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lunes, 18 de mayo de 2020

Capítulo VIII: La vida de Oración.


Sabrás que cuando el alma está ya habituada al interior recogimiento y contemplación adquirida que hemos dicho, cuando ya está mortificada y en todo desea negarse a sus apetitos, cuando ya muy de veras abraza la interior y exterior mortificación y quiere muy de corazón morir a sus pasiones y propias operaciones, entonces suele Dios tirarla, elevándola, sin que lo advierta, a un perfecto reposo, en donde suave e íntimamente le infunde su luz, su amor y fortaleza, encendiéndola e inflamándola con verdadera disposición para todo género de virtud. Miguel de Molinos (1628-1696).

La contemplación infusa y pasiva y sus maravillosos efectos:
 Recordemos lo tratado en el Capitulo III. En relación a los grados de la Vida de Oración  de acuerdo la Siguiente esquema:

Según Santa Teresa; Los tres primeros grados pertenecen a la vía ascética, que comprende las tres primeras moradas del Castillo interior; el cuarto señala el momento de transición de la ascética a la mística, y los otros cinco pertenecen a la vía mística, que comienza en las cuartas moradas llega hasta la cumbre del castillo (santidad consumada).

El paso de los grados ascéticos a los místicos se hace de una manera gradual e insensible, casi sin darse cuenta el alma, como veremos ampliamente en su lugar; son estas las etapas fundamentales del camino de la perfección, que van sucediéndose con espontánea naturalidad, poniendo claramente de manifiesto la unidad de la vida espiritual y la absoluta normalidad de la mística, a la que todos estamos llamados, y a la que llegarán de hecho todas las almas que no pongan obstáculo a la acción de la gracia y sean enteramente fieles a las divinas mociones del Espíritu Santo.

Ahora bien, cabe preguntar: ¿en qué estado de perfección es la fe principio de la contemplación o Recogimiento infuso? Las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad); están o pueden estar en un triple estado; vamos a clasificar para ilustrar desde el punto de vista didáctico el orden o estado del camino ascético y místico en que nos encontramos:

1-En los incipientes o principiantes: Todavía permanecen en ellos las manchas del pecado, ni están todavía en paz y sosiego, aunque tengan el principio de ello, en cuanto están en gracia y poseen los hábitos infusos de las virtudes y dones.

 2.- En los proficientes o adelantados: Tienen ciertamente los dones y las virtudes algo más desarrollados que los principiantes, pero todavía en grado imperfecto, sin ejercer toda su virtualidad.

 3.- En los perfectos: Tienen los hábitos infusos perfectamente desarrollados. se adecúan perfectamente al sujeto; están en perfecta paz y quietud; pueden prorrumpir fácilmente en el acto sublime de la contemplación.

Estos tres estados corresponden a las tres vías tradicionales: Purgativa, iluminativa y Unitiva. Y se dan los tres en las virtudes teologales, en los dones -del Espíritu Santo y en las virtudes morales. Veamos ahora, en una nueva conclusión, la contestación a la pregunta formulada. Esta conclusión tiene tres partes, que vamos a probar por separado.

 Primera parte. No es en el estado incipiente, porque en él, aunque se posee el hábito de la fe, sus actos brotan con muy poca intensidad y firmeza a causa de las huellas y reliquias que dejaron en el alma los pasados pecados, de los que no está todavía suficientemente purificada. Ahora bien: la contemplación supone un acto vivísimo de fe, incompatible, de ley ordinaria con este estado de cosas. Decimos de ley ordinaria porque en absoluto no es del todo imposible un acto transitorio de contemplación infusa en los comienzos mismos de la vida espiritual, como vimos en otro lugar de este tratado.

 Segunda parte. No lo es perfectamente en el segundo (proficiente), porque, aunque en este estado—correspondiente a la vía iluminativa—comienzan ya las primeras manifestaciones de la contemplación infusa (recogimiento infuso, quietud y unión simple), sin embargo, todavía los hábitos infusos no están perfecta y totalmente connaturalizados con el sujeto de manera que puedan pronta y fácilmente producir el acto contemplativo en grado perfecto.

 Tercera parte Únicamente en este estado perfecto la fe y los dones están plenamente arraigados y connaturalizados con el sujeto. El acto contemplativo brota con grandísima facilidad y en grado intensísimo. Son las oraciones místicas, correspondientes a la vía unitiva: unión plena, unión extática y unión transformativa, en la que se realiza el llamado matrimonio espiritual entre Dios y el alma. Se produce una gran paz y quietud, estupor y pasmo ante las grandezas de Dios, silencio espiritual perfecto, embriagueces y deleites místicos, acompañados con frecuencia de epifenómenos y gracias extraordinarias. El alma queda transformada en Dios y puede exclamar con San Pablo: «para mí la vida es Cristo» (Flp. 1,21); o también: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal. 2,20).

1-Características psicológicas de la contemplación o recogimiento infuso:

Precisada ya teológicamente la naturaleza íntima de la contemplación infusa, vamos a recoger ahora las principales características de tipo psicológico y experimental que permiten reconocerla en la práctica y distinguirla de otros fenómenos del espíritu que pudieran parecérsele.

Algunos autores—entre los que destaca el Padre. Poulain en su obra; Des graces d'oraison pref. n.2. —se limitan exclusivamente a la exposición de este aspecto puramente psicológico y experimental de la contemplación, dejando completamente a un lado la investigación teológica de su naturaleza íntima. Esta actitud puede admitirse si como advierte expresamente el P. Poulain; se trata únicamente de presentar «un simple manual parecido a esos tratados de medicina práctica, que, sin perderse en altas teorías biológicas, enseñan buenamente a diagnosticar con rapidez cada enfermedad y a recetar el remedio conveniente»; pero es a todas luces insuficiente si se quiere presentar una obra verdaderamente científica.

No desdeñemos este aspecto psicológico de la contemplación (sería absurdo tratándose de una realidad eminentemente psicológica como ella es); pero nuestro modesto trabajo nos parecería muy incompleto si no hubiéramos examinado previamente sus fundamentos teológicos, únicamente de los cuales puede recibir solidez y consistencia. 

He aquí, pues, las principales características psicológicas que suele presentar en la práctica la contemplación infusa:

 2-La presencia de Dios Sentida. —El Padre. Poulain insiste mucho en esta nota, que considera la más importante y esencia! de la contemplación infusa. «La verdadera diferencia—dice—con los recogimientos de la oración ordinaria es que, en el estado místico, Dios no se contenta con ayudarnos a Pensar en El y a Recordarnos su presencia, sino que nos da un conocimiento intelectual experimental de esta presencia; en una palabra, nos hace sentir que entramos realmente en comunicación con El»

Los discípulos del Padre. Poulain repiten esta misma doctrina. Fué el Padre. Grandmaison  en su tratado (Religión personnelle p.178 ed. París 1927); quien propuso la siguiente fórmula, que ha hecho fortuna entre los autores: «Los místicos son los testigos de la presencia amorosa de Dios en nosotros».

3-La invasión de lo sobrenatural en el alma. —Es otra de las características más típicas y frecuentes, aunque no puede se fallar y falla de hecho en los intervalos de purificaciones pasivas. Cuando se produce—que es lo más ordinario—, el alma se siente invadida de una manera inequívoca e inefable por algo que no sabría expresar con precisión, pero que siente claramente que «a vida eterna sabe».

 Es la acción desbordada de los dones, que inundan al alma de vida sobrenatural. «El hombre—advierte el P. Grandmaison— tiene la impresión de entrar, no por un esfuerzo, sino por un llamamiento, en contacto inmediato, sin imagen, sin discurso, aunque no sin luz, con una Bondad infinita». El Padre. Poulain añade:

«En los estados inferiores al éxtasis no puede decirse que se vea a Dios, si no es en casos excepcionales; no se siente uno impulsado instintivamente a emplear la palabra ver. Lo que constituye, por el contrario, el fondo común de todos los grados de unión mística es que la impresión espiritual por la que Dios manifiesta su presencia le hace sentir algo así como una cosa interior de la que está penetrada el alma; es una sensación de imbebición, de fusión, de inmersión.

Para mayor claridad puede describirse lo que se siente designando esta sensación con el nombre de toque interior o Las almas experimentadas—en efecto—se sienten empapadas de lo sobrenatural como una esponja que se sumerge en el agua. Ello les produce deleites inefables «diferentísimos de los de acá» (Santa Teresa), aunque con mayor o menor intensidad según el grado de oración en que se encuentran y el grado de intensidad de la divina acción a través de los dones del Espíritu Santo.

El alma es el sujeto pasivo de una sublime experiencia que por sí sola no podría producir jamás. Los textos de los místicos experimentales—particularmente de Santa Teresa—son innumerables.

4-Imposibilidad absoluta de producir por nuestros propios esfuerzos una experiencia mística. —Esta es una de las notas más típicas y características, que tiene, además, la ventaja de no fallar nunca en ninguno de los estados de oración mística o contemplativa. El alma tiene conciencia clarísima de que la experiencia inefable de que está gozando no ha sido producida por ella, ni durará un segundo más de lo que quiera el misterioso agente que la está produciendo.

Causa de esta impotencia.: La razón de esta impotencia es muy sencilla. Como la contemplación es producida por los dones del Espíritu Santo iluminando la fe, y el hombre no puede actuar por sí mismo los dones, ya que no son instrumentos suyos—como las virtudes—, sino directa e inmediatamente del Espíritu Santo, sólo cuando Él quiera y mientras Él quiera se ponen en movimiento, no antes ni después.

El Padre. Poulain, siguiendo su estilo de prescindir de las explicaciones teológicas para describir psicológicamente los hechos, pone un símil muy gráfico y expresivo. Helo aquí con sus mismas palabras:

«Las tesis que acabamos de exponer nos hacen entrever por qué la unión mística no está a nuestra disposición como la oración ordinaria. Esto obedece a que esta unión nos da una posesión experimental de Dios. Una comparación hará comprender esta explicación. Si un amigo mío se oculta detrás de un muro, puedo siempre pensar en él cuando me plazca. Pero si quiero entrar realmente en relación con él, mi voluntad no basta; es preciso que el muro desaparezca.

De semejante manera, Dios está oculto. Con ayuda de la gracia, depende siempre de mi voluntad pensar en él; y esto es la oración ordinaria. Pero se comprende que, si quiero entrar realmente en comunicación con él, esta voluntad no basta. Hay un obstáculo que se ha de quitar, y sólo la mano divina lo puede hacer». Y a renglón seguido añade atinadamente:

 «Si no se puede producir a voluntad el estado místico, al menos se puede uno disponer. Y esto por la práctica de las virtudes y también por una vida de recogimiento interior y exterior.

A veces es uno sorprendido por la unión mística leyendo algún libro piadoso u oyendo hablar de Dios. En este caso, la lectura o la conversación no son la causa, sino la ocasión de la gracia recibida. Esta gracia tiene por única causa a Dios; pero Dios tiene en cuenta la disposición en que nos encontramos. De aquí se siguen varias consecuencias:

a) Nadie puede ponerse a contemplar cuando le plazca. No basta que uno quiera; es menester que quiera también el Espíritu Santo.

b) El alma puede y debe disponerse para recibir esa acción del Espíritu Santo, y es cosa importantísima, como advierte Santa Teresa. Pero no siendo estas disposiciones la causa eficiente de la contemplación, a veces se recibe de improviso (sin ninguna preparación previa) y otras veces no se recibe por mucho que el alma se prepare para ello. 

c) Una vez recibida la divina moción, no se la puede intensificar a pesar de todos los esfuerzos del alma (que, por otra parte, no servirán sino de obstáculos a la acción divina). Nadie se hunde en Dios sino en la medida y grado en que Él lo quiere.

d) Nadie puede determinar con sus esfuerzos la especie de esa unión mística, o sea, el grado de oración mística a que corresponde. Depende enteramente de Dios, que no siempre sigue la clasificación o el orden señalado por Santa Teresa o los demás místicos experimentales. Dios hace en cada alma lo que quiere, cuando quiere y como quiere.

e) A veces, la experiencia mística comienza, se intensifica y va disminuyendo poco a poco hasta desaparecer del todo en aquella ocasión, y esto es lo más frecuente y ordinario. Pero otras veces aparece y desaparece bruscamente sin que el alma haya hecho absolutamente nada para provocarla o alejarla.

f) Ordinariamente no se puede interrumpir la experiencia mística por un simple querer interior de la voluntad (sobre todo si la experiencia es fuerte e intensa). Es preciso, para disminuirla o hacerla desaparecer, moverse, distraerse, entablar una conversación enteramente ajena a la experiencia, etc., y aun así no acaba de conseguirse del todo hasta que Dios quiere. De donde se sigue que un director espiritual que exija al alma dirigida que se desembeba de su oración mística para volver a la oración «ordinaria», además de cometer una torpísima imprudencia, le pide un imposible.

g) «Otra consecuencia de lo que precede es que en la unión mística se siente uno, con relación a ese favor, en una dependencia absoluta de la voluntad divina; depende de sólo Dios darla, aumentarla o retirarla. Nada hay más propio para inspirar sentimientos de humildad. Porque el alma ve claramente que desempeña un papel muy secundario: el del pobre que alarga la mano. En la oración ordinaria, al contrario, se siente tentada a atribuir a sus talentos la mayor parte del éxito. Esta dependencia continuamente sentida produce también un temor filial de Dios. Porque vemos cuan fácilmente puede castigar nuestras infidelidades, haciéndonos que lo perdamos todo instantáneamente

 5-En la contemplación, el alma es más pasiva que activa: Es una consecuencia de cuanto acabamos de decir. El alma no puede «ponerse a contemplar» cuando ella quiera, sino únicamente cuando quiera el Espíritu Santo y en la medida y grado que Él quiera. Es cierto que el alma, bajo la acción de los dones, reacciona vitalmente y coopera con todas sus

fuerzas a la influencia divina, pero se trata de una actividad recibida—por así decirlo—, efecto inmediato de la gracia operante.  Es el famoso patiens divina (Sufrimiento Divino); de Pseudo-Dionisio, que han experimentado todos los místicos. Por eso dice Santo Tomás:

 «El hombre espiritual no se inclina a obrar alguna cosa movido principalmente por su propia voluntad, sino por instinto del Espíritu Santo» (Rom. 8,14, 3.a). Y en otra parte: «En los dones del Espíritu Santo el alma humana no se conduce como motora, sino más bien como movida».

 6-El conocimiento experimental que se tiene de Dios durante la unión mística no es claro y distinto, sino obscuro y confuso:

 San Juan de la Cruz, explica amplia y maravillosamente este carácter de la contemplación en la Subida al Monte Carmelo y, sobre todo, en la Noche obscura. La razón teológica fundamental es porque la luz contemplativa de los dones recae sobre el acto substancial de la fe, iluminándole extrínseca y subjetivamente, como hemos explicado más arriba (pero no intrínseca y objetivamente, ya que de suyo la fe es de non visis (Lo nunca visto), y los misterios sobrenaturales continúan siendo misterios por mucho que se les ilumine en esta vida.

Sólo el lumen gloriae (la Luz de la Gloria); romperá los sellos del misterio y nos dará una contemplación clarísima y distinta de Dios y sus misterios, que no será otra que la visión beatífica. Pero en este mundo, mientras continúe la vida de fe, la visión contemplativa tiene que ser forzosamente obscura y confusa, no clara ni distinta.

En la vida mística pueden producirse, sin embargo, epifenómenos extraordinarios que aparecen al alma claros y distintos. Son ciertas gracias gratis dadas (como las visiones y revelaciones) que suponen nuevas especies.

 7-La contemplación infusa da al alma plena seguridad de que se encuentra bajo la acción de Dios.: Según las descripciones de los místicos experimentales, mientras dura el acto contemplativo, el alma no puede abrigar la menor duda de que se encuentra bajo la acción de Dios e íntimamente unida a Él. Pasada la oración, podrá dudarlo; pero mientras permanece en ella, la duda se le hace del todo imposible.

Es verdad que esta seguridad admite diferentes grados; en la oración de unión es tan firme y absoluta, que, si falta, afirma Santa Teresa que no es verdadera unión, pero comienza ya a tenerse en las primeras manifestaciones contemplativas.

La razón es muy sencilla. El alma tiene conciencia clarísima de que no ha producido ella misma aquella experiencia divina de que está gozando. Y el Espíritu Santo, que la está produciendo con sus dones, pone en ella una seguridad tan firme e inequívoca de que la tiene sometida a su acción, que, mientras la está gozando, el alma dudaría antes de la existencia del sol o de su propia existencia que de la realidad divina que está experimentando. Aquí es donde se cumple aquello de San Pablo:

 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom. 8,16). Sin embargo, en las noches pasivas, esta seguridad de estar bajo la acción divina sufre un eclipse en el alma, por las razones que ya hemos explicado en su lugar correspondiente.

 La contemplación infusa lleva al alma la seguridad moral de estar en gracia de Dios. —Es una consecuencia natural y obligada de la característica anterior. Pero es menester entenderla rectamente para no quedar en lamentables extravíos. 

Es de fe; fué definido por el concilio de Trento:«Que sin una especial revelación de Dios nadie puede saber con certeza que pertenece al número de los predestinados, o que no puede volver a pecar, o que se convertirá de nuevo después del pecado, o que recibirá el gran don de la perseverancia final. Ni tampoco puede saber con certeza de fe—que no puede fallar—haber recibido la gracia de Dios (Denz. 802 823)».

 Ahora bien: esa seguridad grandísima que la contemplación infusa pone en el alma de que está bajo la acción amorosa de Dios, ¿equivale a una verdadera revelación divina? Moralmente hablando, nos parece que sí. Hacemos enteramente nuestras las siguientes palabras del Padre Poulain:

«Dado que se tenga la unión mística, ¿puede uno concluir que está en estado de gracia? Si se tuvieran simplemente revelaciones y visiones, la respuesta sería negativa. Porque la Sagrada Escritura refiere visiones que fueron enviadas a pecadores, como Balaam, Nabucodonosor y Baltasar. Pero aquí hablamos de la unión mística.  He aquí la respuesta:

Los que reciben esta unión sin revelación especial sobre su estado de gracia tienen simplemente la certeza moral de encontrarse en la amistad con Dios. Es una certeza muy superior a la que un cristiano ordinario puede sacar de sus disposiciones.

Es preciso, en la práctica de la dirección espiritual, tener muy en cuenta este carácter obscuro y misterioso de la contemplación infusa para no incurrir en lamentables confusiones. cuando el alma manifiesta que «siente una cosa muy grande que la lleva a Dios, pero que no sabe lo que es, ni la comprende, ni la sabe explicar», un director experimentado reconocerá en seguida una de las características más típicas de la experiencia mística, mientras que otro menos avisado puede pensar fácilmente que se trata de un alma extraviada y soñadora, a la que hay que obligar a caminar por los senderos «ordinarios» y a practicar otro tipo menos absurdo de oración. ¡Cuántas y cuan graves imprudencias se pueden cometer cuando se ignoran los verdaderos caminos de Dios! (Cf. Moradas quintas 1,11. 10 Cf. Denz. 805 825 826 833).

8-Disposiciones para la contemplación: Una gran pureza de corazón. —Hay una relación muy estrecha entre ella y la contemplación. El Señor en el Evangelio relaciona íntimamente ambas cosas cuando dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Sabido es que la contemplación es como un esbozo y anticipo imperfecto de la visión beatífica.

 «Esta pureza de corazón es fruto de la mortificación exterior e interior. Esta cuesta mucho indudablemente; es preciso no tener apego alguno al pecado, no perdonarnos nuestros defectos ni hacer las paces con ellos. Es preciso entrar por la puerta estrecha que conduce a la verdadera vida y se comprenden mejor que nunca aquellas palabras: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Es necesario estar prontos a pasar por el fuego de los sufrimientos, porque la pureza del corazón debe crecer, con la contemplación, por las pruebas purificadoras que Dios no deja de enviar a los que desean humilde y ardientemente su divina intimidad.

 Dios es celoso, como dice Escritura, y quita las personas o las cosas a las cuales se apegaría el alma y la hace pasar por un crisol para despojarla de todas sus escorias. Cuando las inclinaciones desordenadas, las turbulencias de la sensualidad, del egoísmo, del amor propio, del orgullo intelectual y espiritual han desaparecido, el corazón purificado es como un límpido espejo donde se refleja la belleza de Dios. Pero ¿quién puede decir: ¿Yo no puedo tener el corazón puro?»

 9- Simplicidad de Espíritu. —La contemplación es una mirada sencilla y amorosa a Dios que se aviene mal con un espíritu complicado y multiforme. Esta simplicidad consiste, ante todo, en reducir todas las cosas a la unidad, viéndolas todas a través de Dios: los acontecimientos prósperos o adversos, los cargos y ocupaciones agradables o desagradables, las personas simpáticas o antipáticas con las que tenemos que convivir, etc., etc. Esto simplifica grandemente el espíritu, sosiega y tranquiliza el corazón y dispone al alma para el reposo y la paz de la contemplación. En un espíritu turbulento y agitado, apenas se concibe la posibilidad de la oración contemplativa.

 10- humildad De Corazón. —Todos los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que es ésta una de las condiciones más indispensables. «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes», dice la Sagrada Escritura (1 Pe. 5,5). Y Santa Teresa, que tan maravillosamente conocía los caminos de Dios, advierte con mucho encarecimiento a sus monjas que «todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» (Séptimas moradas 4,8). Y un poco más abajo añade todavía:

«Por eso os aviso que ninguna fuerza pongáis si hallareis resistencia alguna; porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas. Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis aún entrar en las terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las quintas; y de tal manera le podéis servir desde allí, continuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la misma morada que tiene para sí, de donde no salgáis más» (Ibíd., párrafos finales, n.2).

«Esta humildad—escribe el P. Garrigou-Lagrange—dispone a la contemplación, porque ella canta ya la gloria de Dios. Si hay tan pocos contemplativos, dice la Imitación, es, sobre todo, porque hay pocas almas profundamente humildes.

 Para recibir la gracia de la contemplación es preciso generalmente haber hecho un acto profundo de verdadera humildad, un acto que haya tenido honda repercusión en toda la vida. Cuando un alma ha reconocido frecuentemente y prácticamente que toda su existencia depende absolutamente de Dios, que no subsiste más que por El, que ella no practica el bien sino por su gracia, que produce en nosotros el querer y el obrar; que no se dirige bien más que por su luz, que no ha hecho por sí misma otra cosa que pecar a cada momento, que es una sierva inútil y .despreciable, entonces llega generalmente a recibir la gracia de que estamos hablando.

 11- recogimiento Profundo :Es imposible que la contemplación se produzca en un alma derramada al exterior. Una vida agitada, llena de ocupaciones absorbentes, que llegan casi al surmenage (en francés Trabajo Excesivo): ese «materialismo en acción, que, después de haberse alejado de Dios y de la verdadera vida de espíritu, busca su equivalente en el orden de las cosas materiales multiplicándolas lo más posible y haciendo que la actividad sea siempre más intensa». (P. Garrigou),

Es un obstáculo casi insuperable para el reposo quieto y pacífico de la contemplación. Es cierto que, si esas ocupaciones son del todo necesarias o impuestas por la obediencia, Dios no puede castigar el cumplimiento del deber; pero con frecuencia nos sobrecargamos voluntariamente de ocupaciones innecesarias, cuando no inútiles del todo, y esto representa una lamentable equivocación; dejamos el oro por el oropel, la unión con Dios por el servicio de las criaturas, nuestros grandes intereses eternos por la satisfacción de nuestros gustos y caprichos del momento. «Procure dar de mano—advierte Santa Teresa—a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado. Que es cosa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que, si no comienza a hacer esto, lo tengo por imposible».(Moradas primeras 2,14).

 

+++ Bendiciones.


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