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domingo, 26 de abril de 2020

Capítulo VI: La Vida de Oración.


Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio. Empuñando como afilada espada tu decreto irrevocable (Sabiduría 18:14-15).

Continuando con nuestro estudio de la Vida de oración en el presente capitulo vamos a tratar de manera resumida la Oración Afectiva y la Oración de simplicidad, siguiendo el orden y grados de oración descritos en el Capítulo III.

1-Tercer grado de oración, La oración afectiva: En este grado de   oración predominan los afectos de la voluntad sobre el discurso del entendimiento. Es decir; como Oración de meditación simplificada en la que cada vez va tomando mayor preponderancia el corazón por encima del previo trabajo discursivo del entendimiento. Creemos, por lo mismo, que no hay diferencia específica entre ella y la meditación, como la hay entre ésta y la contemplación.

Se trata, repetimos, de una meditación simplificada y orientada al corazón; nada más. Esto explica que el tránsito de la una a la otra se haga de una manera gradual e insensible, aunque con más o menos rapidez o facilidad, según el temperamento del que la ejercita, el esfuerzo que ponga, la educación recibida, el método empleado y otros factores semejantes.

Advierte con razón el Padre Crisógono de Jesús Sacramentado, en su (Compendio de Ascética y Mística), considerando que «los caminos para llegar a la perfección son dos, la ascética y la mística lo siguiente: «Hay espíritus que por su natural entrañable y afectuoso llegan muy pronto a poder prescindir casi completamente del discurso porque una ligera reflexión excita suficientemente los afectos. Otros, en cambio, de carácter frío y enérgico, necesitan que vaya siempre por delante el discurso reflexivo, y, aun así, no son los afectos numerosos; con frecuencia cada afecto exige un nuevo discurso. Estas almas necesitarán evidentemente más tiempo y más ejercicio que las anteriores para llegar a la oración afectiva».

 Finalmente, hasta el método seguido en la meditación influye eficazmente en esto. Así, por ejemplo, el método de San Ignacio, que da tanta importancia a la parte intelectual, no favorece el tránsito a la oración afectiva como el método franciscano, que ya desde sus principios resta importancia al entendimiento para dársela al corazón.

¿Cuándo debe hacerse el tránsito? Hay que evitar dos escollos: demasiado pronto o demasiado tarde. Creemos, sin embargo, que en la práctica pueden evitarse fácilmente, si se tiene cuidado en ir simplificando la meditación de una manera lenta, insensible, sin esfuerzo ni violencia alguna. No se empeñe el alma en provocar violentamente afectos hacia los que no se siente impulsada ni con fuerzas para ello; pero entréguese a ellos dócilmente si siente el atractivo de la gracia, sin preocuparse poco ni mucho de recorrer los puntos o momentos de su acostumbrada oración discursiva. De este modo, con suavidad y sin esfuerzo, evitando toda violencia, se hará el tránsito de la meditación a la oración afectiva, que acabará por reducir a su mínima expresión, cuando no a suprimirlo del todo, el previo trabajo del entendimiento discursivo.

Lo que nunca puede darse es una oración pura y exclusivamente afectiva sin ningún conocimiento previo. La voluntad es potencia ciega, y sólo puede lanzarse a amar el bien que el entendimiento le presenta. Pero acostumbrado el entendimiento por las meditaciones anteriores a encontrar fácilmente ese bien, se lo presentará cada vez con mayor prontitud a la voluntad, proporcionándole la materia de la oración afectiva, para la práctica de la oración afectiva, Nos parecen muy acertados los siguientes consejos del Padre Crisógono:

+No suspender el discurso antes de que haya brotado el afecto. Sería perder el tiempo en una necia ociosidad y fomentar una ilusión peligrosísima.
+No forzar los afectos. Cuando no broten espontáneos o se hayan; extinguido, volver a excitarlos suavemente por el discurso, pero nunca querer mantenerse en uno más de lo que él dé, de sí mismo.
+ No tener prisa por pasar de unos afectos a otros. Es el extremo contrario al anterior. Se expondría el alma a perder el fruto del primero y a no conseguir luego el segundo, como el que deja una presa segura por otra incierta.
+Procurar ir reduciendo y simplificando progresivamente los afectos. Al principio no importa que sean muchos, para que la falta de intensidad sea suplida por el número; pero, a medida que el alma va adelantando, conviene irlos reduciendo hasta llegar, si es posible, a la unidad. Así la intensidad será mayor.

2-Ventajas de esta oración Afectiva: Psicológicamente hablando, esta oración representa un verdadero alivio para el alma, que viene a disminuir la ruda labor de la meditación discursiva. Pero mucho más importantes son las ventajas espirituales que reporta. Las principales son:

a) Una unión más íntima y profunda con Dios, efecto infalible del ejercicio del amor, que nos va acercando cada vez más al objeto amado.
b) Un desarrollo proporcionado de todas las virtudes infusas, ya que, estando en conexión con la caridad, crecen todas a la vez como los dedos de una mano.
c) Suele producir consuelos y suavidades sensibles, que, si el alma sabe explotarlos, sin apegarse desordenadamente a ellos, le servirán de gran estímulo y aliento para la práctica de las virtudes cristianas.
d) Es una excelente preparación para la oración de simplicidad y primeras manifestaciones de la contemplación infusa.

3-Obstáculos e inconvenientes de la oración Afectiva. Pero como tan preciosas ventajas pueden verse comprometidas por ciertos inconvenientes contrarios. Hay que evitar cuidadosamente sobre todo lo siguiente:

a) El Esfuerzo Violento para producir los afectos. El alma debe convencerse de que el verdadero fervor reside en la voluntad, no en la sensibilidad. Hay algunos que creen hacer un acto intensísimo de amor de Dios apretando fuertemente los puños y encendiendo su rostro hasta la congestión al mismo tiempo que lanzan la exclamación amorosa. No es esto. Sin tanto aparato ni espectacularidad se puede llegar a un acto perfectísimo con sólo rectificar y elevar de plano los motivos del mismo, o sea, haciéndolo llana y simplemente por glorificar a Dios en plan de puro amor, aunque no nos reportara a nosotros ninguna utilidad ni ventaja. Son los motivos cada vez más puros y elevados los que dan tanto precio a los actos más insignificantes de los santos.

b) El Creerse más Adelantado en la vida espiritual de lo que en realidad se está. Hay almas que, al sentir su corazón lleno de dulces emociones y al ver la facilidad y prontitud con que les brotan del alma los actos de amor de Dios, se creen poco menos que en los confines del éxtasis. Cuan falsa sea su apreciación, se comprueba sin esfuerzo pocos minutos después de terminada su oración, cuando empiezan sin escrúpulo a faltar al silencio, a criticar a fulanito, a despachar mal y de prisa las obligaciones de su estado, cuando no las omiten totalmente, etc., etc.

El verdadero adelanto en la vida espiritual consiste en la práctica cada vez más seria y perfecta de las virtudes cristianas, no en las dulzuras que se puedan experimentar en la oración, que a tantas ilusiones se prestan.

c) La gula espiritual, que impulsa a buscar en la oración afectiva la suavidad de los consuelos sensibles. En vez de estímulo y aliento para la práctica austera de las virtudes cristianas. Dios suele castigar este afán egoísta del alma sensiblera retirándola sus consuelos y sumergiéndola en la aridez y sequedad más desoladoras para que aprenda a rectificar la intención y vea por experiencia lo poco que vale cuando Dios se le retira.

d) La dejadez y pereza del alma, que la impulsa a una estéril ociosidad cuando faltan los afectos por no molestarse en volver a los discursos de la simple meditación. Es una ilusión muy grande pensar que, una vez llegada el alma a la oración afectiva habitual, ya nunca tendrá necesidad de volver a la meditación. Jamás ocurre esto ni siquiera a las almas que han logrado remontarse hasta la cumbre de la perfección.

Hablando de las almas que han logrado escalar las séptimas moradas, Santa Teresa de Jesús escribe expresamente: «No habéis de entender, hermanas, que siempre en un ser están estos efectos que he dicho en estas almas, que por eso, adonde se me acuerda, digo lo ordinario; que algunas veces las deja Nuestro Señor en su natural, y no, parece sino que entonces se juntan todas las cosas ponzoñosas del arrabal y moradas de este castillo para vengarse de ellas por el tiempo que no las pueden haber a las manos».

Pues si esto sucede a veces a las almas llegadas a la plena unión con Dios, ¡cuánto más ocurrirá a las que no han logrado trascender ni siquiera las fronteras de la ascética en la oración afectiva! Es menester en estos casos luchar contra la ociosidad y distracciones, haciendo lo que se pueda con los recursos de la simple meditación u oración discursiva. Lo contrario sería dar de bruces en una actitud perezosa y quietista que abriría la puerta a todo un mundo de ilusiones.

4- Frutos de la oración Afectiva. Hay una norma infalible para juzgar de la legitimidad o bondad de la oración: examinar los frutos. Es la norma suprema del discernimiento de los espíritus, como dada por Nuestro Señor Jesucristo (Mt. 7.16). El fruto de la oración afectiva no puede medirse por la intensidad de los consuelos sensibles en ella experimentados, sino por la mejora y perfeccionamiento manifiesto del conjunto de la vida. La práctica cada vez más intensa de las virtudes cristianas, la pureza de intención, la abnegación y desprecio de sí mismo, el espíritu de caridad, el cumplimiento exacto de los deberes del propio estado y otras cosas semejantes nos darán el índice de la legitimidad de nuestra oración. «Lo demás son lagrimillas …que se evaporan, suspiros que se desvanecen en la atmósfera» (Padre Crisógono).

5- Cuarto Grado de Oración: La Oración De Simplicidad: El primero en emplear esta expresión fue Bossuet a él al menos se atribuye generalmente su tratado (el opúsculo Maniere courte et facile pour faite Voraison en foi et de simple présence de Dieu). Pero el modo de oración designado con este nombre ya se conocía anteriormente. 

Santa Teresa habla de ello largamente la Santa en varios pasajes de sus obras, sobre todo en el Camino de perfección con el nombre de oración de recogimiento activo o adquirido, en contraposición al recogimiento infuso, que constituye el primer grado de contemplación manifiestamente sobrenatural o mística.

La naturaleza de la oración de simplicidad, fue definida por Bossuet como una simple visión, mirada o atención amorosa hacia algún objeto divino, ya sea Dios en sí mismo o alguna de sus perfecciones, ya sea Nuestro Señor Jesucristo o alguno de sus misterios, ya otras verdades cristianas.

Como se ve, se trata de una oración ascética extremadamente simplificada. El discurso se ha transformado en simple mirada intelectual; los afectos variados, en una sencilla atención amorosa a Dios. La oración continúa siendo ascética—el alma puede ponerse en ella cuando le plazca después de haber adquirido el hábito de la misma—, pero ya empieza a sentir las primeras influencias de la oración infusa, para la que la oración de simplicidad es excelente disposición. Lo dice expresamente Bossuet inmediatamente después de las palabras de la definición que acabamos de subrayar. He aquí sus propias palabras:

«El alma deja entonces el discurso, y se vale de una dulce contemplación, que la mantiene en dulce sosiego y atención y la hace susceptible de las operaciones e impresiones divinas que el Espíritu Santo le quiere comunicar; trabaja poco y recibe mucho; su trabajo es grato, y no por eso deja de ser fructuoso; y como cada vez se llega más de cerca a la fuente de donde manan la luz, la gracia y las virtudes, recibe más y más de ella».

Por donde aparece claro que la oración de simplicidad señala exactamente el tránsito de la ascética a la mística, de la adquirida a la oración infusa. El mismo Bossuet nos habla en el texto citado, de una dulce contemplación que el alma comienza a recibir y la hace susceptible de las impresiones del Espíritu Santo.  A esto alude Bossuet a la contemplación infusa, que comienza a nacer en la oración de simplicidad.

Hay en ella elementos adquiridos e infusos que se mezclan y entrelazan en diversas proporciones. Si el alma es fiel, los elementos infusos se irán incrementando progresivamente hasta llegar a prevalecer del todo. De esta forma, sin violencia ni esfuerzo, casi insensiblemente, el alma irá saliendo de la ascética para entrar de lleno en la mística, como prueba evidente de la unidad de la vida espiritual, o sea, de un solo camino de perfección que empieza en las primeras manifestaciones ascéticas (oración vocal, meditación) y acaba en las cumbres de la mística (unión transformativa) sin la menor violencia, trastorno o solución de continuidad.

Que la llamada contemplación adquirida; cuya expresión material era conocida desde antiguo coincide con la oración de simplicidad de Bossuet, lo declaran expresamente sus más devotos partidarios., por ejemplo, el Padre Crisógono en su Compendio de ascética y mística, donde, después de describir las dos fórmulas de contemplación adquirida que él admite, escribe textualmente:

 «A estas dos formas se reducen las llamadas oraciones de simple mirada, de presencia de Dios y de simplicidad, que no son más que una cosa con nombres distintos».

6-Práctica de la oración simplicidad—Precisamente por su misma simplicidad, no cabe en esta oración un método propiamente dicho. Todo se reduce a mirar y amar. Pero pueden ser útiles algunos consejos sobre el modo de conducirse en ella. Helos aquí:

a) Antes de La Oración: Cuide el alma de no adelantarse -a la hora de Dios. Mientras pueda discurrir y saque fruto de la meditación ordinaria, no intente paralizar el discurso. Caería en una lamentable ociosidad, que Santa Teresa no duda en calificar de verdadera bobería.

Evite también el extremo contrario. No se aferré a la meditación, ni siquiera a la multitud de actos de la oración afectiva, si nota claramente que su espíritu gusta de permanecer en atención amorosa a Dios sin particular consideración ni multiplicación de actos. Santa Teresa sale al paso de los que califican de ociosidad y pérdida de tiempo este dulce reposo en Dios, diciendo: «Luego les parece es perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta pérdida»

San Juan de la Cruz lanza terribles anatemas contra los directores ignorantes que tratan de mantener a las almas a toda costa en los procedimientos discursivos haciéndolas «martillar con las potencias» y estorbándolas el sosiego y la paz en Dios

b) Durante La oración de simplicidad: Hay que tener en cuenta algunas normas para sacar el máximo rendimiento de esta forma de oración. He aquí las principales:

+Primera Norma, Conviene que el alma tenga preparada de antemano una materia determinada como si se tratara de una simple meditación, sin perjuicio de abandonarla inmediatamente si el atractivo de la gracia así lo pide. Nada perderemos con haber hecho esa preparación, aunque el Espíritu Santo nos lleve a otra materia distinta, y, en cambio, podríamos perder mucho—permaneciendo en la ociosidad—sino sintiéramos el atractivo especial de la gracia hacia una materia determinada. Pero procúrese que esa preparación sea muy sencilla: el simple recuerdo de un misterio de la vida de Cristo, un texto de la Sagrada Escritura, una breve fórmula de oración, etc.

+Segunda Norma, Procure el alma mantener la atención amorosa a Dios con suavidad y sin violencia, pero luchando contra las distracciones y el embobamiento ocioso. Ayúdese, si es preciso, de la imaginación y multiplique los actos afectivos si el espíritu se distrae o disipa fácilmente cuando se le quiere sujetar a uno solo. Y si no basta esa multiplicidad de afectos, eche mano sin vacilar del discurso de la razón.

Precisamente por su misma simplicidad es muy difícil permanecer mucho tiempo en este modo de oración; habrá que hacer frecuentes excursiones a la oración afectiva y aun a la simple meditación para evitar las distracciones o la pérdida de tiempo. Pero hágase todo con suavidad y sin violencia, sacando en cada momento el mayor partido que se pueda, y no más.

Mientras la voluntad permanezca unida a Dios en atención amorosa confusa y general, déjesela tranquila a pesar de las distracciones involuntarias. Únicamente cuando estas distracciones extinguieran del todo la atención amorosa de la voluntad habría que reanudarla con los procedimientos indicados.

+Tercera Norma, No se desanime el alma por las sequedades. La oración de simplicidad está muy lejos de ser una oración siempre dulce y sabrosa. Precisamente por representar el tránsito de la oración ascética a la mística, en ella comienzan las sequedades y arideces de la noche del sentido. Hemos hablado largamente en otro lugar de la conducta que debe observar el alma en esta dolorosa prueba.:

7-Efectos en la alama después de La Oración de simplicidad: No se olvide que el fruto de la oración se ha de traducir en una mejora general del conjunto de la vida cristiana. Toda ella ha de experimentar la benéfica influencia de la oración de simplicidad. Y como la gracia tiende cada vez más a simplificar nuestra conducta hasta reducirla a la unidad en el amor, hemos de fomentar esta tendencia huyendo de todo amaneramiento y complicación en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo.

«Esa simplificación advierte oportunamente Tanquerey en sus escritos de teología y ascética; se extiende muy pronto a todo nuestro vivir.». El ejercicio de esta clase de oración, dice Bossuet, ha de comenzar desde que despertamos, haciendo un acto de fe en Dios, que está en todas partes, y en Jesucristo, cuya mirada jamás se apartará de nosotros, aunque nos halláramos en lo más escondido del centro de la tierra». Continúa durante todo el día. Aun ocupados en nuestros quehaceres ordinarios, nos unimos con Dios, le miramos y le amamos. En las oraciones litúrgicas y en las vocales cuidamos más de la presencia de Dios que del sentido de las palabras y procuramos manifestarle nuestro amor.

El examen de conciencia se simplifica; con una mirada rápida echamos de ver las faltas apenas cometidas y nos dolemos al punto de ellas. El estudio y las obras exteriores de celo las hacemos con espíritu de oración, en la presencia de Dios y con ardiente deseo de darle gloria: «ad maiorem Dei gloriam». Ni aun siquiera las obras más ordinarias dejan de estar penetradas del espíritu de fe y de amor y de convertirse en hostias ofrecidas de continuo a Dios: «Como, hostias y sacrificios aceptables a Dios» (1 Pe. 2,5).

Ventajas de la Oración de Simplicidad: Las ventajas que señalábamos a la oración afectiva sobre la meditación, hay que trasladarlas aquí corregidas y aumentadas. Así como la oración afectiva es excelente disposición para la de simplicidad, ésta lo es para la contemplación infusa, de la que ya comienza a participar. El alma, con menos trabajo y esfuerzo, consigue resultados santificadores más intensos. Todo el conjunto de la vida sube de plano y se va perfeccionando y simplificando. cada vez más. Es que no lo perdamos nunca de vista; cada nuevo grado de oración representa un nuevo avance en el conjunto de toda la vida cristiana, como declaró expresamente San Pío X, y se comprende que tiene que ser así por la misma naturaleza de las cosas.

6-Objeciones Contra la oración de simplicidad: Se pusieron de antaño algunas objeciones, que ya están del todo desacreditadas y resueltas; pero bueno será recordarlas brevemente.

Primera Objeción: «Es una pérdida de tiempo y una puerta abierta a la ociosidad».
Respuesta: A Santa Teresa de Jesús le parecía lo contrario, y la experiencia diaria en la dirección de las almas confirma plenamente su criterio. Lo que ocurre es que a veces «se ponen» en oración de simplicidad—nunca tan bien empleado el nombre en su sentido peyorativo, almas ilusas que están muy lejos de encontrarse en ese grado de oración. Pero entonces acháquense los inconvenientes a la bobería de esas almas o a la inexperiencia de sus directores, no a la oración en sí misma, que es excelente y altamente santificadora.

Segunda Objeción: “Concretar la atención en una idea fija y en un solo afecto es romperse la cabeza y violentar el corazón».
Respuesta: Si el alma no está preparada para ello, estamos completamente de acuerdo. Pero si lo está, lejos de ser un ejercicio violento, es incomparablemente más sencillo y fácil que el de la meditación discursiva y el de la oración afectiva multiforme y variada. Todo está en no adelantarse a la hora de Dios ni retrasarse cuando ha sonado ya.

Tercera Objeción: «Siempre es más perfecto hacerse violencia».
Respuesta: Es completamente falso. Santo Tomás enseña que la mera dificultad de una acción no aumenta su mérito a no ser que se ponga mayor amor en realizarla. y Con esa violencia nos exponemos, además, a paralizar la acción del Espíritu Santo, que quiere mantener al alma sosegada y tranquila para comenzar a comunicarle la contemplación infusa.

Repetimos aquí lo que ya dijimos al empezar la descripción de la etapa ascética. Si se quiere hablar con propiedad y precisión, no se puede hablar de etapa ascética y etapa mística sin más. Ambos aspectos de la vida cristiana se compenetran mutuamente, de tal forma que los ascetas reciben a veces ciertas influencias místicas—a través de los dones del Espíritu Santo, que posee toda alma en gracia y los místicos proceden a veces ascéticamente (siempre que el Espíritu Santo no actúe en ellos con sus dones). Lo único cierto es que en la primera etapa predominan los actos ascéticos, y en la segunda los místicos; pero sin que puedan atribuirse exclusivamente ninguno de ellos a una determinada fase de la vida espiritual.

La oración de simplicidad señala el paso de la oración ascética a la mística. Los elementos infusos—de los que comienza ya a participar— acaban por prevalecer sobre los adquiridos de un modo gradual y progresivo hasta que el alma entra de lleno en la oración mística o contemplación. Antes de describir sus diferentes grados y manifestaciones, se impone un estudio previo de la oración mística en general, que no es otra cosa que la contemplación infusa como lo trataremos a profundidad en el próximo Capitulo.

+++Bendiciones

lunes, 20 de abril de 2020

Capítulo V: La vida de oración


No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas.(Jos 1:8).

Segundo  Grado de Oración, La Meditación:
Siendo abundante y extensa la literatura religiosa sobre la oración y meditación discursiva como forma ordinaria de oración mental en la mayor parte de las personas piadosas, nos limitaremos a recoger aquí con brevedad los puntos fundamentales.

1)Naturaleza de La meditación Discursiva: 
Puede definirse como la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con ayuda de la gracia. El examen detallado de la definición nos dará a conocer los elementos fundamentales de este modo de oración «la aplicación razonada de la mente...». Es el elemento más típico y característico de la meditación, que la distingue perfectamente de los restantes grados de oración mental.

Todos suponen una aplicación de la mente al objeto que se está considerando o contemplando (es, sencillamente, la atención, que es indispensable y común a todos los grados de oración ascéticos o místicos), pero la meditación tiene como nota típica y característica una aplicación razonada, discursiva, a modo de raciocinio.

De tal manera es esencial este elemento, que, si falta, ha desaparecido la meditación en cuanto y cuando el discurso desaparece, el alma en este estado se ha dado en la distracción, o en una más profunda oración afectiva, o en la contemplación; y en cualquiera de los tres casos, la meditación ya no existe. Claro que el discurso de la razón está muy lejos de ser el fin de la meditación como oración cristiana.

 ¿En qué se distinguiría entonces del simple estudio o especulación sobre la verdad revelada? Como veremos en seguida, ese discurso se encamina a una finalidad afectiva y práctica, sin la cual dejaría de ser oración. Pero como elemento previo o preparatorio es tan indispensable, que sin él no hay meditación propiamente dicha. Toda meditación implica discurso, aunque no sea éste el elemento más importante de la misma. «... A una verdad sobrenatural...».Es evidente desde el momento en que nos encontramos ante una oración, no ante un estudio científico de una rama cualquiera del saber humano.

Esa verdad sobrenatural puede ser muy variada: un texto de la Sagrada Escritura, un pasaje de la vida de Cristo o de un santo cualquiera, un principio teológico, una fórmula litúrgica, etc., etc.; pero siempre con la doble finalidad que vamos a explicar a continuación.«... Para convencernos de ella...» La meditación como oración cristiana tiene dos finalidades, una intelectiva y otra afectiva:

a) La Intelectiva: Tiene por objeto llegar a convicciones firmes y enérgicas que resistan el embate de las influencias contrarias que puedan sobrevenir por parte de los enemigos del alma. Sin estas convicciones firmes, el alma sucumbiría fácilmente ante tales acometidas.
Lo puramente sentimental y sensiblero puede producir un efecto momentáneo de felicidad y de paz; pero no teniendo su apoyo y fundamento en la firme convicción intelectiva, se hundirá sin resistencia al menor soplo de pasión.

No se puede construir una casa sólida sobre la arena movediza del sentimiento; es preciso el fundamento pétreo e inconmovible de las convicciones hondamente arraigadas en la inteligencia.  Al lograrlas se endereza directamente esta primera finalidad de la meditación.  Pero ésta sola no basta. Ni siquiera es la principal en cuanto oración. Esas firmes convicciones pueden también adquirirse con el simple estudio de la verdad sagrada sin intención alguna de oración. 

b)La Afectiva: Por esto es menester añadir la segunda y más importante finalidad, que acabará de perfilar el concepto cabal de la meditación cristiana. «... Y movernos a amarla...»—He aquí el elemento más importante de la meditación en cuanto oración cristiana. Es menester que la voluntad se lance al amor de la verdad que el entendimiento le presenta elaborada por su discurso. Si transcurriera todo el tiempo dedicado a la meditación en los procedimientos discursivos preliminares, en realidad no habría oración.

Sería un estudio más o menos orientado a la piedad, pero en modo alguno un ejercicio de oración. Esta comienza propiamente cuando el alma, enardecida por la verdad sobrenatural que el entendimiento convencido le presenta, prorrumpe en afectos y actos de amor a Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo que da a la meditación anterior toda su razón de ser en cuanto oración cristiana.

Claro que es preciso que este amor y entusiasmo afectivo no quede en las puras regiones del corazón o de la fantasía. Es menester que se traduzca en enérgicas resoluciones prácticas. Y a ello responde el nuevo elemento de la definición, que termina y redondea el concepto integral de la oración discursiva. «... Y practicarla con ayuda de la gracia». Toda meditación bien hecha ha de terminar en un propósito y en una plegaria.

Un propósito enérgico de llevar a la práctica las consecuencias que se desprenden de aquella verdad o misterio que hemos considerado y amado y una plegaria a Dios pidiéndole su gracia y bendición para poderlo cumplir de hecho, ya que nada absolutamente podemos hacer sin El. Nunca se insistirá bastante en estos dos últimos elementos de la definición: el amor de Dios y el propósito práctico, enérgico y decidido. Son legión incontable las almas piadosas que se ejercitan diariamente en la meditación y que, sin embargo, apenas sacan de ella ningún provecho práctico.

La explicación hay que buscarla en el modo defectuoso de hacerla. Insisten demasiado en lo que no es sino mera preparación para la oración propiamente dicha. Se pasan el tiempo leyendo, discurriendo o en perpetua distracción semivoluntaria. El resultado es que cuando termina el tiempo destinado a la oración no han permanecido en ella, en realidad, un solo instante. De su alma no ha brotado un solo acto de amor, una aspiración a Dios, un propósito práctico concreto y enérgico. «Son almas tullidas—decía Santa Teresa de Jesús—, que, si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten, como al que había treinta años que estaba en la piscina de Siloé, tienen harta mala ventura y gran peligro».

2)Importancia y necesidad de la meditación: La meditación, que es muy conveniente para salvarse, es absolutamente imprescindible para emprender seriamente el camino de la propia santificación. Vamos a examinar estas dos afirmaciones.

a) Es conveniente para salvarse: La inmensa mayoría de los que viven habitualmente en pecado es sencillamente porque no reflexionan. Ya lo dijo hace muchos siglos el profeta Jeremías, y sus palabras continúan siendo de palpitante actualidad: «Toda la tierra es desolación, por no haber quien recapacite en su corazón» (Jer. 12,11). En el fondo no tienen mal corazón ni sienten enemistad alguna con las cosas de Dios o de su eterna salvación; pero, entregados con desenfreno a las actividades puramente naturales (negocios, etc.) y olvidados enteramente de los grandes intereses de su alma, fácilmente se dejan llevar del ímpetu de sus pasiones desordenadas que no encuentran ningún obstáculo ni freno para el placer y pasiones desordenadas y libertinaje; se pasan años enteros y a veces la vida entera sumergidos en el pecado.

La prueba más clara y evidente de que su triste situación espiritual obedecía en el fondo, más  que la maldad de su corazón, a un atolondramiento irreflexivo procedente de la ausencia absoluta de todo movimiento de introspección, es que cuando estos tales, por azar o providencia divina, aciertan a practicar una tanda de ejercicios espirituales o asisten a los actos de una misión general suelen experimentar una impresión fuertísima, que les lanza muchas veces a una verdadera conversión, traducida en adelante en una vida cristiana seria e intachable.

Con razón, pues, afirma San Alfonso de Ligorio que la oración mental es incompatible con el pecado. Con los demás ejercicios de piedad puede el alma seguir viviendo en pecado, pero con la oración mental bien hecha no podrá permanecer en él mucho tiempo: o dejará la oración o dejará el pecado. Es asi, de la mayor importancia  para la salvación eterna la práctica asidua y cuidadosa de la meditación cristiana.

b)Es absolutamente imprescindible para el alma que aspire a santificarse: El conocimiento de sí mismo, la humildad profunda, el recogimiento y soledad, la mortificación de los sentidos y otras muchas cosas absolutamente necesarias para llegar a la perfección a penas se conciben ni son posibles moralmente sin una vida seria de meditación bien preparada y asimilada.

El alma que aspire a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad. La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los santos sacramentos.

Son legión las almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de oración mental, ya sea porque la omiten totalmente o porque la hacen de manera tan imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión.

Repetimos lo que dijimos, he aquí las propias palabras de San Alfonso de Ligorio: «Sin oración, sin mucha oración, es imposible llegar a la perfección cristiana, cualquiera que sea nuestro estado de vida o las ocupaciones a que nos dediquemos. Ninguna de ellas, por santa que en sí sea, puede suplir a la oración».

El director espiritual debe insistir sin descanso en este punto. Lo primero que ha de hacer cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades encuentra, indíquele los medios de superarlas, las materias que ha de meditar con preferencia, etc. No logrará centrar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de piedad. Pero si su diario y largo ejercicio es absolutamente indispensable, está muy lejos de serlo el método o procedimiento concreto que haya de seguirse. Vamos a examinar esta cuestión.

3)Método de la meditación: Un doble escollo hay que evitar en lo relativo al método o forma de practicar la meditación: La excesiva rigidez y el excesivo abandono. Al principio de la vida espiritual es poco menos que indispensable la sujeción a un método concreto y particularizado. El alma no sabe andar todavía por sí sola, y necesita, como los niños, unas andaderas. Pero a medida que va ya creciendo y desarrollándose sentirá cada vez menos la necesidad de aquellos moldes, y llegará un momento en que su empleo riguroso representaría un verdadero obstáculo e impedimento para la plena expansión del alma en su libre vuelo hacia Dios.

Vamos a recoger aquí con brevedad esquemática algunos de los principales métodos de meditación que se han propuesto a lo largo de los siglos. Todos ellos se practican en la Iglesia y todos tienen sus ventajas e inconvenientes. El alma, orientada por su director espiritual, ensayará el procedimiento que mejor encaje con su propio temperamento y procurará atenerse a él mientras el movimiento interior de su espíritu no se oriente hacia otros horizontes.

Al hacer la elección téngase en cuenta, sobre todo, que el mejor procedimiento para cada uno es el que le empuje con mayor eficacia al amor de Dios y desprecio de sí mismo.

San Ignacio de Loyola: Señala en sus Ejercicios espirituales varios métodos de oración mental. La aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad,la Contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo; y la aplicación de los cinco sentidos; tres «modos de orar» que consisten:

+El primero, en una especie de examen en torno a los mandamientos, pecados capitales, etc.

+El segundo, en considerar una por una las palabras de una determinada fórmula de oración, por ejemplo, el Padrenuestro.

+El tercero (que el Santo llama «oración por compás»), en pronunciar de una manera rítmica y acompasada (a cada respiración) alguna palabra de una fórmula determinada (el Padrenuestro, por ejemplo) mientras se va meditando en ella. En la famosa «contemplación para alcanzar amor» (propone este método para ascender de las criaturas a Dios.

San Alfonso de Ligorio: Propugna un método muy parecido: preparación (fe, humildad, contrición, petición), consideración, afectos, petición, propósitos, conclusión (acción de gracias, renovación de los propósitos, petición de auxilio como ramillete espiritual).

San Juan Bautista de La Salle:  Propone un método muy parecido que consiste en prepararse, ante la presencia de Dios (en las criaturas, en nosotros, en la Iglesia); siguen tres actos en torno a Cristo (fe, adoración y acción de gracias), tres en torno a sí mismo (confesión, contrición y aplicación del misterio) y tres actos últimos (unión con Cristo, petición e invocación de los santos).

Como se ve, las fórmulas son variadísimas (prueba de que ninguna de ellas es esencial o indispensable), aunque todas vienen a coincidir en el fondo.  Se trata de que el alma se ponga en la presencia de Dios, recapacite sobre lo que ha hecho y lo que debe hacer y se entregue a una conversación afectiva con Dios en demanda de sus gracias y bendiciones, terminando con una resolución enérgica, muy concreta y particularizada.

Estas son las líneas generales en las que vienen a coincidir todos esos métodos. Cada alma, repetimos, debe escoger el que mejor encaje con su temperamento y psicología, pero sin atarse demasiado, ni mucho menos dejarse esclavizar por él. Deje a su espíritu seguir con facilidad y sin esfuerzo las distintas mociones que le inspire en cada momento la acción santificadora del Espíritu Santo.

4)Materias que se han de meditar: En esto, como en todo, es menester discreción y prudencia. No todas las materias convienen a todos, ni siquiera a una misma alma en situaciones distintas. Los principiantes insistirán, ante todo, en las materias que puedan inspirarles horror al pecado (novísimos, necesidad de purificarse, etc.); las almas adelantadas encontrarán pasto abundantísimo en la vida y pasión de nuestro Señor; y las muy unidas a Dios, en realidad no tienen ni necesitan materia; siguen en cada caso la moción del divino Espíritu, que suele llevarlas a la contemplación de las maravillas de la vida íntima de la Trinidad Beatísima: «ya por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley», decía admirablemente San Juan de la Cruz.

Al inicio, sin embargo, conviene escoger la materia más apta para el estado y situación del alma, sin perjuicio de dejarse llevar sin resistencia del atractivo interior de la gracia cuando empuja hacia otros horizontes:

 «Déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se esfuerce en estar mucho tiempo en una pieza sola». No conviene tampoco recargar demasiado la materia. He aquí unos consejos muy acertados de un célebre autor, que hacemos enteramente nuestros:

En principio, la materia debe ser corta, simple y clara, sin complicaciones, refinamientos ni sutilezas. La oración no es un entretenimiento de espíritus ligeros, sino un humilde comparecer del alma ante Dios. Incluso cuando la impotencia o la aridez obligan a una lectura meditada o a una lenta oración vocal en la que se va considerando sucesivamente cada palabra o pensamiento, es preciso no correr de una a otra palabra, sino detenerse el mayor tiempo posible para exprimir y saborear el contenido de cada una de ellas hasta que el corazón se mueva y se caldee.

En las condiciones ordinarias no conviene proponer al espíritu más que un pequeño número de pensamientos. Cuando se sabe orar, uno, dos, tres a lo sumo, bastan para alimentar la más larga oración. No se olvide nunca: no se trata aquí de ver sino para amar o querer.

La oración es, ante todo es un ejercicio del corazón. En general, los libros presentan una abundancia tal, que transforman la meditación en lectura espiritual. Claro que no toda la culpa la tienen los libros; de una mesa servida con demasiada abundancia no se debe comer de todo, sino tan sólo según el gusto y apetito. Son preferibles, sin embargo, los libros que no indican para cada día más que dos o tres pensamientos; éstos son los mejores en su clase.
Los que para una sola meditación condensan tratados enteros sobre la materia, acusan en sus autores una noción muy defectuosa de la oración; en lugar de simplificarla y facilitarla, la complican y en parte la suprimen.

Es cierto, sin embargo, que muchas personas no aciertan a meditar sino valiéndose de algún libro. La misma Santa Teresa dice de sí misma que pasó más de catorce años en esta forma. En estos casos, el alma debe ayudarse del libro, o rezar vocalmente muy despacio y esforzarse en hacer lo que pueda hasta que Dios disponga otra cosa. Lo que nunca debe hacer es transformar la meditación en simple lectura espiritual. Sería preferible, antes que esto, limitarse a rezar vocalmente. La oración vocal es oración, pero no lo es la simple lectura espiritual.

En cuanto a las materias concretas que conviene elegir, ya hemos dicho que son muy variadas según el estado y situación del alma. He aquí unas indicaciones muy prácticas del autor que acabamos de citar:

+Las materias ordinarias que es conveniente meditar son las que unen al alma con Dios, la mantienen en la fiel observancia de sus mandamientos y la ayudan a santificar su vida.

+Las obligaciones de su estado, los vicios y las virtudes, los novísimos, Dios y sus perfecciones, Jesucristo, sus misterios, sus ejemplos y palabras; la bienaventurada Virgen María y los santos,

+Las solemnidades y los aspectos diversos del ciclo litúrgico; tales son las consideraciones más propias para excitar la devoción y alimentar la piedad. Pero hay para cada uno puntos particulares sobre los que conviene insistir con frecuencia, tales como el defecto dominante, el atractivo especial de la gracia, los deberes y peligros de su condición y estado. Fuera de éstos y en ellos mismos, las circunstancias, el movimiento interior y los consejos de un sabio director determinan el verdadero campo de la meditación.

En todo caso Nunca se insistirá bastante en la necesidad de ponerse en guardia para no transformar la meditación en simple lectura espiritual. En todo caso es siempre útil repetir, aunque sea muchas veces, las que más nos han movido y empujado a la oración... Pero, cualquiera que sea la materia particular que se medite, el objeto principal de nuestras consideraciones y afectos ha de ser siempre Nuestro Señor Jesucristo. Nuestras oraciones, lo mismo que nuestras obras, no son agradables a Dios sino en la medida en que hayan sido hechas en unión con el divino Mediador. Pero nada asegura tanto esta comunión como el mantenerse durante la oración en presencia y bajo la mirada de Jesucristo y dirigir hacia las consideraciones de la mente y los afectos del corazón».

5)Detalles complementarios: Se refieren principalmente al tiempo, lugar, postura y duración de la oración mental.

a)Tiempo: Dos cosas hay que tener muy en cuenta: la necesidad de señalar un tiempo determinado del día y la elección del momento más oportuno. Cuanto a lo primero, es evidente la conveniencia de señalar un tiempo determinado para no  divagar en la oración. Si se altera el horario o se va dejando para más tarde, se corre el peligro de omitirla totalmente al menor pretexto. La eficacia santificadora de la oración depende en gran escala de la constancia y regularidad en su ejercicio.

Pero no todos los tiempos son igualmente favorables para el ejercicio de que hablamos. Los que siguen a la comida, al recreo o al tumulto de las ocupaciones no son aptos para la concentración de espíritu; el recogimiento y la libertad de espíritu son necesarios para la ascensión del alma hacia Dios.

Según los maestros de la vida espiritual, los momentos más propios son. por la mañana temprano, por la tarde antes de la cena y a medianoche. Si no se puede dejar a la oración más que una sola vez al día, es preferible la mañana. El espíritu, refrescado por el reposo de la noche, posee toda su vivacidad; las distracciones no le han asaltado todavía, y este primer movimiento hacia Dios imprime al alma la dirección que ha de seguir durante el día

Los sagrados libros señalan también la mañana y el silencio de la noche como las horas más propias para la oración: «Ya de mañana, Señor, te hago oír mi voz; temprano me pongo ante ti, esperándote» (Salmo. 5,4); «... y mis plegarias van a ti desde la mañana» (Salmo 87,14); «Me levanto a medianoche para darte gracias por tus justos juicios» (Salmo. 118,62); «... y pasó la noche orando a Dios» (Lc. 6,12).

b)Lugar: Para algunos religiosos, seminaristas, etcétera; está determinado expresamente por la costumbre de la comunidad cuando la oración se hace en común. Suele ser la capilla o el coro. Y aun en privado conviene hacerla allí por la santidad y recogimiento del lugar y la presencia augusta de Jesús sacramentado. Pero en absoluto se puede hacer en cualquier lugar que convide al recogimiento y concentración del espíritu.

La soledad suele ser la mejor compañera de la oración bien hecha. Jesucristo la aconseja expresamente en el Evangelio; y es útil no sólo para evitar la vanidad (Mt. 6,6), sino también para asegurar su intensidad y eficacia. En ella es donde Dios suele hablar al corazón (Os. 2,14).

«¿Sería bueno hacer la oración ante los espectáculos de la naturaleza; sobre las montañas, a la orilla del mar, en la soledad de los campos? Hay que responder que lo que para unos es conveniente, representa para otrosun obstáculo. Las disposiciones particulares y la experiencia deben señalar ;aquí la regla de conducta».

c)Postura: La postura del cuerpo tiene una gran importancia en la oración. Sin duda es el alma quien ora, no el cuerpo; pero, dadas sus íntimas relaciones, la actitud corporal repercute en el alma y establece una especie de armonía y sincronización entre las dos. En general, conviene una postura humilde y respetuosa. Lo ideal es hacerla de rodillas, pero esta regla no debe llevarse hasta la rigidez o exageración. En la Sagrada Escritura hay ejemplos de oración en todas las posturas imaginables: de pie; sentado; de rodillas; postrado en tierra y hasta en el lecho para dormir.

Evítense, cualquiera que sea la postura adoptada, dos inconvenientes contrarios: la excesiva comodidad y la mortificación excesiva. La primera, porque, como dice Santa Teresa, «regalo y oración no se compadecen»; y la segunda, porque una postura excesivamente penosa e incómoda podría ser motivo de distracción y aflojamiento en el fervor, que es lo principal de la oración.

d)Duración: La duración de la oración mental no puede ser la misma para todas las almas y géneros de vida. El principio general es que debe estar en proporción con las fuerzas, el atractivo y las ocupaciones de cada uno. Puestos a concretar, San Alfonso de Ligorio dice que no se imponga a los principiantes más de media hora diaria, y que se vaya aumentando el tiempo a medida que crezcan las fuerzas del alma  San Francisco de Sales, escribiendo especialmente para las personas del mundo y las de vida activa, pide una hora , y lo mismo San Ignacio en sus Ejercicios . Los que escriben más especialmente para religiosos reclaman de hora y media a dos horas diarias.

En este sentido, advierte San Ignacio de Loyola en el mismo lugar, la oración ha de ser continua e inenterrumpida. Mucho ayudará a conseguir esto la práctica asidua y ferviente de las oraciones jaculatorias, que mantendrán a letargo del día el fuego del corazón. Pero, sea como fuere, hay que conseguirlo a todo trance si queremos llevar una vida de oración que: nos conduzca gradualmente hasta la cumbre de la perfección cristiana. Sin vida de oración sería escasísimo  el fruto que obtendríamos de media hora diaria y de meditación aislada.

+++ Bendiciones.

miércoles, 8 de abril de 2020

Capitulo IV: La vida de oración


«Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» (Juan 4:10).

Continuando con nuestro estudio de la vida de oración. Es cosa clara que todo ser viviente que no ha alcanzado todavía su pleno desenvolvimiento puede, en circunstancias normales, crecer y desarrollarse hasta alcanzarlo. En el orden natural, nuestro organismo corpóreo crece por desarrollo propio, es decir, evolucionando con sus fuerzas naturales y acrecentándose por la incorporación de nuevos elementos de su mismo orden.

Nuestra vida sobrenatural no puede crecer así necesita del ejercicio de la oración una sublime y más alta gracia esta no puede crecer por si sola y no puede crecer más que de la manera cómo nace. Nace por infusión divina, y, por lo mismo, no puede crecer más que por nuevas infusiones divinas. En vano nuestras fuerzas y facultades naturales que nos mueven a buscar a Dios serían completamente impotentes para determinar, aun con el auxilio de la gracia actual, este movimiento interior de desenvolvimiento que producen, por ejemplo, la elevación y transformación de nuestra Alma a Dios, con todas sus potencias (La voluntad, la razón y la memoria), Serian vanas si no son alimentadas por la Gracias Divinas.

1)Primer Grado De Oración: La Vocal:
El primer grado de oración, está al alcance de todo el mundo, lo constituye la oración vocal. Es aquella que se manifiesta con las palabras de nuestro lenguaje articulado, y constituye la forma casi única de la oración pública o litúrgica.

Conveniencia y necesidad de la oración vocal:
Santo Tomás se pregunta en la Suma Teológica «si la oración debe ser vocal» Contesta diciendo que forzosamente tiene que serlo la oración pública hecha por los ministros de la Iglesia ante el pueblo cristiano que ha de participar en ella, pero no es de absoluta necesidad cuando la oración se hace privadamente y en particular.

Sin embargo, añade, no hay inconveniente en que sea vocal la misma oración privada por tres razones principales:

a) Para excitar la devoción interior, por la cual se eleva el alma a Dios; de donde hay que concluir que debemos usar de las palabras exteriores en la medida y grado que exciten nuestra devoción, y no más; si nos sirven de distracción para la devoción interior, hay que callar;
b) Para ofrecerle a Dios el homenaje de nuestro cuerpo además de nuestra alma; y
c) Para desahogar al exterior la vehemencia del afecto interior.

Nótese la singular importancia de esta doctrina de la oración vocal de tal manera depende y se subordina a la mental, que, en privado, únicamente para excitar o desahogar aquélla, tiene razón de ser. Es cierto que con ella ofrecemos, además, un homenaje corporal a la divinidad; pero desligada de la mental, en realidad ha dejado de ser oración, para convertirse en un acto puramente mecánico y sin vida. Volveremos sobre esto al hablar de la necesidad de la atención.  A no ser naturalmente que la oración vocal sea obligatoria para el que la emplea, como lo es para el sacerdote y religioso de votos solemnes el rezo del breviario.

La necesidad de la oración vocal es manifiesta en la oración pública o litúrgica; únicamente a base de ella pueden intervenir todos los fieles en una oración común. Y en igualdad de condiciones, o sea, realizada con el mismo grado de fervor, es más provechosa que la privada; hay un texto del todo claro en el Evangelio. Además, cuando se trata de la oración oficial de la Iglesia, tiene una particular eficacia santificadora en virtud de la intervención misma de la Iglesia, que suena ante los oídos del Señor como la voz de la esposa: «vox sponsae». Con todo, siempre será cierto que nada absolutamente puede suplir al fervor de la caridad con que se realiza la oración.

Y así, si un alma ejercita con mayor conato e intensidad el amor a Dios en la oración callada y mental que en la vocal, merecerá más con aquélla y deberá renunciar a sus oraciones vocales, a excepción de las estrictamente obligatorias según su estado. Lo contrario sería preferir lo menos perfecto en perjuicio de lo mejor y confundir lamentablemente la devoción con las devociones.

 Sus condiciones, Según Santo Tomás y la naturaleza misma de las cosas, la oración vocal ha de tener dos condiciones principales: atención y profunda piedad.

a) Atención en la oración Vocal: Al contestar el Doctor Angélico a la pregunta sobre «si la oración ha de ser atenta», establece unas luminosas distinciones que es preciso tener muy en cuenta. La oración, dice: Tiene o produce tres efectos:
+El primero es merecer, como cualquier otro acto de virtud, y para ello no es menester la atención actual, basta la virtual.
+El segundo es impetrar de Dios las gracias que necesitamos, y para ello basta también la atención virtual, aunque no bastaría para ninguno de estos dos efectos la simplemente habitual.
+El tercero, finalmente, es cierto deleite o refección espiritual del alma, y para sentirlo es absolutamente necesaria la atención actual. A continuación, señala el Angélico Doctor la triple clase de atención que se puede poner en la oración vocal, a saber: el material, que atiende a pronunciar correctamente las palabras en las fórmulas de oración; la literal, que se fija y atiende al sentido de esas palabras, y la espiritual o mística, que atiende al fin de la oración, o sea a Dios y a la cosa que se pide. Esta última es la más excelente, pero el ideal consiste en la unión de las tres, que son perfectamente compatibles entre sí. (Mt. 18,20): «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Es admirable la correspondencia entre esta doctrina de Santo Tomas y la de Santa Teresa de Jesús. La insigne monja castellana parece salir de las aulas de una facultad de Teología cuando escribe con una belleza inimitable:

«Porque a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración; no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración. Porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios. Porque, aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, más es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y tiene aprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plegué a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte».

De manera que la oración vocal para que sea propiamente oración es menester que sea atenta. La atención actual sería la mejor, y a conseguirla a toda costa han de enderezarse los esfuerzos del alma. Pero al menos es indispensable la virtual, que se ha puesto intensamente al principio de la oración y sigue influyendo en toda ella a pesar de las distracciones involuntarias que puedan sobrevenir.

Si la distracción es plenamente voluntaria, constituye un verdadero pecado de irreverencia, que, según Santo tomas impide el fruto de la oración.

b) Profunda Piedad de la oración Vocal: Es la segunda condición complementaria de la anterior. Con la atención aplicábamos nuestra inteligencia a Dios. Con la piedad ponemos en contacto con el corazón y la voluntad. Esta piedad profunda envuelve y supone un conjunto de virtudes cristianas de primera categoría: la caridad, la fe viva, la confianza, la humildad, la devoción y reverencia ante la Majestad divina y la perseverancia.

Es preciso llegar a recitar así nuestras oraciones vocales. No hay inconveniente en disminuir su número si no nos es posible recitarlas todas en esta forma. Pero lo que en modo alguno puede admitirse es convertir la oración en un acto mecánico y sin vida, que no tiene ante Dios mayor influencia que la que podrían tener esas mismas oraciones recitadas por un medio de un audio. Más vale una sola avemaría bien rezada que un rosario entero con voluntaria y continuada distracción. Esto nos lleva a plantear la cuestión del tiempo que ha de durar la oración vocal.

c) Duración de la oración vocal: Santo Tomás se plantea expresamente este problema al preguntar «si la oración ha de ser muy larga». Contesta con la clarividencia de siempre, estableciendo una distinción. En su causa dice esto: Es, en el afecto de la caridad, de donde tiene su origen, la oración debe ser permanente y continua, porque el influjo actual o virtual de la caridad ha de alcanzar a todo el conjunto de nuestra vida; y en este sentido, todo cuanto hacemos estando en gracia de Dios y bajo la influencia de la caridad puede decirse que es oración. Pero, considerada en sí misma y en cuanto tal, la oración no puede ser continua, ya que hemos de dejar a otros muchos negocios indispensables.

Ahora bien; la cantidad de una cosa cualquiera ha de ser proporcionada al fin a que se ordena, como la cantidad de medicina que tomamos es ni más ni menos que la necesaria para la salud. De donde hay que concluir que la oración debe durar todo el tiempo que sea menester para excitar el fervor interior, y no más. Cuando rebase esta medida de tal forma que no pueda continuarse sin tedio ni fastidio, ha de cesar la oración. Y esto ha de tenerse en cuenta no sólo en la oración privada, sino también en la pública, que debe durar cuanto sea menester para excitar la devoción del pueblo, sin causarle tedio ni aburrimiento.

De esta luminosa doctrina se desprenden las siguientes consecuencias prácticas:

1) No es conveniente multiplicar las palabras en la oración, sino insistir sobre todo en el afecto interior. Nos lo advierte expresamente el Señor en el Evangelio: «Cuando orareis no habléis mucho, como los gentiles, que piensan serán escuchados a fuerza de palabras. No os asemejéis a ellos, pues vuestro Padre conoce perfectamente las cosas que necesitáis antes de que se las pid byáis» (Mt. 6,7-8). Ténganlo en cuenta tantos devotos y devotas que se pasan el día recitando plegarias inacabables, con descuido acaso de sus deberes más apremiantes.

2) No se confunda la prolijidad en las fórmulas de oración, que debe cesar cuando se haya logrado el afecto o fervor interior—con la permanencia en oración mientras dure ese fervor. Esto último es convenientísimo y debe prolongarse todo el tiempo que sea posible, incluso varias horas, si es compatible con los deberes del propio estado. El mismo Cristo nos dio ejemplo de larga oración, pasando a veces en ella las noches enteras (Lc. 6,12) e intensificándola en medio de su agonía de Getsemaní (Lc. 22,43), aunque sin multiplicar las palabras, sino empleando siempre la misma breve fórmula: «fiat voluntas tua».

3) Como el fin de la oración vocal es excitar el afecto interior, no hemos de vacilar un instante en abandonar las oraciones vocales; (a no ser que sean obligatorias), para entregarnos al fervor interior de la voluntad cuando éste ha brotado con fuerza. Sería un error muy grande querer continuar entonces el rezo vocal, que habría perdido ya toda su razón de ser y podría estorbar al fervor interior.

He aquí cómo expone esta doctrina » San Francisco de Sales: «Si, haciendo oración vocal, sentís vuestro corazón atraído y convidado a la oración interior o mental, no rehuséis hacerlo así, más dejad vuestro corazón inclinarse dulcemente de ese lado y no os preocupéis poco ni mucho de no haber terminado las oraciones vocales que teníais intención de recitar: porque la oración mental que habéis hecho en su lugar es más agradable a Dios y más útil a vuestra alma. Excepto el oficio eclesiástico, sí estáis obligado a decirlo, porque en este caso es preciso cumplir el deber» (Tratado Vida devota).

Las fórmulas de oración vocal: Es imposible sobre este asunto dar normas fijas que tengan valor universal para todas las almas. Cada una ha de seguir el impulso interior del Espíritu Santo y emplear las fórmulas que más exciten su fervor y devoción, o no emplear ninguna determinada si encuentra la paz hablando sencillamente con Dios como un niño pequeño con su padre. Objetivamente hablando, es indudable que las mejores fórmulas son las que la Iglesia nos propone en su liturgia oficial. Tienen una eficacia especial para expresar los deseos de la Esposa de Cristo y recibir la influencia colectiva de los miembros todos de su Cuerpo místico.

Las fórmulas más conocidas y familiares son precisamente las de más hondo contenido y profundidad. No hay nada comparable al Padre nuestro, la avemaría, el credo, la salve, el Gloria, el Ángelus, las oraciones de la mañana y de la noche, la bendición de la mesa, las palabras que pronunciamos al hacer la señal de la cruz, al acercarnos a comulgar, el acto de contrición y la confesión general. El rezo del rosario, tan profundo y sencillo al mismo tiempo, constituye también una de las plegarias favoritas del pueblo cristiano deseoso de honrar a María y recibir de ella su bendición maternal.

No podemos detenernos en exponer esas preciosas fórmulas de oración, pero es forzoso que hagamos una excepción con la más excelente y sublime de todas: el Padre nuestro, llamado también «oración dominical» por haber brotado de los labios mismos del divino Redentor.

Exposición del Padre nuestro como oración vocal: Santo Tomás pregunta en un artículo de la Suma Teológica «si están bien puestas las siete peticiones del Padre nuestro». Creemos que la maravillosa doctrina que expone al contestar afirmativamente hace de ese artículo uno de los más sublimes y profundos de su obra inmortal, verdadero alcázar de la Teología católica.

He aquí la doctrina del Santo, con algunas ampliaciones para facilitar su plena inteligencia a los no versados en Teología.

Comienza Santo Tomás diciendo que la oración dominical es perfectísima, ya que en ella se contiene todo cuanto hemos de pedir y en el orden mismo con que hay que pedirlo. He aquí sus palabras:

«La oración del Señor es perfectísima; porque, como dice San Agustín, si oramos recta y congruentemente, nada absolutamente podemos decir que no esté contenido en esta oración. Porque como la oración es como un intérprete de nuestros deseos ante Dios, solamente podemos pedir con rectitud lo que rectamente podemos desear. Ahora bien: en la oración dominical no sólo se piden todas las cosas que rectamente podemos desear, sino hasta por el orden mismo con que hay que desearlas; y así esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que informa y rectifica todos nuestros afectos y deseos».

A continuación, comienza el Angélico la exposición del Padre nuestro. Para entender el primer párrafo conviene tener presente lo que ya dejamos explicado al comienzo de esta obra, a saber: que el fin último y absoluto de la vida cristiana es la gloria de Dios, y el fin secundario o relativo es nuestra propia perfección y felicidad.

 Escuchemos ahora a Santo Tomás:

Como se ve, las dos primeras peticiones del Padre nuestro no pueden ser más sublimes. En la primera pedimos la gloria de Dios, o sea, que todas las criaturas reconozcan y glorifiquen (eso significa aquí santificar) el nombre de Dios. Tal es el fin último de la creación: la gloria de Dios, o, más exacta y teológicamente, Dios mismo glorificado por sus criaturas. Esta gloria de Dios constituía la obsesión de todos los santos. En la cumbre de la montaña de la santidad se lee siempre he indefectiblemente el rótulo que puso San Juan de la Cruz en lo alto de su Monte Carmelo: «Sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios». El yo humano, terreno y egoísta, ha muerto definitivamente.

Pero Dios ha querido encontrar su propia gloria en nuestra propia felicidad. No solamente no se nos prohíbe, sino que se nos manda desear nuestra propia felicidad en Dios. Pero únicamente en segundo lugar, en perfecta subordinación a la gloria de Dios, en la medida y grado de su beneplácito divino: «buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt. 6,33).

Al pedirle a Dios el advenimiento de su reino sobre nosotros, le pedimos en realidad la gracia y la gloria para nosotros; o sea, lo más grande y sublime que podemos pedir después de la gloria de Dios. Después del fin principal y secundario hay que desear, lógicamente, los medios para alcanzarlo. Sigamos escuchando a Santo Tomás:

«Al fin que acabamos de decir nos puede ordenar algo de dos maneras: directa o indirectamente Directamente se nos ordena el bien que sea útil al fin. Y este bien puede ser de dos maneras: primaria y principalmente, nos ordena al fin el mérito con que merecemos la bienaventuranza eterna obedeciendo a Dios, y por esto se ponen aquellas palabras: hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo; secundaria e instrumentalmente, todo aquello que puede ayudarnos a merecer la vida eterna, y para esto se dice:

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Y esto es verdadero tanto si se entiende del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es muy provechoso al hombre (y en el que se sobrentienden todos los demás sacramentos), como si se entiende del pan material, significando con ese pan todas las cosas necesarias para vivir; porque la Eucaristía es el principal sacramento, y el pan material es el principal alimento».

Como se ve, después de haber pedido lo relativo al fin principal y al secundario, se empieza inmediatamente a pedir lo relativo a los medios. También aquí se procede ordenadamente, pidiendo en primer lugar que cumplamos la voluntad de Dios de manera tan perfecta, si fuera posible, como se cumple en el cielo. Es porque el cumplimiento de la voluntad de Dios es el único medio directo e inmediato de glorificar a Dios y de santificar nuestra alma.

 Nadie se santificará ni podrá glorificar a Dios más que cumpliendo exacta y rigurosamente su divina y adorable voluntad. Si Dios nos pide obscuridad y silencio, enfermedad e impotencia, vida escondida y desconocida, es inútil que tratemos de glorificarle o de santificarnos soñando en grandes empresas apostólicas o en obras brillantes en el servicio de Dios: andaremos completamente fuera de camino.

Nada glorifica a Dios ni santifica al alma sino el perfecto cumplimiento de su divina voluntad. Pero, al lado de este medio fundamental e inmediato, necesitamos también la ayuda de los medios secundarios, simbolizados en la palabra pan, que es el alimento por excelencia. Pedimos el pan, o sea, lo indispensable para la vida (nada de riquezas y honores, que son bienes fugaces y aparentes, que tanto se prestan a desviarnos de los caminos de Dios); y únicamente para hoy, «con el fin de quedar obligados a pedirlo mañana y corregir nuestra codicia» como dice admirablemente el catecismo y para que descansemos confiados y tranquilos en los brazos de la providencia amorosísima de Dios, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a las flores del campo con soberana hermosura (Mt. 6,25-34).

Sigamos la exposición de Santo Tomás. «Indirectamente nos ordenamos a la bienaventuranza removiendo los obstáculos que nos la podrían impedir. Tres son estos obstáculos:

+El primero y principal es el pecado, que nos excluye directamente del reino de los cielos, y por esto decimos perdónanos nuestras deudas.
+El segundo es la tentación, que es como la antesala del pecado y puede impedirnos el cumplimiento de la divina voluntad, y por esto añadimos no nos dejes caer en la tentación.
+El tercero, finalmente, lo constituyen todas las demás calamidades de la vida que pueden perturbar nuestra alma, y para ello decimos líbranos de todo mal A través de esta magnífica exposición de Santo Tomás; completada todavía con la solución a las objeciones, se advierte claramente que es imposible pedir a Dios más cosas, ni mejores, ni más ordenadamente, ni con menos palabras, ni con mayor sencillez y confianza que en la sublime oración del Padre nuestro. Por eso, los santos, iluminados por Dios mediante los dones del Espíritu Santo, encuentran un verdadero «maná escondido» en la oración dominical.

Viven de ella años enteros, y aun toda la vida, alimentando su oración con sus divinas peticiones. Santa Teresita llegó a no encontrar gusto sino en el Padre nuestro y avemaría. Santa Teresa lo comenta magistralmente en su Camino de perfección. Y muchas almas sencillas y humildes encuentran en él pasto abundantísimo para su oración y hasta para remontarse a las más altas cumbres de la contemplación y unión con Dios. Lo dice expresamente Santa Teresa de Jesús:

«Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo; y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido, que no lo podía sufrir. Mas tal tengamos todos la mental. En ciertos Paternósters que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre se estaba, y en poco más rezado, algunas horas. Vino una vez a mí muy acongojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Pregúntele qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia su oración vocal. Si esto es verdad, como lo es, no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia».

Y en otro lugar de sus obras añade la insigne Doctora Mística este espléndido rezo del Padre nuestro: «Es cosa para alabar mucho al Señor cuan subida en perfección es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen Maestro, y así podemos, hijos, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro, sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión que, a ser yo para saberlo decir, se pudiera hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento».

Es, pues, de la mayor importancia en la vida espiritual el rezo ferviente de las oraciones vocales. Nunca se pueden omitir del todo, ni siquiera en las más altas cumbres de la santidad. Llega un momento, como veremos, en el que empeñarse en continuar el procedimiento discursivo de la meditación ordinaria representaría una imprudencia y un gran obstáculo para ulteriores avances; pero esto jamás ocurre con la oración vocal. Siempre es útil y conveniente, ya sea para excitar el fervor interior, ya para desahogarlo cuando es demasiado vehemente. La enemistad con las oraciones vocales es un signo de mal espíritu, en el que han incurrido una verdadera legión de almas ilusas y de falsos místicos.

+++ Bendiciones