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domingo, 21 de junio de 2020

Capítulo IX: La vida de oración



En la Cruz esta la vida y el consuelo.      (Santa Teresa de Ávila).

Expuesta ya someramente la teoría general de la contemplación y sus principales cuestiones complementarias, pasemos ahora a la exposición de los principales grados en que suelen dividirla los autores en la obra de las huellas de Santa Teresa. El primero de ellos—recogimiento infuso—es el quinto y el  sexto grado es la oración de quietud  con relación al conjunto total de los grados de oración. Vamos a continuar esta enumeración única para que aparezca más clara la maravillosa unidad de la vida espiritual y la transición insensible de la ascética a la mística.

El recogimiento infuso como lo habíamos tratado en el Capitulo VIII; suele presentar diversos fenómenos antecedentes o subsiguientes que no se distinguen substancialmente de esta oración, ya que no son otra cosa que su preparación inmediata o simples efectos de la misma. Los principales, según el Padre. Arintero  (Grados de oración), son:

a) Una viva presencia de Dios sobrenatural o infusa que precede ordinariamente al recogimiento en cuanto tal. Santa Teresa habla de ella expresamente.

b) Una admiración deleitosa que ensancha el alma y la llena de gozo y alegría al descubrir en Dios tantas maravillas de amor, de bondad y de hermosura.

c) Un profundo silencio espiritual, en que ella se queda atónita, absorta, abismada y como anonadada ante tanta grandeza.

d) Luces vivísimas sobre Dios y sus misterios. En un momento y sin trabajo alguno adquiere el alma unas luces tan grandes como no hubiera podido lograrlas en años enteros de estudio y meditación.

El director espiritual tiene que adiestrar al alma que empieza a recibir las primeras luces contemplativas para que no les ponga el menor obstáculo y saque de ellas el máximo rendimiento espiritual. No pocos esfuerzos tendrá que hacer el director para convencer al alma de que debe abandonarse inmediatamente a la acción de Dios apenas comience a notarla.

La mayoría de las almas son en este punto muy desobedientes y recalcitrantes. Acostumbradas a sus rezos vocales y a sus ejercicios discursivos, les parece que pierden el tiempo y quedan con escrúpulo si los omiten, siendo así que Santa Teresa tenía por gran ganancia esta pérdida No advierten—-en efecto—que vale más y deja al alma mucho más rica y santificada un pequeño toquecito interior del Espíritu Santo, por insignificante que sea, que todos los ejercicios habidos y por haber que se les ocurran y realicen por propia iniciativa.

Entregarse con toda el alma a la vida interior. —El alma que ha recibido estas primeras comunicaciones místicas es señal de que Dios la tiene predestinada para grandes cosas. Si no queda por su culpa, llegará muy arriba en la montaña del amor. Plenamente convencida de la necesidad de una exquisita correspondencia a la gracia, el alma debe romper definitivamente con las mil bagatelas que la tienen todavía atada a la tierra y darse de lleno y con todas sus fuerzas a la práctica de la virtud. Ha de insistir principalmente en:

+ El recogimiento habitual, en el silencio interior y exterior, en la mortificación de los sentidos,

+En el desprendimiento absoluto y total de las cosas de la tierra, en la humildad profunda y, sobre todo, en el amor ardiente Dios, que informe y vivifique todo cuanto haga.

+ En la Entrega de lleno a la vida de oración y permanencia vigilante y atenta a la voz suavísima de Dios, que la llamará con frecuencia—si le es fiel—al reposo santo de la contemplación. Guárdese, sin embargo, de forzar las cosas. Dios llegará a su hora; pero mientras tanto haga con suavidad y sin violencia todo cuanto pueda con ayuda de la gracia ordinaria.

 La Oración de Quietud

 La Naturaleza de La oración de quietud consiste en un sentimiento íntimo de la presencia de Dios que cautiva la voluntad y llena al alma y al cuerpo de una suavidad y deleite verdaderamente inefables.

 Oigamos a Santa Teresa: «De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que no le parece le falta nada, que aun el hablar le cansa, digo el rezar y el meditar; no querría sino amar. Dura rato y aun ratos».

«Es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su presencia, por mejor decir... Entiende el alma, por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que está ya junto cabe su Dios, que, con poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con El por unión... Siéntese grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción en el alma.

Estos deleites espirituales son diferentísimos de los consuelos de la oración ordinaria o ascética. Santa Teresa pone el bello símil de las dos pilas o estanques de agua. Al uno viene el agua de muy lejos «por muchos arcaduces y artificio», y entra en él con mucho ruido y alboroto; son los consuelos sensibles de la oración ascética. El otro «está hecho en el mismo nacimiento del agua va sin ningún ruido»; esta es la oración mística de quietud.

La diferencia fundamental entre esta oración de quietud y la de recogimiento infuso que la precedió—aparte, naturalmente, de la mayor intensidad de luz contemplativa y de los deleites mucho más intensos—es que el recogimiento infuso era como una invitación de Dios a reconcentrarse en el interior del alma donde quiere El comunicarse. La quietud va más lejos: comienza a darle al alma la posesión, el goce fruitivo del soberano Bien.

El recogimiento afecta principalmente al entendimiento (que recoge o atrae hacia sí a todas las demás potencias), mientras que la quietud afecta, ante todo, a la voluntad. El entendimiento y la memoria, aunque sosegados y tranquilos, están libres para pensar en lo que está ocurriendo; pero la voluntad está plenamente cautiva y absorta en Dios. Lo dice expresamente Santa Teresa:

«No le parece hay más que desear; las potencias sosegadas, que no querrían bullirse; todo parece le estorba a amar, aunque no tan perdidas, porque pueden pensar en cabe quién están, que las dos están libres. La voluntad es aquí la cautiva, y si alguna pena puede tener estando así, es de ver que ha de tornar a tener la libertad. El entendimiento no querría entender más de una cosa, ni la memoria ocuparse en más; aquí ven que ésta sola es necesaria, y todas las demás la turban.

El cuerpo no querría se menease, porque les parece han de perder aquella paz, y así no se osan bullir; dales pena el hablar; en decir Padre nuestro una vez, se les pasará una hora. Están tan cerca, que ven que se entienden por señas. Están en el palacio cabe su Rey y ven que las comienza ya a dar aquí su reino; no parece están en el mundo ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios; no les da pena de nada, ni parece se la ha de dar. En fin, lo que dura, con la satisfacción y deleite que en sí tienen, están tan embebidas y absortas, que no se acuerdan que hay más que desear, sino que de buena gana dirían con San Pedro: «Señor, hagamos aquí tres moradas»

La quietud, pues—como su mismo nombre lo indica—, tiende de suyo al silencio y reposo contemplativo. Sin embargo, como el entendimiento y las potencias orgánicas están libres, pueden ocuparse en las obras de la vida activa, y así lo hacen frecuentemente con mucha intensidad. En estos casos, la voluntad no pierde del todo su dulce quietud—aunque suele debilitarse algo—y comienzan a juntarse Marta y María, como dice hermosamente Santa Teresa. Claro que esto no se consigue del todo hasta que el alma llega a la cumbre de la unión con Dios.

Efectos en el alma de la oración de quietud: Son admirables los efectos santificadores que produce en el alma la oración de quietud. Santa Teresa expone algunos de ellos en un párrafo admirable que, para mayor claridad, vamos a descomponerlo en sus ideas principales:

a) Una gran libertad de espíritu: «Un dilatamiento o ensanchamiento en el alma... para no estar tan atada como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha más anchura».

b) Temor filial de Dios, con miedo de ofenderle: «Así en no apretarse con el temor del infierno, porque, aunque le queda mayor de no ofender a Dios, el servil piérdese aquí».

c) Gran confianza de eterna salvación: «Queda con gran confianza que le ha de gozar».

d) Amor a la mortificación y trabajos: «El (temor) que solía tener, para, hacer penitencia, de perder la salud, ya le parece que todo lo podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí. El temor que solía tener a los trabajos los pasa por Dios, Su Majestad le dará gracia para que los sufra con paciencia; y aun algunas veces los desea, porque queda también una gran voluntad de hacer algo por Dios».

e) Profunda humildad: «Como va más conociendo su grandeza (la de Dios), tiénese ya por más miserable».

f) Desprecio de los deleites terrenos: «Como ha probado ya los gustos de Dios, ve que es una basura los del mundo; el alma se va poco a poco apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo».

g) Crecimiento en todas las virtudes: «En fin, en todas las virtudes queda mejorada y no dejará de ir creciendo, si no torna atrás ya a hacer ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la cumbre».

Fenómenos que acompañan a la oración de Quietud: —En torno a la oración de quietud suelen girar otros fenómenos contemplativos, que no son sino efectos y manifestaciones de los distintos grados de intensidad por ella alcanzados. Los principales son: El sueño de las potencias y la embriaguez de amor.

a) El sueño de las potencias del Alma. —Santa Teresa, en el libro de su Vida, considera como un grado de oración superior y distinto de la quietud el llamado sueño de las potencias, que constituye un simple efecto de la quietud en su grado máximo de intensidad.

A esto último nos atenemos. Según la misma Santa Teresa, este fenómeno «es un sueño de las potencias que ni del todo se pierden ni entienden cómo obran. El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado; es que da el agua a la garganta a esta alma de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni sabe cómo, ni tornar atrás; querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que está con la candela en la mano, que le falta poco para morir muerte que la desea; está gozando en aquella agonía con el mayor deleite que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios. Yo no sé otros términos cómo decirlo, ni cómo declararlo, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable, ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se aprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma».

b)La embriaguez de amor—Los deleites intensísimos del sueño de las potencias llegan a veces a producir una especie de divina embriaguez, que se manifiesta al exterior en forma de verdaderas locuras de amor, que mueven al alma a dar gritos y saltos de alegría, a entonar cánticos de alabanza o expresar en inspirados versos el estado interior de su espíritu.

«¡Oh, ayudame Dios—exclama Santa Teresa—Cuál está un alma, cuando está así! Toda ella querría fuesen lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene así. Yo sé persona—es ella misma— que, con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien... Todo su cuerpo y alma querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos que no le fuese sabroso pasarlos por su Señor?

Como se ve, estos fenómenos son altamente santificadores del alma y están muy lejos de pertenecer al capítulo de las gracias gratis dadas, como las visiones y revelaciones. Es, sencillamente, la contemplación infusa en un grado muy notable de intensidad, que está, sin embargo, lejos todavía de sus manifestaciones supremas. Hasta la unión transformativa le queda al alma todavía mucho trecho que andar, pero con sus fuerzas y luces actuales «le parece que ya no queda nada más que desear».

El principal aviso que da Santa Teresa es no dejarse embeber demasiado para no quedarse en una especie de modorra y atontamiento, que podría degenerar en lamentables desequilibrios mentales que se les parece arrobamiento., que no es otra cosa más de estar perdiendo tiempo allí y gastando su salud.

Los principales consejos especiales son: Tener cuidado con no confundir esos transportes de alegría espiritual con una efervescencia puramente natural, propia de espíritus impresionables o entusiastas—nótenlo los directores—; no dejarse llevar de esos ímpetus—sobre todo en público—, sino moderarlos lo más que se pueda; no creerse por ellos demasiado adelantados en la vida espiritual, que muchas veces están muy lejos de corresponder al grado de virtud alcanzado por el alma; humillarse profundamente y no entregarse jamás a la oración para buscar los consuelos de Dios, sino únicamente al Dios de los consuelos.

No dejar jamás la oración a pesar de todas las dificultades o tropiezos. —santa Teresa le concede a esto grandísima importancia. Para comenzado a sentir las primeras experiencias místicas abandonar o descuidar la. oración, que una misma falta grave de la que se levantara en seguida arrepentida y escarmentada. Es menester leer y discernir despacio, saboreándolos, sus párrafos inimitablemente.

El director insistirá siempre en la necesidad de practicar las virtudes—que es lo que verdaderamente santifica al alma—y concederá poquísima importancia a todas estas otras cosas, sobre todo si ve que el dirigido se la concede demasiado o empieza a descubrir en él algún repunte de vanidad; que no será fácil si las comunicaciones son verdaderamente de Dios, pues éstas dejan siempre al alma sumergida en un océano de humildad. Esta es la gran señal para distinguir el oro del oropel o si verdaderamente las inspiraciones proceden de Dios, del Maligno o de nuestra propia naturaleza.

 

+++ Bendiciones.



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