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jueves, 30 de enero de 2020

La Virtud Moral de la Justicia


La Justicia es la firme y constante voluntad de dar a cada uno de lo que es suyo. 
(Santo tomas de Aquino).

El hábito sobrenatural de la virtud de la justicia, como todas las demás virtudes infusas y dones del Espíritu Santo inclina el corazón del hombre constante y perpetuamente al bien», porque, como advierte Santo Tomás, «no basta para la razón de justicia que alguno 'quiera observarla esporádicamente en un determinado negocio, porque apenas habrá quien quiera obrar en todos injustamente, sino que es menester que el hombre tenga voluntad de conservarla siempre y en todas las cosas».

La palabra constante designa la firmeza de ese propósito, y la expresión perpetuamente, la intención de guardarlo siempre. —La justicia, como virtud, reside en la voluntad, no en el entendimiento, ya que no se ordena a dirigir un acto cognoscitivo (como la prudencia), sino a regular las relaciones debidas a los demás, o sea, el bien honesto en las operaciones, que es el objeto de la voluntad.

Al dar a cada uno lo que le pertenece estrictamente». — En esto se distingue de sus virtudes semejantes como la gratitud, la afabilidad, etcétera, que no se fundan en un derecho estricto del prójimo, sino en cierta honestidad y conveniencia; y de la caridad o beneficencia, que nos obliga a socorrer al prójimo como hermano, sin que tenga derecho estricto a una determinada limosna.

Tres son las notas típicas o condiciones de la justicia propiamente dicha:
1- La alteridad: (se refiere siempre a otra persona).
2-El derecho estricto:(no es un regalo, sino algo debido).
3-La adecuación exacta: (ni más ni menos de lo debido).

La Importancia y necesidad en la búsqueda de la virtud de la Justicia—Después de la prudencia, la justicia es la más excelente de las virtudes cardinales, aunque es inferior a las teologales e incluso a alguna de sus virtudes derivadas (la  Piedad), que tiene un objeto inmediato más noble.

La justicia tiene una gran importancia y es de absoluta necesidad tanto en el orden individual como en el social. Pone orden y perfección en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; hace que respetemos mutuamente nuestros derechos; prohíbe el fraude y el engaño; prescribe la sencillez, veracidad y mutua gratitud; regula las relaciones particulares de los individuos entre sí, de cada uno con la sociedad y de la sociedad con los individuos.

La práctica de la justicia Pone orden en todas las cosas y, por consiguiente, trae consigo la paz y el bienestar de todos, ya que la paz no es otra cosa que «la tranquilidad del orden». Por eso dice la Sagrada Escritura que la obra de la justicia es la paz: «opus iustitiae, pax» (Is. 32,17); si bien, como explica Santo Tomás, la paz es obra de la justicia indirectamente, o sea, en cuanto que remueve los obstáculos que a ella se oponen; pero propia y directamente proviene de la caridad, que es la virtud que realiza por excelencia la unión de todos los corazones.

Partes de la justicia. —Como en las demás virtudes cardinales, hay que distinguir en la justicia sus partes integrales, subjetivas y potenciales.

Partes Integrales de la Justicia:

En toda justicia, ya sea general, ya particular, se requieren dos cosas para que alguien pueda ser llamado justo en toda la extensión de la palabra: apartarse del mal (no cualquiera, sino el nocivo al prójimo o a la sociedad) y hacer el bien (no cualquiera, sino el debido a otro). Estas son, pues, las partes integrales de la justicia, sin las cuales— o sin alguna de ellas—quedaría manca e imperfecta. No basta no perjudicar al prójimo (declinare a malo); es preciso darle positivamente lo que le pertenece (faceré bonum).

Nótese que, como advierte Santo Tomás, el apartarse del mal no significa aquí una pura negación (simple abstención del mal), que no supone ningún mérito, aunque evite la pena que nos acarrearía la transgresión, sino un movimiento de la voluntad rechazando positivamente el mal (al sentir la tentación de hacerlo), y esto es virtuoso y meritorio.

Nótese también que de suyo es más grave el pecado de transgresión (hacer el mal) que el de omisión (no hacer el bien). Y así, peca más el hijo que injuria a sus padres que el que se limita a no darles el debido honor, pero sin injuriarles positivamente. Con todo, puede ocurrir a veces que:  <<el pecado de omisión sea más grave que el de transgresión>>; es más grave omitir culpablemente la misa un domingo que caer en un pecado venial.

Partes Subjetivas de la Justicia:

Tres son las especies o partes subjetivas de la justicia: legal (o general) y particular, subdividida en otras dos: conmutativa y distributiva.

La Justicia Legal: Es la virtud que inclina a los miembros del cuerpo social a dar a la sociedad todo aquello que le es debido en orden al bien común. Se llama legal porque se funda en la exacta observancia de las leyes, que cuando son justas únicamente entonces son verdaderas leyes—obligan en conciencia a su cumplimiento. Más aún: como el bien común prevalece —en el mismo género de bienes—sobre el bien particular, los ciudadanos están obligados, por justicia legal, a sacrificar a veces una parte de sus bienes y hasta a poner en peligro su vida en defensa del bien común (en una guerra justa). La justicia legal reside principal y arquitectónicamente en el Rey, príncipe o gobernantes, y secundaria o ministerialmente, en los súbditos.

La Justicia Distributiva: Es la virtud que impone a quien distribuye los bienes comunes la obligación de hacerlo proporcionalmente a la dignidad, méritos y necesidades de cada uno. A ella se opone el feo pecado de la acepción de personas que distribuye los bienes sociales y las cargas a capricho, por favoritismo o persecución puramente personal, sin tener para nada en cuenta los verdaderos méritos de los particulares ni las reglas de la equidad. En este sentido, las llamadas recomendaciones, en virtud de las cuales se otorga un beneficio acaso al que menos lo merece (sólo por complacer al que recomienda), constituyen un verdadero pecado y un atropello contra la justicia distributiva.

La Justicia Conmutativa: Que es la que realizan en toda su plenitud y perfección el concepto de justicia—regula los deberes y derechos de los ciudadanos entre sí. Su definición coincide casi totalmente con la que heredando de la justicia en general:

Es la constante y perpetua voluntad de una persona privada a dar a otra también privada lo que le pertenece en estricto derecho y en perfecta igualdad. Y así que, por ejemplo, el que ha recibido prestados mil pesos debe devolver otros mil, ni más ni menos. Su transgresión envuelve siempre la obligación de restituir. A ella se oponen un buen número de pecados: el homicidio, la mutilación, flagelación, encarcelamiento injusto, hurto y rapiña, injusticias ante los tribunales, injuria o contumelia, difamación o calumnia, murmuración, burla, maldición, fraude comercial y usura, cuyo estudio detallado pertenece al aspecto negativo de la Teología moral.

Las virtudes de la justicia, se relacionan directamente con ella en cuanto que convienen en alguna de sus condiciones o notas típicas que hemos señalado más arriba (alteridad, derecho estricto e igualdad), pero no en todas; fallan en algo, y por lo mismo no tienen toda la fuerza de la virtud cardinal.

Se distribuyen en dos grupos la virtud de la justicia:

a)Las que fallan por defecto de igualdad entre lo que dan y lo que reciben.
b)Las que no se fundan en un derecho estricto del prójimo.

Al primer grupo pertenecen la religión, que regula el culto debido a Dios; la piedad, que regula los deberes para con los padres, y la observancia, dulía y obediencia, que regulan los debidos a los superiores.
Al segundo grupo pertenecen la gratitud por los beneficios recibidos o el justo castigo contra los culpables; la verdad, afabilidad y liberalidad en el trato con nuestros semejantes, y la equidad, que inclina a apartarse con justa causa de la letra de la ley para cumplir mejor su espíritu.

Es forzoso examinar, siquiera sea brevemente, cada una de estas virtudes. Pero antes hemos de indicar los principales medios para perfeccionarse en la virtud de la justicia en sí misma.

 Medios para perfeccionarse en la justicia:
Son de: dos clases:
a)Negativos, evitando los defectos opuestos,
b)Positivos, practicando la virtud en todos sus aspectos. He aquí los principales:

 Medios negativos perfeccionarse en la justicia:

+Evitar cualquier pequeña injusticia por insignificante que parezca. Acaso en ninguna otra materia es tan fácil formarse una falsa conciencia como en ésta. «Esto no tiene importancia», se dice ligeramente, y se van multiplicando las pequeñas injusticias (que a veces—si la materia lo sufre—pueden acumularse y llegar a pecado grave, como en” las mentiras pequeñas y piadosas” y, sobre todo, se va uno acostumbrando a no concederle importancia al pecado venial, cuando en realidad la tiene grandísima.

+No contraer deudas y liquidar cuanto antes las que hayamos contraído ya. No siendo de estricta y absoluta necesidad, es mil veces preferible carecer de un objeto que poseerlo con el gravamen de una deuda, que acaso no se podrá pagar a su debido tiempo. Es una injusticia dejar de satisfacer las deudas contraídas con el pretexto de que no se puede, cuando en realidad se está malgastando por otros muchos conceptos. Sobre todo, clama al cielo la defraudación o el retraso del justo salario a los obreros y empleados. Si no se les puede atender, no se tengan; pero si se tienen, la entrega del salario a su debido tiempo se ha de mirar como algo sagrado, que es menester cumplir a toda costa.

+Tratar las cosas ajenas con mayor cuidado que si fueran propias. ¡Cuántas injusticias se cometen en este sentido! Sobre todo, entre personas que viven en comunidad es frecuente observar el poco cuidado que se pone en la conservación o custodia de lo que pertenece a ella. Libros rotos, muebles maltratados, despilfarros injustificados... «Esto no es mío, poco importa». Y con este descabellado criterio se quiere disculpar la injusticia manifiesta. Aparte de la mala educación que esto representa, con frecuencia es ocasión de escándalo—lo copian e imitan los demás—, de disgustos con los superiores y, sobre todo, de ofensa de Dios. Muy de otra suerte proceden los que saben practicar la virtud de la justicia; tratan lo ajeno con mayor cuidado todavía que lo propio, porque, en fin, de cuentas, destrozando lo propio, se podrá faltar a la pobreza, pero no a la justicia, que es virtud más excelente.

+Tener especialísimo cuidado en no perjudicar jamás en lo más mínimo el buen nombre o fama del prójimo. Mucho más que las cosas corporales valen la fama y buena opinión entre los hombres. Por lo mismo, perjudicarla directa o indirectamente es mayor injusticia que el mismo robo de una cosa material.

Nos guardaremos muy bien de los juicios temerarios (aunque sean puramente interiores), que condenan al prójimo por simples apariencias más o menos infundadas  ; de la injuria o contumelia , que con palabras o hechos mortifica, humilla y entristece al prójimo, llenando su alma de pena y amargura; dela burla o irrisión ( que produce parecidos efectos al dejar en ridículo ante los demás a un pobre infeliz, a quien utilizamos como víctima de nuestra «gracia» o de nuestro singular «ingenio»; de la maldición , por la que deseamos con la palabra algún mal a nuestro prójimo, que es pecado tanto más grave cuanto mayor sea la obligación de amar y  quien maldecimos; de la fea y odiosa murmuración , que parece ser el tema obligado de infinidad de conversaciones, en las que apenas se hace otra cosa que criticar a fulano y despellejar a mengano; de la difamación , que se complace en sacar a relucir los defectos ocultos del prójimo, echando completamente por tierra su reputación y buena fama con el estúpido y anticristiano pretexto de que «es cosa pública, de todos sabida», etc. Aunque fuera así, no tenemos derecho ninguno a extender la mala fama del prójimo entre personas que lo ignoraban, sobre todo teniendo en cuenta que, si se descubrieran nuestros pecados ocultos—que Dios tan misericordiosamente nos ha perdonado—, acaso quedaríamos mil veces por debajo de aquellos a quienes criticamos: «el que de vosotros estuviere limpio de pecado, que arroje la primera piedra» (Lc. 8,7).

En todo caso recordemos que Cristo advirtió expresamente que «seremos medidos exactamente con la misma medida conque midamos a los demás» (Mt. 7,1-2).
Tengamos en cuenta, además, que no basta arrepentirse y confesarse de estas faltas; la difamación y la calumnia obligan en conciencia a restituir. Y como muchas veces no se puede del todo—la calumnia siempre deja alguna huella o rastro en los de sí aun después de ser desmentida—, los que hayan cometido tan feo pecado no quedarán sin un grave castigo de Dios en esta vida o en la otra.

+Evitar a todo trato la acepción de personas. Favorecer o perjudicar a una persona sin tener para nada en cuenta sus méritos o deméritos, sino únicamente la simpatía o antipatía que nos inspire, es una injusticia manifiesta que va contra la justicia distributiva. Es el feo pecado de la acepción de personas. Su forma más corriente son las llamadas recomendaciones para favorecer a una persona sin más razón que la amistad que nos une con ella y con el que ha de otorgarle u n beneficio. Sobre ellas hay que advertir que es siempre lícito y laudable favorecer a uno sin perjudicar a nadie (obteniéndole un empleo que no se hubiera dado a ningún otro), pero jamás es lícito favorecer a uno con perjuicio de otros (haciendo que se le apruebe, con méritos inferiores, en unas oposiciones con plazas limitadas, que traerá consigo la exclusión injusta de otro aspirante más digno).

 Es increíble la ligereza con que se dan y aceptan esta clase de «recomendaciones», que llevan consigo una gran injusticia, que obliga a restituir en conciencia los daños ocasionados a la persona perjudicada. Nunca se trabajará bastante por desterrarlas definitivamente y para siempre.

 Medios positivos perfeccionarse en la justicia:

Vamos a determinarlos principales con relación a las tres especies de Justicia: Conmutativa, Distributiva y Legal.

1)Con Relación a La Justicia Conmutativa. «Dar a cada uno lo suyo»: éste es el principio fundamental que ha de regular nuestra conducta para con el prójimo. Y hay que hacerlo de corazón, por amor a Dios y a la virtud, no por el castigo o remordimiento que nos traería el pecado. Ser delicadísimos en extremo hasta en los detalles más insignificantes, que nada es pequeño ante Dios cuando se hace por amor y con la única mira de agradarle. Perfeccionando los motivos y elevando cada aspecto fundamental de la virtud de la justicia. Las aplicaciones prácticas son infinitas, pero fáciles y sencillas; cada uno puede hacerlo por su cuenta, si hay buena voluntad e interés en santificarse.

2) con relación a la justicia Distributiva. Los encargados de distribuir los cargos, obligaciones, bienes o beneficios de la comunidad procederán en justicia estricta, sin dejarse doblegar jamás por la simpatía o antipatía personal ni por ninguna clase de presiones o recomendaciones ajenas. Hay ejemplos maravillosos en las vidas de los santos que ponen de manifiesto la energía y entereza de los siervos de Dios en el cumplimiento de este deber de justicia.

Tengan todos en cuenta que no son dueños, sino meros administradores de los bienes o cargos que reparten, y que por lo mismo tendrán que dar estrecha cuenta a Dios de su administración (Lc. 16,12). Para adelantar en este aspecto de la virtud de la justicia intensificarán su delicadeza y cuidado y elevarán de plano el motivo de su conducta, que no ha de ser otro que el cumplimiento del deber a honra y gloria de Dios.

3) Con relación a la justicia legal: No solamente no haremos nada contra la ley escrita, sino que procuraremos— sobre todo con el ejemplo de una conducta intachable jamás desmentida— contribuir a que la cumplan también los demás hasta el último detalle: (Mt. 5,18). «Si entendiésemos cuan gran daño se hace en que se comience una mala costumbre, más querríamos morir que ser causa de ello», decía Santa Teresa de Jesús. 

El alma deseosa de su santificación nada ha de temer tanto como ser culpable de este crimen contra la justicia legal, que tanto daño causa en nosotros mismos y en los demás. Y como nada hay que aleje tanto de un pecado como la práctica cada vez más intensa de la virtud contraria, tratará con todas sus fuerzas de cumplir hasta los más insignificantes detalles de la ley.  Sobre todo, si es persona consagrada a Dios, no espere santificarse fuera del cumplimiento exacto de su regla y constituciones. Santos hubo que no hicieron más que esto, y con ello alcanzaron la cumbre de la perfección. De San Juan Berchmans se decía que todo lo había hecho bien:», porque nunca le pudieron sorprender faltando al menor detalle de su regla o constituciones.

Para concluir meditemos este bello Salmo que ilumina este tratado de la Virtud moral de la Justicia.

(Salmos 85:10-13) Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan; la Verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la Justicia. El mismo Yahveh dará la dicha, y nuestra tierra su cosecha dará; La Justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

+++ Bendiciones




jueves, 23 de enero de 2020

La Virtud Moral de la Prudencia.


Inmediatamente después del estudio de las virtudes teologales, Santo Tomás comienza el tratado las virtudes morales. El orden lógico lo exige así. Rectificadas ya las potencias de nuestra alma en orden al fin sobrenatural por las virtudes teologales, es preciso rectificarlas también en orden a los medios para alcanzarlo. Tal es el papel de las virtudes morales infusas. Como ya advertimos, las virtudes morales son muchas, sin que pueda precisarse exactamente su número.

Santo Tomás estudia y propone solamente cuatro en la Suma Teológica, pero es muy posible que no tuviera intención de agotar en absoluto el número de las posibles o realmente existentes. En todo caso, destacan entre todas cuatro fundamentales, alrededor de las cuales giran todas las demás, como la puerta sobre sus goznes o quicios. Por eso se llaman cardinales (del latín cardo, el quicio de la puerta).  En otro sentido son las virtudes que orientan el corazón y la razón del hombre a inclinarse en la búsqueda del Bien, la Santidad y la perfección; Tales Virtudes Morales son:

1-La prudencia, 2- justicia,3- fortaleza y 4- templanza, con las cuales—y el conjunto de sus virtudes anejas o derivadas—queda rectificada toda la vida moral con relación a los medios. Nosotros vamos a estudiar con alguna extensión estas cuatro virtudes cardinales y algunas de sus derivadas más importantes, limitándonos a ligeras alusiones a todas las demás. No permite otra cosa la naturaleza y extensión. El lector que desee información más abundante no podría encontrar nada más profundo y sintético a la vez que lo que enseña Santo Tomás en la segunda parte de su maravillosa Suma Teológica.

La prudencia natural: Es una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural. Expliquemos un poco los términos de esta definición.
La prudencia natural puede ser adquirida también por el entendimiento práctico, ya que las dos recaen sobre el mismo objeto material, que son los actos humanos particulares o concretos; pero difieren substancialmente tanto por su origen (la repetición de actos naturales o el mismo Dios), como por su extensión (del orden natural o el sobrenatural), como, principalmente, la simple capacidad para juzgar la naturaleza del bien o los motivos de la fe formada por la caridad.

La prudencia Sobrenatural: Para el recto gobierno de nuestras acciones particulares, el acto propio de la virtud de la prudencia Sobrenatural es necesarios los auxilios del Espíritu Santo que nos ayudan a dictar (en sentido perfecto lo que hay que hacer en sentido concreto); en relación al medio y/o las circunstancia una vez madurado y reflexionado deliberadamente en conciencia en el Orden al Fin Sobrenatural, del objeto o motivo a juzgar más próximo. Des esta forma se distingue radicalmente la prudencia sobrenatural de la natural o adquirida, que sólo se fija en las cosas de este mundo.

La prudencia es la más perfecta y necesaria de todas las virtudes morales. Su influencia se extiende absolutamente a todas las demás señalándolas el justo medio, en qué consisten todas ellas, para no pecar por carta de más ni por carta de menos. De alguna manera, incluso las virtudes teologales necesitan el control de la prudencia; no porque ellas consistan en el medio (ya que la medida de la fe, de la esperanza y del amor de Dios es creer en El, esperarle y amarle sin medida), sino por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias; porque sería imprudente ilusión divagar todo el día en el ejercicio de las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los deberes del propio estado.

La importancia y necesidad de la prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo nos advierte que es menester ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt. 10,16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta. A pesar de ser una virtud intelectual, es, a la vez, eminentemente práctica. Es la encargada de decirnos en cada caso particular lo que conviene hacer u omitir para alcanzar la vida eterna. Por esto la prudencia dirige y gobierna a todas las demás virtudes.

La prudencia es absolutamente necesaria para la vida humana. Sobre todo, en el orden sobrenatural o cristiano nos es indispensable:

a) Para evitar el pecado, dándonos a conocer—adoctrinada por la experiencia—las causas y ocasiones del mismo y señalándonos los remedios oportunos. ¡Cuántos pecados cometeríamos sin ella y cuántos cometeremos de hecho si no seguimos sus dictámenes!.

b) Para adelantar en la virtud, dictándonos en cada caso particular lo que hay que hacer o rechazar en orden a nuestra santificación. A veces es difícil encontrar la manera de conciliar en la práctica dos virtudes aparentemente opuestas, como la humildad y la magnanimidad, la justicia y la misericordia, la fortaleza y la suavidad, el recogimiento y el celo apostólico, etcétera, etc. Es la prudencia quien nos ha de sacar del apuro, señalando el procedimiento concreto para conciliar ambas tendencias sin destruirlas mutuamente.

 En el Tratado de pensamientos de Pascal, escribió estas profundas palabras: «No admiro el heroísmo de una virtud como la del valor si al mismo tiempo no veo el heroísmo de la virtud opuesta, como en que poseía el extremo valor y la extrema benignidad; pues lo contrario no sería ascender, sino descender. No se demuestra grandeza por estar a un extremo, sino reuniendo los dos y cumpliéndolo todo entre los dos». Es la prudencia quien nos ha de señalar el modo de conciliar esos dos extremos.

c) Para la práctica del apostolado. — Tanto El sacerdote como el Laico en su vida comunitaria, sobre todo el Sacerdote, no puede dar un paso sin la virtud de la prudencia. En el pulpito, para saber lo que tiene que decir o callar y en qué forma para no molestar a los oyentes o para ponerse al alcance de todos. En el catecismo, para formar convenientemente el alma de los niños, imprimiéndoles huellas de virtud y santidad que no se borrarán en toda la vida.

En el confesonario, para la recta administración de ese imponente sacramento, que tanta discreción y prudencia requiere por parte del confesor en sus delicadísimos oficios de juez, padre, médico y maestro. En la práctica parroquial (bautizos, bodas, entierros...), donde tan fácilmente se puede suscitar conflictos entre los intereses de los familiares y las leyes divinas y litúrgicas. En las visitas de enfermos, en las que hay que llevar hasta el máximo la delicadeza y suavidad para que no mueran sin sacramentos por falta de valentía y decisión o por sobra de imprudencia por parte del confesor.

En la administración temporal de las parroquias (colectas y peticiones, aranceles litúrgicos, estipendios de misas, etc.), que hay que llevarla con exquisita delicadeza y discreción para no molestar demasiado a los fieles, o escandalizarlos con su egoísmo, o perder la fama de caritativo y desinteresado que debe conservar a toda costa el sacerdote. ¡De cuántas formas y maneras necesita el ministro del Señor o el laico en que hacer pastoral del control y gobierno de la prudencia! Y muchas veces no bastarán las luces de esa virtud abandonada a sí misma; será menester la intervención del don de consejo, como veremos en su lugar.

Partes de la prudencia:
Las partes en que puede dividirse una virtud cardinal pue den ser integrales (elementos que la integran o la ayudan para su perfecto ejercicio), subjetivas (o diversas especies en que se subdivide) y potenciales (virtudes dependientes o anejas). Vamos a examinarlas con relación a la prudencia.

Las partes integrales de la prudencia que se requieren para su perfecto ejercicio; de las cuales, cinco pertenecen a ella en cuanto virtud intelectual o cognoscitiva (memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente, docilidad, sagacidad y razón) y tres en cuanto práctica o preceptiva (providencia, circunspección y cautela o precaución). Vamos a enumerarlas, dando entre paréntesis la referencia de la Suma Teológica, donde se estudian ampliamente 

1) Memoria de Lo Pasado: Porque nada hay que oriente tanto para lo que conviene hacer como el recuerdo de los pasados éxitos o fracasos. La experiencia es madre de la ciencia.

2) Inteligencia de lo presente: Para saber discernir (con las luces del Espíritu Santo y de la fe para Juzgar lo que es cierto); si lo que nos proponemos hacer es bueno o malo, licito o ilícito, conveniente o inconveniente.

3) Docilidad: para pedir y aceptar el consejo de los sabios y experimentados, ya que, siendo infinito el número de casos que se pueden presentar en la práctica, nadie puede presumir de saber por sí mismo resolverlos todos.

4) Sagacidad:  Es la prontitud de espíritu para resolver por sí mismo los casos urgentes, en los que no es posible detenerse a pedir consejo.

5) Razón: que produce el mismo resultado que la anterior en los casos no urgentes, que le dan tiempo al hombre para resolver por sí mismo después de madura reflexión y examen.

6) Providencia: que consiste en fijarse bien en el fin lejano que se intenta (providencia, ver desde lejos) para ordenar a él los medios oportunos y prever las consecuencias. Principal de la prudencia, a la que presta su propio nombre (prudencia = providencia), ya que todas las demás cosas que se requieren para obrar con prudencia son necesarias para ordenar rectamente los medios al fin, que es lo propio de la providencia.

7) Circunspección: Que es la atenta consideración de las circunstancias para juzgar en vista de ellas si es o no conveniente realizar tal o cual acto. Hay cosas que, consideradas en sí mismas, son buenas y convenientes para el fin intentado, pero que, por las circunstancias especiales, acaso serían contraproducentes o perniciosas (obligar demasiado pronto a pedir perdón a u n hombre dominado por la ira).

8) Cautela o Precaución: Contra los impedimentos extrínsecos que pudieran ser obstáculo o comprometer el éxito de las empresas (evitando, el influjo pernicioso de las malas compañías). Advertencia práctica. —Aunque en cosas de poco momento pudiera prescindirse de alguna de estas condiciones, si se trata de una empresa de importancia, no habrá juicio prudente si no se tienen en cuenta todas. De ahí la gran importancia que en la práctica tiene su recuerdo y frecuente consideración. ¡Cuántas imprudencias cometemos por no habernos tomado esta pequeña molestia!.

Vicios contrarios a la prudencia:

 Los Vicios opuestos. según—Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, distribuye los vicios opuestos a la prudencia en dos grupos distintos: los que se oponen a ella manifiestamente y los que se le parecen en algo, pero en el fondo son contrarios a ella.

a) Los vicios manifiestamente contrarios a la prudencia son dos:
1) La imprudencia: Se subdivide en tres especies:
a) La precipitación, que se opone al consejo, obrando inconsiderada y
precipitadamente, por el solo ímpetu de la pasión o capricho
. b) La inconsideración, por la cual se desprecia o descuida atender a las cosas necesarias para juzgar rectamente, contra el juicio.
c)La inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente, por motivos fútiles, los rectos propósitos y determinaciones dictados por la prudencia, contra la que se opone directamente.

Todos estos vicios proceden principalmente de la lujuria,que es el vicio que más entenebrece el juicio de la razón por su vehemente aplicación a las cosas sensibles opuestas a las intelectuales, aunque también intervienen de algún modo la envidia y la ira.

2)La negligencia, no cualquiera, sino la que supone falta de solicitud en imperar eficazmente lo que debe hacerse y del modo que debe hacerse. Se distingue de la inconstancia en que esta última no cumple de hecho por la prudencia, pero la negligencia se abstiene incluso de imperar la búsqueda del bien. Si lo que se omite es algo necesario para la salvación, el pecado de negligencia es mortal.

Los vicios falsamente parecidos a la prudencia son cinco:

1-La prudencia de la carne: Consiste en una habilidad diabólica para encontrar los medios oportunos de satisfacer las pasiones desordenadas de la naturaleza corrompida por el pecado; (Gal. 5,16-21). << Por mi parte os digo, Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios >>.
2) La astucia, que supone una habilidad especial para conseguir un fin, bueno o malo, por vías falsas, simuladas o aparentes. Es pecado, aunque el fin sea bueno, ya que el fin no justifica los medios, y hay que obtenerlos por caminos rectos, no torcidos.
3)El dolo, que es la astucia practicada principalmente con las palabras
4) El fraude, o astucia de lo hecho.
5)La solicitud excesiva de las cosas temporales o futuras, que supone una imprudente sobreestimación del valor de las cosas terrenas y una falta de confianza en la divina “Providencia. Todos estos vicios proceden, principalmente, de la avaricia.

Medios para perfeccionarse en la prudencia:

+Reflexionando siempre antes de hacer cualquier cosa o de tomar alguna determinación importante, no dejándose llevar del ímpetu de la pasión o del capricho, sino de las luces serenas de la razón iluminada por la fe.

+ Considerando despacio el pro y el contra y las consecuencias buenas o funestas que se pueden seguir de tal o cual acción.

+Perseverando en los buenos propósitos, sin dejarse llevar de la inconstancia o negligencia, a la que tan inclinada está la naturaleza viciada por el pecado.

+ Vigilando alerta contra la prudencia de la carne, que busca pretextos y sutilezas para eximirse del cumplimiento del deber y satisfacer sus pasiones desordenadas.

+ Procediendo siempre con sencillez y transparencia, evitando toda simulación, astucia o engaño, que es indicio seguro de un alma ruin y despreciable.

+ Viviendo al día—como nos aconseja el Señor en el Evangelio—, sin preocuparnos demasiado de un mañana que no sabemos si amanecerá para nosotros, y que en todo caso estará regido y controlado por la providencia amorosísima de Dios, que viste hermosamente a los lirios del campo y alimenta a las aves del cielo (Mt. 6,25-34).

Pero no se han de contentar los creyentes con estos medios y aspecto en la búsqueda de alcanzar la virtud de la prudencia. Las almas adelantadas—que han de preocuparse ante todo de perfeccionarse más y más en la virtud de la prudencia—, sin desatender, antes, al contrario, intensificando todos los medios anteriores, procurarán elevar de plano los motivos de su prudencia., se preocuparán de la gloria de Dios, y ésta será la finalidad suprema a que orientarán todos sus esfuerzos. No se contentarán simplemente con evitar las manifestaciones de la prudencia de la carne, sino que la aplastarán definitivamente practicando con seriedad la verdadera mortificación cristiana, que le es diametralmente contraria.  Sobre todo, procurarán secundar con exquisita docilidad las inspiraciones interiores del Espíritu Santo hacia una vida más perfecta, renunciando en absoluto a todo lo que distraiga y disipe y entregándose de lleno a la magna empresa de su propia santificación como el medio más apto y oportuno de procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas.

+++ Bendiciones.

domingo, 19 de enero de 2020

La Virtud Teologal de La Caridad


     La Parábola del Buen Samaritano.
(Lucas  10, 25,37).

La virtud teologal de la caridad, se expresa en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nuestro interior. En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, crucificado y resucitado, y es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace participes de su mismo amor:

"Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21).

Quien ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como él lo ama. Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.
Hemos tratado ampliamente en otro lugar de las íntimas relaciones existentes entre la perfección cristiana y la caridad. Pero es preciso tratar—siquiera sea brevemente—de los demás aspectos de esta virtud fundamental, la más importante y excelente de todas.  Seguiremos el orden admirable de Santo Tomás en la Suma Teológica:

1-La caridad en sí misma: Comienza Santo Tomás diciendo que la caridad es una amistad entre Dios y el hombre. Como toda amistad, importa necesariamente una mutua benevolencia, fundada en la comunicación de bienes. Por eso, la caridad supone necesariamente la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria. El hombre, que por naturaleza no pasa de siervo del Creador, llega a ser, , por  la por la gracia y la caridad, hijo y amigo de Dios.

2-La caridad es una realidad creada, un hábito sobrenatural infundido por Dios en el alma: Puede definírsela diciendo que es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios.

a) El objeto material sobre que recae la caridad: Lo constituye primariamente Dios, y secundariamente nosotros mismos y todas las criaturas racionales que han llegado o pueden llegar a la eterna bienaventuranza; y aun, en cierto modo, todas las criaturas, en cuanto son ordenables a la gloria de Dios.

b) El objeto formal: llamado también objeto material primario. es el mismo Dios como Sumo Bien, o sea, la bondad increada de Dios en sí misma considerada, abarcando la esencia divina, todos los divinos atributos y las tres divinas personas. Es decir, el motivo del amor de caridad es Dios como amigo, o sea, el Sumo Bien como objeto de su bienaventuranza y de la nuestra.

La caridad, como hábito infuso, reside en la voluntad, ya que se trata de un movimiento de amor hacia Él, y el amor de Dios que es el Sumo bien; lo constituyen  el acto y el objeto de la voluntad de La virtud sobrenatural del amor, que Dios infunde en la medida y grado que le place, sin tener para nada en cuenta las dotes o cualidades naturales del que la recibe. Cuando nos amamos a nosotros mismos o al prójimo por algún motivo distinto de la bondad de Dios, no hacemos un acto de caridad, sino de amor natural, filantropía, etc., o acaso de puro egoísmo (por las ventajas que nos puede traer). ¡Cuántos actos que parecen de caridad heroica están muy lejos de serlo! El heroísmo puramente humano no vale nada en el orden sobrenatural; es como moneda falsa que no circula y no tiene valor alguno.

La caridad es la más excelente de todas las virtudes. No solamente por su propia bondad intrínseca (es la que más nos une con Dios), sino porque sin ella no puede ser perfecta ninguna otra virtud, ya que es la forma de todas las demás virtudes infusas.

Ya hemos explicado, en qué sentido la caridad es la forma de todas las virtudes. Su excelencia intrínseca proviene de ser la virtud que más nos une con Dios, ya que descansa en El tal como es en sí mismo, por su sola divina bondad.

La excelencia y superioridad de la caridad sobre las otras dos virtudes teologales (la Fe y la Esperanza)—y, por consiguiente, sobre todas las demás—es un dato de fe que pertenece al depósito de la revelación. Lo dice expresamente el apóstol San Pablo: «Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad» (1 Cor. 13,13).

Hay teólogos eruditos que saben muchas cosas de Dios, pero de una manera fría, puramente intelectual; y hay almas sencillas y humildes que apenas saben nada de Teología, pero aman intensamente a Dios. Esto último es mejor. De esta sublime doctrina se desprende otra consecuencia práctica de gran importancia.

 La única manera de no envilecernos y rebajarnos con el amor por las cosas creadas inferiores a nosotros es amarlas en Dios, por Dios y para Dios; o sea, por el motivo formal perfectísimo de la caridad. De donde se sigue que la caridad que convierte en oro todo cuanto toca, incluso las mismas cosas inferiores a nosotros, que, como hemos dicho, pueden ser referidas y ordenadas al amor y gloria de Dios.

El aumento de La caridad: Puede aumentar en esta vida la caridad Porque siendo un movimiento de tendencia a Dios como su principio y último fin, mientras seamos viajeros en este mundo que pasa es posible acercarse cada vez más al término; y este mayor acercamiento se verifica precisamente por el incremento de la caridad. En este crecimiento, la caridad no puede encontrar tope en esta vida; puede crecer hasta el infinito; Lo cual no es obstáculo para que pueda llegar a ser relativamente perfecta en esta misma vida.

Los efectos de Virtud de la caridad en el Alma-—Santo Tomás somete a un análisis maravilloso los efectos que produce el acto principal de la caridad que es el amor, No podemos detenernos a examinarlos con detalle, pero vamos a recoger al menos el índice de los mismos. La lectura directa de la Suma Teológica (11-11,28-33) es de un gran valor formativo.

Los efectos de Virtud de la caridad en el Alma son de dos clases: internos y externos:

Efectos Internos:

1- El gozo espiritual de Dios: Puede compaginarse con alguna Alegría o tristeza, por cuanto no gozamos todavía de la perfecta posesión de Dios, que nos dará la visión beatífica.

2- La Paz: Que es la «tranquilidad del orden», que resulta de la concordia de nuestros deseos y apetitos unificados por la caridad y ordenados por ella a Dios.

3- La Misericordia: Es una virtud especial, fruto de la caridad, aunque distinta de ella, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias del prójimo, considerándolas en cierto modo como propias, en cuanto contristan a nuestro hermano y en cuanto que podemos, además, vernos nosotros mismos en semejante estado. Es la virtud por excelencia de cuantas se refieren al prójimo; y el mismo Dios manifiesta en grado sumo su omnipotencia compadeciéndose misericordiosamente de nuestros males y remediando nuestras necesidades.

Efectos Externos:

1- La beneficencia: Que consiste en hacer algún bien a los demás como signo externo de la benevolencia interior; y se relaciona a veces con la justicia (cuando es obligatoria o debida al prójimo), con la misericordia (cuando ésta nos impulsa a socorrerle en sus necesidades) y con otras virtudes semejantes.

2- La limosna: Que es un acto de caridad preceptuada a todos (aunque en diferentes grados y medidas), y puede ejercitarse en lo corporal y en lo espiritual (obras de misericordia), siendo estas últimas de suyo más perfectas que aquéllas.

3- La corrección fraterna: Que es una excelente obra espiritual encaminada a poner remedio a los pecados del prójimo. Requiere el concurso de la prudencia para escoger el momento oportuno y los medios más adecuados; y pueden y deben ejercitarla no sólo los superiores sobre sus súbditos, sino incluso éstos sobre aquéllos, con tal de guardar los debidos miramientos y consideraciones y en el supuesto de que se pueda esperar con fundamento la enmienda; de lo contrario, están dispensados de corregir y deben abstenerse de hecho. Lo cual no puede aplicarse a los superiores, que tienen obligación de corregir y de aplicar al que resiste las penas correspondientes para salvar el orden de la justicia y promover el bien común mediante el escarmiento de los demás.

Pecados opuestos a la caridad :

El estudio detallado de los pecados opuestos a las virtudes pertenece a la Teología moral en su aspecto negativo. Recordamos aquí únicamente que los que se oponen a la virtud de la caridad son los siguientes según   Santo tomas de Aquino:

1- El Odio: Si se refiere a Dios, es un gravísimo pecado, el mayor de cuantos se pueden cometer; y, si se refiere al prójimo, es también el que lleva consigo mayor desorden interior, aunque no sea el que perjudique más al prójimo. Este último suele proceder de la envidia.

2- La Acidia: (tedio o pereza espiritual, que se opone al gozo del bien divino procedente de la caridad), que es pecado capital, y proviene del gusto depravado de los hombres, que no encuentran placer en Dios y consideran las cosas que a Él se refieren como cosa triste, sombría y melancólica. Sus vicios derivados son la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la desesperación, la torpeza o indolencia para observar los mandamientos y la divagación de la mente hacia las cosas ilícitas.

3- la envidia: Se opone al gozo espiritual por el bien del prójimo, es un feo pecado que contrista al alma por el bien del prójimo, no porque nos amenace con ello algún mal, sino porque disminuye nuestra propia gloria y excelencia. Es de suyo pecado mortal contra la caridad, que nos manda alegrarnos del bien del prójimo, siendo veniales únicamente los primeros movimientos indeliberados de la sensibilidad o los que recaen sobre cosas insignificantes (parvedad de materia). De ella proceden, como vicio capital que es, el odio, la murmuración (casi siempre procede de la envidia), la difamación, el gozo en las adversidades del prójimo y la tristeza en su prosperidad.

4- La Discordia: Se opone a la paz y concordia por la disensión de voluntades en lo tocante al bien de Dios o del prójimo.

5- La Contienda o Porfía: Se opone a la paz con las palabras (discusión o altercado), y es pecado cuando se hace por espíritu de contradicción, se perjudica al prójimo o a la verdad o se defiende esta última en tonos altaneros y con palabras mortificantes.

6- El Cisma, La Guerra, La Riña y La Sedición: Se oponen a la paz con las obras; el cisma, apartando de la unidad en la fe y sembrando la división en lo religioso (grandísimo pecado) ; la guerra entre naciones o pueblos, que, cuando es injusta, es, además, un gravísimo pecado contra la caridad por los innumerables daños y trastornos que lleva consigo, aunque puede ser lícita en determinadas condiciones ; la riña, especie de guerra entre particulares, que procede casi siempre de la ira, y que de suyo es falta grave en el que la provoca sin legítimo mandato de la autoridad pública.

Tiene su máximo exponente en el duelo (riña o desafío previamente pactado a base de armas mortíferas), que es castigado por la Iglesia con la pena de excomunión, que alcanza a los protagonistas y todos sus cómplices y espectadores voluntarios y la sedición, que consiste en formar bandos o partidos en el seno de una nación con objeto de conspirar o de promover algaradas o tumultos, ya sea de unos contra otros o contra la autoridad y el poder legítimo.

7-El Escándalo: Que muchas veces se opone a la justicia, pero que ante todo es un grave pecado contra la caridad (como diametralmente opuesto a la beneficencia), y que consiste en decir o hacer algo menos recto, que le da al prójimo ocasión de una ruina espiritual.

El amor al prójimo tiene una connotación cristológica, dado que debe adecuarse al don que Cristo ha hecho de su vida: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16).

Ese mandamiento, al tener como medida el amor de Cristo, puede llamarse "nuevo" y permite reconocer a los verdaderos discípulos: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 34-35).

El significado cristológico del amor al prójimo resplandece en la segunda venida de Cristo. Precisamente entonces se constatará que la medida para juzgar la adhesión a Cristo es precisamente el ejercicio diario y visible de la caridad hacia los hermanos más necesitados: "Tuve hambre y me disteis de comer..." (cf. Mt 25, 31-46). Sólo quien se interesa por el prójimo y sus necesidades muestra concretamente su amor a Jesús. Si se cierra o permanece indiferente al "otro", se cierra al Espíritu Santo, se olvida de Cristo y niega el amor universal del Padre.

Para terminar, reflexionemos las palabras que San juan de la Cruz nos enseña: 
<<En el Ocaso de nuestras Vidas seremos Juzgados por el Amor>>.

+++ Bendiciones

miércoles, 8 de enero de 2020

La Virtud Teologal de la Esperanza

Los Bienaventurados y la Comunión de los Santos.

La esperanza es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios.

El objeto material primario de la esperanza es la bienaventuranza eterna, y el secundario, todos los medios que a ella conducen. El objeto formal es el mismo Dios, en cuanto bienaventuranza objetiva del hombre, connotando la bienaventuranza formal o visión beatífica. Y el motivo formal de esperar (objeto formal) es la omnipotencia auxiliadora de Dios, connotando la misericordia y la fidelidad de Dios a sus promesas.

La esperanza reside en la voluntad, ya que su acto propio es cierto movimiento del apetito racional hacia el bien, que es el objeto de la voluntad. 

La caridad y la fe son más perfectas que la esperanza. en absoluto, la fe y la esperanza pueden subsistir sin la caridad; pero ninguna virtud infusa puede subsistir sin la fe.

La esperanza tiende con absoluta certeza a su objeto , Ello quiere decir que, aunque no podamos estar ciertos de que conseguiremos de hecho nuestra eterna salvación a menos de una revelación especial , podemos y debemos tener la certeza absoluta de que, apoyados en la omnipotencia auxiliadora de Dios que es (motivo formal de la esperanza), no hay ningun obstáculo insuperable para la salvación; o sea, que por parte de Dios no quedará frustrada nuestra esperanza; aunque si puede quedar frustrada por parte de nosotros. Entonces podemos afirmar que, la Virtud de la esperanza Se trata, pues, de una certeza de inclinación y de motivo, no de previo conocimiento infalible, ni de evento o ejecución infrustrables.

Los bienes de este mundo caen también bajo el objeto secundario de la esperanza, pero únicamente en cuanto puedan ser útiles para la salvación. Por eso dice Santo Tomás que, fuera de la salvación del alma, no debemos pedir a Dios ningún otro bien a no ser en orden a la misma salvación.

La esperanza teologal es imposible en los infieles y herejes formales, porque ninguna virtud infusa subsiste sin la fe. Pueden tenerla los fieles pecadores que no hayan pecado directamente contra ella. Se encuentra propiamente en los justos de la tierra y en las almas del purgatorio. No la tienen los condenados del infierno (nada pueden esperar) ni los bienaventurados en el cielo (ya están gozando del Bien infinito que esperaban). Por esta última razón, tampoco la tuvo Cristo acá en la tierra (era bienaventurado al mismo tiempo que viador). 

El acto de esperanza es de suyo honesto y virtuoso, cualquier acto de virtud realizado por la esperanza del premio eterno es egoísta e inmoral). Consta expresamente en la Sagrada Escritura:( Mt. 19,21 y 29: 1 Cor. 9,24; 2 Cor. 4,1) y puede demostrarlo la razón teológica, ya que la vida eterna es el fin último sobrenatural del hombre: luego obrar con la mirada puesta en este fin no sólo es honesto, sino necesario.  La doctrina  y hererjia Jansenista contraria fue condenada por la Iglesia. Por lo mismo, no hay en esta vida ningún estado de perfección que excluya habitualmente los motivos de la esperanza. Tal fué el error de los Jansenitas, condenados respectivamente por la Iglesia; al afirmar que el obrar por la esperanza es inmoral o imperfecto estriba en imaginarse que con ello deseamos a Dios como un bien para nosotros, subordinando a Dios a nuestra propia felicidad. 

Deseamos a Dios para nosotros, pero no a causa o por razón de nosotros, sino por El mismo. Dios sigue siendo el fin del acto de esperanza, no nosotros. En cambio, cuando deseamos una cosa inferior (el alimento material), la deseamos para nosotros y por nosotros:(nobis et propter nos). Es completamente distinto.

Pecados contra la esperanza:


Santo Tomás explica que a la esperanza se oponen dos vicios: uno, por defecto, la desesperación, que considera imposible la salvación eterna, y proviene principalmente de la acidia (pereza espiritual) y de la lujuria; y otro por exceso, la presunción, que reviste dos formas principales: la que considera la bienaventuranza eterna como asequible por las propias fuerzas, sin ayuda de la gracia (presunción herética), y la que espera salvarse sin arrepentimiento de los pecados u obtener lagloria sin mérito alguno (pecado contra el Espíritu Santo). La presunción suele provenir de la vanagloria y de la soberbia.

El crecimiento de la Virtud de la esperanza en los Principiantes:

La esperanza, como toda otra virtud, puede crecer y desarrollarse cada vez más. Veamos las principales fases de su desarrollo a través de las diferentes etapas de la vida espiritual he aquí algunos principios a seguir:

1-Ante todo evitaran tropezar en alguno de los dos escollos contrarios a la esperanza: la presunción y la desesperación: Para evitar la presunción, primero se ha de considerar que sin la gracia de Dios no podemos absolutamente nada en el orden sobrenatural:<< Yo soy la vid; vosotros los sarmientos.El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada>> .(Jn 15:5).

Ni siquiera tener un buen pensamiento o pronunciar fructuosamente el nombre de Jesús. <<Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo. (1 Cor. 12,3). 

Tengan en cuenta que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también infinitamente justo, y nadie puede reírse de Él (Gal. 6,7). Está dispuesto a salvarnos, pero a condición de que cooperemos voluntariamente a su gracia (1 Cor. 15,10) y obremos nuestra salvación con temor y temblor (Filp. 2,12). Contra la desesperación y el desaliento recordarán que la misericordia de Dios es incansable en perdonar al pecador arrepentido, que la violencia de nuestros enemigos jamás podrá superar al auxilio omnipotente de Dios y que, si es cierto que por nosotros mismos nada podemos, con la gracia de Dios seremos capaces de todo (Filp . 4,13).

Hay que levantarse animosamente de las recaídas y reemprender la marcha con mayores bríos, tomando ocasión de la misma falta para redoblar la vigilancia y el esfuerzo: «Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios», dice el apóstol San Pablo (Rom. 8,28); y San Agustín se atreve a añadir: netiam peccata: hasta los mismos pecados», en cuanto que son ocasión de que el alma se torne más vigilante y precavida.

2 -Procurarán Levantar sus Miradas al Cielo: Para despreciar las cosas de la tierra. —Todo lo de acá es sombra, vanidad y engaño. Ninguna criatura puede llenar plenamente el corazón del hombre, en el que ha puesto Dios una capacidad infinita. Y aun en el caso de que pudieran satisfacerle del todo, sería una dicha fugaz y transitoria, como la vida misma del hombre sobre la tierra. Placeres, dinero, honores, aplausos; todo pasa y se desvanece como el humo. Tenía razón San Francisco de Borja: «No más servir al señor que se me pueda morir». En fin, de cuentas: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma para toda la eternidad?» (Mt. 16,26).

Para consolarse en los trabajos y amarguras de la vida. —La tierra es un lugar de destierro, un valle de lágrimas y de miserias. El dolor nos acompaña inevitablemente desde la cuna hasta el sepulcro; nadie se escapa de esta ley inexorable. Pero la esperanza cristiana nos recuerda que todos los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom. 8,13) y que, si sabemos soportarlas santamente, estas momentáneas y ligeras tribulaciones nos preparan el peso eterno de una sublime e incomparable gloria (2 Cor. 4,17). ¡Qué consuelo tan inefable experimenta el alma atribulada al contemplar el cielo a través del cristal de sus lágrimas!

Para animarse a ser Santo. —Cuesta mucho la práctica de la virtud. Hay que dejarlo todo, hay que renunciar a los propios gustos y caprichos y hay que rechazar los continuos asaltos del mundo, demonio y carne. A medida que el alma va progresando en los caminos de la perfección, procurará cultivar la virtud de la esperanza intensificando hasta el máximo su confianza en Dios y en su divino auxilio. Para ello:

3-No se preocupará con solicitud angustiosa del día de mañana. — Estamos colgados de la divina y amorosísima providencia de nuestro buen Dios. Nada nos faltará si confiamos en El y lo esperamos todo de El: Ni en el orden temporal: «Ved los lirios del campo...; ved las aves del cielo...; ¿cuánto más vosotros, hombres de poca fe?» (Mt. 6,25-34). Ni en el orden de /a gracia: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn. 10,10). «Según las riquezas de su gracia que superabundantemente derramó sobre nosotros» (Efe. 1,7-8).

4-Simplificará cada vez más su oración. —«Cuando orareis no habléis mucho..., que ya sabe vuestro Padre celestial las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis» (Mt. 6,7-13). La fórmula del Padre nuestro, plegaria incomparable, que brotó de los labios del divino Maestro, será su predilecta, junto con aquellas otras del Evangelio tan breves y llenas de confianza en la bondad y misericordia del Señor: «Señor, el que amas está enfermo...; si tú quieres, puedes limpiarme...; haced que vea...; enséñanos a orar...; auméntanos la fe...; no tienen vino...; muéstranos al Padre, y esto nos basta». ¡Cuánta sencillez y sublimidad en el Evangelio y cuánta complicación y amaneramiento en nosotros! El alma ha de esforzarse en conseguir  aquella confianza ingenua, sencilla e infantil que arrancaba milagros al corazón del divino Maestro. 

5- Llevará más lejos que los principiantes su desprendimiento de todas las cosas de la tierra. — ¿Qué valen todas ellas ante una sonrisa de Dios? «Desde que he conocido a Jesucristo, ninguna cosa creada me ha parecido bastante bella para mirarla con codicia» (Pbro. Lacordaire). Ante el pensamiento de la soberana hermosura de Dios, cuya contemplación nos embriagará de felicidad en la vida eterna, el alma renunciará de buen grado a todo lo terreno: cosas exteriores (desprendimiento total, amor a la pobreza), placeres y diversiones (hermosuras falaces, goces transitorios), aplausos y honores (ruido que pasa, incienso que se disipa), venciendo con ello ¡a triple concupiscencia, que a tantas almas tiene sujetas a la tierra impidiéndolas volar al cielo. << No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. (1 Jn 2:15-16)

6- Avanzará con gran confianza por las vías de la unión con Dios.Nada podrá detenerla, si ella quiere seguir adelante a toda costa. Dios, que la llama a una vida de Intima unión con El, le tiende su mano divina con la garantía absoluta de su omnipotencia, misericordia y fidelidad a sus promesas.

El mundo, el demonio y la carne le declararán guerra sin cuartel, pero «los que confían en el Señor renuevan sus fuerzas, y echan alas como de águila, y vuelan velozmente sin cansarse, y corren sin fatigarse» (Is. 40,31). Con razón decía San Juan de la Cruz que: Que con verdad la y libre esperanza «se agrada tanto al Amado del alma, que es verdad decir que tanto alcanza de él cuanto ella de él espera». El alma que, a pesar de todas las contrariedades y obstáculos, siga animosamente su camino con toda su confianza puesta en Dios, llegará, sin duda alguna, a la cumbre de la perfección.

El crecimiento de la Virtud de la esperanza las almas perfectas: 

Es en ellas donde la virtud de la esperanza, reforzada por los dones del Espíritu Santo, alcanza su máxima intensidad y perfección. He aquí las principales características que en ellos reviste:

1- Omnímoda confianza en dios: Nada es capaz de desanimar a un siervo de Dios cuando se lanza a una empresa en la que está interesada la gloria divina. porque ni las contradicciones y obstáculos, lejos de disminuirla, intensifican y aumentan su confianza en Dios, que llega con frecuencia hasta la audacia. 

Recuérdese, por ejemplo, los obstáculos que tuvo que vencer Santa Teresa de Jesús para la reforma carmelitana y la seguridad firmísima del éxito con que emprendió aquella obra superior a las fuerzas humanas, confiando únicamente en Dios. Llegan, como de Abraham dice San Pablo, «a esperar contra toda esperanza» (Rom. 4,18). Y están dispuestos en todo momento a repetir la frase heroica de Job: «aunque me matare, esperaré en El» (Job 13,15). Esta confianza heroica glorifica inmensamente a Dios y es de grandísimo merecimiento para el alma.

2-Paz y serenidad inconmovibles. Es una consecuencia natural de su omnímoda confianza en Dios. Nada es capaz de perturbar el sosiego de su espíritu. Burlas, persecuciones, calumnias, injurias, enfermedades, fracasos..., todo resbala sobre su alma como el agua sobre el mármol, sin dejar la menor huella ni alterar en lo más mínimo la serenidad de su espíritu. Al Santo Cura de Ars le dan de improviso una tremenda bofetada y se limita a decir sonriendo: «Amigo: la otra mejilla tendrá celos». San Luis Beltrán; bebió inadvertidamente una bebida envenenada y permaneció completamente tranquilo al enterarse.

Tambien San Carlos Borromeo continúa imperturbable el rezo del santo rosario al recibir la descarga de un arcabuz, cuyas balas pasaron rozándole el rostro. San Jacinto de Polonia no se defiende al verse objeto de horrenda calumnia, esperando que Dios aclarará el misterio. ¡Qué paz, qué serenidad, qué confianza en Dios suponen estos ejemplos heroicos de los santos! Diríase que sus almas han perdido el contacto de las cosas de este mundo y permanecen «inmóviles y tranquilas como si estuvieran ya en la eternidad» (Sor Isabel de la Trinidad).

3-Deseo de morir para trocar el destierro por la patria. —Es una de las más claras señales de la perfección de la esperanza. La naturaleza siente horror instintivo a la muerte; nadie quiere morir. Sólo cuando la gracia se apodera profundamente de un alma comienza a darle una visión más exacta y real de las cosas y empieza a desear la muerte terrena para comenzar a vivir la vida verdadera. Es entonces cuando lanzan el «morior quia non morior», de San Agustín, que repetirán después Santa Teresa y San Juan de la Cruz—«que muero porque no muero»—, y que constituye uno de los más ardientes deseos de todos los santos. El alma que continúa apegada a la vida de la tierra, que mira con horror a la muerte que se acerca, muestra con ello bien a las claras que su visión de la realidad de las cosas y su esperanza cristiana es todavía muy imperfecta. Los santos—todos los santos—desean morir cuanto antes para volar al cielo.

4-El cielo, comenzado en la tierra. —Los santos desean morir para volar al cielo; pero, en realidad, su vida de cielo comienza ya en la tierra. ¿Qué les importan las cosas de este mundo? Como dice un precioso responsorio de la liturgia dominicana, los siervos de Dios viven en la tierra nada más que con el cuerpo; pero su alma, su anhelo, su ilusión, está ya fija en y cielo. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, (Filp 3:20) Es, sencillamente, es la vida misma de San Pablo que nosotros debemos seguir…... 


+++Bendiciones