Inmediatamente
después del estudio de las virtudes teologales, Santo Tomás comienza el tratado
las virtudes morales. El orden lógico lo exige así. Rectificadas ya las
potencias de nuestra alma en orden al fin sobrenatural por las virtudes
teologales, es preciso rectificarlas también en orden a los medios para
alcanzarlo. Tal es el papel de las virtudes morales infusas. Como ya advertimos,
las virtudes morales son muchas, sin que pueda precisarse exactamente su
número.
Santo
Tomás estudia y propone solamente cuatro en la Suma Teológica, pero es muy
posible que no tuviera intención de agotar en absoluto el número de las
posibles o realmente existentes. En todo caso, destacan entre todas cuatro fundamentales,
alrededor de las cuales giran todas las demás, como la puerta sobre sus goznes
o quicios. Por eso se llaman cardinales (del latín cardo, el quicio de la
puerta). En otro sentido son las
virtudes que orientan el corazón y la razón del hombre a inclinarse en la
búsqueda del Bien, la Santidad y la perfección; Tales Virtudes Morales son:
1-La
prudencia, 2- justicia,3- fortaleza y 4- templanza, con las cuales—y el conjunto de sus
virtudes anejas o derivadas—queda rectificada toda la vida moral con relación a
los medios. Nosotros vamos a estudiar con alguna extensión estas cuatro
virtudes cardinales y algunas de sus derivadas más importantes, limitándonos a
ligeras alusiones a todas las demás. No permite otra cosa la naturaleza y
extensión. El lector que desee información más abundante no podría encontrar
nada más profundo y sintético a la vez que lo que enseña Santo Tomás en la
segunda parte de su maravillosa Suma Teológica.
La prudencia natural: Es una virtud especial infundida por Dios
en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones
particulares en orden al fin sobrenatural. Expliquemos un poco los términos de esta
definición.
La
prudencia natural puede ser adquirida también por el entendimiento práctico, ya
que las dos recaen sobre el mismo objeto material, que son los actos humanos particulares
o concretos; pero difieren substancialmente tanto por su origen (la repetición
de actos naturales o el mismo Dios), como por su extensión (del orden natural o
el sobrenatural), como, principalmente, la simple capacidad para juzgar la naturaleza
del bien o los motivos de la fe formada por la caridad.
La prudencia Sobrenatural: Para el recto gobierno de nuestras
acciones particulares, el acto propio de la virtud de la prudencia Sobrenatural
es necesarios los auxilios del Espíritu Santo que nos ayudan a dictar (en sentido
perfecto lo que hay que hacer en sentido concreto); en relación al medio y/o las
circunstancia una vez madurado y reflexionado deliberadamente en conciencia en el
Orden al Fin Sobrenatural, del objeto o motivo a juzgar más próximo. Des esta
forma se distingue radicalmente la prudencia sobrenatural de la natural o
adquirida, que sólo se fija en las cosas de este mundo.
La
prudencia es la más perfecta y necesaria de todas las virtudes morales. Su influencia se extiende absolutamente a
todas las demás señalándolas el justo medio, en qué consisten todas ellas, para
no pecar por carta de más ni por carta de menos. De alguna manera, incluso las
virtudes teologales necesitan el control de la prudencia; no porque ellas
consistan en el medio (ya que la medida de la fe, de la esperanza y del amor de
Dios es creer en El, esperarle y amarle sin medida), sino por razón del sujeto
y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta
todas las circunstancias; porque sería imprudente ilusión divagar todo el día
en el ejercicio de las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los
deberes del propio estado.
La
importancia y necesidad de la prudencia queda de manifiesto en multitud de
pasajes de la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo nos advierte que es
menester ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt. 10,16).
Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta. A pesar de ser una virtud
intelectual, es, a la vez, eminentemente práctica. Es la encargada de decirnos
en cada caso particular lo que conviene hacer u omitir para alcanzar la vida
eterna. Por esto la prudencia dirige y gobierna a todas las demás virtudes.
La
prudencia es absolutamente necesaria para la vida humana. Sobre todo, en el
orden sobrenatural o cristiano nos es indispensable:
a) Para
evitar el pecado, dándonos a conocer—adoctrinada por la experiencia—las
causas y ocasiones del mismo y señalándonos los remedios oportunos. ¡Cuántos
pecados cometeríamos sin ella y cuántos cometeremos de hecho si no seguimos sus
dictámenes!.
b) Para adelantar en la
virtud, dictándonos en
cada caso particular lo que hay que hacer o rechazar en orden a nuestra
santificación. A veces es difícil encontrar la manera de conciliar en la
práctica dos virtudes aparentemente opuestas, como la humildad y la
magnanimidad, la justicia y la misericordia, la fortaleza y la suavidad, el
recogimiento y el celo apostólico, etcétera, etc. Es la prudencia quien nos ha
de sacar del apuro, señalando el procedimiento concreto para conciliar ambas
tendencias sin destruirlas mutuamente.
En el Tratado de pensamientos de Pascal, escribió estas profundas palabras: «No
admiro el heroísmo de una virtud como la del valor si al mismo tiempo no veo el
heroísmo de la virtud opuesta, como en que poseía el extremo valor y la extrema
benignidad; pues lo contrario no sería ascender, sino descender. No se
demuestra grandeza por estar a un extremo, sino reuniendo los dos y
cumpliéndolo todo entre los dos». Es la prudencia quien nos ha de señalar el
modo de conciliar esos dos extremos.
c) Para la práctica del apostolado.
— Tanto El sacerdote como el Laico en su vida comunitaria,
sobre todo el Sacerdote, no puede dar un paso sin la virtud de la prudencia. En
el pulpito, para saber lo que tiene que decir o callar y en qué forma para no
molestar a los oyentes o para ponerse al alcance de todos. En el catecismo,
para formar convenientemente el alma de los niños, imprimiéndoles huellas de
virtud y santidad que no se borrarán en toda la vida.
En
el confesonario, para la recta administración de ese imponente sacramento, que
tanta discreción y prudencia requiere por parte del confesor en sus
delicadísimos oficios de juez, padre, médico y maestro. En la práctica
parroquial (bautizos, bodas, entierros...), donde tan fácilmente se puede
suscitar conflictos entre los intereses de los familiares y las leyes divinas y
litúrgicas. En las visitas de enfermos, en las que hay que llevar hasta el
máximo la delicadeza y suavidad para que no mueran sin sacramentos por falta de
valentía y decisión o por sobra de imprudencia por parte del confesor.
En
la administración temporal de las parroquias (colectas y peticiones, aranceles
litúrgicos, estipendios de misas, etc.), que hay que llevarla con exquisita delicadeza
y discreción para no molestar demasiado a los fieles, o escandalizarlos con su
egoísmo, o perder la fama de caritativo y desinteresado que debe conservar a
toda costa el sacerdote. ¡De cuántas formas y maneras necesita el ministro del Señor
o el laico en que hacer pastoral del control y gobierno de la prudencia! Y
muchas veces no bastarán las luces de esa virtud abandonada a sí misma; será
menester la intervención del don de consejo, como veremos en su lugar.
Partes de la prudencia:
Las
partes en que puede dividirse una virtud cardinal pue den ser integrales
(elementos que la integran o la ayudan para su perfecto ejercicio), subjetivas
(o diversas especies en que se subdivide) y potenciales (virtudes dependientes o
anejas). Vamos a examinarlas con relación a la prudencia.
Las
partes integrales de la prudencia que se requieren para su perfecto ejercicio;
de las cuales, cinco pertenecen a ella en cuanto virtud intelectual o
cognoscitiva (memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente, docilidad,
sagacidad y razón) y tres en cuanto práctica o preceptiva (providencia,
circunspección y cautela o precaución). Vamos a enumerarlas, dando entre
paréntesis la referencia de la Suma Teológica, donde se estudian ampliamente
1) Memoria de Lo Pasado: Porque nada hay que oriente tanto para lo
que conviene hacer como el recuerdo de los pasados éxitos o fracasos. La
experiencia es madre de la ciencia.
2) Inteligencia de lo presente: Para saber discernir (con las luces del Espíritu
Santo y de la fe para Juzgar lo que es cierto); si lo que nos proponemos hacer
es bueno o malo, licito o ilícito, conveniente o inconveniente.
3) Docilidad: para pedir y aceptar el consejo de los
sabios y experimentados, ya que, siendo infinito el número de casos que se
pueden presentar en la práctica, nadie puede presumir de saber por sí mismo
resolverlos todos.
4) Sagacidad: Es
la prontitud de espíritu para resolver por sí mismo los casos urgentes, en los
que no es posible detenerse a pedir consejo.
5) Razón: que produce el mismo resultado que la
anterior en los casos no urgentes, que le dan tiempo al hombre para resolver por
sí mismo después de madura reflexión y examen.
6) Providencia: que consiste en fijarse bien en el fin lejano
que se intenta (providencia, ver desde lejos) para ordenar a él los medios
oportunos y prever las consecuencias. Principal de la prudencia, a la que
presta su propio nombre (prudencia = providencia), ya que todas las demás cosas
que se requieren para obrar con prudencia son necesarias para ordenar
rectamente los medios al fin, que es lo propio de la providencia.
7) Circunspección: Que es la atenta consideración de las circunstancias
para juzgar en vista de ellas si es o no conveniente realizar tal o cual acto.
Hay cosas que, consideradas en sí mismas, son buenas y convenientes para el fin
intentado, pero que, por las circunstancias especiales, acaso serían
contraproducentes o perniciosas (obligar demasiado pronto a pedir perdón a u n
hombre dominado por la ira).
8) Cautela o Precaución: Contra los impedimentos extrínsecos que
pudieran ser obstáculo o comprometer el éxito de las empresas (evitando, el
influjo pernicioso de las malas compañías). Advertencia práctica. —Aunque en
cosas de poco momento pudiera prescindirse de alguna de estas condiciones, si
se trata de una empresa de importancia, no habrá juicio prudente si no se
tienen en cuenta todas. De ahí la gran importancia que en la práctica tiene su recuerdo
y frecuente consideración. ¡Cuántas imprudencias cometemos por no habernos
tomado esta pequeña molestia!.
Vicios contrarios a la
prudencia:
Los Vicios opuestos. según—Santo Tomás,
siguiendo a San Agustín, distribuye los vicios opuestos a la prudencia en dos
grupos distintos: los que se oponen a ella manifiestamente y los que se le
parecen en algo, pero en el fondo son contrarios a ella.
a) Los vicios manifiestamente
contrarios a la prudencia son dos:
1) La imprudencia: Se subdivide en tres especies:
a) La precipitación, que se opone al consejo, obrando
inconsiderada y
precipitadamente,
por el solo ímpetu de la pasión o capricho
. b) La inconsideración, por la cual se
desprecia o descuida atender a las cosas necesarias para juzgar rectamente,
contra el juicio.
c)La inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente, por motivos
fútiles, los rectos propósitos y determinaciones dictados por la prudencia, contra
la que se opone directamente.
Todos
estos vicios proceden principalmente de la lujuria,que es el vicio que más
entenebrece el juicio de la razón por su vehemente aplicación a las cosas
sensibles opuestas a las intelectuales, aunque también intervienen de algún
modo la envidia y la ira.
2)La negligencia, no cualquiera, sino la que supone falta
de solicitud en imperar eficazmente lo que debe hacerse y del modo que debe
hacerse. Se distingue de la inconstancia en que esta última no cumple de hecho por
la prudencia, pero la negligencia se abstiene incluso de imperar la búsqueda
del bien. Si lo que se omite es algo necesario para la salvación, el pecado de negligencia
es mortal.
Los vicios falsamente
parecidos a la prudencia son cinco:
1-La prudencia de la carne: Consiste en una habilidad diabólica para
encontrar los medios oportunos de satisfacer las pasiones desordenadas de la naturaleza
corrompida por el pecado; (Gal. 5,16-21). << Por mi parte os digo, Si
vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne.
Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias
a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que
quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,
divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes,
sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas
no heredarán el Reino de Dios >>.
2) La astucia, que supone una habilidad especial para
conseguir un fin, bueno o malo, por vías falsas, simuladas o aparentes. Es pecado,
aunque el fin sea bueno, ya que el fin no justifica los medios, y hay que obtenerlos
por caminos rectos, no torcidos.
3)El dolo, que es la astucia practicada principalmente
con las palabras
4) El fraude, o astucia de lo hecho.
5)La solicitud excesiva de
las cosas temporales o futuras,
que supone una imprudente sobreestimación del valor de las cosas terrenas y una
falta de confianza en la divina “Providencia. Todos estos vicios proceden,
principalmente, de la avaricia.
Medios para perfeccionarse en
la prudencia:
+Reflexionando
siempre antes de hacer cualquier cosa o de tomar alguna determinación
importante, no dejándose llevar del ímpetu de la pasión o del capricho, sino de
las luces serenas de la razón iluminada por la fe.
+
Considerando despacio el pro y el contra y las consecuencias buenas o funestas
que se pueden seguir de tal o cual acción.
+Perseverando
en los buenos propósitos, sin dejarse llevar de la inconstancia o negligencia,
a la que tan inclinada está la naturaleza viciada por el pecado.
+
Vigilando alerta contra la prudencia de la carne, que busca pretextos y
sutilezas para eximirse del cumplimiento del deber y satisfacer sus pasiones desordenadas.
+
Procediendo siempre con sencillez y transparencia, evitando toda simulación, astucia
o engaño, que es indicio seguro de un alma ruin y despreciable.
+
Viviendo al día—como nos aconseja el Señor en el Evangelio—, sin preocuparnos
demasiado de un mañana que no sabemos si amanecerá para nosotros, y que en todo
caso estará regido y controlado por la providencia amorosísima de Dios, que
viste hermosamente a los lirios del campo y alimenta a las aves del cielo (Mt.
6,25-34).
Pero
no se han de contentar los creyentes con estos medios y aspecto en la búsqueda
de alcanzar la virtud de la prudencia. Las almas adelantadas—que han de
preocuparse ante todo de perfeccionarse más y más en la virtud de la prudencia—,
sin desatender, antes, al contrario, intensificando todos los medios
anteriores, procurarán elevar de plano los motivos de su prudencia., se
preocuparán de la gloria de Dios, y ésta será la finalidad suprema a que
orientarán todos sus esfuerzos. No se contentarán simplemente con evitar las
manifestaciones de la prudencia de la carne, sino que la aplastarán
definitivamente practicando con seriedad la verdadera mortificación cristiana,
que le es diametralmente contraria. Sobre
todo, procurarán secundar con exquisita docilidad las inspiraciones interiores
del Espíritu Santo hacia una vida más perfecta, renunciando en absoluto a todo
lo que distraiga y disipe y entregándose de lleno a la magna empresa de su
propia santificación como el medio más apto y oportuno de procurar la gloria de
Dios y la salvación de las almas.
+++ Bendiciones.
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