritu no se oriente hacia otros horizontes.

Al hacer la elección téngase en cuenta, sobre todo, que el mejor procedimiento para cada uno es el que le empuje con mayor eficacia al amor de Dios y desprecio de sí mismo.

San Ignacio de Loyola: Señala en sus Ejercicios espirituales varios métodos de oración mental. La aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad,la Contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo; y la aplicación de los cinco sentidos; tres «modos de orar» que consisten:

+El primero, en una especie de examen en torno a los mandamientos, pecados capitales, etc.

+El segundo, en considerar una por una las palabras de una determinada fórmula de oración, por ejemplo, el Padrenuestro.

+El tercero (que el Santo llama «oración por compás»), en pronunciar de una manera rítmica y acompasada (a cada respiración) alguna palabra de una fórmula determinada (el Padrenuestro, por ejemplo) mientras se va meditando en ella. En la famosa «contemplación para alcanzar amor» (propone este método para ascender de las criaturas a Dios.

San Alfonso de Ligorio: Propugna un método muy parecido: preparación (fe, humildad, contrición, petición), consideración, afectos, petición, propósitos, conclusión (acción de gracias, renovación de los propósitos, petición de auxilio como ramillete espiritual).

San Juan Bautista de La Salle:  Propone un método muy parecido que consiste en prepararse, ante la presencia de Dios (en las criaturas, en nosotros, en la Iglesia); siguen tres actos en torno a Cristo (fe, adoración y acción de gracias), tres en torno a sí mismo (confesión, contrición y aplicación del misterio) y tres actos últimos (unión con Cristo, petición e invocación de los santos).

Como se ve, las fórmulas son variadísimas (prueba de que ninguna de ellas es esencial o indispensable), aunque todas vienen a coincidir en el fondo.  Se trata de que el alma se ponga en la presencia de Dios, recapacite sobre lo que ha hecho y lo que debe hacer y se entregue a una conversación afectiva con Dios en demanda de sus gracias y bendiciones, terminando con una resolución enérgica, muy concreta y particularizada.

Estas son las líneas generales en las que vienen a coincidir todos esos métodos. Cada alma, repetimos, debe escoger el que mejor encaje con su temperamento y psicología, pero sin atarse demasiado, ni mucho menos dejarse esclavizar por él. Deje a su espíritu seguir con facilidad y sin esfuerzo las distintas mociones que le inspire en cada momento la acción santificadora del Espíritu Santo.

4)Materias que se han de meditar: En esto, como en todo, es menester discreción y prudencia. No todas las materias convienen a todos, ni siquiera a una misma alma en situaciones distintas. Los principiantes insistirán, ante todo, en las materias que puedan inspirarles horror al pecado (novísimos, necesidad de purificarse, etc.); las almas adelantadas encontrarán pasto abundantísimo en la vida y pasión de nuestro Señor; y las muy unidas a Dios, en realidad no tienen ni necesitan materia; siguen en cada caso la moción del divino Espíritu, que suele llevarlas a la contemplación de las maravillas de la vida íntima de la Trinidad Beatísima: «ya por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley», decía admirablemente San Juan de la Cruz.

Al inicio, sin embargo, conviene escoger la materia más apta para el estado y situación del alma, sin perjuicio de dejarse llevar sin resistencia del atractivo interior de la gracia cuando empuja hacia otros horizontes:

 «Déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se esfuerce en estar mucho tiempo en una pieza sola». No conviene tampoco recargar demasiado la materia. He aquí unos consejos muy acertados de un célebre autor, que hacemos enteramente nuestros:

En principio, la materia debe ser corta, simple y clara, sin complicaciones, refinamientos ni sutilezas. La oración no es un entretenimiento de espíritus ligeros, sino un humilde comparecer del alma ante Dios. Incluso cuando la impotencia o la aridez obligan a una lectura meditada o a una lenta oración vocal en la que se va considerando sucesivamente cada palabra o pensamiento, es preciso no correr de una a otra palabra, sino detenerse el mayor tiempo posible para exprimir y saborear el contenido de cada una de ellas hasta que el corazón se mueva y se caldee.

En las condiciones ordinarias no conviene proponer al espíritu más que un pequeño número de pensamientos. Cuando se sabe orar, uno, dos, tres a lo sumo, bastan para alimentar la más larga oración. No se olvide nunca: no se trata aquí de ver sino para amar o querer.

La oración es, ante todo es un ejercicio del corazón. En general, los libros presentan una abundancia tal, que transforman la meditación en lectura espiritual. Claro que no toda la culpa la tienen los libros; de una mesa servida con demasiada abundancia no se debe comer de todo, sino tan sólo según el gusto y apetito. Son preferibles, sin embargo, los libros que no indican para cada día más que dos o tres pensamientos; éstos son los mejores en su clase.
Los que para una sola meditación condensan tratados enteros sobre la materia, acusan en sus autores una noción muy defectuosa de la oración; en lugar de simplificarla y facilitarla, la complican y en parte la suprimen.

Es cierto, sin embargo, que muchas personas no aciertan a meditar sino valiéndose de algún libro. La misma Santa Teresa dice de sí misma que pasó más de catorce años en esta forma. En estos casos, el alma debe ayudarse del libro, o rezar vocalmente muy despacio y esforzarse en hacer lo que pueda hasta que Dios disponga otra cosa. Lo que nunca debe hacer es transformar la meditación en simple lectura espiritual. Sería preferible, antes que esto, limitarse a rezar vocalmente. La oración vocal es oración, pero no lo es la simple lectura espiritual.

En cuanto a las materias concretas que conviene elegir, ya hemos dicho que son muy variadas según el estado y situación del alma. He aquí unas indicaciones muy prácticas del autor que acabamos de citar:

+Las materias ordinarias que es conveniente meditar son las que unen al alma con Dios, la mantienen en la fiel observancia de sus mandamientos y la ayudan a santificar su vida.

+Las obligaciones de su estado, los vicios y las virtudes, los novísimos, Dios y sus perfecciones, Jesucristo, sus misterios, sus ejemplos y palabras; la bienaventurada Virgen María y los santos,

+Las solemnidades y los aspectos diversos del ciclo litúrgico; tales son las consideraciones más propias para excitar la devoción y alimentar la piedad. Pero hay para cada uno puntos particulares sobre los que conviene insistir con frecuencia, tales como el defecto dominante, el atractivo especial de la gracia, los deberes y peligros de su condición y estado. Fuera de éstos y en ellos mismos, las circunstancias, el movimiento interior y los consejos de un sabio director determinan el verdadero campo de la meditación.

En todo caso Nunca se insistirá bastante en la necesidad de ponerse en guardia para no transformar la meditación en simple lectura espiritual. En todo caso es siempre útil repetir, aunque sea muchas veces, las que más nos han movido y empujado a la oración... Pero, cualquiera que sea la materia particular que se medite, el objeto principal de nuestras consideraciones y afectos ha de ser siempre Nuestro Señor Jesucristo. Nuestras oraciones, lo mismo que nuestras obras, no son agradables a Dios sino en la medida en que hayan sido hechas en unión con el divino Mediador. Pero nada asegura tanto esta comunión como el mantenerse durante la oración en presencia y bajo la mirada de Jesucristo y dirigir hacia las consideraciones de la mente y los afectos del corazón».

5)Detalles complementarios: Se refieren principalmente al tiempo, lugar, postura y duración de la oración mental.

a)Tiempo: Dos cosas hay que tener muy en cuenta: la necesidad de señalar un tiempo determinado del día y la elección del momento más oportuno. Cuanto a lo primero, es evidente la conveniencia de señalar un tiempo determinado para no  divagar en la oración. Si se altera el horario o se va dejando para más tarde, se corre el peligro de omitirla totalmente al menor pretexto. La eficacia santificadora de la oración depende en gran escala de la constancia y regularidad en su ejercicio.

Pero no todos los tiempos son igualmente favorables para el ejercicio de que hablamos. Los que siguen a la comida, al recreo o al tumulto de las ocupaciones no son aptos para la concentración de espíritu; el recogimiento y la libertad de espíritu son necesarios para la ascensión del alma hacia Dios.

Según los maestros de la vida espiritual, los momentos más propios son. por la mañana temprano, por la tarde antes de la cena y a medianoche. Si no se puede dejar a la oración más que una sola vez al día, es preferible la mañana. El espíritu, refrescado por el reposo de la noche, posee toda su vivacidad; las distracciones no le han asaltado todavía, y este primer movimiento hacia Dios imprime al alma la dirección que ha de seguir durante el día

Los sagrados libros señalan también la mañana y el silencio de la noche como las horas más propias para la oración: «Ya de mañana, Señor, te hago oír mi voz; temprano me pongo ante ti, esperándote» (Salmo. 5,4); «... y mis plegarias van a ti desde la mañana» (Salmo 87,14); «Me levanto a medianoche para darte gracias por tus justos juicios» (Salmo. 118,62); «... y pasó la noche orando a Dios» (Lc. 6,12).

b)Lugar: Para algunos religiosos, seminaristas, etcétera; está determinado expresamente por la costumbre de la comunidad cuando la oración se hace en común. Suele ser la capilla o el coro. Y aun en privado conviene hacerla allí por la santidad y recogimiento del lugar y la presencia augusta de Jesús sacramentado. Pero en absoluto se puede hacer en cualquier lugar que convide al recogimiento y concentración del espíritu.

La soledad suele ser la mejor compañera de la oración bien hecha. Jesucristo la aconseja expresamente en el Evangelio; y es útil no sólo para evitar la vanidad (Mt. 6,6), sino también para asegurar su intensidad y eficacia. En ella es donde Dios suele hablar al corazón (Os. 2,14).

«¿Sería bueno hacer la oración ante los espectáculos de la naturaleza; sobre las montañas, a la orilla del mar, en la soledad de los campos? Hay que responder que lo que para unos es conveniente, representa para otrosun obstáculo. Las disposiciones particulares y la experiencia deben señalar ;aquí la regla de conducta».

c)Postura: La postura del cuerpo tiene una gran importancia en la oración. Sin duda es el alma quien ora, no el cuerpo; pero, dadas sus íntimas relaciones, la actitud corporal repercute en el alma y establece una especie de armonía y sincronización entre las dos. En general, conviene una postura humilde y respetuosa. Lo ideal es hacerla de rodillas, pero esta regla no debe llevarse hasta la rigidez o exageración. En la Sagrada Escritura hay ejemplos de oración en todas las posturas imaginables: de pie; sentado; de rodillas; postrado en tierra y hasta en el lecho para dormir.

Evítense, cualquiera que sea la postura adoptada, dos inconvenientes contrarios: la excesiva comodidad y la mortificación excesiva. La primera, porque, como dice Santa Teresa, «regalo y oración no se compadecen»; y la segunda, porque una postura excesivamente penosa e incómoda podría ser motivo de distracción y aflojamiento en el fervor, que es lo principal de la oración.

d)Duración: La duración de la oración mental no puede ser la misma para todas las almas y géneros de vida. El principio general es que debe estar en proporción con las fuerzas, el atractivo y las ocupaciones de cada uno. Puestos a concretar, San Alfonso de Ligorio dice que no se imponga a los principiantes más de media hora diaria, y que se vaya aumentando el tiempo a medida que crezcan las fuerzas del alma  San Francisco de Sales, escribiendo especialmente para las personas del mundo y las de vida activa, pide una hora , y lo mismo San Ignacio en sus Ejercicios . Los que escriben más especialmente para religiosos reclaman de hora y media a dos horas diarias.

En este sentido, advierte San Ignacio de Loyola en el mismo lugar, la oración ha de ser continua e inenterrumpida. Mucho ayudará a conseguir esto la práctica asidua y ferviente de las oraciones jaculatorias, que mantendrán a letargo del día el fuego del corazón. Pero, sea como fuere, hay que conseguirlo a todo trance si queremos llevar una vida de oración que: nos conduzca gradualmente hasta la cumbre de la perfección cristiana. Sin vida de oración sería escasísimo  el fruto que obtendríamos de media hora diaria y de meditación aislada.

+++ Bendiciones.