(San Benito)
Continuando
con las enseñanzas de San Benito en el prólogo de su regla leemos que el Señor
buscando su obrero lo llama entre la multitud y le dice, ¿Quién es el hombre
que quiere la vida y desea ver días felices?; San Benito, con estas
palabras nos da a entender que Dios va buscando al hombre y que busca el
corazón del hombre, pero el hombre que está sediento de vida y de felicidad se inclina
a buscar la felicidad en los bienes temporales y materiales.
Es
importante comprender que el evangelio se dirige a hombres que buscan la
felicidad es decir a hombres que buscan la verdad, porque la diferencia entre
el hombre y los animales reside en que para estos últimos vivir consiste en
adaptarse perfectamente al medio ambiente al ecosistema en el que están, en
cambio, para el hombre vivir consiste en buscar aquello que ningún medio
ambiente le puede dar la felicidad.
En
el corazón del hombre hay un ansia de la búsqueda de la verdad del bien y de
belleza que es Dios en la esencia de su Ser. Estas tres realidades (Verdad,
bondad Y Belleza); son la felicidad en un estado perfecto en donde todo es
verdadero.
Los animales no buscan la felicidad se
conforman con no morir o simplemente existir, en la actualidad parece que
algunos que se conforman con no morir y nada más y eso nos tiene que hacer
pensar. Si los hombres están dispuestos a “perder la vida” con tal de alcanzar
esa plenitud de verdad de bien y de belleza que llamamos felicidad.
Cuando vemos a alguien busca en verdad la felicidad, solo la puede encontrar en una persona, en la belleza de un hombre verdadero que es Jesús; porque es Él que se presenta como el que viene a colmar esa sed de felicidad, por eso Jesús dijo: Él que tenga sed que venga a mí y beba. Jesús habla precisamente de la sed del corazón y se presenta como la respuesta a esa sed de verdad de bien y de belleza, ÉL se presenta como: Yo soy la verdad, Yo soy la luz del mundo. Se presenta como la resurrección y la vida y como Él es la vida: Yo soy la vida, Yo Soy el pan de la vida, el que me coma vivirá por mí; se presenta también como la belleza porque quienes le han conocido y tratado percibieron la gloria y la majestad de su esplendor y su belleza.
El apóstol San juan escribió y hemos contemplado su gloria, siempre
que le demos gloria hemos de pensar siempre en la belleza, la gloria que recibe
del Padre. Y Jesús, como hijo único de Dios está lleno de gracia y de verdad.
San
Pedro también por su parte afirma, hemos visto con nuestros propios ojos su
majestad o sea su gloria, su belleza. El evangelio supone por lo tanto que los
hombres quienes les interesa la verdad, el bien y la vida, estos hombres buscan
a Jesús que es la felicidad y la vida misma. Hemos encontrado al Mesías exclamaban
con alegría los apóstoles; por eso, el primer enemigo del evangelio es la superficialidad,
es decir, esa actitud por la que los hombres se quedan atrapados en la
apariencia inmediata de las cosas y no escudriñan en su propio corazón para
descubrir la sed profunda que hay en ese corazón.
El
mundo, la sociedad actual censura el silencio, la oración y la escucha del
corazón y lo hace mediante la multiplicación de los intereses inmediatos; lo
que implica morder ese anzuelo independiente de los intereses inmediatos, lo
atrapa la inmediatez, el ruido y vértigo exterior; hasta que no cambie claro; su
interés por las cosas que el mundo le ofrece, esto le impide abrir sus oídos al
evangelio que es la Palabra que da vida al mundo. Termina el hombre
contemporáneo de hoy absorto y con toda su atención en el hedonismo de los
bienes materiales y así queda inmerso en la superficialidad que el “mundo “le
ofrece y no le quedan energías para abordar el camino hacia su propio corazón.
Es
imprescindible hoy, en primer lugar, reflexionar y decidir en nuestra vida de
oración y de fe, hasta dónde voy a dejar entrar al mundo y sus insistencias en
mi vida y establecer una línea roja, una frontera más allá de la cual no le voy
a dejar entrar. Esta postura es casi imposible en este mundo globalizado, para
la mayoría incluso por razones laborales. Pero lo que siempre es posible es el
limitar el número de horas que permitiré que mi atención esté ocupada en
determinadas actividades.
En
segundo lugar, lo que debemos hacer es recuperar el silencio interior es una
decisión de la voluntad de guardar silencio y nace de la conciencia de que en
realidad es el silencio quien nos guarda a nosotros, nosotros decimos hay que
guardar silencio, pero es que en realidad que es el silencio quien nos guarda a
nosotros porque, el silencio es el que permite que nos encontremos con nuestro
propio corazón y que descubramos lo que de verdad anhelamos y necesitamos.
Estar
en silencio antes que callar, supone
detenernos en una cierta medida a la cantidad de estímulos exteriores que nos llegan desde el mundo desde
la sociedad, porque la sociedad nos trata como si fuéramos una terminal de
recepción de datos, nos está bombardeando siempre con multitud de datos y el silencio supone detener, eso por lo menos
hasta cierto punto; supone desarrollar en nosotros la capacidad de “desconectarnos”,
quién lo iba a decir que desconectarse
iba a convertirse en un gesto
revolucionario ; pues la revolución hoy en día es la búsqueda de la paz y de la verdad; para encontrar la paz interior se comienza por decir una cosa tan sencilla como:<<quiero estar conmigo mismo y con Dios >>. Cuando San Benito se marchó Al monte Subiaco
dice su biógrafo, que se marchó y retiro a habitar consigo mismo, San Benito, vivía
en Roma, pero veía como día a día había demasiado ruido y al final se fue a la
cueva de Subiaco a habitar consigo mismo y encontrase con Dios.
Si
no hacemos silencio interior nos
convertimos en un elemento más del mundo de ahí la importancia de los retiros¸;
es curioso esta palabra retiro; retiro
significa desaparecer me retiro me voy de retiro o sea desaparezco del ruido del
mundo de esta red de relaciones y me ocupo más y más intensamente de lo que no
es del mundo de Dios y su reino. El señor Jesus le dijo a Pilato que era un buen representante
del mundo, le dijo mi Reino no es de este mundo, mi Reino no es de aquí como
diciéndole a Pilato, es difícil que me entiendas porque tú eres un elemento del
mundo estás metido hasta las cejas en el mundo eres un servidor del emperador
pero mi reino no es de este mundo mi Reino no es de aquí.
San
Jerónimo, tiene una frase preciosa que dice así, << aunque por culpa
nuestra perdimos el paraíso añoramos no obstante la antigua felicidad incapaces
de olvidarla>>, es decir, San Jerónimo está convencido de que en
nosotros hay una nostalgia del paraíso que, en nuestra memoria, hay algún
rincón en el que hay como un recuerdo de esa época felicidad y armonía perfecta
de la existencia humana anterior al pecado. Cuando la verdad del vivir y la
belleza nos acompañaban todas las tardes a toda hora y en todo momento, como
dice el libro del génesis porque el Dios estaba en medio del jardín y bajaba
podríamos decir a cenar con Adán y Eva, estaban juntos eso era el paraíso, el
paraíso es Dios en medio de los hombres es la verdad del bien y la belleza que es
Cristo junto con nosotros.
San Jerónimo cree que en algún rincón de nuestra memoria espiritual hay como un recuerdo del paraíso como una nostalgia de un lugar en el que no hemos estado pero que nosotros sabemos que ha existido y que es real y que a ese lugar se puede volver. Añoramos algo de lo que no tenemos, es un recuerdo claro pero que sabemos que corresponde a los anhelos de nuestro corazón y que es posible volver a ese estado de gracia original; porque en un tiempo lejano fue real es como una instancia que hay en nosotros y nos anima a volver al paraíso a volver a una comunión plena con Dios. Nuestro verdadero ser y nuestra identidad más profunda no es el vértigo de la libertad que se entrega al pecado, sino la alegría de la inocencia primera, que confía en Dios y se abandona a Él.
El
pecado hermanos nos atrae, nos atrae como una serpiente, como esas serpientes
que envenenan y atrapan e inmovilizan a la presa antes de engullirla. El pecado
es así, y tiende a hipnotizarnos y nos ofrece la fascinación de un vértigo de
una caída sin fondo, con nostalgia pérdida del paraíso el camino para llegar a
ver a Dios; es estar alegres en medio de las pruebas y el sufrimiento con la de
la inocencia y seguridad de un niño en los brazos de su madre, que confía en Dios
y se abandona en Él. Este es el camino, eso es
lo que hay que hacer, porque dice el Señor si no os hacéis como niños no
entrareis en el Reino de los cielos.
El
salmo 118 dice que: <<Correré por el camino de tus mandatos cuando me
ensanches el corazón >>. Por lo tanto, para acoger el evangelio debemos
de bajar a nuestro corazón, pero ahora damos un paso más y decimos tenemos que
dilatar el corazón, porque si no el evangelio no cabe en nuestro corazón, para
recorrer el camino de cristo hace falta dilatar el corazón, porque como escribe
San Juan ;<< Dios es más grande que nuestro corazón>>.
En
efecto, lo que nuestra razón entiende como la verdad, el bien y la belleza
queda desbordado en cuanto empezamos a conocer a Jesucristo en cuanto empezamos
a conocer el Dios que nos revela Jesucristo que es el único Dios que existe que
es el único Dios verdadero; por ejemplo, para contemplar la idea de verdad que tenemos se
tiene que dilatar nuestro corazón y la razón a la luz del Espíritu Santo, para
acoger al Dios uno y trino; porque si no, la idea de verdad que tenemos los
hombres de una manera natural se sostiene en el principio de identidad, por el cual
decimos que una cosa es esa cosa y es real.
Pero
cuando conocemos al Dios que sobrepasa todo entendimiento humano o angélico, se
nos revela Jesucristo al partir el pan como a los discípulos de Emaús porque Él
está realmente presente en las apariencias del pan y del vino, revelado y
escondido en la Eucaristía; hemos de confesar y creer en esta verdad revelada, para
poder estar en comunión con la Santísima Trinidad. Para entender este sagrado
Misterio que Dios es uno y es al mismo tiempo trino, y que son las tres
personas realmente distintas, entre sí que constituyen el único Dios verdadero.
El
encuentro con Jesucristo nos enfrenta ante la
decisión de dilatar el corazón y dilatar
también la razón, la idea de bien que la razón tiene se ciñe al orden de la
justicia, la idea de bien que tenemos todos de manera natural consiste en dar a
cada uno lo que le corresponde de acuerdo a San Agustín ; mientras que el Dios
que nos revela Jesucristo rebasa por completo el orden de la justicia, sin
negarlo, pero lo sobrepasa mediante su misericordia hasta el punto que para Él;
hacer justicia significa que su hijo Jesucristo muera en la cruz en lugar
nuestro para que nosotros seamos hechos justos por su sangre.
Dios
es más grande que la justicia y por lo tanto hay que acoger a Dios en nuestros
corazones, este bien que va más allá de la justicia se llama misericordia, es la
idea de belleza que la razón tiene y piensa siempre. La belleza, como armonía y
como hermosa apariencia; mientras que la fe cristiana declara que el más bello
de los hombres es Jesucristo; aquel que no tenía apariencia ni presencia que
era despreciable y desecho de los hombres como uno ante el cual se oculta el
rostro estas son las palabras del profeta Isaías que se cumplen en la pasión de
Cristo; sin embargo, de ese rostro escupido, flagelado escarnecido coronado de
espinas sangrante de ese rostro, que da miedo mirar. se oculta a los hombres el
misterio y el resplandor de su belleza…
El
salmo 44 dice: <<Eres el más bello de los hombres>>; por lo tanto,
también hay que ensanchar el corazón y la mente para un nuevo concepto de belleza.
El evangelio supone no sólo caminar hacia el propio corazón, sino además
dilatarlo, nuestra fe nos pide una dilatación del corazón y de la razón, para
acoger el misterio de un Dios que nos rebasa y que lleva nuestra esperanza,
mucho más allá de cuanto nosotros podíamos imaginar. San Pablo escribe,lo que
ni el ojo dio ni el oído yo ni al corazón del hombre llegó lo que Dios ha preparado
para los que le aman y a nosotros nos lo ha revelado por medio del Espíritu y
el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios.
El
papa Benedicto XVI , en su encíclica sobre la esperanza, recuerda a Santa Josefina
Bakhita, que era una esclava Sudanesa, que pasó por varios dueños que la
maltrataron, unos y en cualquier caso todos la consideraban como lo que era
para ellos una esclava, alguien a su servicio hasta que las circunstancias de
la vida; por no decir más bien la providencia hizo que llegara a Europa y aquí
conoció el cristianismo, conoció a Dios y entonces para ella Dios fue su nuevo
y definitivo amo, un amo que a diferencia de los demás, la amaba por sí misma
con un amor infinito y no la amaba por
los trabajos que hacía por los servicios que prestaba, sino por ser ella misma y ella se consagró por
completo a la vida religiosa a ese nuevo
Amo que encontró a través del conocimiento de Jesucristo. Bakhita, abrazo la felicidad plena
y esta esperanza que nunca había tenido hasta ese momento, su esperanza era y
se limitaba solo a que no la maltratasen, con eso tenía bastante, pero después de
este encuentro con Jesucristo al contemplar un crucifijo ante el Sagrario, a
partir de ese momento, descubrió, la esperanza de llegar a ver a Dios cara a cara
como le veremos tal cual es.
Para
terminar, oremos: Padre en ti esta la Verdad bondad felicidad y la belleza, te
suplicamos que derrames sobre nosotros tu Espíritu Santo, que Él nos de la
fortaleza para superar la superficialidad que nos envuelve y caminar hacia
nuestro propio corazón, acogiendo, la sed y la felicidad unidos al corazón de Jesús.
Concédenos contemplar tu rostro en nosotros desfigurado por el pecado y la
nostalgia del paraíso perdido, Ensancha nuestro corazón y entendimiento hasta
que seamos capaces de acoger tu inmenso amor hacia todos los hombres, por Jesucristo
nuestro Señor, Así sea.
+++Bendiciones…
Fuente Bibliográfica: Reflexiones del Pbro.: Fernando Colomer Fernández.