Ana Catalina
Emmerick, Beata
Beatificada el 3 de Octubre, 2004
Mística alemana: 1774-1824
Religiosa agustina
+Alma víctima, ofreció enormes sufrimientos viviendo la Pasión
de Nuestro Señor. Dios le concedió muchos dones místicos, entre ellos,
visiones, estigmatización, locución, éxtasis, etc.
+En los últimos años de su vida se sustentaba solamente de la
Santa Eucaristía.
+ Fue exclaustrada a la fuerza por la invasión napoleónica.
Inválida y estigmatizada, vivió la pasión de Jesucristo.
+ Escribió sobre la vida de Jesús. Algunos segmentos:
+Nacimiento de Jesús+La
Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, (libro que inspiró a Mel Gibson a
filmar «La Pasión»); -“La Vida de La Santísima Virgen María” y “La Vida de
Nuestro Señor”.
La Resurrección Según La Vision De La Beata Ana Catalina Emmerick:
Cuando se acabó el sábado, Juan
fue con las santas mujeres, las consoló. Pero no podía contener sus propias
lágrimas por lo que se quedó con ellas solo un corto espacio de tiempo.
Entonces, Pedro y Santiago el menor fueron también a verlas con el mismo propósito
de confortarlas. Ellas prosiguieron con su pena después de que ellos se fueran.
Vi el alma de Nuestro Señor entre
dos ángeles ataviados de guerreros; era luminosa, resplandeciente como el sol
del mediodía, la vi atravesar la piedra y unirse con el Sagrado Cuerpo. Vi
moverse sus miembros, y el Cuerpo del Señor, unido con su alma y con su
divinidad, salir de su mortaja brillante de luz.
En ese mismo instante me pareció
que una forma monstruosa, con cola de serpiente y una cola de dragón salía de
la tierra debajo de la peña, y que se levantaba contra Jesús. Creo que también
tenía una cabeza humana. Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un
estandarte. Jesús pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con
el palo de su bandera. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del
dragón y quedó solo la cabeza humana.
Yo había visto muchas veces esta
misma visión antes de la Resurrección y una serpiente igual a la que estaba
emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó también la serpiente del
paraíso, pero está todavía era más horrorosa. Creo que era una alegoría de la
profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente", y
me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando Nuestro Señor
aplastó la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.
Jesús resplandeciente, se elevó
por medio de la peña. La tierra tembló. Uno de los ángeles guerreros, se
precipitó del cielo al sepulcro como un rayo, apartó la piedra que cubría la
entrada y se sentó sobre ella. Los soldados cayeron como muertos y
permanecieron en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar
en el sepulcro se acercó, tocó los lienzos vacíos y se fue con la intención de
anunciar a Pilato lo sucedido. Sin embargo aguardó un poco porque había sentido
el terremoto y había visto al ángel apartar la piedra a un lado y el sepulcro
vacío. Más no había visto a Jesús.
Mientras la Santísima Virgen
oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino a
decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porque Nuestro Señor estaba
cerca.
El corazón de María se inundó de gozo; se envolvió en su manto y se fue,
dejando allí a las santas mujeres sin decir nada a nadie. Le vi encaminarse
deprisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde había entrado con sus
compañeras al volver del sepulcro. Caminaba con pasos apresurados, cuando la vi
detenerse de pronto en un sitio solitario. Miró a lo alto de la muralla de la
ciudad y el alma de Nuestro Señor, resplandeciente, bajó hasta su Madre
acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose hacia
ellos dijo: "He aquí a María, he aquí a mi Madre". Pareció darle un
beso y luego desapareció.
En el mismo instante en que un
ángel entraba en el sepulcro y la tierra temblaba vi a Nuestro Señor resucitado
apareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido
que parecía una copa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado, como el humo
visto a la luz del sol. Sus heridas resplandecían, y se podían ver a través de
los agujeros de las manos. Rayos luminosos salían de las puntas de sus dedos.
Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador
mostró sus heridas a su Madre, que se posternó para besar sus pies, mas Él la
levantó y desapareció. Se veían luces de antorchas a lo lejos cerca del
sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalén.
La Santa Virgen cayó de rodillas
y besó el lugar donde había aparecido su Hijo. Debían ser las nueve de la
noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que
había tenido la había llenado de un gozo indecible. Y regresó confortada junto
a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y
perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado,
consoló a las demás y las fortaleció en su fe
La Santa Virgen se unió a la
preparación de los bálsamos que las santas mujeres habían empezado a elaborar
en su ausencia. La intención de ellas era ir al sepulcro antes del amanecer del
día siguiente, y verter esos perfumes en el Cuerpo de nuestro Señor.
+Las
santas mujeres:
Estaban las mujeres cerca de la
pequeña puerta de Nicodemus cuando Nuestro Señor resucitó pero no vieron nada
de los prodigios que habían acontecido en el sepulcro. Tampoco sabían que
habían puesto allí una guardia, porque no habían ido la víspera a causa del
sábado. Mientras se acercaban se preguntaban entre sí con inquietud:
"¿Quién nos apartará la piedra de la entrada?" Querían echar agua de
nardo y aceite aromatizado con flores sobre el Cuerpo de Jesús. Querían ofrecer
a Nuestro Señor lo más precioso que pudieran encontrar para honrar su
sepultura. La que había llevado más cosas era Salomé, no la madre de Juan, sino
una mujer rica de Jerusalén, pariente de san José. Decidieron que, cuando llegaran,
dejarían sus perfumes sobre la piedra y esperarían a que alguien pasara para
apartarla. Los guardias seguían tendidos en el suelo y las fuertes convulsiones
que los sacudían, demostraban cuán grande había sido su terror.
La piedra
estaba corrida hacia la derecha de la entrada, de modo que se podía penetrar en
el sepulcro sin dificultad. Los lienzos que habían servido para envolver a
Jesús estaban sobre el sepulcro. La gran sábana estaba en su sitio pero sin su
Cuerpo. Las vendas habían quedado sobre el borde anterior del sepulcro, las
telas con que María Santísima había envuelto la cabeza de su Hijo estaban en
donde había reposado esta.
Vi a las santas mujeres acercarse
al jardín, pero, cuando vieron las luces y los soldados tendidos alrededor del
sepulcro, tuvieron miedo y se alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en
el peligro, entró precipitadamente en el huerto y Salomé la siguió a cierta
distancia. Otras dos, menos osadas se quedaron en la puerta. Magdalena, al
acercarse a los guardias, se sintió sobrecogida y esperó a Salomé; las dos
juntas pasaron entre los soldados caídos en el suelo y entraron en la gruta del
sepulcro.
Vieron la puerta apartada de la entrada y cuando, llenas de emoción
penetraron en el sepulcro, encontraron los lienzos vacíos. El sepulcro
resplandecía y un ángel estaba sentado a la derecha sobre la piedra. No sé si
Magdalena oyó las palabras del ángel, mas salió perturbada del jardín y corrió
rápidamente a la ciudad, donde se hallaban reunidos los discípulos.
No sé
tampoco si el ángel habló a María Salomé, que había quedado en la entrada del
sepulcro, pero la vi salir también muy deprisa del jardín, detrás de Magdalena,
y reunirse con las otras dos mujeres anunciándoles lo que había sucedido. Se
llenaron de sobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevieron a
entrar. Casio que había esperado un rato,
pensando quizá que podía ver a Jesús, fue a contárselo todo a Pilato.
Al salir
se encontró con las santas mujeres, les contó lo que había visto y las exhortó
a que fueran a asegurarse por sus propios ojos. Ellas se animaron y entraron en
el huerto. A la entrada del sepulcro vieron a dos ángeles vestidos de blanco.
Se asustaron y se cubrieron los ojos con las manos y se postraron en el suelo;
pero uno de los ángeles les dijo que no tuvieran miedo y que no buscaran allí
al crucificado porque había resucitado y estaba vivo. Les mostró el sudario
vacío y les mandó decir a los discípulos lo que habían visto y oído añadiendo
que Jesús les predecería en Galilea y que recordaran sus palabras: "El
Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores que lo crucificarán
pero Él resucitará al tercer día. Entonces los ángeles desaparecieron.
Las
santas mujeres temblando pero llenas de gozo se volvieron hacia la ciudad.
Estaban sobrecogidas y emocionadas; no se apresuraban sino que se paraban de
vez en cuando para mirar a ver si veían a Nuestro Señor o si volvía Magdalena. Mientras tanto Magdalena había ya
llegado al cenáculo, estaba fuera de sí y llamó a la puerta con fuerza. Algunos
discípulos estaban todavía acostados. Pedro y Juan le abrieron. Magdalena les
dijo desde fuera: "Se han llevado el Cuerpo del Señor y no sabemos a dónde
lo han llevado".
Después de estas palabras se volvió corriendo al huerto.
Pedro y Juan entraron alarmados en la casa y dijeron algunas palabras a los
otros discípulos. Después la siguieron corriendo; Juan más deprisa que Pedro. Magdalena entró en el jardín y se
dirigió al sepulcro. Llegaba trastornada por su dolor y sus carreras, cubierta
de rocío con el manto caído y sus hombros descubiertos al igual que sus largos
cabellos. Como estaba sola no se atrevió a bajar a la gruta y se detuvo un
instante en la entrada. Se arrodilló para mirar adentro del sepulcro y al echar
hacia atrás sus cabellos que caían por su cara vio dos ángeles vestidos de
blanco sentados a ambos extremos del sepulcro. Oyó la voz de uno de ellos que
decía: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella gritó en medio de su dolor,
pues no repetía más que una cosa y no tenía más que un pensamiento al saber que
el Cuerpo de Jesús no estaba allí: "Se han llevado a mi Señor y no sé
dónde lo han puesto".
Después de estas palabras se puso a buscar
frenéticamente aquí y allá pareciéndole que iba a encontrar al Salvador,
presintiendo confusamente que iba a encontrarlo y que estaba cerca de ella. Ni
la aparición de los ángeles podía distraerla de este pensamiento. Parecía que
no se diera cuenta de que eran ángeles y no podía pensar más que en su Maestro:
"Jesús no está ahí, ¿dónde está Jesús?". La vi moverse de un lado a
otro como el que ha perdido la razón.
El cabello le caía sobre amos
lados sobre la cara, se lo recogió con las manos echándoselo hacia atrás y
entonces, a diez pasos del sepulcro, en el oriente, donde el jardín sube hacia
la ciudad vio aparecer una figura vestida de blanco, entre los arbustos a la
luz del sepulcro y corriendo hacia él oyó que le dirigía estas palabras:
"Mujer ¿por qué lloras?" Creyó que era el huertano porque llevaba una
azada en la mano y sobre la cabeza un sombrero ancho, que parecía hecho de
corteza de árbol. Yo había visto bajo esta forma al jardinero de la parábola de
Jesús que contara en Betania a las santas mujeres poco antes de su Pasión. No
resplandecía sino que era como un simple hombre vestido de blanco a la luz del
crepúsculo.
Él le preguntó de nuevo: "¿Por qué lloras?" Entonces ella
en medio de sus lágrimas respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no
sé a dónde. Si lo has visto dime dónde está y yo iré a por Él." Y volvió a
dirigir la vista frenéticamente a su alrededor. Entonces Jesús le dijo con su
voz de siempre: "¡Magdalena!" Ella reconociendo su voz y olvidando
crucifixión, muerte y sepultura, como si siguiera vivo dijo volviéndose
repentinamente hacia Él: "¡Rabí!" postrándose de rodillas ante Él,
con sus brazos extendidos hacia los pies del Resucitado. Pero Él la detuvo
diciéndole:
"No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre. Ve a
decirles a mis hermanos que subo hacia mi Padre y Vuestro Padre, hacia mi Dios
y Vuestro Dios" y desapareció.
Jesús le dijo que no le tocara a
causa de la impetuosidad de ella, que pensaba que Él vivía la misma vida que
antes. En cuanto a las palabras de "aún no he subido a mi Padre"
quería expresar que aún no había dado las gracias al Padre por la obra de la
Redención, a quién pertenecen las primicias de la alegría. Pero ella en el
ímpetu de su amor, ni siquiera se daba cuenta de las cosas grandes que habían
pasado. Lo único que quería era poder besar sus pies como antes.
Después de un momento de
perturbación Magdalena corrió al sepulcro, donde seguían los ángeles, que le
repitieron las mismas palabras que habían dicho alas otras mujeres, que no
buscaran allí al Crucificado porque había resucitado como había predicho.
Segura entonces del milagro salió a buscar a las santas mujeres encontrándolas
en el camino que conduce al Gólgota.
Toda esta escena no duró más de
tres minutos. Eran las dos y media cuando Nuestro Señor se había aparecido a
Magdalena y Juan y Pedro llegaban al jardín justo cuando ella acababa de irse.
Juan entró el primero deteniéndose a la entrada del sepulcro. Miró por la
piedra apartada y vio que estaba vacío.
Después llegó Pedro y entró en la gruta
donde vio los lienzos doblados. Juan le siguió e inmediatamente creyó que había
resucitado y ambos comprendieron claramente todas las palabras que les había dicho.
Pedro escondió los lienzos bajo su manto y volvieron corriendo. Los ángeles
seguían allí pero creo que Pedro no los vio. Juan dijo más tarde a los
discípulos de Emaús que había visto desde fuera a un ángel.
En ese momento los guardias
revivieron, se levantaron y recogieron sus picas y faroles. Estaban
aterrorizados. Yo los vi correr hasta llegar a las puertas de la ciudad.
Mientras tanto Magdalena contó a las santas mujeres que había visto a Nuestro
Señor y lo que los ángeles le habían dicho; luego se volvió a Jerusalén y las
mujeres al jardín creyendo que allí encontrarían a los dos Apóstoles. Cuando ya
estaban cerca Jesús se les apareció vestido de blanco y les dijo: "Yo os
saludo". Ellas se echaron a sus pies anonadadas. Él les dijo algunas
palabras y parecía indicarles algo con la mano. Luego desapareció.
Entonces las santas mujeres
corrieron al cenáculo y contaron a los discípulos que quedaran allí, lo que
habían visto. Ellos no querían creerlas ni a ellas ni a Magdalena, calificando
todo lo que les decían de sueños de mujeres, hasta que volvieron Pedro y Juan.
Al regresar estos se habían encontrado también con Tadeo y Santiago el menor,
que los habían seguido y estaban muy conmovidos, ya que Nuestro Señor se les
había aparecido a ellos también cerca del cenáculo. Yo había visto a Jesús
pasar delante de Pedro y de Juan y me pareció que Pedro lo vio porque lo vi
sobrecogerse súbitamente. No sé si Juan lo reconoció.
+Los
guardias:
Casio fue a ver a Pilato una hora
tras la Resurrección cuando aún el Gobernador romano estaba durmiendo. Le contó
emocionado cuanto había visto en el huerto. Le relató sobre el temblor de la
peña y cómo un ángel había apartado la piedra del sepulcro y que los lienzos
quedaran vacíos. Le dijo que Jesús de Nazaret era efectivamente el Mesías, el
Hijo de Dios y que, verdaderamente había resucitado.
Pilato escuchó todo el
relato con terror escondido y sin querer demostrarlo dijo a Casio: "Eso
son supersticiones, has cometido una necedad acercándote tanto al sepulcro del
Galileo, sus dioses se han apoderado de ti y te han hecho ver todas esas
visiones fantásticas que ahora me cuentas. Te aconsejo que no digas nada de
esto a los sacerdotes, porque ellos podrían perjudicarte". Hizo como si
creyera que los discípulos hubieran robado y escondido el Cuerpo de Jesús
mientras los guardias se habían dormido borrachos y que contaban esas
supercherías para no declarar y reconocer su negligencia. Cuando Pilato hubo
dicho todo esto y Casio se fue, él corrió a ofrecer sacrificios a sus dioses.
Los cuatro soldados que habían
estado custodiando el sepulcro llegaron a continuación y relataron a Pilato lo
mismo que Casio, pero él no queriendo escucharles más, los envió a Caifás. Los
demás soldados estaban ya en el templo donde se habían reunido muchos ancianos
judíos, ante los que narraban lo que había ocurrido en el huerto del sepulcro.
Después de las deliberaciones, los ancianos cogieron a los soldados uno a uno y
a fuerza de dinero o amenazas, los fueron convenciendo para que contaran que
los discípulos se habían llevado el Cuerpo de Jesús mientras ellos dormían.
Los
soldados dijeron que sus compañeros habían ido a casa de Pilato a contarles lo
mismo y que les iban a contradecir, pero los fariseos les prometieron que lo
amañarían todo con el gobernador. En esto llegaron los soldados que habían ido
a casa de Pilato y se negaron a rectificar lo que le habían contado a este. Se había ido corriendo el rumor
de que José de Arimatea se había librado milagrosamente de la prisión.
Así que
cuando los soldados fueron acusados por los fariseos de haberse dejado sobornar
por los discípulos de Cristo para dejarles llevarse el Cuerpo y amenazados con
fuertes castigos por no presentar el cadáver de Jesús, los soldados dijeron que
cómo era que no castigaran también a los que no habían podido custodiar y
presentar el de José. Algunos que se mantuvieron firmes en lo que habían dicho
y hablaron libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo en que se
había interrumpido la Pascua, fueron enviados a la cárcel. Los demás
difundieron el embuste que fue extendido por los saduceos, herodianos y
fariseos, esparciéndolo por todas las sinagogas y acompañándolo de injurias
contra Jesús.
Sin embargo todas esas calumnias
no consiguieron lo que pretendían, porque tras la Resurrección de Jesús, muchos
de los judíos de la ley antigua se aparecieron a muchos de sus descendientes
que eran capaces de recibir la gracia, exhortándolos a que se convirtiesen.
Muchos discípulos dispersados por el país y atemorizados, vieron también apariciones
semejantes que los consolaron y afirmaron en la Fe.
La aparición de los muertos que
salieron de sus sepulcros no tenían el aspecto de Jesús Resucitado, renovado y
con su Cuerpo glorificado, no sujeto a la muerte, con el que subió al cielo
ante sus discípulos; sino que esos cuerpos que habían salido del sepulcro para
dar testimonio de Cristo, eran simples cadáveres, prestados como vestiduras a
las almas que los habían habitado, para luego volver a dejarlos nuevamente en
la tierra, hasta que resuciten como todos nosotros el día del Juicio Final.
Ninguno resucitó como Lázaro, que realmente volvió a la vida y luego murió por
segunda vez.
+Final
de las visiones de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús:
El domingo siguiente, si mal no
recuerdo, vi a los judíos lavar y purificar el Templo ofreciendo sacrificios
expiatorios, escondiendo las señales del terremoto con tablas y alfombras y
continuaron las celebraciones de la Pascua que se habían interrumpido. Dijeron
que no se habían podido terminar aquel mismo día por la presencia de impuros al
Templo y aplicaron no sé de qué modo, una visión de Ezequiel sobre la
resurrección de los muertos. Amenazaron con graves castigos a los que
murmuraran o hablaran; sin embargo no calmaron sino a la parte del pueblo más
ignorante e inmoral. Los mejores se convirtieron primero en secreto y después
de Pentecostés, abiertamente.
El Sumo Sacerdote y sus acólitos
perdieron una gran parte de su osadía al ver que la doctrina de Jesús se
propagaba tan rápidamente. En el tiempo del diaconado de San Esteban, Ofel y la
parte oriental del Sión no podían contener la comunidad cristiana y fueron
ocupando el espacio que se extiende desde la ciudad hasta Betania.
Vi a Anás como poseído por el
demonio y al final fue confinado para no volver a ser visto nunca más
públicamente. La locura de Caifás era menos evidente exteriormente, en cambio
era tal la violencia de la rabia secreta que lo devoraba, que acabó perturbado
en su raciocinio.
El jueves después de la Pascua,
vi a Pilato hacer buscar a su mujer inútilmente por la ciudad. Estaba escondida
en casa de Lázaro, en Jerusalén. No podían adivinarlo, pues ninguna mujer
habitaba en aquella casa. Esteban, que era primo de San Pablo, le llevaba
comida y le contaba lo que sucedía en la ciudad. También vi a Simón el Cirineo
el día después de la Pascua; fue a ver a los Apóstoles y les pidió ser
instruido y bautizado por ellos. Casio dejó la milicia y se juntó con los
discípulos. Fue uno de los primeros que recibieron el bautismo, después de
Pentecostés, junto con otros soldados convertidos al pie de la Cruz.
+++
Bendiciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario