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miércoles, 8 de enero de 2020

La Virtud Teologal de la Esperanza

Los Bienaventurados y la Comunión de los Santos.

La esperanza es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios.

El objeto material primario de la esperanza es la bienaventuranza eterna, y el secundario, todos los medios que a ella conducen. El objeto formal es el mismo Dios, en cuanto bienaventuranza objetiva del hombre, connotando la bienaventuranza formal o visión beatífica. Y el motivo formal de esperar (objeto formal) es la omnipotencia auxiliadora de Dios, connotando la misericordia y la fidelidad de Dios a sus promesas.

La esperanza reside en la voluntad, ya que su acto propio es cierto movimiento del apetito racional hacia el bien, que es el objeto de la voluntad. 

La caridad y la fe son más perfectas que la esperanza. en absoluto, la fe y la esperanza pueden subsistir sin la caridad; pero ninguna virtud infusa puede subsistir sin la fe.

La esperanza tiende con absoluta certeza a su objeto , Ello quiere decir que, aunque no podamos estar ciertos de que conseguiremos de hecho nuestra eterna salvación a menos de una revelación especial , podemos y debemos tener la certeza absoluta de que, apoyados en la omnipotencia auxiliadora de Dios que es (motivo formal de la esperanza), no hay ningun obstáculo insuperable para la salvación; o sea, que por parte de Dios no quedará frustrada nuestra esperanza; aunque si puede quedar frustrada por parte de nosotros. Entonces podemos afirmar que, la Virtud de la esperanza Se trata, pues, de una certeza de inclinación y de motivo, no de previo conocimiento infalible, ni de evento o ejecución infrustrables.

Los bienes de este mundo caen también bajo el objeto secundario de la esperanza, pero únicamente en cuanto puedan ser útiles para la salvación. Por eso dice Santo Tomás que, fuera de la salvación del alma, no debemos pedir a Dios ningún otro bien a no ser en orden a la misma salvación.

La esperanza teologal es imposible en los infieles y herejes formales, porque ninguna virtud infusa subsiste sin la fe. Pueden tenerla los fieles pecadores que no hayan pecado directamente contra ella. Se encuentra propiamente en los justos de la tierra y en las almas del purgatorio. No la tienen los condenados del infierno (nada pueden esperar) ni los bienaventurados en el cielo (ya están gozando del Bien infinito que esperaban). Por esta última razón, tampoco la tuvo Cristo acá en la tierra (era bienaventurado al mismo tiempo que viador). 

El acto de esperanza es de suyo honesto y virtuoso, cualquier acto de virtud realizado por la esperanza del premio eterno es egoísta e inmoral). Consta expresamente en la Sagrada Escritura:( Mt. 19,21 y 29: 1 Cor. 9,24; 2 Cor. 4,1) y puede demostrarlo la razón teológica, ya que la vida eterna es el fin último sobrenatural del hombre: luego obrar con la mirada puesta en este fin no sólo es honesto, sino necesario.  La doctrina  y hererjia Jansenista contraria fue condenada por la Iglesia. Por lo mismo, no hay en esta vida ningún estado de perfección que excluya habitualmente los motivos de la esperanza. Tal fué el error de los Jansenitas, condenados respectivamente por la Iglesia; al afirmar que el obrar por la esperanza es inmoral o imperfecto estriba en imaginarse que con ello deseamos a Dios como un bien para nosotros, subordinando a Dios a nuestra propia felicidad. 

Deseamos a Dios para nosotros, pero no a causa o por razón de nosotros, sino por El mismo. Dios sigue siendo el fin del acto de esperanza, no nosotros. En cambio, cuando deseamos una cosa inferior (el alimento material), la deseamos para nosotros y por nosotros:(nobis et propter nos). Es completamente distinto.

Pecados contra la esperanza:


Santo Tomás explica que a la esperanza se oponen dos vicios: uno, por defecto, la desesperación, que considera imposible la salvación eterna, y proviene principalmente de la acidia (pereza espiritual) y de la lujuria; y otro por exceso, la presunción, que reviste dos formas principales: la que considera la bienaventuranza eterna como asequible por las propias fuerzas, sin ayuda de la gracia (presunción herética), y la que espera salvarse sin arrepentimiento de los pecados u obtener lagloria sin mérito alguno (pecado contra el Espíritu Santo). La presunción suele provenir de la vanagloria y de la soberbia.

El crecimiento de la Virtud de la esperanza en los Principiantes:

La esperanza, como toda otra virtud, puede crecer y desarrollarse cada vez más. Veamos las principales fases de su desarrollo a través de las diferentes etapas de la vida espiritual he aquí algunos principios a seguir:

1-Ante todo evitaran tropezar en alguno de los dos escollos contrarios a la esperanza: la presunción y la desesperación: Para evitar la presunción, primero se ha de considerar que sin la gracia de Dios no podemos absolutamente nada en el orden sobrenatural:<< Yo soy la vid; vosotros los sarmientos.El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada>> .(Jn 15:5).

Ni siquiera tener un buen pensamiento o pronunciar fructuosamente el nombre de Jesús. <<Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo. (1 Cor. 12,3). 

Tengan en cuenta que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también infinitamente justo, y nadie puede reírse de Él (Gal. 6,7). Está dispuesto a salvarnos, pero a condición de que cooperemos voluntariamente a su gracia (1 Cor. 15,10) y obremos nuestra salvación con temor y temblor (Filp. 2,12). Contra la desesperación y el desaliento recordarán que la misericordia de Dios es incansable en perdonar al pecador arrepentido, que la violencia de nuestros enemigos jamás podrá superar al auxilio omnipotente de Dios y que, si es cierto que por nosotros mismos nada podemos, con la gracia de Dios seremos capaces de todo (Filp . 4,13).

Hay que levantarse animosamente de las recaídas y reemprender la marcha con mayores bríos, tomando ocasión de la misma falta para redoblar la vigilancia y el esfuerzo: «Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios», dice el apóstol San Pablo (Rom. 8,28); y San Agustín se atreve a añadir: netiam peccata: hasta los mismos pecados», en cuanto que son ocasión de que el alma se torne más vigilante y precavida.

2 -Procurarán Levantar sus Miradas al Cielo: Para despreciar las cosas de la tierra. —Todo lo de acá es sombra, vanidad y engaño. Ninguna criatura puede llenar plenamente el corazón del hombre, en el que ha puesto Dios una capacidad infinita. Y aun en el caso de que pudieran satisfacerle del todo, sería una dicha fugaz y transitoria, como la vida misma del hombre sobre la tierra. Placeres, dinero, honores, aplausos; todo pasa y se desvanece como el humo. Tenía razón San Francisco de Borja: «No más servir al señor que se me pueda morir». En fin, de cuentas: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma para toda la eternidad?» (Mt. 16,26).

Para consolarse en los trabajos y amarguras de la vida. —La tierra es un lugar de destierro, un valle de lágrimas y de miserias. El dolor nos acompaña inevitablemente desde la cuna hasta el sepulcro; nadie se escapa de esta ley inexorable. Pero la esperanza cristiana nos recuerda que todos los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom. 8,13) y que, si sabemos soportarlas santamente, estas momentáneas y ligeras tribulaciones nos preparan el peso eterno de una sublime e incomparable gloria (2 Cor. 4,17). ¡Qué consuelo tan inefable experimenta el alma atribulada al contemplar el cielo a través del cristal de sus lágrimas!

Para animarse a ser Santo. —Cuesta mucho la práctica de la virtud. Hay que dejarlo todo, hay que renunciar a los propios gustos y caprichos y hay que rechazar los continuos asaltos del mundo, demonio y carne. A medida que el alma va progresando en los caminos de la perfección, procurará cultivar la virtud de la esperanza intensificando hasta el máximo su confianza en Dios y en su divino auxilio. Para ello:

3-No se preocupará con solicitud angustiosa del día de mañana. — Estamos colgados de la divina y amorosísima providencia de nuestro buen Dios. Nada nos faltará si confiamos en El y lo esperamos todo de El: Ni en el orden temporal: «Ved los lirios del campo...; ved las aves del cielo...; ¿cuánto más vosotros, hombres de poca fe?» (Mt. 6,25-34). Ni en el orden de /a gracia: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn. 10,10). «Según las riquezas de su gracia que superabundantemente derramó sobre nosotros» (Efe. 1,7-8).

4-Simplificará cada vez más su oración. —«Cuando orareis no habléis mucho..., que ya sabe vuestro Padre celestial las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis» (Mt. 6,7-13). La fórmula del Padre nuestro, plegaria incomparable, que brotó de los labios del divino Maestro, será su predilecta, junto con aquellas otras del Evangelio tan breves y llenas de confianza en la bondad y misericordia del Señor: «Señor, el que amas está enfermo...; si tú quieres, puedes limpiarme...; haced que vea...; enséñanos a orar...; auméntanos la fe...; no tienen vino...; muéstranos al Padre, y esto nos basta». ¡Cuánta sencillez y sublimidad en el Evangelio y cuánta complicación y amaneramiento en nosotros! El alma ha de esforzarse en conseguir  aquella confianza ingenua, sencilla e infantil que arrancaba milagros al corazón del divino Maestro. 

5- Llevará más lejos que los principiantes su desprendimiento de todas las cosas de la tierra. — ¿Qué valen todas ellas ante una sonrisa de Dios? «Desde que he conocido a Jesucristo, ninguna cosa creada me ha parecido bastante bella para mirarla con codicia» (Pbro. Lacordaire). Ante el pensamiento de la soberana hermosura de Dios, cuya contemplación nos embriagará de felicidad en la vida eterna, el alma renunciará de buen grado a todo lo terreno: cosas exteriores (desprendimiento total, amor a la pobreza), placeres y diversiones (hermosuras falaces, goces transitorios), aplausos y honores (ruido que pasa, incienso que se disipa), venciendo con ello ¡a triple concupiscencia, que a tantas almas tiene sujetas a la tierra impidiéndolas volar al cielo. << No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. (1 Jn 2:15-16)

6- Avanzará con gran confianza por las vías de la unión con Dios.Nada podrá detenerla, si ella quiere seguir adelante a toda costa. Dios, que la llama a una vida de Intima unión con El, le tiende su mano divina con la garantía absoluta de su omnipotencia, misericordia y fidelidad a sus promesas.

El mundo, el demonio y la carne le declararán guerra sin cuartel, pero «los que confían en el Señor renuevan sus fuerzas, y echan alas como de águila, y vuelan velozmente sin cansarse, y corren sin fatigarse» (Is. 40,31). Con razón decía San Juan de la Cruz que: Que con verdad la y libre esperanza «se agrada tanto al Amado del alma, que es verdad decir que tanto alcanza de él cuanto ella de él espera». El alma que, a pesar de todas las contrariedades y obstáculos, siga animosamente su camino con toda su confianza puesta en Dios, llegará, sin duda alguna, a la cumbre de la perfección.

El crecimiento de la Virtud de la esperanza las almas perfectas: 

Es en ellas donde la virtud de la esperanza, reforzada por los dones del Espíritu Santo, alcanza su máxima intensidad y perfección. He aquí las principales características que en ellos reviste:

1- Omnímoda confianza en dios: Nada es capaz de desanimar a un siervo de Dios cuando se lanza a una empresa en la que está interesada la gloria divina. porque ni las contradicciones y obstáculos, lejos de disminuirla, intensifican y aumentan su confianza en Dios, que llega con frecuencia hasta la audacia. 

Recuérdese, por ejemplo, los obstáculos que tuvo que vencer Santa Teresa de Jesús para la reforma carmelitana y la seguridad firmísima del éxito con que emprendió aquella obra superior a las fuerzas humanas, confiando únicamente en Dios. Llegan, como de Abraham dice San Pablo, «a esperar contra toda esperanza» (Rom. 4,18). Y están dispuestos en todo momento a repetir la frase heroica de Job: «aunque me matare, esperaré en El» (Job 13,15). Esta confianza heroica glorifica inmensamente a Dios y es de grandísimo merecimiento para el alma.

2-Paz y serenidad inconmovibles. Es una consecuencia natural de su omnímoda confianza en Dios. Nada es capaz de perturbar el sosiego de su espíritu. Burlas, persecuciones, calumnias, injurias, enfermedades, fracasos..., todo resbala sobre su alma como el agua sobre el mármol, sin dejar la menor huella ni alterar en lo más mínimo la serenidad de su espíritu. Al Santo Cura de Ars le dan de improviso una tremenda bofetada y se limita a decir sonriendo: «Amigo: la otra mejilla tendrá celos». San Luis Beltrán; bebió inadvertidamente una bebida envenenada y permaneció completamente tranquilo al enterarse.

Tambien San Carlos Borromeo continúa imperturbable el rezo del santo rosario al recibir la descarga de un arcabuz, cuyas balas pasaron rozándole el rostro. San Jacinto de Polonia no se defiende al verse objeto de horrenda calumnia, esperando que Dios aclarará el misterio. ¡Qué paz, qué serenidad, qué confianza en Dios suponen estos ejemplos heroicos de los santos! Diríase que sus almas han perdido el contacto de las cosas de este mundo y permanecen «inmóviles y tranquilas como si estuvieran ya en la eternidad» (Sor Isabel de la Trinidad).

3-Deseo de morir para trocar el destierro por la patria. —Es una de las más claras señales de la perfección de la esperanza. La naturaleza siente horror instintivo a la muerte; nadie quiere morir. Sólo cuando la gracia se apodera profundamente de un alma comienza a darle una visión más exacta y real de las cosas y empieza a desear la muerte terrena para comenzar a vivir la vida verdadera. Es entonces cuando lanzan el «morior quia non morior», de San Agustín, que repetirán después Santa Teresa y San Juan de la Cruz—«que muero porque no muero»—, y que constituye uno de los más ardientes deseos de todos los santos. El alma que continúa apegada a la vida de la tierra, que mira con horror a la muerte que se acerca, muestra con ello bien a las claras que su visión de la realidad de las cosas y su esperanza cristiana es todavía muy imperfecta. Los santos—todos los santos—desean morir cuanto antes para volar al cielo.

4-El cielo, comenzado en la tierra. —Los santos desean morir para volar al cielo; pero, en realidad, su vida de cielo comienza ya en la tierra. ¿Qué les importan las cosas de este mundo? Como dice un precioso responsorio de la liturgia dominicana, los siervos de Dios viven en la tierra nada más que con el cuerpo; pero su alma, su anhelo, su ilusión, está ya fija en y cielo. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, (Filp 3:20) Es, sencillamente, es la vida misma de San Pablo que nosotros debemos seguir…... 


+++Bendiciones