Corazón
de Santa Teresa de Jesús y la prueba de la transverberación:
Lo sorprendente de este fenómeno místico
es que… Cuando la santa murió se le hizo la autopsia correspondiente. En esta
se informó algo sorprendente: su corazón tenía una cicatriz. Era una herida
larga y profunda. Demostrando así que su herida de Amor por Dios, donde un
ángel le traspasa el corazón, fue real, he aquí el testimonio de Santa Teresa:
“Vi
a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso
que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones.
Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones
intelectuales, como las que he referido más arriba... El ángel era de corta
estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los
ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos
querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía
una ascua encendida.
Me parecía que por momentos hundía la espada
en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me
parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más
grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria,
que no hubiese yo querido verme libre de ella”.
Continuando con nuestro
maravilloso estudio y profundización de la vida de oración, en el presente
capitulo abordaremos el séptimo grado: la oración de unión con Dios y su naturaleza.
Aquellos que han alcanzado este alto grado de unión con Dios y su contemplación
infusa todas las potencias interiores están cautivas y ocupadas en Dios.
En la oración de quietud que
tratamos en le capitulo IX; solamente quedaba cautiva la voluntad; en el sueño
de las potencias se unía también el entendimiento, pero quedaban en libertad la
memoria e imaginación, que le daban al alma mucha guerra.
En la oración de unión, todas las
potencias interiores, incluso la memoria y la imaginación, quedan cautivas. Sólo
quedan libres—aunque imperfectamente—los sentidos corporales exteriores, que
quedarán cautivos también al sobrevenir el siguiente grado de oración—la unión
extática—, que en este solo detalle (aparte del grado de intensidad de la luz
contemplativa) se diferencia de esta oración de unión
La intensidad de la experiencia
mística que produce la oración de unión es indecible. Es incomparablemente
superior a la de los grados anteriores, hasta el punto de que tiene sobre el
mismo cuerpo una influencia profunda, rayana en el éxtasis. Los sentidos
exteriores, sin perderse del todo, acusan fuertemente la sublime elevación del
alma, que casi los desampara y abandona. He aquí cómo expresa estas cosas la
gran Santa de Ávila:
«Estando
así el alma buscando a Dios, siente, con un deleite grandísimo y suave, casi
desfallecer toda con una manera de desmayo que le va faltando el huelgo y todas
las fuerzas corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aún
menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o sí los tiene
abiertos, no ve casi nada; ni si lee acierta a decir letra, ni casi atina a conocerla bien; ve que hay
letra, más como el entendimiento» no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye,
mas no entiende lo que oye.
Así
que de los sentidos no se aprovecha nada, si no es para no acabarla de dejar a
su placer, y así antes la dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar
palabra, ni hay fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la
fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor poder gozar
de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande y muy conocido. Esta
oración no hace daño por larga que sea»
No hay uniformidad entre los
autores para designar este grado de oración. Santa Teresa emplea simplemente la
palabra unión, sin más (oración de unión). Otros la llaman unión simple, para
significar este grado especial, distinto de los demás estados místicos en los
que se da también unión con Dios. Otros, finalmente, la denominan unión plena,
para significar que En ella todas las potencias del alma están unidas con Dios.
Es preciso confesar que ninguna
de estas expresiones es del todo exacta. La misma Santa Teresa tiene el
inconveniente de sugerir la idea de que en las oraciones místicas anteriores no
había unión del alma con Dios, lo cual es enteramente contrario a la verdad y
al mismo pensamiento de Santa Teresa. La segunda es inexacta también, y acaso
le convendría mejor a la simple oración de quietud (es la unión mística con
Dios más simple y sencilla de todas),
Y la tercera nos parece que debe
reservarse para el grado siguiente (unión extática), donde únicamente se da la
unión plena de todas las potencias espirituales y corporales, interiores y
exteriores. A falta, pues, de una terminología más precisa y exacta, nosotros
preferimos mantener la sencilla expresión de Santa Teresa, aun reconociendo que
no es del todo perfecta. Acaso la Santa se dio cuenta también de ello, pero no
quiso inventar una palabra nueva o no la encontró, aunque lo intentara. En fin,
de cuentas, las expresiones ambiguas tienen el sentido que en un momento dado
se les quiere dar, y todo el mundo sabe perfectamente lo que Santa Teresa quiere
decir cuando habla de oración de unión.
Nótese cuan profundamente
psicológica es la admirable clasificación teresiana de los grados de oración
mística. Cada vez el fenómeno contemplativo va afectando a mayor número de
potencias hasta “avasallarlas todas”. Y cuando lo ha conseguido plenamente, ya
no falta más que la permanencia de esa unión (unión transformativa o matrimonio
espiritual).
Dentro de estas líneas fundamentales caben
infinidad de matices y los fenómenos se alternan y entremezclan, de manera que,
a veces, se encuentran en los grados inferiores manifestaciones transitorias de
los superiores y en estos últimos se producen como baches o descensos a los
inferiores.
Pero, puestos a clasificar con
algún orden estas manifestaciones estupendas de la vida sobrenatural superior,
apenas cabe imaginar nada más perfecto y acabado que las admirables descripciones
de Santa Teresa. Capitulo X: La vida de Oración.
Características
esenciales de la oración de unión:
Presenta las siguientes
características esenciales, que son,
a la vez, las señales para conocerla y distinguirla de otros fenómenos más o menos parecidos:
1-
Ausencia de distracciones: Mientras permanece en este grado de
oración, el alma no se distrae jamás. La razón es muy sencilla: las potencias culpables
de las distracciones son la memoria y la imaginación, que quedan aquí
plenamente cautivas y absortas en Dios. Son aquellas «maripositas de las
noches, importunas y desasosegadas», que tanta guerra dan al alma en las
oraciones pasadas, que «aquí se les queman las alas» en el fuego inmenso de la
unión con Dios. Caben—ya lo hemos dicho—ciertas alternativas y altibajos en
esta oración, descendiendo a los grados inferiores y volviendo a remontarse a
la unión. En estas alternativas o descensos caben las distracciones—la memoria
y la imaginación recobran de momento la libertad—, pero mientras el alma está
en verdadera unión, la distracción es psicológicamente imposible.
2-
Certeza absoluta de haber estado unida el alma con Dios: Durante el
fenómeno contemplativo, el alma nunca duda de que está íntimamente unida con
Dios, a quien siente de una manera inefable. Pero, al salir de la oración, en
los grados anteriores a éste le quedan al alma ciertas dudas o temores
sobre si estuvo o no verdaderamente con Dios, si fué antojo suyo, si tal vez la
engañó el demonio dándole aquellas ternuras sensibles, etc. En la oración de
unión, en cambio, la certeza de haber estado con Dios es tan plena y absoluta
que Santa Teresa llega a decir que, si el alma no la siente plenamente, no ha
tenido verdadera oración de unión. He
aquí sus palabras:
«Fija
Dios a sí mismo en lo interior de aquella alma, de manera que, cuando torna en
sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta
firmeza le queda esta verdad, que, aunque pasen años, sin tornarle Dios a hacer
aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo». Y un poco más abajo
añade: «Y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda
el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes
que hace Dios al alma».
El
demonio no puede contrahacer o falsificar esta oración. Tanto es así, que Santa
Teresa cree que ni siquiera conoce la existencia de esta oración tan íntima y
secreta. He aquí sus palabras: «Y osaré afirmar que, si verdaderamente es unión
de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está Su
Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun
debe de entender este secreto. Y está claro; pues dicen que no entiende nuestro
pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aún no la fía Dios de
nuestro pensamiento. ¡Oh, gran bien, estado adonde este maldito no nos hace
mal!».
3.
Ausencia de cansancio: comprende sin esfuerzo. El alma está saboreando
con deleites inefables unas gotitas de cielo que han caído sobre ella. Esto no
puede cansarla ni fatigarla por mucho rato que dure. Y así dice Santa Teresa:
«Esta oración no hace daño por larga que sea; al menos a mí nunca me le hizo,
ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced —por mala que
estuviese—que sintiese mal, antes quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede
hacer tan gran bien.
+Efectos y fenómenos contemplativos en la oración de unión con Dios:
Santa Teresa recoge los
principales en un capítulo admirable (Moradas Quintas). Después de comparar la
profunda transformación del alma a la que experimenta un gusano de seda, que se
convierte en «una mariposica blanca muy graciosa», escribe la insigne
Reformadora del Carmelo:
«Oh
grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí de haber estado un poquito metida
en la grandeza de Dios y tan junta con El; que, a mi parecer, ¡nunca llega a
media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque
mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la
misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien; de dónde le pudo
venir, quise decir, que bien sabe que no le merece. con un deseo de alabar al Señor, que se
querría deshacer y de morir por El mil muertes.
Luego
le comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa. Los
deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a
Dios, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la
morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque, aunque
casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy
diferente la fuerza de los efectos; porque, como he dicho, si después que Dios
llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas”. Y sigue
la Santa describiendo el estado interior de esta alma afortunada, a quien «hanle nacido alas» para volar hasta Dios.
Precisamente estos efectos tan sobrenaturales son la mejor marca y garantía de
la legitimidad de su oración y de su experiencia inefable.
Vamos a recoger aquí algunos fenómenos
contemplativos—distintos, por consiguiente, de las gracias gratis dadas, que no
son santificadoras de suyo—, que no se producen jamás en u n momento
determinado de la vida espiritual, y no antes o después. Como gracias
transitorias que son, Dios las concede cuando le parece, y a veces cuando más
descuidada o distraída está el alma.
Con todo, lo más frecuente y
ordinario es que no se produzcan—al menos en un grado relativo de intensidad— hasta
que el alma ha sido elevada por Dios a este grado de oración de unión que
estamos estudiando. Por eso los incluimos aquí, aunque puedan producirse
imperfectamente antes y se den nuevamente después en grado perfectísimo de
intensidad. Los principales son cuatro: Los
toques místicos, los ímpetus, las heridas y las llagas de amor.
De todos ellos hablan
maravillosamente San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Nada puede suplir a la lectura
directa de sus magistrales descripciones. Aquí nos vamos a limitar a u n
brevísimo resumen de su pensamiento.
a)
Los toques místicos: Son una especie de impresión sobrenatural casi
instantánea, que le da al alma la sensación de haber sido tocada por el mismo
Dios. El contacto divino, con ser instantáneo, deja saborear al alma un deleite
inefable, imposible de describir. El alma suele lanzar un grito y muchas veces
cae desmayada o en éxtasis. El alma comprende entonces aquel sublime verso de
San Juan de la Cruz: «¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna
sabe y toda deuda paga!»
Estos toques puede recibirlos el
alma en grados muy distintos de intensidad. Dios, más íntimamente presente al
alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo mismo de sus
facultades por un contacto espiritual que aparece como divino.
Este fondo del alma—de que gustan
hablar los místicos—es llamado también cima del espíritu, adonde no llega jamás
el estrépito de las cosas exteriores. La
conducta del alma con relación a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda
San Juan de la Cruz. Dice que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra
parte—, a fin de no dar entrada a los antojos de la imaginación o a las
falsificaciones del demonio; sino «hágase resignada, humilde y pasiva en ellas,
que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando él fuere
servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá en sí el
provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande, porque
todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma» (Subida al Monte Carmelo 11,32,4).
Los más sublimes son los que San
Juan de la Cruz—y los místicos alemanes antes que él—llama «toques
substanciales», que no son, sin embargo, verdaderos toques de substancia a
substancia, sino a través de las potencias; pero se producen de una manera tan
sutil y delicada, que al alma le parece que han sido directamente de substancia
a substancia.
En realidad, se ejercen en lo más
hondo del entendimiento y de la voluntad, allí donde estas facultades arraigan
en la substancia del alma, de donde emanan. La substancia misma del alma nada
siente sino a través de sus facultades; pero Dios, más íntimamente
presente al alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo
mismo de sus facultades por un contacto espiritual que aparece como divino.
Este fondo del alma—de que gustan hablar los místicos—es llamado también cima
del espíritu, adonde no llega jamás el estrépito de las cosas exteriores.
La conducta del alma con relación
a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda San Juan de la Cruz. Dice
que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra parte—, a fin de no dar
entrada a los antojos de la imaginación o a las falsificaciones del demonio;
sino «hágase resignada, humilde y pasiva
en ellas, que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando
él fuere servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá
en sí el provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande,
porque todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma»
(Subida al Monte Carmelo 11,32,4).
b)
Los ímpetus, como su nombre lo indica, son impulsos fuertísimos
e inesperados de amor de Dios que dejan al alma con un hambre y sed de amor tan
devoradoras, que le parece que no podría saciarla, aunque pudiera abrasar la
creación entera en las llamas del divino amor. A veces, el simple oír el nombre
de Dios o un cantarcillo espiritual, o cualquiera otra cosa por el estilo,
levanta súbitamente en su corazón un ímpetu tan grande de amor, que con
frecuencia el pobre cuerpo no lo puede resistir y sobreviene el éxtasis. Ya se
comprende que esta gracia es altamente santificadora, pues arranca del alma
actos de caridad intensísimos. Además, no hace daño ninguno a pesar de su
violencia.
***Cuando los ímpetus proceden de
nuestro esfuerzo personal quebrantan terriblemente las fuerzas corporales y es
menester moderarlos, si no se quiere incurrir en lamentables extravíos; pero
cuando los infunde Dios pasivamente, hieren al alma con grandísima suavidad y
deleite, aumentándole increíblemente sus fuerzas y energías.
He aquí, según Santa Teresa, cómo
debe conducirse el alma con relación a unos y otros:
«Quien
no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo entender, que
no es desasosiego del pecho ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que
parece ahogan el espíritu, que no cabe en sí. Esta es oración más baja, y hanse
de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad recogerlos dentro en
sí y acallar el alma. Que es esto como
unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y, con
darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá; la razón ataje a
encoger la rienda, porque podría ser ayuda el mismo natural; vuelva la
consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte
sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que le haga mover a amar por
vía suave y no a puñadas, como dicen.
Que
recojan este amor dentro y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la
leña sin discreción y se vierte toda, sino que moderen la causa que tomaron
para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que
lo son las de estos sentimientos, y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces
a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu, de
suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es
menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se
muestre el espíritu a obrar interiormente; lo exterior se procure mucho evitar.
No
ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos
echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de
la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y
corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere.».
Es de suma importancia recalcar
que El alma, con relación a estos últimos ímpetus del amor de Dios, no tiene
sino dejarse llevar por el espíritu de Dios, sin ofrecerle resistencia ni
quererle trazar el camino. Que haga de ella lo que quiera en el tiempo y en la
eternidad.
c)
Las heridas de amor: según San Juan de la Cruz, son «unos escondidos
toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la
dejan toda cauterizada con fuego de amor». Y Santa Teresa escribe hablando de
ellas: «Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida que
parece al alma como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella misma.
Así, causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le
faltase... Otras veces parece que está herida del amor sale de lo íntimo del
alma.
Los efectos son grandes, y cuando
el Señor no lo da, no hay remedio, aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de
tener cuando Él es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos y
tan delgados, que no se puede decir: y como el alma se ve atada para no gozar
como querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo y parécele
como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende
entonces, a su parecer, que goza en sí sin embargo del cuerpo. Entonces ve el
gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad».
A veces esta herida de amor, que
ordinariamente es de orden puramente espiritual e interior, se manifiesta
también al exterior, traspasando físicamente el corazón de carne
(transverberación de Santa Teresa) o apareciendo las llagas en las manos, pies
y costado. Este aspecto exterior cae de lleno en la esfera de las gracias
gratis dadas. No santifica más al alma que el puramente interno y suele incluso
ser menos intenso y deleitable, como explica San Juan de la Cruz. Lo exterior
es más espectacular, pero vale siempre infinitamente menos que lo puramente
interior y espiritual.
Los efectos de estas heridas de
amor son admirables. El alma arde en deseos de que se le rompan las ataduras
del cuerpo para volar libremente a Dios. Ve claramente que la tierra es un
destierro, y no comprende a los que desean vivir largos años en ella. Es lo que
experimentaba San Pablo cuando expresaba su deseo de morir para estar con
Cristo (Filipenses 1,23) y los dos sublimes Reformadores del Carmelo cuando
componían sus coplas «que muero porque
no muero».
d)
Las llagas de amor: son un fenómeno parecido a las heridas, aunque
más hondo y duradero todavía. San Juan de la Cruz distingue herida, y por eso
dura más, porque es como herida ya vuelta en llaga, con lo cual se siente el
alma verdaderamente andar llagada de amor». La herida —explica todavía el
Santo—le nace al alma de las noticias del Amado que recibe de las criaturas,
que son las obras más bajas de Dios; la llaga se la causan las noticias de las
obras de la encarnación del Verbo y misterios de la fe, que son mayores obras
de Dios que las naturales.
Los efectos son parecidos a los
de la herida, aunque son más mucho más fuertes que el dolor físico y moral todavía de amor. El alma
se queja amorosamente a Dios de que no la acabe de matar llevándola consigo al
cielo. Es preciso leer el admirable comentario a las estrofas 9, 10 y 11 del
Cántico espiritual («¿Por qué, pues, has llagado —aqueste corazón, no le sanaste?»;
«Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos», y «Descubre tu
presencia, y máteme tu vista y hermosura...»), donde el Doctor Místico expone
los sentimientos inefables del alma llagada que vive muriendo de amor por Dios.
Nota: Las
citas textuales tomadas de los tratados de San Juan de la Cruz y Santa teresa,
fueron escritos en un castellano antiguo.
+++
Bendiciones.
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