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domingo, 4 de noviembre de 2018

Sanación interior del Pecado Capital de La Envidia


 +Sacrificio de Caín y Abel+
Sine sanguinis fusione non fit remissio
(Sin derramamiento de sangre no hay remisión).

El pecado de la envidia es el más oculto por que produce vergüenza y se manifiesta con tristeza al ver el reconocimiento del otro, del hermano. La envidia se manifiesta con la rabia o ira por el triunfo del otro o la alegría en el fracaso del otro. El envidioso no quiere que el otro disfrute del bien que posee. 

En el tratado de los pecados capitales, se ha dicho que son disposiciones de la avidez y deseo del alma y que estos pueden ser cambiados. Es cierto que, nos sentimos felices y dichosos y bienaventurados cuando somos humildes y sencillos. Bendecir por el que sentimos envidia, nos ayuda a vencer la envidia y cambiar así el odio por amor fraterno.

El envidioso no quiere que el otro brille y suscite admiración de los demás; veamos un ejemplo es el de Caín y Abel en el Sacrificio de alabanza como propiciatorio y oblación agradable a Dios en las Sagradas Escrituras.

Génesis 4; 1,12 Caín y Abel.

Conoció el hombre a Eva, su mujer, que concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahvé.» Volvió a dar a luz y tuvo a Abel, su hermano. Fué Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahvé una población de los frutos del suelo. También Abel hizo una población de los primogénitos de su rebaño y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahvé dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.

Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» Replicó Yahvé: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. 

El abatimiento y tristeza que embargan al alma por la envidia es la reacción subsiguiente de una pasión desordenada frente a la felicidad del otro; Caín no soporta ver a su hermano lo quiere desaparecer, lo quiere asesinar; he aquí el primer paso para llegar a el fratricidio de Caín sobre Abel su hermano.

Una cosa es sentir y otra es consentir: sentir es una reacción externa ante determinada situación y el consentir es un acto interior y exterior de una pasión en plena libertad de la conciencia y  la voluntad. Por esta razón, interpela Dios a Caín para dominar y rechazar la tentación del pecado de la envidia: «¿Por qué te enojas y pones mala cara?», le dice Dios a Caín; si hicieras lo bueno podrías levantar la Cara, pero como no lo haces el pecado te está esperando el momento de dominarte, sin embargo, tú puedes dominarlo a él.

+Cuando la fiera serpiente de la codicia del bien espiritual y material del otro ha entrado en el paraíso del Alma, se opone al plan y a la amistad de Dios, separa y divide la armonía y paz con el prójimo.

+La Muerte entro al mundo por la envidia del Diablo, Libro de la Sabiduría. (Sab 1,24). Diabulus (en latín) = Divisor: Invidere = envidioso.

+El envidioso no puede soportar al otro «no lo pude ver». El envidioso rompe la amistad con Dios y con su hermano.

+La justicia es la amistad entre Dios y el Hombre, levantar el corazón a Dios nos ayuda a vencer la envidia  y no codiciar el bien del otro...

+En nuestra alma hay desiertos, valles, collados donde aparecen o resurgen animales y bichos ponzoñosos que hay que dominar y ponerlos a raya.

+La envidia tiene su origen en «no querer ver» a su hermano y más tarde, Caín es acusado de muerte (pensamiento Secreto y escondido). 

¿A caso soy yo el guardián de mi hermano? La sola presencia del hermano le es insoportable. La envidia se da regularmente con alguien próximo y cabila en sus pensamientos diciendo: «Sometámoslo al martirio y a la Prueba para ver de que está hecho». La envidia es la cabeza de la maledicencia y malevolencia. El envidioso es ávaro y se entristece por los dones y virtudes del otro. El envidioso continuamente se compara con el otro. Tiene carencias en su ser, a todos nos faltan cosas nadie lo tiene todo. «El otro es la manera que yo no soy».

La sangre del Justo Abel y la de todos los mártires e inocentes que ofrecieron con sus vidas en oblación como ofrenda pura clama al Cielo, pero por un designio de Dios, esta sangre es la semilla de los nuevos cristianos, como lo afirmaba Tertuliano en su testimonio a mediados del siglo II, D.C.

Efectos corporales de la envidia: el envidioso se pone verde, pálido o libidinoso. El color verde lo asocian con la envidia como el rojo del colérico. El envidioso manifiesta este pecado Capital y se dice así mismo: yo quiero ser el más Santo, yo quiero ser el más Sabio, quiere ser el primero en todo. Y solo Jesús es el primero y el último (Apoc 1,8). El Señor nos enseña que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros(Mat.20,1,16); no debemos, pues, inclinarnos a querer ocupar el primer lugar; al contrario, debemos Amar a Dios, sobre todas las cosas y al prójimo como nosotros mismos. He aquí el segundo engaño de la Serpiente antigua y la consecuencia del pecado de la soberbia porque la envidia es la hija del orgullo.

Rosetón de Catedral Notre Dame (Paris):

Un rosetón gótico en el arte medieval es un ícono compuesto por muchas piezas de cristal, es decir. Grandes pequeñas de diferentes tamaños formas y colores que conforman la imagen del icono; a semejanza de esta alegoría es la Jerusalén Celestial, edificada sobre piedras vivas en donde cada una tiene su esplendor y brillo, son las diferentes formas y tamaños que configuran el ícono y lo hacen armonioso y bello. Es en la unidad de un todo que los limpios de corazón y de todos los Santos y ángeles en el cielo se alegran y aumentan su gozo con la felicidad de todos los Bienaventurados. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y felicidad plena (1Tim 2,4). Nuestro Señor Jesucristo es en esencia la única Verdad, la Belleza, la bondad y el esplendor. La envidia es la mentira y engaño separan al hombre del amor fraterno, divide el corazón del hombre, lo enceguece y no permite la comunión con Dios y con el prójimo.

+El amor de Dios, fuente del amor al prójimo: 
San Francisco de Sales (Obispo y Doctor de la iglesia), en su tratado sobre el amor de Dios nos enseña que, así como Dios «creó al hombre a su imagen y semejanza» (Gn 1, 26), así también ha ordenado un amor para el hombre a imagen y semejanza del amor que se debe a su divinidad: «amarás, dice, al Señor tu Dios con todo tu corazón; es el primero y el más grande de los mandamientos. Ahora bien, el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» ¿Por qué amamos a Dios? «La causa por la cual amamos a Dios», dice San Bernardo, «es Dios mismo», como si dijera que amamos a Dios porque él es la soberanísima e infinita bondad. ¿Por qué nos amamos a nosotros mismos con caridad? Ciertamente, porque somos «imagen y semejanza de Dios». Y puesto que todos los hombres tienen esta misma dignidad, los amamos también como a nosotros mismos, es decir, en caridad de santísimas y vivientes imágenes de la divinidad.

Es en esta caridad de Dios no tiene ninguna dificultad en que llamarse nuestro Padre ni en llamarnos sus hijos; es en esta caridad que somos capaces de estar unidos a su divina esencia por el gozo de su soberana bondad y felicidad; es en esta caridad que recibimos su gracia y que nuestros espíritus están asociados al santísimo espíritu suyo, «hechos partícipes de su naturaleza divina» (2P 1,4) ... Es entonces así que la misma caridad que produce los actos del amor a Dios produce, igualmente, los del amor al prójimo. Así como Jacob vio que la misma escalera tocaba el cielo y la tierra, sirviendo a los ángeles tanto para bajar como para subir (Gn 28,12), sabemos también que un mismo amor sale de nosotros para amar a Dios y al prójimo.

La envidia espiritual y material por el bien del otro engendra: la tristeza, cólera, la ira y la ambición de poseer y codiciar los dones del prójimo. La causa del pecado de la envidia es la avaricia desenfrenada que arrastra al envidioso a asesinar por conseguir el bien que no posee. Sin embargo, los estados de ánimo incontrolados le impiden obrar el bien e inclinarse al mal y la perversidad obsesiva endurecen su corazón al negarse a no reconocer el bien del prójimo “su culpa es demasiado grande y “vaga errante” sin sentido por la vida....

El pecado capital de la envidia nos conduce al destierro y soledad y sólo puede ser desterrado del alma con una virtud contraria a este deseo y tentación desordenada, la humildad y el amor por el prójimo son el remedio y bálsamo contra la hiel y veneno de la envidia que amarga el alma del envidioso.

Cuando Dios le pregunta a Caín después de asesinar a Abel ¿dónde está tu hermano?, Caín responde a Dios: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Esta pregunta tiene una sabiduría profunda. En primer lugar, debemos estar atentos ante el ciudado y amor por el prójimo; en segundo lugar, nos invita a la vigilancia de nuestro corazón y conciencia, observando nuestros pensamientos para discernir nuestra inclinación al bien que debo hacer y el mal que no debo hacer como lo enseña San Pablo. La custodia de nuestro corazón es una práctica ancestral de meditación sobre los pensamientos obsesivos que provienen del maligno, por medio de un examen de conciencia se logra sacar a la luz los sentimientos negativos que se esconden y engendran muerte.

+++Bendiciones.

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