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domingo, 19 de julio de 2020

Capítulo X: La vida de oración



Corazón de Santa Teresa de Jesús y la prueba de la transverberación:

Lo sorprendente de este fenómeno místico es que… Cuando la santa murió se le hizo la autopsia correspondiente. En esta se informó algo sorprendente: su corazón tenía una cicatriz. Era una herida larga y profunda. Demostrando así que su herida de Amor por Dios, donde un ángel le traspasa el corazón, fue real, he aquí el testimonio de Santa Teresa:

“Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba... El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía una ascua encendida.

 Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella”.

Continuando con nuestro maravilloso estudio y profundización de la vida de oración, en el presente capitulo abordaremos el séptimo grado: la oración de unión con Dios y su naturaleza. Aquellos que han alcanzado este alto grado de unión con Dios y su contemplación infusa todas las potencias interiores están cautivas y ocupadas en Dios.

En la oración de quietud que tratamos en le capitulo IX; solamente quedaba cautiva la voluntad; en el sueño de las potencias se unía también el entendimiento, pero quedaban en libertad la memoria e imaginación, que le daban al alma mucha guerra.

En la oración de unión, todas las potencias interiores, incluso la memoria y la imaginación, quedan cautivas. Sólo quedan libres—aunque imperfectamente—los sentidos corporales exteriores, que quedarán cautivos también al sobrevenir el siguiente grado de oración—la unión extática—, que en este solo detalle (aparte del grado de intensidad de la luz contemplativa) se diferencia de esta oración de unión

La intensidad de la experiencia mística que produce la oración de unión es indecible. Es incomparablemente superior a la de los grados anteriores, hasta el punto de que tiene sobre el mismo cuerpo una influencia profunda, rayana en el éxtasis. Los sentidos exteriores, sin perderse del todo, acusan fuertemente la sublime elevación del alma, que casi los desampara y abandona. He aquí cómo expresa estas cosas la gran Santa de Ávila:

«Estando así el alma buscando a Dios, siente, con un deleite grandísimo y suave, casi desfallecer toda con una manera de desmayo que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aún menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o sí los tiene abiertos, no ve casi nada; ni si lee acierta a decir letra, ni casi atina a conocerla bien; ve que hay letra, más como el entendimiento» no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye, mas no entiende lo que oye.

Así que de los sentidos no se aprovecha nada, si no es para no acabarla de dejar a su placer, y así antes la dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor poder gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande y muy conocido. Esta oración no hace daño por larga que sea»

No hay uniformidad entre los autores para designar este grado de oración. Santa Teresa emplea simplemente la palabra unión, sin más (oración de unión). Otros la llaman unión simple, para significar este grado especial, distinto de los demás estados místicos en los que se da también unión con Dios. Otros, finalmente, la denominan unión plena, para significar que En ella todas las potencias del alma están unidas con Dios.

Es preciso confesar que ninguna de estas expresiones es del todo exacta. La misma Santa Teresa tiene el inconveniente de sugerir la idea de que en las oraciones místicas anteriores no había unión del alma con Dios, lo cual es enteramente contrario a la verdad y al mismo pensamiento de Santa Teresa. La segunda es inexacta también, y acaso le convendría mejor a la simple oración de quietud (es la unión mística con Dios más simple y sencilla de todas),

Y la tercera nos parece que debe reservarse para el grado siguiente (unión extática), donde únicamente se da la unión plena de todas las potencias espirituales y corporales, interiores y exteriores. A falta, pues, de una terminología más precisa y exacta, nosotros preferimos mantener la sencilla expresión de Santa Teresa, aun reconociendo que no es del todo perfecta. Acaso la Santa se dio cuenta también de ello, pero no quiso inventar una palabra nueva o no la encontró, aunque lo intentara. En fin, de cuentas, las expresiones ambiguas tienen el sentido que en un momento dado se les quiere dar, y todo el mundo sabe perfectamente lo que Santa Teresa quiere decir cuando habla de oración de unión.

Nótese cuan profundamente psicológica es la admirable clasificación teresiana de los grados de oración mística. Cada vez el fenómeno contemplativo va afectando a mayor número de potencias hasta “avasallarlas todas”. Y cuando lo ha conseguido plenamente, ya no falta más que la permanencia de esa unión (unión transformativa o matrimonio espiritual).

 Dentro de estas líneas fundamentales caben infinidad de matices y los fenómenos se alternan y entremezclan, de manera que, a veces, se encuentran en los grados inferiores manifestaciones transitorias de los superiores y en estos últimos se producen como baches o descensos a los inferiores.

Pero, puestos a clasificar con algún orden estas manifestaciones estupendas de la vida sobrenatural superior, apenas cabe imaginar nada más perfecto y acabado que las admirables descripciones de Santa Teresa. Capitulo X: La vida de Oración.

Características esenciales de la oración de unión:

Presenta las siguientes características esenciales, que son, a la vez, las señales para conocerla y distinguirla de otros fenómenos más o menos parecidos:

1- Ausencia de distracciones: Mientras permanece en este grado de oración, el alma no se distrae jamás. La razón es muy sencilla: las potencias culpables de las distracciones son la memoria y la imaginación, que quedan aquí plenamente cautivas y absortas en Dios. Son aquellas «maripositas de las noches, importunas y desasosegadas», que tanta guerra dan al alma en las oraciones pasadas, que «aquí se les queman las alas» en el fuego inmenso de la unión con Dios. Caben—ya lo hemos dicho—ciertas alternativas y altibajos en esta oración, descendiendo a los grados inferiores y volviendo a remontarse a la unión. En estas alternativas o descensos caben las distracciones—la memoria y la imaginación recobran de momento la libertad—, pero mientras el alma está en verdadera unión, la distracción es psicológicamente imposible.

2- Certeza absoluta de haber estado unida el alma con Dios: Durante el fenómeno contemplativo, el alma nunca duda de que está íntimamente unida con Dios, a quien siente de una manera inefable. Pero, al salir de la oración, en los grados anteriores a éste le quedan al alma ciertas dudas o temores sobre si estuvo o no verdaderamente con Dios, si fué antojo suyo, si tal vez la engañó el demonio dándole aquellas ternuras sensibles, etc. En la oración de unión, en cambio, la certeza de haber estado con Dios es tan plena y absoluta que Santa Teresa llega a decir que, si el alma no la siente plenamente, no ha tenido verdadera oración de unión.  He aquí sus palabras:

«Fija Dios a sí mismo en lo interior de aquella alma, de manera que, cuando torna en sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta firmeza le queda esta verdad, que, aunque pasen años, sin tornarle Dios a hacer aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo». Y un poco más abajo añade: «Y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios al alma».

El demonio no puede contrahacer o falsificar esta oración. Tanto es así, que Santa Teresa cree que ni siquiera conoce la existencia de esta oración tan íntima y secreta. He aquí sus palabras: «Y osaré afirmar que, si verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está Su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun debe de entender este secreto. Y está claro; pues dicen que no entiende nuestro pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aún no la fía Dios de nuestro pensamiento. ¡Oh, gran bien, estado adonde este maldito no nos hace mal!».

3. Ausencia de cansancio: comprende sin esfuerzo. El alma está saboreando con deleites inefables unas gotitas de cielo que han caído sobre ella. Esto no puede cansarla ni fatigarla por mucho rato que dure. Y así dice Santa Teresa: «Esta oración no hace daño por larga que sea; al menos a mí nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced —por mala que estuviese—que sintiese mal, antes quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran bien.

+Efectos y fenómenos contemplativos en la oración de unión con Dios:

Santa Teresa recoge los principales en un capítulo admirable (Moradas Quintas). Después de comparar la profunda transformación del alma a la que experimenta un gusano de seda, que se convierte en «una mariposica blanca muy graciosa», escribe la insigne Reformadora del Carmelo:

«Oh grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con El; que, a mi parecer, ¡nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien; de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece.  con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer y de morir por El mil muertes.

Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque, aunque casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque, como he dicho, si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas”. Y sigue la Santa describiendo el estado interior de esta alma afortunada, a quien «hanle nacido alas» para volar hasta Dios. Precisamente estos efectos tan sobrenaturales son la mejor marca y garantía de la legitimidad de su oración y de su experiencia inefable.

Vamos a recoger aquí algunos fenómenos contemplativos—distintos, por consiguiente, de las gracias gratis dadas, que no son santificadoras de suyo—, que no se producen jamás en u n momento determinado de la vida espiritual, y no antes o después. Como gracias transitorias que son, Dios las concede cuando le parece, y a veces cuando más descuidada o distraída está el alma.

Con todo, lo más frecuente y ordinario es que no se produzcan—al menos en un grado relativo de intensidad— hasta que el alma ha sido elevada por Dios a este grado de oración de unión que estamos estudiando. Por eso los incluimos aquí, aunque puedan producirse imperfectamente antes y se den nuevamente después en grado perfectísimo de intensidad. Los principales son cuatro: Los toques místicos, los ímpetus, las heridas y las llagas de amor.

De todos ellos hablan maravillosamente San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Nada puede suplir a la lectura directa de sus magistrales descripciones. Aquí nos vamos a limitar a u n brevísimo resumen de su pensamiento.

a) Los toques místicos: Son una especie de impresión sobrenatural casi instantánea, que le da al alma la sensación de haber sido tocada por el mismo Dios. El contacto divino, con ser instantáneo, deja saborear al alma un deleite inefable, imposible de describir. El alma suele lanzar un grito y muchas veces cae desmayada o en éxtasis. El alma comprende entonces aquel sublime verso de San Juan de la Cruz: «¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga!»

Estos toques puede recibirlos el alma en grados muy distintos de intensidad. Dios, más íntimamente presente al alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo mismo de sus facultades por un contacto espiritual que aparece como divino.

Este fondo del alma—de que gustan hablar los místicos—es llamado también cima del espíritu, adonde no llega jamás el estrépito de las cosas exteriores.  La conducta del alma con relación a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda San Juan de la Cruz. Dice que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra parte—, a fin de no dar entrada a los antojos de la imaginación o a las falsificaciones del demonio; sino «hágase resignada, humilde y pasiva en ellas, que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando él fuere servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá en sí el provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande, porque todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma» (Subida al Monte Carmelo 11,32,4).

Los más sublimes son los que San Juan de la Cruz—y los místicos alemanes antes que él—llama «toques substanciales», que no son, sin embargo, verdaderos toques de substancia a substancia, sino a través de las potencias; pero se producen de una manera tan sutil y delicada, que al alma le parece que han sido directamente de substancia a substancia.

En realidad, se ejercen en lo más hondo del entendimiento y de la voluntad, allí donde estas facultades arraigan en la substancia del alma, de donde emanan. La substancia misma del alma nada siente sino a través de sus facultades; pero Dios, más íntimamente presente al alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo mismo de sus facultades por un contacto espiritual que aparece como divino. Este fondo del alma—de que gustan hablar los místicos—es llamado también cima del espíritu, adonde no llega jamás el estrépito de las cosas exteriores.

La conducta del alma con relación a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda San Juan de la Cruz. Dice que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra parte—, a fin de no dar entrada a los antojos de la imaginación o a las falsificaciones del demonio; sino «hágase resignada, humilde y pasiva en ellas, que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando él fuere servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá en sí el provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande, porque todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma» (Subida al Monte Carmelo 11,32,4).

b) Los ímpetus, como su nombre lo indica, son impulsos fuertísimos e inesperados de amor de Dios que dejan al alma con un hambre y sed de amor tan devoradoras, que le parece que no podría saciarla, aunque pudiera abrasar la creación entera en las llamas del divino amor. A veces, el simple oír el nombre de Dios o un cantarcillo espiritual, o cualquiera otra cosa por el estilo, levanta súbitamente en su corazón un ímpetu tan grande de amor, que con frecuencia el pobre cuerpo no lo puede resistir y sobreviene el éxtasis. Ya se comprende que esta gracia es altamente santificadora, pues arranca del alma actos de caridad intensísimos. Además, no hace daño ninguno a pesar de su violencia.

***Cuando los ímpetus proceden de nuestro esfuerzo personal quebrantan terriblemente las fuerzas corporales y es menester moderarlos, si no se quiere incurrir en lamentables extravíos; pero cuando los infunde Dios pasivamente, hieren al alma con grandísima suavidad y deleite, aumentándole increíblemente sus fuerzas y energías.

He aquí, según Santa Teresa, cómo debe conducirse el alma con relación a unos y otros:

«Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece ahogan el espíritu, que no cabe en sí. Esta es oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad recogerlos dentro en sí y acallar el alma.  Que es esto como unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y, con darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá; la razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayuda el mismo natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que le haga mover a amar por vía suave y no a puñadas, como dicen. 

Que recojan este amor dentro y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda, sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos, y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu, de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente; lo exterior se procure mucho evitar.

No ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere.».

Es de suma importancia recalcar que El alma, con relación a estos últimos ímpetus del amor de Dios, no tiene sino dejarse llevar por el espíritu de Dios, sin ofrecerle resistencia ni quererle trazar el camino. Que haga de ella lo que quiera en el tiempo y en la eternidad.

c) Las heridas de amor: según San Juan de la Cruz, son «unos escondidos toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor». Y Santa Teresa escribe hablando de ellas: «Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida que parece al alma como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella misma. Así, causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase... Otras veces parece que está herida del amor sale de lo íntimo del alma.

Los efectos son grandes, y cuando el Señor no lo da, no hay remedio, aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de tener cuando Él es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos y tan delgados, que no se puede decir: y como el alma se ve atada para no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo y parécele como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces, a su parecer, que goza en sí sin embargo del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad».

A veces esta herida de amor, que ordinariamente es de orden puramente espiritual e interior, se manifiesta también al exterior, traspasando físicamente el corazón de carne (transverberación de Santa Teresa) o apareciendo las llagas en las manos, pies y costado. Este aspecto exterior cae de lleno en la esfera de las gracias gratis dadas. No santifica más al alma que el puramente interno y suele incluso ser menos intenso y deleitable, como explica San Juan de la Cruz. Lo exterior es más espectacular, pero vale siempre infinitamente menos que lo puramente interior y espiritual.

Los efectos de estas heridas de amor son admirables. El alma arde en deseos de que se le rompan las ataduras del cuerpo para volar libremente a Dios. Ve claramente que la tierra es un destierro, y no comprende a los que desean vivir largos años en ella. Es lo que experimentaba San Pablo cuando expresaba su deseo de morir para estar con Cristo (Filipenses 1,23) y los dos sublimes Reformadores del Carmelo cuando componían sus coplas «que muero porque no muero».

d) Las llagas de amor: son un fenómeno parecido a las heridas, aunque más hondo y duradero todavía. San Juan de la Cruz distingue herida, y por eso dura más, porque es como herida ya vuelta en llaga, con lo cual se siente el alma verdaderamente andar llagada de amor». La herida —explica todavía el Santo—le nace al alma de las noticias del Amado que recibe de las criaturas, que son las obras más bajas de Dios; la llaga se la causan las noticias de las obras de la encarnación del Verbo y misterios de la fe, que son mayores obras de Dios que las naturales.

Los efectos son parecidos a los de la herida, aunque son más mucho más   fuertes que el   dolor físico y moral todavía de amor. El alma se queja amorosamente a Dios de que no la acabe de matar llevándola consigo al cielo. Es preciso leer el admirable comentario a las estrofas 9, 10 y 11 del Cántico espiritual («¿Por qué, pues, has llagado —aqueste corazón, no le sanaste?»; «Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos», y «Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura...»), donde el Doctor Místico expone los sentimientos inefables del alma llagada que vive muriendo de amor por Dios.

Nota: Las citas textuales tomadas de los tratados de San Juan de la Cruz y Santa teresa, fueron escritos en un castellano antiguo.

 

+++ Bendiciones.


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