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lunes, 18 de mayo de 2020

Capítulo VIII: La vida de Oración.


Sabrás que cuando el alma está ya habituada al interior recogimiento y contemplación adquirida que hemos dicho, cuando ya está mortificada y en todo desea negarse a sus apetitos, cuando ya muy de veras abraza la interior y exterior mortificación y quiere muy de corazón morir a sus pasiones y propias operaciones, entonces suele Dios tirarla, elevándola, sin que lo advierta, a un perfecto reposo, en donde suave e íntimamente le infunde su luz, su amor y fortaleza, encendiéndola e inflamándola con verdadera disposición para todo género de virtud. Miguel de Molinos (1628-1696).

La contemplación infusa y pasiva y sus maravillosos efectos:
 Recordemos lo tratado en el Capitulo III. En relación a los grados de la Vida de Oración  de acuerdo la Siguiente esquema:

Según Santa Teresa; Los tres primeros grados pertenecen a la vía ascética, que comprende las tres primeras moradas del Castillo interior; el cuarto señala el momento de transición de la ascética a la mística, y los otros cinco pertenecen a la vía mística, que comienza en las cuartas moradas llega hasta la cumbre del castillo (santidad consumada).

El paso de los grados ascéticos a los místicos se hace de una manera gradual e insensible, casi sin darse cuenta el alma, como veremos ampliamente en su lugar; son estas las etapas fundamentales del camino de la perfección, que van sucediéndose con espontánea naturalidad, poniendo claramente de manifiesto la unidad de la vida espiritual y la absoluta normalidad de la mística, a la que todos estamos llamados, y a la que llegarán de hecho todas las almas que no pongan obstáculo a la acción de la gracia y sean enteramente fieles a las divinas mociones del Espíritu Santo.

Ahora bien, cabe preguntar: ¿en qué estado de perfección es la fe principio de la contemplación o Recogimiento infuso? Las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad); están o pueden estar en un triple estado; vamos a clasificar para ilustrar desde el punto de vista didáctico el orden o estado del camino ascético y místico en que nos encontramos:

1-En los incipientes o principiantes: Todavía permanecen en ellos las manchas del pecado, ni están todavía en paz y sosiego, aunque tengan el principio de ello, en cuanto están en gracia y poseen los hábitos infusos de las virtudes y dones.

 2.- En los proficientes o adelantados: Tienen ciertamente los dones y las virtudes algo más desarrollados que los principiantes, pero todavía en grado imperfecto, sin ejercer toda su virtualidad.

 3.- En los perfectos: Tienen los hábitos infusos perfectamente desarrollados. se adecúan perfectamente al sujeto; están en perfecta paz y quietud; pueden prorrumpir fácilmente en el acto sublime de la contemplación.

Estos tres estados corresponden a las tres vías tradicionales: Purgativa, iluminativa y Unitiva. Y se dan los tres en las virtudes teologales, en los dones -del Espíritu Santo y en las virtudes morales. Veamos ahora, en una nueva conclusión, la contestación a la pregunta formulada. Esta conclusión tiene tres partes, que vamos a probar por separado.

 Primera parte. No es en el estado incipiente, porque en él, aunque se posee el hábito de la fe, sus actos brotan con muy poca intensidad y firmeza a causa de las huellas y reliquias que dejaron en el alma los pasados pecados, de los que no está todavía suficientemente purificada. Ahora bien: la contemplación supone un acto vivísimo de fe, incompatible, de ley ordinaria con este estado de cosas. Decimos de ley ordinaria porque en absoluto no es del todo imposible un acto transitorio de contemplación infusa en los comienzos mismos de la vida espiritual, como vimos en otro lugar de este tratado.

 Segunda parte. No lo es perfectamente en el segundo (proficiente), porque, aunque en este estado—correspondiente a la vía iluminativa—comienzan ya las primeras manifestaciones de la contemplación infusa (recogimiento infuso, quietud y unión simple), sin embargo, todavía los hábitos infusos no están perfecta y totalmente connaturalizados con el sujeto de manera que puedan pronta y fácilmente producir el acto contemplativo en grado perfecto.

 Tercera parte Únicamente en este estado perfecto la fe y los dones están plenamente arraigados y connaturalizados con el sujeto. El acto contemplativo brota con grandísima facilidad y en grado intensísimo. Son las oraciones místicas, correspondientes a la vía unitiva: unión plena, unión extática y unión transformativa, en la que se realiza el llamado matrimonio espiritual entre Dios y el alma. Se produce una gran paz y quietud, estupor y pasmo ante las grandezas de Dios, silencio espiritual perfecto, embriagueces y deleites místicos, acompañados con frecuencia de epifenómenos y gracias extraordinarias. El alma queda transformada en Dios y puede exclamar con San Pablo: «para mí la vida es Cristo» (Flp. 1,21); o también: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal. 2,20).

1-Características psicológicas de la contemplación o recogimiento infuso:

Precisada ya teológicamente la naturaleza íntima de la contemplación infusa, vamos a recoger ahora las principales características de tipo psicológico y experimental que permiten reconocerla en la práctica y distinguirla de otros fenómenos del espíritu que pudieran parecérsele.

Algunos autores—entre los que destaca el Padre. Poulain en su obra; Des graces d'oraison pref. n.2. —se limitan exclusivamente a la exposición de este aspecto puramente psicológico y experimental de la contemplación, dejando completamente a un lado la investigación teológica de su naturaleza íntima. Esta actitud puede admitirse si como advierte expresamente el P. Poulain; se trata únicamente de presentar «un simple manual parecido a esos tratados de medicina práctica, que, sin perderse en altas teorías biológicas, enseñan buenamente a diagnosticar con rapidez cada enfermedad y a recetar el remedio conveniente»; pero es a todas luces insuficiente si se quiere presentar una obra verdaderamente científica.

No desdeñemos este aspecto psicológico de la contemplación (sería absurdo tratándose de una realidad eminentemente psicológica como ella es); pero nuestro modesto trabajo nos parecería muy incompleto si no hubiéramos examinado previamente sus fundamentos teológicos, únicamente de los cuales puede recibir solidez y consistencia. 

He aquí, pues, las principales características psicológicas que suele presentar en la práctica la contemplación infusa:

 2-La presencia de Dios Sentida. —El Padre. Poulain insiste mucho en esta nota, que considera la más importante y esencia! de la contemplación infusa. «La verdadera diferencia—dice—con los recogimientos de la oración ordinaria es que, en el estado místico, Dios no se contenta con ayudarnos a Pensar en El y a Recordarnos su presencia, sino que nos da un conocimiento intelectual experimental de esta presencia; en una palabra, nos hace sentir que entramos realmente en comunicación con El»

Los discípulos del Padre. Poulain repiten esta misma doctrina. Fué el Padre. Grandmaison  en su tratado (Religión personnelle p.178 ed. París 1927); quien propuso la siguiente fórmula, que ha hecho fortuna entre los autores: «Los místicos son los testigos de la presencia amorosa de Dios en nosotros».

3-La invasión de lo sobrenatural en el alma. —Es otra de las características más típicas y frecuentes, aunque no puede se fallar y falla de hecho en los intervalos de purificaciones pasivas. Cuando se produce—que es lo más ordinario—, el alma se siente invadida de una manera inequívoca e inefable por algo que no sabría expresar con precisión, pero que siente claramente que «a vida eterna sabe».

 Es la acción desbordada de los dones, que inundan al alma de vida sobrenatural. «El hombre—advierte el P. Grandmaison— tiene la impresión de entrar, no por un esfuerzo, sino por un llamamiento, en contacto inmediato, sin imagen, sin discurso, aunque no sin luz, con una Bondad infinita». El Padre. Poulain añade:

«En los estados inferiores al éxtasis no puede decirse que se vea a Dios, si no es en casos excepcionales; no se siente uno impulsado instintivamente a emplear la palabra ver. Lo que constituye, por el contrario, el fondo común de todos los grados de unión mística es que la impresión espiritual por la que Dios manifiesta su presencia le hace sentir algo así como una cosa interior de la que está penetrada el alma; es una sensación de imbebición, de fusión, de inmersión.

Para mayor claridad puede describirse lo que se siente designando esta sensación con el nombre de toque interior o Las almas experimentadas—en efecto—se sienten empapadas de lo sobrenatural como una esponja que se sumerge en el agua. Ello les produce deleites inefables «diferentísimos de los de acá» (Santa Teresa), aunque con mayor o menor intensidad según el grado de oración en que se encuentran y el grado de intensidad de la divina acción a través de los dones del Espíritu Santo.

El alma es el sujeto pasivo de una sublime experiencia que por sí sola no podría producir jamás. Los textos de los místicos experimentales—particularmente de Santa Teresa—son innumerables.

4-Imposibilidad absoluta de producir por nuestros propios esfuerzos una experiencia mística. —Esta es una de las notas más típicas y características, que tiene, además, la ventaja de no fallar nunca en ninguno de los estados de oración mística o contemplativa. El alma tiene conciencia clarísima de que la experiencia inefable de que está gozando no ha sido producida por ella, ni durará un segundo más de lo que quiera el misterioso agente que la está produciendo.

Causa de esta impotencia.: La razón de esta impotencia es muy sencilla. Como la contemplación es producida por los dones del Espíritu Santo iluminando la fe, y el hombre no puede actuar por sí mismo los dones, ya que no son instrumentos suyos—como las virtudes—, sino directa e inmediatamente del Espíritu Santo, sólo cuando Él quiera y mientras Él quiera se ponen en movimiento, no antes ni después.

El Padre. Poulain, siguiendo su estilo de prescindir de las explicaciones teológicas para describir psicológicamente los hechos, pone un símil muy gráfico y expresivo. Helo aquí con sus mismas palabras:

«Las tesis que acabamos de exponer nos hacen entrever por qué la unión mística no está a nuestra disposición como la oración ordinaria. Esto obedece a que esta unión nos da una posesión experimental de Dios. Una comparación hará comprender esta explicación. Si un amigo mío se oculta detrás de un muro, puedo siempre pensar en él cuando me plazca. Pero si quiero entrar realmente en relación con él, mi voluntad no basta; es preciso que el muro desaparezca.

De semejante manera, Dios está oculto. Con ayuda de la gracia, depende siempre de mi voluntad pensar en él; y esto es la oración ordinaria. Pero se comprende que, si quiero entrar realmente en comunicación con él, esta voluntad no basta. Hay un obstáculo que se ha de quitar, y sólo la mano divina lo puede hacer». Y a renglón seguido añade atinadamente:

 «Si no se puede producir a voluntad el estado místico, al menos se puede uno disponer. Y esto por la práctica de las virtudes y también por una vida de recogimiento interior y exterior.

A veces es uno sorprendido por la unión mística leyendo algún libro piadoso u oyendo hablar de Dios. En este caso, la lectura o la conversación no son la causa, sino la ocasión de la gracia recibida. Esta gracia tiene por única causa a Dios; pero Dios tiene en cuenta la disposición en que nos encontramos. De aquí se siguen varias consecuencias:

a) Nadie puede ponerse a contemplar cuando le plazca. No basta que uno quiera; es menester que quiera también el Espíritu Santo.

b) El alma puede y debe disponerse para recibir esa acción del Espíritu Santo, y es cosa importantísima, como advierte Santa Teresa. Pero no siendo estas disposiciones la causa eficiente de la contemplación, a veces se recibe de improviso (sin ninguna preparación previa) y otras veces no se recibe por mucho que el alma se prepare para ello. 

c) Una vez recibida la divina moción, no se la puede intensificar a pesar de todos los esfuerzos del alma (que, por otra parte, no servirán sino de obstáculos a la acción divina). Nadie se hunde en Dios sino en la medida y grado en que Él lo quiere.

d) Nadie puede determinar con sus esfuerzos la especie de esa unión mística, o sea, el grado de oración mística a que corresponde. Depende enteramente de Dios, que no siempre sigue la clasificación o el orden señalado por Santa Teresa o los demás místicos experimentales. Dios hace en cada alma lo que quiere, cuando quiere y como quiere.

e) A veces, la experiencia mística comienza, se intensifica y va disminuyendo poco a poco hasta desaparecer del todo en aquella ocasión, y esto es lo más frecuente y ordinario. Pero otras veces aparece y desaparece bruscamente sin que el alma haya hecho absolutamente nada para provocarla o alejarla.

f) Ordinariamente no se puede interrumpir la experiencia mística por un simple querer interior de la voluntad (sobre todo si la experiencia es fuerte e intensa). Es preciso, para disminuirla o hacerla desaparecer, moverse, distraerse, entablar una conversación enteramente ajena a la experiencia, etc., y aun así no acaba de conseguirse del todo hasta que Dios quiere. De donde se sigue que un director espiritual que exija al alma dirigida que se desembeba de su oración mística para volver a la oración «ordinaria», además de cometer una torpísima imprudencia, le pide un imposible.

g) «Otra consecuencia de lo que precede es que en la unión mística se siente uno, con relación a ese favor, en una dependencia absoluta de la voluntad divina; depende de sólo Dios darla, aumentarla o retirarla. Nada hay más propio para inspirar sentimientos de humildad. Porque el alma ve claramente que desempeña un papel muy secundario: el del pobre que alarga la mano. En la oración ordinaria, al contrario, se siente tentada a atribuir a sus talentos la mayor parte del éxito. Esta dependencia continuamente sentida produce también un temor filial de Dios. Porque vemos cuan fácilmente puede castigar nuestras infidelidades, haciéndonos que lo perdamos todo instantáneamente

 5-En la contemplación, el alma es más pasiva que activa: Es una consecuencia de cuanto acabamos de decir. El alma no puede «ponerse a contemplar» cuando ella quiera, sino únicamente cuando quiera el Espíritu Santo y en la medida y grado que Él quiera. Es cierto que el alma, bajo la acción de los dones, reacciona vitalmente y coopera con todas sus

fuerzas a la influencia divina, pero se trata de una actividad recibida—por así decirlo—, efecto inmediato de la gracia operante.  Es el famoso patiens divina (Sufrimiento Divino); de Pseudo-Dionisio, que han experimentado todos los místicos. Por eso dice Santo Tomás:

 «El hombre espiritual no se inclina a obrar alguna cosa movido principalmente por su propia voluntad, sino por instinto del Espíritu Santo» (Rom. 8,14, 3.a). Y en otra parte: «En los dones del Espíritu Santo el alma humana no se conduce como motora, sino más bien como movida».

 6-El conocimiento experimental que se tiene de Dios durante la unión mística no es claro y distinto, sino obscuro y confuso:

 San Juan de la Cruz, explica amplia y maravillosamente este carácter de la contemplación en la Subida al Monte Carmelo y, sobre todo, en la Noche obscura. La razón teológica fundamental es porque la luz contemplativa de los dones recae sobre el acto substancial de la fe, iluminándole extrínseca y subjetivamente, como hemos explicado más arriba (pero no intrínseca y objetivamente, ya que de suyo la fe es de non visis (Lo nunca visto), y los misterios sobrenaturales continúan siendo misterios por mucho que se les ilumine en esta vida.

Sólo el lumen gloriae (la Luz de la Gloria); romperá los sellos del misterio y nos dará una contemplación clarísima y distinta de Dios y sus misterios, que no será otra que la visión beatífica. Pero en este mundo, mientras continúe la vida de fe, la visión contemplativa tiene que ser forzosamente obscura y confusa, no clara ni distinta.

En la vida mística pueden producirse, sin embargo, epifenómenos extraordinarios que aparecen al alma claros y distintos. Son ciertas gracias gratis dadas (como las visiones y revelaciones) que suponen nuevas especies.

 7-La contemplación infusa da al alma plena seguridad de que se encuentra bajo la acción de Dios.: Según las descripciones de los místicos experimentales, mientras dura el acto contemplativo, el alma no puede abrigar la menor duda de que se encuentra bajo la acción de Dios e íntimamente unida a Él. Pasada la oración, podrá dudarlo; pero mientras permanece en ella, la duda se le hace del todo imposible.

Es verdad que esta seguridad admite diferentes grados; en la oración de unión es tan firme y absoluta, que, si falta, afirma Santa Teresa que no es verdadera unión, pero comienza ya a tenerse en las primeras manifestaciones contemplativas.

La razón es muy sencilla. El alma tiene conciencia clarísima de que no ha producido ella misma aquella experiencia divina de que está gozando. Y el Espíritu Santo, que la está produciendo con sus dones, pone en ella una seguridad tan firme e inequívoca de que la tiene sometida a su acción, que, mientras la está gozando, el alma dudaría antes de la existencia del sol o de su propia existencia que de la realidad divina que está experimentando. Aquí es donde se cumple aquello de San Pablo:

 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom. 8,16). Sin embargo, en las noches pasivas, esta seguridad de estar bajo la acción divina sufre un eclipse en el alma, por las razones que ya hemos explicado en su lugar correspondiente.

 La contemplación infusa lleva al alma la seguridad moral de estar en gracia de Dios. —Es una consecuencia natural y obligada de la característica anterior. Pero es menester entenderla rectamente para no quedar en lamentables extravíos. 

Es de fe; fué definido por el concilio de Trento:«Que sin una especial revelación de Dios nadie puede saber con certeza que pertenece al número de los predestinados, o que no puede volver a pecar, o que se convertirá de nuevo después del pecado, o que recibirá el gran don de la perseverancia final. Ni tampoco puede saber con certeza de fe—que no puede fallar—haber recibido la gracia de Dios (Denz. 802 823)».

 Ahora bien: esa seguridad grandísima que la contemplación infusa pone en el alma de que está bajo la acción amorosa de Dios, ¿equivale a una verdadera revelación divina? Moralmente hablando, nos parece que sí. Hacemos enteramente nuestras las siguientes palabras del Padre Poulain:

«Dado que se tenga la unión mística, ¿puede uno concluir que está en estado de gracia? Si se tuvieran simplemente revelaciones y visiones, la respuesta sería negativa. Porque la Sagrada Escritura refiere visiones que fueron enviadas a pecadores, como Balaam, Nabucodonosor y Baltasar. Pero aquí hablamos de la unión mística.  He aquí la respuesta:

Los que reciben esta unión sin revelación especial sobre su estado de gracia tienen simplemente la certeza moral de encontrarse en la amistad con Dios. Es una certeza muy superior a la que un cristiano ordinario puede sacar de sus disposiciones.

Es preciso, en la práctica de la dirección espiritual, tener muy en cuenta este carácter obscuro y misterioso de la contemplación infusa para no incurrir en lamentables confusiones. cuando el alma manifiesta que «siente una cosa muy grande que la lleva a Dios, pero que no sabe lo que es, ni la comprende, ni la sabe explicar», un director experimentado reconocerá en seguida una de las características más típicas de la experiencia mística, mientras que otro menos avisado puede pensar fácilmente que se trata de un alma extraviada y soñadora, a la que hay que obligar a caminar por los senderos «ordinarios» y a practicar otro tipo menos absurdo de oración. ¡Cuántas y cuan graves imprudencias se pueden cometer cuando se ignoran los verdaderos caminos de Dios! (Cf. Moradas quintas 1,11. 10 Cf. Denz. 805 825 826 833).

8-Disposiciones para la contemplación: Una gran pureza de corazón. —Hay una relación muy estrecha entre ella y la contemplación. El Señor en el Evangelio relaciona íntimamente ambas cosas cuando dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Sabido es que la contemplación es como un esbozo y anticipo imperfecto de la visión beatífica.

 «Esta pureza de corazón es fruto de la mortificación exterior e interior. Esta cuesta mucho indudablemente; es preciso no tener apego alguno al pecado, no perdonarnos nuestros defectos ni hacer las paces con ellos. Es preciso entrar por la puerta estrecha que conduce a la verdadera vida y se comprenden mejor que nunca aquellas palabras: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Es necesario estar prontos a pasar por el fuego de los sufrimientos, porque la pureza del corazón debe crecer, con la contemplación, por las pruebas purificadoras que Dios no deja de enviar a los que desean humilde y ardientemente su divina intimidad.

 Dios es celoso, como dice Escritura, y quita las personas o las cosas a las cuales se apegaría el alma y la hace pasar por un crisol para despojarla de todas sus escorias. Cuando las inclinaciones desordenadas, las turbulencias de la sensualidad, del egoísmo, del amor propio, del orgullo intelectual y espiritual han desaparecido, el corazón purificado es como un límpido espejo donde se refleja la belleza de Dios. Pero ¿quién puede decir: ¿Yo no puedo tener el corazón puro?»

 9- Simplicidad de Espíritu. —La contemplación es una mirada sencilla y amorosa a Dios que se aviene mal con un espíritu complicado y multiforme. Esta simplicidad consiste, ante todo, en reducir todas las cosas a la unidad, viéndolas todas a través de Dios: los acontecimientos prósperos o adversos, los cargos y ocupaciones agradables o desagradables, las personas simpáticas o antipáticas con las que tenemos que convivir, etc., etc. Esto simplifica grandemente el espíritu, sosiega y tranquiliza el corazón y dispone al alma para el reposo y la paz de la contemplación. En un espíritu turbulento y agitado, apenas se concibe la posibilidad de la oración contemplativa.

 10- humildad De Corazón. —Todos los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que es ésta una de las condiciones más indispensables. «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes», dice la Sagrada Escritura (1 Pe. 5,5). Y Santa Teresa, que tan maravillosamente conocía los caminos de Dios, advierte con mucho encarecimiento a sus monjas que «todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» (Séptimas moradas 4,8). Y un poco más abajo añade todavía:

«Por eso os aviso que ninguna fuerza pongáis si hallareis resistencia alguna; porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas. Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis aún entrar en las terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las quintas; y de tal manera le podéis servir desde allí, continuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la misma morada que tiene para sí, de donde no salgáis más» (Ibíd., párrafos finales, n.2).

«Esta humildad—escribe el P. Garrigou-Lagrange—dispone a la contemplación, porque ella canta ya la gloria de Dios. Si hay tan pocos contemplativos, dice la Imitación, es, sobre todo, porque hay pocas almas profundamente humildes.

 Para recibir la gracia de la contemplación es preciso generalmente haber hecho un acto profundo de verdadera humildad, un acto que haya tenido honda repercusión en toda la vida. Cuando un alma ha reconocido frecuentemente y prácticamente que toda su existencia depende absolutamente de Dios, que no subsiste más que por El, que ella no practica el bien sino por su gracia, que produce en nosotros el querer y el obrar; que no se dirige bien más que por su luz, que no ha hecho por sí misma otra cosa que pecar a cada momento, que es una sierva inútil y .despreciable, entonces llega generalmente a recibir la gracia de que estamos hablando.

 11- recogimiento Profundo :Es imposible que la contemplación se produzca en un alma derramada al exterior. Una vida agitada, llena de ocupaciones absorbentes, que llegan casi al surmenage (en francés Trabajo Excesivo): ese «materialismo en acción, que, después de haberse alejado de Dios y de la verdadera vida de espíritu, busca su equivalente en el orden de las cosas materiales multiplicándolas lo más posible y haciendo que la actividad sea siempre más intensa». (P. Garrigou),

Es un obstáculo casi insuperable para el reposo quieto y pacífico de la contemplación. Es cierto que, si esas ocupaciones son del todo necesarias o impuestas por la obediencia, Dios no puede castigar el cumplimiento del deber; pero con frecuencia nos sobrecargamos voluntariamente de ocupaciones innecesarias, cuando no inútiles del todo, y esto representa una lamentable equivocación; dejamos el oro por el oropel, la unión con Dios por el servicio de las criaturas, nuestros grandes intereses eternos por la satisfacción de nuestros gustos y caprichos del momento. «Procure dar de mano—advierte Santa Teresa—a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado. Que es cosa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que, si no comienza a hacer esto, lo tengo por imposible».(Moradas primeras 2,14).

 

+++ Bendiciones.


domingo, 10 de mayo de 2020

Capítulo VII: La vida de Oración.




De la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor (Sb 13:5).

Recordando lo que ya dijimos en el Capitulo VI de la Vida de oración; en cuanto a la oración afectiva y de simplicidad que señalan el paso de la oración ascética a la mística. Los elementos infusos de los que comienza ya a participar acaban por prevalecer sobre los adquiridos de un modo gradual y progresivo hasta que el alma entra de lleno en la oración mística o contemplación.

Antes de describir sus diferentes grados y manifestaciones, se impone un estudio previo de la oración mística en general, que no es otra cosa que la contemplación infusa. en la descripción de la etapa ascética.  Si se quiere hablar con propiedad y precisión, no se puede hablar de etapa ascética y etapa mística sin más. Ambos aspectos de la vida cristiana se compenetran mutuamente, de tal forma que los ascetas reciben a veces ciertas influencias místicas a través de los dones del Espíritu Santo, que posee toda alma en gracia y los místicos proceden a veces ascéticamente (siempre que el Espíritu Santo no actúe en ellos con sus dones). 

Lo único cierto es que en la primera etapa predominan los actos ascéticos, y en la segunda los místicos; pero sin que; puedan atribuirse exclusivamente ninguno de ellos a una determinada fase de la vida espiritual.

1.La Contemplación en General: He aquí los puntos fundamentales que vamos a examinar en esta previa visión de conjunto: La Naturaleza de la contemplación, la excelencia de la vida contemplativa y si ¿Es deseable la divina contemplación?; Las Disposiciones para ella y el llamamiento inmediato a la contemplación.

2. Naturaleza de la contemplación: La palabra contemplación, en su acepción más amplia y genérica, sugiere la idea de un grandioso espectáculo que llama poderosamente la atención y cautiva el espíritu. Contemplar en general es mirar un objeto con admiración.  Se contempla la inmensidad del mar, el paisaje dilatado de una verde campiña, un vasto sistema de montañas, la belleza del firmamento en una noche serena cuajada de estrellas, las grandes creaciones artísticas del espíritu humano y, en general, todo aquello que es apto para excitar la admiración y cautivar el alma.

 A) Contemplación Natural: Toda potencia cognoscitiva puede realizar, más o menos perfectamente, un acto de contemplación. De ahí que puedan darse ciertos actos de contemplación puramente natural, que, según la potencia a quien afecta, serán de orden sensible, imaginativo o intelectual:

+«Es sensible cuando se mira por mucho tiempo y con admiración alguna cosa bella, por ejemplo, la inmensidad del mar o la majestad de una cordillera».

+«Es imaginativa cuando con la imaginación nos representamos largo rato con admiración y cariño una cosa o persona amada».

 +«Es Intelectual o filosófica cuando se para admirativa la mirada de la mente, con sólo considerar y sin discurrir, en alguna gran síntesis filosófica, por ejemplo, en el concepto del ser absolutamente simple e inmutable, principio y fin de todos los otros seres».

Claro que todos estos actos de contemplación puramente naturales tienen que ser forzosamente muy imperfectos y transitorios. Los dos primeros—sensibles e imaginativos—no son, propiamente hablando, actos contemplativos, ya que, como veremos más abajo, ninguna potencia puramente orgánica puede ser principio electivo de contemplación. Y el tercero—el de la contemplación intelectual o filosófica no puede ser muy perfecto y duradero, puesto que la visión intuitiva y sin discurso no es propia de la naturaleza racional del hombre, que va de suyo analizando y discurriendo.

El espíritu humano cae indefectiblemente en una especie de pasmo o embobamiento cuando se empeña en atajar naturalmente el discurso antes de recibir una luz infusa que lo supla o substituya con ventaja.

B) Contemplación Sobrenatural o Infusa: La contemplación cristiana, sobrenatural o infusa, ha sido definida con muy variadas fórmulas a través de los siglos, pero todas ellas coinciden en lo fundamental; se trata de una suspensión admirativa del entendimiento ante el esplendor de la verdad sobrenatural.

Recojamos brevemente algunas de las más bellas definiciones que nos ha legado la tradición cristiana:

+ «La contemplación es una deliciosa admiración de la verdad resplandeciente» (El autor del libro De Spiritu et Anima (c.32), atribuido antiguamente a San Agustín).

Una santa embriaguez que aparta al alma de la caducidad de las cosas, temporales y que tiene por principio la intuición de la luz eterna de la Sabiduría». (San Agustín, Contra Fausta Múnich. I.12 c.48).

Una elevación y una suspensión del espíritu en Dios que es un anticipo de las dulces alegrías eternas”. El autor de la famosa Scala Claustralium (atribuida a San Bernardo).

Una mirada libre y penetrante del espíritu suspendida de admiración ante los espectáculos de la divina Sabiduría». (Ricardo De San Víctor, Beniamin Maior ).

Una sencilla intuición de la verdad que termina en un movimiento afectivo». Suma Teológica Santo Tomas de Aquino.TH., II-II, I8O,3 ad 1 et ad 3).

La contemplación es ciencia de amor, la cual es noticia infusa de Dios amorosa y que juntamente va ilustrando y enamorando al alma hasta subirla de grado en grado a Dios, su Creador».( San Juan de la Cruz, noche ii, i8,5)

+ «La contemplación no es más que una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas»(San francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 1.6 c.3).

La contemplación es una vista de Dios o de las cosas divinas simple, libre, penetrante, cierta, que procede del amor y tiende al amor» Pbro. LLalemán, La doctrine spirituelle).

Las fórmulas y definiciones podrían multiplicarse indefinidamente. Nosotros vamos a exponer la naturaleza de la contemplación infusa siguiendo las huellas del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino. Para proceder con claridad y orden, vamos a establecer una serie de conclusiones escalonadas. Al final daremos la definición sintética de la divina contemplación.

3.Principio Psicológico de la contemplación:El principio inmediato de la contemplación no es la esencia misma del alma. Esta conclusión se opone a la doctrina defendida por algunos místicos Eckart, Ruysbroeck, Taulero,etc.), según la cual el principio supremo de la contemplación consistiría en la absoluta quietud y silencio de las potencias del Alma(la razón, la voluntad y la memoria).

La conclusión Anterior se prueba porque la naturaleza y esencia del alma no es inmediatamente operativa. Es decir, ya que ninguna substancia creada puede serlo, porque ninguna esencia creada es o puede, ni puede ser, por consiguiente, El ser es acto de la esencia del Espíritu de Dios que obra en ella con absoluta libertad y gracia del Espíritu Santo. Si el alma, pues, obrase por su esencia, su operación se confundiría con su ser y con su propio acto; y tendríamos por sí mismo, un verdadero acto puro, lo cual repugna absolutamente en el ser creado.

Por muy elevada que sea la contemplación que pueda alcanzarse en esta vida, siempre será inferior a la del cielo. Pero la del cielo se realiza por el entendimiento, que es una potencia del alma; luego con mayor razón la de la tierra.

La contemplación cristiana es altamente meritoria, como admiten todos. Ahora bien: el mérito no puede consistir en la esencia del alma, sino en un acto segundo y libre de necesidad Luego consiste en un acto de las potencias del alma.

¿Cómo se justifican entonces aquellas expresiones de los místicos a que antes aludíamos? Aquella quietud absoluta de que hablan hay que entenderla de los sentidos interiores y exteriores y del esfuerzo violento de las potencias del alma.

La contemplación altísima a que se refieren procede de un modo tan suave y delicado, que da la impresión de que no hay operación alguna de las potencias; y, sin embargo, hay operación en grado sumo, para la que se nos dan las virtudes teologales y los dones. La operación, como es sabido, cuanto más alta y perfecta es (por ejercicio, por la experiencia o por la perfección del sujeto), tanto es más fácil, suave y menos agitada.

Puesto en claro que la esencia del alma no puede ser el principio de la voluntad inmediato de la contemplación, es preciso averiguar ahora a cuál de sus potencias corresponde.

4.Las potencias del Alma son de dos géneros:

 a) Puramente espirituales, y éstas son del alma sola en cuanto al principio y en cuanto al sujeto.

 b) Orgánicas, y éstas son del alma en cuanto al principio, pero de todo el compuesto en cuanto al sujeto. Y estas últimas todavía se subdividen en vegetativas (en las y sensitivas, que se desdoblan, a su vez, en los (sentidos interiores y exteriores) y apetitivas (apetito sensitivo donde se inclina el Alma hacia el Sumo Bien que es Dios o las pasiones desordenas de la Carne.

La contemplación no puede proceder de las potencias orgánicas, cualesquiera que sean, como de su principio de la Voluntad movida por la gracia. La vida contemplativa es propia de la vida humana, pero no es propia y no es común a todos los hombres, y mucho menos a  los animales.

La contemplación se da también en los ángeles y en las almas, ya que la contemplación de la tierra no difiere de la del cielo sino en el grado de perfección. Pero los ángeles no tienen ninguna potencia orgánica (Cuerpo), pues son seres Espirituales y su esencia y naturaleza está compuesta solamente por su Voluntad e inteligencia.

Las almas adelantadas tienen la virtud, movidas por la gracia y pueden alcanzar la contemplación si el objeto propio y el fin de la contemplación es la verdad, que es nuestro señor Jesucristo que es el camino la verdad y la vida… y nadie va el padre si no atreves de Él.

Porque la contemplación es un acto libre en cuanto a la especificación y al ejercicio. Luego antecedentemente depende de la voluntad, que aplica al entendimiento a contemplar. La contemplación de las cosas divinas enardece en el alma el fuego del amor divino y el deseo de poseer plenamente a Dios en la visión beatífica; y estos actos son propios de la caridad y de la esperanza teologales, que están en la voluntad. Además, la contemplación cristiana es grandemente meritoria en el orden sobrenatural, y no podría serlo sin el influjo de la caridad, que es virtud afectiva y reside en la voluntad.

Consiguientemente: La contemplación cristiana produce una gran, quietud, paz y delectación de espíritu. Su dulzura y suavidad supera con mucho todos los deleites de esta vida, como dicen reiteradamente los místicos. Estos deleites enardecen la caridad; y ésta, a su vez, mueve y excita a seguir contemplando para gozarlos más y más…

Por donde aparece claro que la contemplación cristiana, aunque formalmente es acto del entendimiento que consiste también en el afecto de la voluntad. Se Prueba entonces porque la contemplación es substancialmente sobrenatural en cuanto a la forma y las gracias “gratis dadas” lo son tan sólo en cuanto al modo de alcanzarla.

La contemplación se ordena al bien espiritual del que la alcanza y las gracias “gratis dada”; se ordenan al bien de los demás. ¿Entonces Porque la contemplación infusa es formalmente santificadora y las gracias gratis dadas no?

Respuesta; Es porque La contemplación infusa requiere necesariamente la gracia habitual o santificante. Porque—como veremos en seguida—no se da jamás contemplación infusa sin intervención de los dones intelectivos del Espíritu Santo, que son inseparables de la gracia y la caridad.

La contemplación se realiza a impulsos del amor de Dios que supone gracia santificante—y, a su vez, aumenta y enardece el amor.  De lo contrario, la contemplación sería una gracia” gratis dada”, no formalmente santificadora.

No basta la gracia habitual; se requiere necesariamente el impulso de la gracia y la caridad actual. Porque la contemplación es un acto sobrenatural que requiere la previa moción divina sobrenatural, y eso es la gracia actual.

La gracia actual ordinaria que mueve las virtudes infusas no basta para el acto contemplativo; se requiere la gracia actual que mueve el hábito de los dones. Porque de lo contrario, todo acto de virtud infusa—al menos las de orden de la razón y la inteligencia sería contemplativo, lo cual es completamente falso.

La contemplación infusa procede de los dones, como veremos en seguida. En conclusión, Además de la gracia habitual y actual, se requiere para la contemplación el hábito de las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

Porque la gracia habitual no es inmediatamente operativa. Obra siempre mediante sus potencias, que son los hábitos infusos de las virtudes y dones. La gracia actual sin el hábito de las virtudes y dones produciría un acto sobrenatural violento: tránsito de la potencia radical al acto segundo, sin pasar por el acto primero (disposiciones infusas habituales); y la contemplación es un acto lleno de suavidad y dulzura, que nada tiene de violento.

Ninguna virtud infusa o don del Espíritu Santo de orden afectivo puede ser formal y principio inmediato del acto contemplativo, aunque sí pueden ser principios dispositivos antecedentes y consiguientemente a la contemplación. Como vimos, es un acto libre y voluntario del entendimiento; luego los hábitos operativos de la contemplación deben ser de orden cognoscitivo, no afectivo.

La contemplación no puede realizarse sin la purificación de las pasiones. El que se entrega a los vicios; sobre todo a los de la carne y el que vive entre risas y tumultos no tiene su alma dispuesta para el sosiego y quietud de la contemplación. Luego las virtudes infusas de orden afectivo concurren dispositiva y terminativamente a la contemplación.

Pero de modo y en grados distintos según se trate de las virtudes morales, de los dones o de las virtudes teologales afectivas. Y así:

a)Las virtudes morales concurren de una manera remota, indirecta, o sea, rectificando el apetito acerca de los medios. Ya sea negativamente, removiendo los obstáculos; ya positivamente, estableciendo la armonía y la paz contra las diversas partes inferiores del hombre. Son las que producen la purificación activa de los sentidos y de las pasiones (ascética).

b) Los dones correspondientes a las virtudes morales producen la purificación pasiva de los sentidos y de las pasiones. Porque los dones son también hábitos activos; sólo por orden al Espíritu Santo que los mueve son hábitos receptivos o pasivos. En la purificación pasiva intervienen principalmente los dones.

c)Las virtudes teologales afectivas (esperanza y caridad) concurren a la contemplación, causando la rectitud y purificación del apetito en orden al fin. Ya sea negativamente, quitando el sopor o pereza de la voluntad; ya positivamente, elevando al hombre a la unión afectiva con Dios (purificación activa de la voluntad).

d) Los dones correspondientes a la esperanza (temor) y a la caridad (sabiduría) causan la purificación pasiva de la voluntad, que es excelentísima disposición para la contemplación.

La fe puede ser muerta o viva; por la caridad  ninguna de las dos puede ser el principio elegido de la contemplación  así se deducen estos principios:

+Primero,La fe muerta es compatible con el pecado mortal, y con la contemplación infusa jamás lo será.

+ Segundo, No la fe viva por la caridad: sería la razón formal de la contemplación o sólo una condición.  porque la contemplación pertenece esencialmente al entendimiento, y esta información procede de la caridad, que reside en la voluntad.

La caridad concurre a la contemplación como disposición próxima, pero no da la. esta es una condición siempre y cuando para que pueda darse la contemplación, pero esta condición no da la causalidad; es un mero requisito previo.

Además, el acto de fe es creer, o sea, esencialmente, de “cosas obscuras”, y la contemplación—como veremos—- es cierta manera de visión. Por esto, no todos los justos son contemplativos ni tienen a su disposición el acto de la contemplación, como tienen el acto de la fe.

Los dones no pueden darse sin la fe, Ahora bien: estos dones son a la fe, porque los dones obran con las virtudes correspondientes acerca de la misma materia. No tienen actos propios independientes de los de las virtudes; no se dan actos que no sean, a la vez, actos de virtud infusa correspondientes a la contemplación.

El hábito inmediato o acto de contemplación es la fe movida por la caridad y reforzada por los dones intelectuales del Espíritu Santo. La fe proporciona la substancia del acto, y los dones intelectuales (sabiduría, entendimiento y ciencia) proporcionan el modo sobrehumano.

Como quiera que un solo y mismo acto de amor y de contemplación no pueden proceder por igual de los hábitos específicamente diferentes, tiene que proceder de ellos según lo anterior y posterior. Y así:

a) La fe proporciona la substancia o materia del acto, estableciendo formalmente el contacto con la primera Verdad en sí misma, pero sin dar la visión. Concurre como causa que pone intelectualmente en contacto formal con la primera Verdad, pero de una manera obscura. Da el mismo acto de conocer.

b) La fe proporciona la materia de la contemplación: Dios, objeto primario, y las verdades divinas de la fe. Los dones intelectuales hacen el papel de forma, como veremos en seguida.

c)La fe concurre como causa propia principal proporcionando la substancia del conocimiento. Los dones intelectuales concurren como causa propia secundaria, proporcionando el modo contemplativo, sabroso, experimental, de la Verdad Primera como presente y connatural.

d) La caridad concurre, no estableciendo el contacto formal, sino como disposición próxima que aplica el objeto al sujeto; por la caridad el objeto de la fe se hace presente al sujeto bajo la razón de don presente y connatural. Concurre, pues, no elegido sino dispositivamente; pero necesariamente, ya que es indispensable que la fe esté formada por la caridad.

Los dones intelectuales del Espíritu Santo concurren proporcionando el modo sobrehumano, contemplativo, experimental; y la permanencia y estabilidad de la contemplación. La fe proporciona la materia del acto contemplativo; los dones le proporcionan la forma contemplativa.

Pero la forma no puede darse sin la materia, ni el modo sin la substancia; luego los dones dependen de la fe, y en todas las operaciones contemplativas concurre la fe. Pero veamos en qué forma concurren cada uno de los dones intelectuales:

+ El don de entendimiento da el conocimiento formal místico; el objeto se hace presente bajo la razón de conocido. Por eso dice Santo Tomás: «Esta misma vida, purificado el ojo del espíritu por el don de entendimiento, puede verse en cierto modo a Dios»

+El don de sabiduría conforma al hombre con Dios por cierta filiación adoptiva. En cuanto implica conocimiento de Dios no discursivo, sino intuitivo y experimental, pertenece a la fe; en cuanto importa experiencia sabrosa de Dios y de los misterios sobrenaturales, responde a la caridad. Es un conocimiento sabroso y afectivo. Radicalmente responde a la fe.

+El don de ciencia se refiere al objeto secundario de la contemplación: las cosas creadas. Por ellas el hombre se eleva al conocimiento de Dios, objeto primario de la contemplación.

Los dones de entendimiento y sabiduría causan la llamada visión mística, irreductible a las categorías de visión de esta vida terrenal. La fe da la materia, la substancia de la contemplación; más perfectamente que los dones por razón de su objeto o motivo formal, pero inferior a ellos en cuanto al modo de conocer.

+Por los dones—en efecto—se tiene este modo de evidencia experimental. Es un conocimiento afectivo, una experiencia gustada de los misterios sobrenaturales.

+Es cierto conocimiento inmediato, no por discurso ni remoto (como el conocimiento del fin por los medios). Es un contacto con Dios, no esta ahi como es en sí, en su misma esencia, sino por los efectos sobrenaturales que Dios produce en el alma; no considerados de una manera abstracta, sino contemplados, gustados, saboreados. Estos efectos son los medios objetivos de este modo de conocer; y no se conoce a Dios por este medio de una manera abstracta y por el entendimiento, sino afectiva y experimentalmente.

+Este conocimiento es, en parte, positivo (existe cierto sentido espiritual para captarlo), pero principalmente negativo. Cuanto mayores son estos efectos amorosos, más se acerca negativamente el alma a Dios, concibiendo una idea más pura de Él, removiendo de La toda imperfección, Es cierta tiniebla (coligo mentís)—como dice el Pseudo-Dionisio:

por cuanto todos los efectos exteriores distan infinitamente de Dios. Y porque la fe formada supone la caridad, supone también la unión afectiva (efecto formal del amor, el amor mismo) y la efectiva (efecto de la unión afectiva; se pasa al efecto, a la cosa: la unión misma). Y aunque la caridad en esta vida, por razón del estado, sea de objeto distante (Dios), sin embargo, de suyo, por su propia esencia, exige la presencia.

Esto no significa que el conocimiento de fe sea inferior según su esencia, o sea, en cuanto al objeto formal, al conocimiento de los dones; sino que los dones tienen este modo superior en cuanto unidos a la caridad. Quitan en cierto modo la obscuridad de la fe por la connaturalidad que proviene de la caridad y del Amor de Dios impresos en el Alma.

 

+++ Bendiciones.


Bibliografía de Referencia

SAN BUENAVENTURA, Itinerario; BEATO SUSÓN, El libro de la Sabiduría;

TAULERO, Instituciones divinas; RUYSBROECK, El ornato de las nupcias espirituales;

SANTA TERESA y SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras; ALVAREZ DE PAZ, De vita spirituali t.3 1.5;

SCARAMELLI, Directorio místico; P. LALLEMANT, Doctrina espiritual princ.7; RIBET, La Mystique

mystique; MEYNARD, Tr. de la vie intérieure; ARINTERO, Evolución mística; Cuestiones místicas;

 TANQUEREY, Teología ascética y mística; JORET, La contemplation

mystique d'aprés Saint Thomas; D E GUIBERT, Theologia spiritualis; GARRIGOU-LAGRANGE,

Contemplation en el Dictionnaire de Spiritualité facs.XIV-XV cols.1643-2193.