(Lucas 10,
25,37).
La
virtud teologal de la caridad, se expresa en dos direcciones: hacia Dios y
hacia el prójimo. En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la
Trinidad en nuestro interior. En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, crucificado y resucitado, y
es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace participes
de su mismo amor:
"Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21).
"Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21).
Quien
ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como él lo ama.
Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama
a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.
Hemos
tratado ampliamente en otro lugar de las íntimas relaciones existentes entre la
perfección cristiana y la caridad. Pero es preciso tratar—siquiera sea
brevemente—de los demás aspectos de esta virtud fundamental, la más importante
y excelente de todas. Seguiremos el
orden admirable de Santo Tomás en la Suma Teológica:
1-La caridad en sí misma: Comienza Santo Tomás diciendo que la
caridad es una amistad entre Dios y el hombre. Como toda amistad, importa
necesariamente una mutua benevolencia, fundada en la comunicación de bienes. Por
eso, la caridad supone necesariamente la gracia, que nos hace hijos de Dios y
herederos de la gloria. El hombre, que por naturaleza no pasa de siervo del
Creador, llega a ser, ,
por la por la gracia y la
caridad, hijo y amigo de Dios.
2-La caridad es una
realidad creada, un hábito sobrenatural infundido por Dios en el alma: Puede definírsela diciendo que es una
virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas
las cosas y a nosotros y al prójimo por
Dios.
a)
El objeto material sobre que recae la caridad: Lo constituye primariamente Dios, y
secundariamente nosotros mismos y todas las criaturas racionales que han
llegado o pueden llegar a la eterna bienaventuranza; y aun, en cierto modo,
todas las criaturas, en cuanto son ordenables a la gloria de Dios.
b)
El objeto formal: llamado
también objeto material primario. es el mismo Dios como Sumo Bien, o sea, la
bondad increada de Dios en sí misma considerada, abarcando la esencia divina,
todos los divinos atributos y las tres divinas personas. Es decir, el motivo
del amor de caridad es Dios como amigo, o sea, el Sumo Bien como objeto de su
bienaventuranza y de la nuestra.
La caridad, como hábito infuso, reside en la
voluntad, ya que se trata de un movimiento de amor hacia Él, y el amor de Dios
que es el Sumo bien; lo constituyen el
acto y el objeto de la voluntad de La virtud sobrenatural del amor, que
Dios infunde en la medida y grado que le place, sin tener para nada en cuenta
las dotes o cualidades naturales del que la recibe. Cuando
nos amamos a nosotros mismos o al prójimo por algún motivo distinto de la
bondad de Dios, no hacemos un acto de caridad, sino de amor natural,
filantropía, etc., o acaso de puro egoísmo (por las ventajas que nos puede
traer). ¡Cuántos actos que parecen de caridad heroica están muy lejos de serlo!
El heroísmo puramente humano no vale nada en el orden sobrenatural; es como
moneda falsa que no circula y no tiene valor alguno.
La
caridad es la más excelente de todas las virtudes. No solamente por su propia
bondad intrínseca (es la que más nos une con Dios), sino porque sin ella no
puede ser perfecta ninguna otra virtud, ya que es la forma de todas las demás
virtudes infusas.
Ya
hemos explicado, en qué sentido la caridad es la forma de todas las virtudes.
Su excelencia intrínseca proviene de ser la virtud que más nos une con Dios, ya
que descansa en El tal como es en sí mismo, por su sola divina bondad.
La
excelencia y superioridad de la caridad sobre las otras dos virtudes teologales
(la Fe y la Esperanza)—y, por consiguiente, sobre todas las demás—es un dato de
fe que pertenece al depósito de la revelación. Lo dice expresamente el apóstol
San Pablo: «Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la
caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad» (1 Cor. 13,13).
Hay
teólogos eruditos que saben muchas cosas de Dios, pero de una manera fría,
puramente intelectual; y hay almas sencillas y humildes que apenas saben nada de
Teología, pero aman intensamente a Dios. Esto último es mejor. De esta sublime
doctrina se desprende otra consecuencia práctica de gran importancia.
La única manera de no envilecernos y
rebajarnos con el amor por las cosas creadas inferiores a nosotros es amarlas
en Dios, por Dios y para Dios; o sea, por el motivo formal perfectísimo de la
caridad. De donde se sigue que la caridad que convierte en oro todo cuanto
toca, incluso las mismas cosas inferiores a nosotros, que, como hemos dicho,
pueden ser referidas y ordenadas al amor y gloria de Dios.
El aumento de La caridad: Puede aumentar en
esta vida la caridad Porque siendo un movimiento de tendencia a Dios como su
principio y último fin, mientras seamos viajeros en este mundo que pasa es
posible acercarse cada vez más al término; y este mayor acercamiento se verifica
precisamente por el incremento de la caridad. En
este crecimiento, la caridad no puede encontrar tope en esta vida; puede crecer
hasta el infinito; Lo cual no es obstáculo para que pueda llegar a ser
relativamente perfecta en esta misma vida.
Los efectos de Virtud de la
caridad en el Alma-—Santo
Tomás somete a un análisis maravilloso los efectos que produce el acto
principal de la caridad que es el amor, No podemos detenernos a examinarlos con
detalle, pero vamos a recoger al menos el índice de los mismos. La lectura
directa de la Suma Teológica (11-11,28-33) es de un gran valor formativo.
Los efectos de Virtud de la caridad en el Alma son de dos clases: internos y
externos:
Efectos Internos:
1- El
gozo espiritual de Dios: Puede compaginarse con alguna Alegría o tristeza,
por cuanto no gozamos todavía de la perfecta posesión de Dios, que nos dará la
visión beatífica.
2- La Paz:
Que es la «tranquilidad del orden», que resulta de la concordia de nuestros
deseos y apetitos unificados por la caridad y ordenados por ella a Dios.
3- La Misericordia: Es una virtud especial, fruto de la caridad,
aunque distinta de ella, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias
del prójimo, considerándolas en cierto modo como propias, en cuanto contristan
a nuestro hermano y en cuanto que podemos, además, vernos nosotros mismos en
semejante estado. Es la virtud por excelencia de cuantas se refieren al
prójimo; y el mismo Dios manifiesta en grado sumo su omnipotencia
compadeciéndose misericordiosamente de nuestros males y remediando nuestras
necesidades.
Efectos Externos:
1- La beneficencia: Que consiste en hacer algún bien a los demás
como signo externo de la benevolencia interior; y se relaciona a veces con la
justicia (cuando es obligatoria o debida al prójimo), con la misericordia (cuando
ésta nos impulsa a socorrerle en sus necesidades) y con otras virtudes
semejantes.
2- La limosna: Que es un acto de caridad preceptuada a
todos (aunque en diferentes grados y medidas), y puede ejercitarse en lo
corporal y en lo espiritual (obras de misericordia), siendo estas últimas de
suyo más perfectas que aquéllas.
3- La corrección fraterna: Que es una excelente obra espiritual
encaminada a poner remedio a los pecados del prójimo. Requiere el concurso de
la prudencia para escoger el momento oportuno y los medios más adecuados; y
pueden y deben ejercitarla no sólo los superiores sobre sus súbditos, sino
incluso éstos sobre aquéllos, con tal de guardar los debidos miramientos y
consideraciones y en el supuesto de que se pueda esperar con fundamento la
enmienda; de lo contrario, están dispensados de corregir y deben abstenerse de
hecho. Lo cual no puede aplicarse a los superiores, que tienen obligación de
corregir y de aplicar al que resiste las penas correspondientes para salvar el
orden de la justicia y promover el bien común mediante el escarmiento de los
demás.
Pecados opuestos a la caridad :
El
estudio detallado de los pecados opuestos a las virtudes pertenece a la
Teología moral en su aspecto negativo. Recordamos aquí únicamente que los que se
oponen a la virtud de la caridad son los siguientes según Santo
tomas de Aquino:
1- El Odio: Si se refiere a Dios, es un gravísimo
pecado, el mayor de cuantos se pueden cometer; y, si se refiere al prójimo, es
también el que lleva consigo mayor desorden interior, aunque no sea el que
perjudique más al prójimo. Este último suele proceder de la envidia.
2- La Acidia: (tedio o pereza espiritual, que se opone
al gozo del bien divino procedente de la caridad), que es pecado capital, y
proviene del gusto depravado de los hombres, que no encuentran placer en Dios y
consideran las cosas que a Él se refieren como cosa triste, sombría y
melancólica. Sus
vicios derivados son la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la desesperación,
la torpeza o indolencia para observar los mandamientos y la divagación de la
mente hacia las cosas ilícitas.
3- la envidia: Se opone al gozo espiritual por el bien del
prójimo, es un feo pecado que contrista al alma por el bien del prójimo, no
porque nos amenace con ello algún mal, sino porque disminuye nuestra propia
gloria y excelencia. Es de suyo pecado mortal contra la caridad, que nos manda alegrarnos
del bien del prójimo, siendo veniales únicamente los primeros movimientos
indeliberados de la sensibilidad o los que recaen sobre cosas insignificantes
(parvedad de materia). De ella proceden, como vicio capital que es, el odio, la
murmuración (casi siempre procede de la envidia), la difamación, el gozo en las
adversidades del prójimo y la tristeza en su prosperidad.
4- La Discordia: Se opone a la paz y concordia por la
disensión de voluntades en lo tocante al bien de Dios o del prójimo.
5- La Contienda o Porfía: Se opone a la paz con las palabras
(discusión o altercado), y es pecado cuando se hace por espíritu de
contradicción, se perjudica al prójimo o a la verdad o se defiende esta última
en tonos altaneros y con palabras mortificantes.
6- El Cisma, La Guerra, La
Riña y La Sedición: Se
oponen a la paz con las obras; el cisma, apartando de la unidad en la fe y
sembrando la división en lo religioso (grandísimo pecado) ; la guerra entre
naciones o pueblos, que, cuando es injusta, es, además, un gravísimo pecado
contra la caridad por los innumerables daños y trastornos que lleva consigo,
aunque puede ser lícita en determinadas condiciones ; la riña, especie de guerra
entre particulares, que procede casi siempre de la ira, y que de suyo es falta
grave en el que la provoca sin legítimo mandato de la autoridad pública.
Tiene
su máximo exponente en el duelo (riña o desafío previamente pactado a base de
armas mortíferas), que es castigado por la Iglesia con la pena de excomunión,
que alcanza a los protagonistas y todos sus cómplices y espectadores voluntarios
y la sedición, que consiste en formar bandos o partidos en el seno de una
nación con objeto de conspirar o de promover algaradas o tumultos, ya sea de
unos contra otros o contra la autoridad y el poder legítimo.
7-El Escándalo: Que muchas veces se opone a la justicia,
pero que ante todo es un grave pecado contra la caridad (como diametralmente
opuesto a la beneficencia), y que consiste en decir o hacer algo menos recto,
que le da al prójimo ocasión de una ruina espiritual.
El
amor al prójimo tiene una connotación cristológica, dado que debe adecuarse al
don que Cristo ha hecho de su vida: "En esto hemos conocido lo que es
amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida
por los hermanos" (1 Jn 3, 16).
Ese mandamiento, al tener como medida el amor
de Cristo, puede llamarse "nuevo" y permite reconocer a los
verdaderos discípulos: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos
a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En
esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los
otros" (Jn 13, 34-35).
El
significado cristológico del amor al prójimo resplandece en la segunda venida
de Cristo. Precisamente entonces se constatará que la medida para juzgar la
adhesión a Cristo es precisamente el ejercicio diario y visible de la caridad
hacia los hermanos más necesitados: "Tuve hambre y me disteis de
comer..." (cf. Mt 25, 31-46). Sólo quien se interesa por el prójimo y sus
necesidades muestra concretamente su amor a Jesús. Si se cierra o permanece
indiferente al "otro", se cierra al Espíritu Santo, se olvida de
Cristo y niega el amor universal del Padre.
Para
terminar, reflexionemos las palabras que San
juan de la Cruz nos enseña:
<<En el Ocaso de nuestras Vidas seremos Juzgados por el Amor>>.
<<En el Ocaso de nuestras Vidas seremos Juzgados por el Amor>>.
+++ Bendiciones