APOLOGETICA Y PROFECIA
En este Blog encontrarás documentos relacionados con la defensa del magisterio y doctrina de la iglesia católica de la revelación hecha por Dios a los hombres.
domingo, 9 de mayo de 2021
El Diezmo : Catequesis I
martes, 23 de marzo de 2021
Escuela de la fe: El corazón y el Evangelio.
(San Benito)
Continuando
con las enseñanzas de San Benito en el prólogo de su regla leemos que el Señor
buscando su obrero lo llama entre la multitud y le dice, ¿Quién es el hombre
que quiere la vida y desea ver días felices?; San Benito, con estas
palabras nos da a entender que Dios va buscando al hombre y que busca el
corazón del hombre, pero el hombre que está sediento de vida y de felicidad se inclina
a buscar la felicidad en los bienes temporales y materiales.
Es
importante comprender que el evangelio se dirige a hombres que buscan la
felicidad es decir a hombres que buscan la verdad, porque la diferencia entre
el hombre y los animales reside en que para estos últimos vivir consiste en
adaptarse perfectamente al medio ambiente al ecosistema en el que están, en
cambio, para el hombre vivir consiste en buscar aquello que ningún medio
ambiente le puede dar la felicidad.
En
el corazón del hombre hay un ansia de la búsqueda de la verdad del bien y de
belleza que es Dios en la esencia de su Ser. Estas tres realidades (Verdad,
bondad Y Belleza); son la felicidad en un estado perfecto en donde todo es
verdadero.
Los animales no buscan la felicidad se
conforman con no morir o simplemente existir, en la actualidad parece que
algunos que se conforman con no morir y nada más y eso nos tiene que hacer
pensar. Si los hombres están dispuestos a “perder la vida” con tal de alcanzar
esa plenitud de verdad de bien y de belleza que llamamos felicidad.
Cuando vemos a alguien busca en verdad la felicidad, solo la puede encontrar en una persona, en la belleza de un hombre verdadero que es Jesús; porque es Él que se presenta como el que viene a colmar esa sed de felicidad, por eso Jesús dijo: Él que tenga sed que venga a mí y beba. Jesús habla precisamente de la sed del corazón y se presenta como la respuesta a esa sed de verdad de bien y de belleza, ÉL se presenta como: Yo soy la verdad, Yo soy la luz del mundo. Se presenta como la resurrección y la vida y como Él es la vida: Yo soy la vida, Yo Soy el pan de la vida, el que me coma vivirá por mí; se presenta también como la belleza porque quienes le han conocido y tratado percibieron la gloria y la majestad de su esplendor y su belleza.
El apóstol San juan escribió y hemos contemplado su gloria, siempre
que le demos gloria hemos de pensar siempre en la belleza, la gloria que recibe
del Padre. Y Jesús, como hijo único de Dios está lleno de gracia y de verdad.
San
Pedro también por su parte afirma, hemos visto con nuestros propios ojos su
majestad o sea su gloria, su belleza. El evangelio supone por lo tanto que los
hombres quienes les interesa la verdad, el bien y la vida, estos hombres buscan
a Jesús que es la felicidad y la vida misma. Hemos encontrado al Mesías exclamaban
con alegría los apóstoles; por eso, el primer enemigo del evangelio es la superficialidad,
es decir, esa actitud por la que los hombres se quedan atrapados en la
apariencia inmediata de las cosas y no escudriñan en su propio corazón para
descubrir la sed profunda que hay en ese corazón.
El
mundo, la sociedad actual censura el silencio, la oración y la escucha del
corazón y lo hace mediante la multiplicación de los intereses inmediatos; lo
que implica morder ese anzuelo independiente de los intereses inmediatos, lo
atrapa la inmediatez, el ruido y vértigo exterior; hasta que no cambie claro; su
interés por las cosas que el mundo le ofrece, esto le impide abrir sus oídos al
evangelio que es la Palabra que da vida al mundo. Termina el hombre
contemporáneo de hoy absorto y con toda su atención en el hedonismo de los
bienes materiales y así queda inmerso en la superficialidad que el “mundo “le
ofrece y no le quedan energías para abordar el camino hacia su propio corazón.
Es
imprescindible hoy, en primer lugar, reflexionar y decidir en nuestra vida de
oración y de fe, hasta dónde voy a dejar entrar al mundo y sus insistencias en
mi vida y establecer una línea roja, una frontera más allá de la cual no le voy
a dejar entrar. Esta postura es casi imposible en este mundo globalizado, para
la mayoría incluso por razones laborales. Pero lo que siempre es posible es el
limitar el número de horas que permitiré que mi atención esté ocupada en
determinadas actividades.
En
segundo lugar, lo que debemos hacer es recuperar el silencio interior es una
decisión de la voluntad de guardar silencio y nace de la conciencia de que en
realidad es el silencio quien nos guarda a nosotros, nosotros decimos hay que
guardar silencio, pero es que en realidad que es el silencio quien nos guarda a
nosotros porque, el silencio es el que permite que nos encontremos con nuestro
propio corazón y que descubramos lo que de verdad anhelamos y necesitamos.
Estar
en silencio antes que callar, supone
detenernos en una cierta medida a la cantidad de estímulos exteriores que nos llegan desde el mundo desde
la sociedad, porque la sociedad nos trata como si fuéramos una terminal de
recepción de datos, nos está bombardeando siempre con multitud de datos y el silencio supone detener, eso por lo menos
hasta cierto punto; supone desarrollar en nosotros la capacidad de “desconectarnos”,
quién lo iba a decir que desconectarse
iba a convertirse en un gesto
revolucionario ; pues la revolución hoy en día es la búsqueda de la paz y de la verdad; para encontrar la paz interior se comienza por decir una cosa tan sencilla como:<<quiero estar conmigo mismo y con Dios >>. Cuando San Benito se marchó Al monte Subiaco
dice su biógrafo, que se marchó y retiro a habitar consigo mismo, San Benito, vivía
en Roma, pero veía como día a día había demasiado ruido y al final se fue a la
cueva de Subiaco a habitar consigo mismo y encontrase con Dios.
Si
no hacemos silencio interior nos
convertimos en un elemento más del mundo de ahí la importancia de los retiros¸;
es curioso esta palabra retiro; retiro
significa desaparecer me retiro me voy de retiro o sea desaparezco del ruido del
mundo de esta red de relaciones y me ocupo más y más intensamente de lo que no
es del mundo de Dios y su reino. El señor Jesus le dijo a Pilato que era un buen representante
del mundo, le dijo mi Reino no es de este mundo, mi Reino no es de aquí como
diciéndole a Pilato, es difícil que me entiendas porque tú eres un elemento del
mundo estás metido hasta las cejas en el mundo eres un servidor del emperador
pero mi reino no es de este mundo mi Reino no es de aquí.
San
Jerónimo, tiene una frase preciosa que dice así, << aunque por culpa
nuestra perdimos el paraíso añoramos no obstante la antigua felicidad incapaces
de olvidarla>>, es decir, San Jerónimo está convencido de que en
nosotros hay una nostalgia del paraíso que, en nuestra memoria, hay algún
rincón en el que hay como un recuerdo de esa época felicidad y armonía perfecta
de la existencia humana anterior al pecado. Cuando la verdad del vivir y la
belleza nos acompañaban todas las tardes a toda hora y en todo momento, como
dice el libro del génesis porque el Dios estaba en medio del jardín y bajaba
podríamos decir a cenar con Adán y Eva, estaban juntos eso era el paraíso, el
paraíso es Dios en medio de los hombres es la verdad del bien y la belleza que es
Cristo junto con nosotros.
San Jerónimo cree que en algún rincón de nuestra memoria espiritual hay como un recuerdo del paraíso como una nostalgia de un lugar en el que no hemos estado pero que nosotros sabemos que ha existido y que es real y que a ese lugar se puede volver. Añoramos algo de lo que no tenemos, es un recuerdo claro pero que sabemos que corresponde a los anhelos de nuestro corazón y que es posible volver a ese estado de gracia original; porque en un tiempo lejano fue real es como una instancia que hay en nosotros y nos anima a volver al paraíso a volver a una comunión plena con Dios. Nuestro verdadero ser y nuestra identidad más profunda no es el vértigo de la libertad que se entrega al pecado, sino la alegría de la inocencia primera, que confía en Dios y se abandona a Él.
El
pecado hermanos nos atrae, nos atrae como una serpiente, como esas serpientes
que envenenan y atrapan e inmovilizan a la presa antes de engullirla. El pecado
es así, y tiende a hipnotizarnos y nos ofrece la fascinación de un vértigo de
una caída sin fondo, con nostalgia pérdida del paraíso el camino para llegar a
ver a Dios; es estar alegres en medio de las pruebas y el sufrimiento con la de
la inocencia y seguridad de un niño en los brazos de su madre, que confía en Dios
y se abandona en Él. Este es el camino, eso es
lo que hay que hacer, porque dice el Señor si no os hacéis como niños no
entrareis en el Reino de los cielos.
El
salmo 118 dice que: <<Correré por el camino de tus mandatos cuando me
ensanches el corazón >>. Por lo tanto, para acoger el evangelio debemos
de bajar a nuestro corazón, pero ahora damos un paso más y decimos tenemos que
dilatar el corazón, porque si no el evangelio no cabe en nuestro corazón, para
recorrer el camino de cristo hace falta dilatar el corazón, porque como escribe
San Juan ;<< Dios es más grande que nuestro corazón>>.
En
efecto, lo que nuestra razón entiende como la verdad, el bien y la belleza
queda desbordado en cuanto empezamos a conocer a Jesucristo en cuanto empezamos
a conocer el Dios que nos revela Jesucristo que es el único Dios que existe que
es el único Dios verdadero; por ejemplo, para contemplar la idea de verdad que tenemos se
tiene que dilatar nuestro corazón y la razón a la luz del Espíritu Santo, para
acoger al Dios uno y trino; porque si no, la idea de verdad que tenemos los
hombres de una manera natural se sostiene en el principio de identidad, por el cual
decimos que una cosa es esa cosa y es real.
Pero
cuando conocemos al Dios que sobrepasa todo entendimiento humano o angélico, se
nos revela Jesucristo al partir el pan como a los discípulos de Emaús porque Él
está realmente presente en las apariencias del pan y del vino, revelado y
escondido en la Eucaristía; hemos de confesar y creer en esta verdad revelada, para
poder estar en comunión con la Santísima Trinidad. Para entender este sagrado
Misterio que Dios es uno y es al mismo tiempo trino, y que son las tres
personas realmente distintas, entre sí que constituyen el único Dios verdadero.
El
encuentro con Jesucristo nos enfrenta ante la
decisión de dilatar el corazón y dilatar
también la razón, la idea de bien que la razón tiene se ciñe al orden de la
justicia, la idea de bien que tenemos todos de manera natural consiste en dar a
cada uno lo que le corresponde de acuerdo a San Agustín ; mientras que el Dios
que nos revela Jesucristo rebasa por completo el orden de la justicia, sin
negarlo, pero lo sobrepasa mediante su misericordia hasta el punto que para Él;
hacer justicia significa que su hijo Jesucristo muera en la cruz en lugar
nuestro para que nosotros seamos hechos justos por su sangre.
Dios
es más grande que la justicia y por lo tanto hay que acoger a Dios en nuestros
corazones, este bien que va más allá de la justicia se llama misericordia, es la
idea de belleza que la razón tiene y piensa siempre. La belleza, como armonía y
como hermosa apariencia; mientras que la fe cristiana declara que el más bello
de los hombres es Jesucristo; aquel que no tenía apariencia ni presencia que
era despreciable y desecho de los hombres como uno ante el cual se oculta el
rostro estas son las palabras del profeta Isaías que se cumplen en la pasión de
Cristo; sin embargo, de ese rostro escupido, flagelado escarnecido coronado de
espinas sangrante de ese rostro, que da miedo mirar. se oculta a los hombres el
misterio y el resplandor de su belleza…
El
salmo 44 dice: <<Eres el más bello de los hombres>>; por lo tanto,
también hay que ensanchar el corazón y la mente para un nuevo concepto de belleza.
El evangelio supone no sólo caminar hacia el propio corazón, sino además
dilatarlo, nuestra fe nos pide una dilatación del corazón y de la razón, para
acoger el misterio de un Dios que nos rebasa y que lleva nuestra esperanza,
mucho más allá de cuanto nosotros podíamos imaginar. San Pablo escribe,lo que
ni el ojo dio ni el oído yo ni al corazón del hombre llegó lo que Dios ha preparado
para los que le aman y a nosotros nos lo ha revelado por medio del Espíritu y
el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios.
El
papa Benedicto XVI , en su encíclica sobre la esperanza, recuerda a Santa Josefina
Bakhita, que era una esclava Sudanesa, que pasó por varios dueños que la
maltrataron, unos y en cualquier caso todos la consideraban como lo que era
para ellos una esclava, alguien a su servicio hasta que las circunstancias de
la vida; por no decir más bien la providencia hizo que llegara a Europa y aquí
conoció el cristianismo, conoció a Dios y entonces para ella Dios fue su nuevo
y definitivo amo, un amo que a diferencia de los demás, la amaba por sí misma
con un amor infinito y no la amaba por
los trabajos que hacía por los servicios que prestaba, sino por ser ella misma y ella se consagró por
completo a la vida religiosa a ese nuevo
Amo que encontró a través del conocimiento de Jesucristo. Bakhita, abrazo la felicidad plena
y esta esperanza que nunca había tenido hasta ese momento, su esperanza era y
se limitaba solo a que no la maltratasen, con eso tenía bastante, pero después de
este encuentro con Jesucristo al contemplar un crucifijo ante el Sagrario, a
partir de ese momento, descubrió, la esperanza de llegar a ver a Dios cara a cara
como le veremos tal cual es.
Para
terminar, oremos: Padre en ti esta la Verdad bondad felicidad y la belleza, te
suplicamos que derrames sobre nosotros tu Espíritu Santo, que Él nos de la
fortaleza para superar la superficialidad que nos envuelve y caminar hacia
nuestro propio corazón, acogiendo, la sed y la felicidad unidos al corazón de Jesús.
Concédenos contemplar tu rostro en nosotros desfigurado por el pecado y la
nostalgia del paraíso perdido, Ensancha nuestro corazón y entendimiento hasta
que seamos capaces de acoger tu inmenso amor hacia todos los hombres, por Jesucristo
nuestro Señor, Así sea.
+++Bendiciones…
Fuente Bibliográfica: Reflexiones del Pbro.: Fernando Colomer Fernández.
martes, 16 de marzo de 2021
Escuela de fe, Catequesis I: Hijos y discípulos:
(San Benito)
La
palabra nos indica que la escuela es el lugar donde venimos a que alguien nos instruya
y nos enseñe, durante esta catequesis, pues es él
mismo San Benito quien nos va enseñar. Este gran Santo, fue un hombre del siglo quinto ,que nació en el año 480 murió en el año 547; por su vida y su obra se le
reconoce como el padre de todos los monjes de occidente y el padre del monacato
occidental, nació en una familia cristiana acomodada de Nurcia y a los 16 o17
años fue enviado a Roma junto con su nodriza que le amaba entrañablemente a
estudiar a estudiar lo que se estudiaba entonces: retórica, filosofía y derecho
El
ambiente moralmente malsano de Roma hizo que San Benito al cabo de un tiempo
se marchara de Roma y huyera con su nodriza a un pequeño pueblo en donde se estableció al lado de la iglesia de San Pedro y allí llevaba una vida de intensa oración y ocurrió que por su
plegaria se produjo un milagro, lo cual le acarreó fama de santo en ese lugar y
sus alrededores entonces él comprendió que no podía quedarse allí y se escapó
abandonando a su nodriza para huir a un lugar desconocido donde nadie le
conociera y supieran nada de él.
Escogió San Benito un lugar de Italia desconocido que resultó ser los montes de Subiaco, en la montaña allí se instaló en una cueva como los antiguos padres del desierto que sin duda él conocía. Allí permaneció nada menos que 25 años a lo largo de los cuales se le fueron juntando porque claro al principio nadie le conocía, nadie sabía de él pero poco a poco se fueron enterando y se le fueron juntando una serie de hombres todos buscadores de Dios con los cuales organizo doce monasterios de 12 monjes cada uno de los cuales él era el Padre Espiritual ; pero la envidia de un sacerdote hizo que él pensará que se debía de marchar de allí para que no perjudicarán a estos monjes de los cuales él era el padre espiritual; se marchó así nombrando antes un Abad para cada monasterio y se fue a monte Casino allí fundó un monasterio. Allí vivió hasta el final de su vida y escribió un libro que él nos ha dejado que es la regla de los monjes, la regla benedictina,una regla llena de unción y de sabiduría espiritual de ella nos vamos alimentar en esta escuela de la fe y hoy lo hacemos comentando un pequeño párrafo del prólogo de la regla que dice así:
<<Escucha hijo estos preceptos de un maestro, acusa el
oído de tu corazón acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y
ponla en práctica para que por su obediencia laboriosa retornes a Diós del que te habías alejado por la indolencia y desobediencia>>;
en este párrafo del prólogo de su regla San Benito nos entrega tres elementos fundamentales para poder vivir la
vida cristiana: Escuchar con el corazón reconocer y acogerse a un magisterio a
una paternidad y comprometer nuestra libertad en una obediencia.
1-En
primer lugar, escuchar con el corazón:
San Benito entiende que hay que conocer al propio corazón entrar en él y descubrir cuáles son sus anhelos los deseos profundos que lo habitan , también las trampas que hay en él los recónditos traicioneros que en él se esconden la vida cristiana supone hombres y mujeres que bajan a su corazón que lo conocen en una cierta medida que saben lo que el corazón busca o por lo menos lo intuyen aunque sea oscuramente y que desde ahí desde el corazón pueden valorar la propuesta que se les hace, todo esto significa que a los ojos de San Benito; El primer enemigo de la vida cristiana es la superficialidad, la superficialidad significa que el hombre vive en la periferia de su ser y no baja a su propio corazón no baja al centro de su corazón que lo constituye, sino que se queda en la superficie de sí mismo; entonces la acogida del evangelio no es posible porque el evangelio es la respuesta a los anhelos profundos del corazón y si uno no conoce los anhelos profundos de su corazón no puede percibir la belleza del evangelio.
Cuando una persona se queda en el nivel de su sensibilidad se queda en la superficialidad de lo sensible del me gusta o no le gusta, me apetece o no me apetece y no sabe pasar de ahí y bajar a lo profundo de su ser. Entonces a esta persona el evangelio no la respalda porque en el evangelio anuncia a Cristo como pan de vida como luz del mundo ,como respuesta a los anhelos profundos del corazón, pero para eso hay que entrar en contacto con esos anhelos por eso san Benito nos dice en primer lugar, si quieres ser cristiano no seas superficial, no te quedes en la periferia de las cosas , baja a lo profundo de ti mismo …
2-
Reconocer un magisterio una paternidad:
En
segundo lugar, San Benito habla de la necesidad de una paternidad ; es decir él entiende que existe una dificultad para poder vivir la vida
cristiana, es la mentalidad igualitarista que no quiere reconocer relaciones y
simétricas es decir relaciones en las que no se está al mismo nivel en las que
no “todos son iguales” ; porque hay uno que enseña y otro que aprende, uno que
guía y otro que es orientado, uno que ha tenido determinadas experiencias y otro
que no las ha tenido, en una palabra uno que posee autoridad y otros que se
benefician de esa autoridad; pero hay muchas personas hoy en día que no quieren
aceptar eso y dicen: no, no, no, somos todos iguales, todo es igual, pero si no aceptas un nivel de enseñanza
entonces no hay padres, no hay maestros.
San
Benito entiende que es necesario recordar aquí la palabra del Señor: Vosotros en
cambio no os hagáis hacer llamar rabí; porque uno solo es vuestro maestro y
todos vosotros sois hermanos y nadie es Padre vuestro en la tierra, porque uno
solo es vuestro padre el del cielo. San Benito no desconoce esta palabra ni
muchísimo menos, pero cree que el único Padre que tenemos que es el Padre del
cielo el único Padre con mayúscula suscita hombres que encarnan de algún modo
su paternidad que la hace invisible y sensible para nosotros y que reconocer
esa paternidad acogerse a ella es una condición para crecer y creer en el afecto de
tener un Padre.
Ahora
bien, quien no quiere tener padre porque inventa todo, porque en el fondo
dice la realidad empieza conmigo, este hombre no crece, es está condenado a la
esterilidad. También creé San Benito que el único maestro que tenemos que es Cristo Él suscita hombres que nos instruyen y actúan en su nombre esos hombres son
los obispos y los presbíteros o laicos; reconocer su autoridad es para nosotros una
garantía de crecimiento.
Una
de las desgracias de nuestra situación eclesial actual es que muchos cristianos
no ven en los obispos y los sacerdotes un padre y un maestro sino tan sólo
alguien que ha recibido un encargo una misión, una misión que tiene que
realizar un servicio en favor de la comunidad, ven en él un servidor y es
correcto; pero no entienden que su principal servicio consiste en ser padre y maestro.
Los propios obispos y sacerdotes pueden caer en esa misma trampa y verse a sí
mismos como servidores como gestores de la vida de la comunidad cristiana, pero
sin ser padres ni maestros de aquellos que les han sido confiado, esta
tentación existe y sabéis por qué?, porque ser padre y maestro es mucho más
exigente que ser un líder un gestor un animador un acompañante.
Cuando
uno es padre acoge a todos los que llegan a él como hijos lo que significa que
establece con ellos una relación que le vincula a él para siempre una relación
que una vez establecida ya no es opcional para él porque se convierte en signo
de la paternidad de Dios y Dios nunca deja de ser padre es mucho más cómodo ser
un servidor un criado un encargado un líder un acompañante un animador que no
un padre. Pero Dios es Padre y los obispos y los sacerdotes deben ser signos de
esa paternidad de Dios
Digamos
lo mismo de ser maestro, ser maestro es mucho más que ser profesor un profesor
transmite unos conocimientos que él posee sin que esa transmisión le implique a
él personalmente comprometa su vida en cambio un maestro solo enseña y
transmite aquello que él ha experimentado aquello que él ha hecho vida y
experiencia suya aquello por lo que está dispuesto a sufrir y si hiciera falta
incluso a morir ese es el maestro el profesor da lo que tiene el maestro da lo
que es por eso es más difícil pero es también mucho más bello ser maestro que
ser profesor.
3-comprometer
nuestra libertad en una obediencia:
Finalmente,
en tercer lugar, se entiende que para vivir la vida cristiana
necesitamos comprometer nuestra libertad en una obediencia San Benito entiende
que el alejamiento de Dios en el que estamos es fruto de una decisión de
nuestra libertad por la que hemos preferido hacer nuestra voluntad seguir
nuestros deseos satisfacer nuestros caprichos en vez de obedecer a dios.
Estamos así hoy, por lo tanto, ante una desobediencia que sólo puede ser remediada con una
obediencia a la que Dios nos indica y nos pide. Es decir, San Benito entiende
que estamos lejos de Dios no porque nos hemos perdido, sino, porque nos hemos
rebelado, porque hemos preferido hacer lo que nos pedía al cuerpo, lo que yo
creo, lo que yo entiendo, lo que yo comprendo, lo que yo diseño, lo que yo
proyecto, en vez de acoger lo que Dios ha diseñado ha proyectado y ha querido
realizar en nuestras vidas.
San
Benito hace un diagnóstico iba a decir cruel y cruel no un diagnóstico con toda
crudeza dice que hay una desobediencia y para remediarlo hace falta una obediencia,
pero san Benito en este trocito del prólogo que hemos leído nos enseña dos adjetivos:
<<
Una a la desobediencia y otro a la obediencia a la
desobediencia a la llama indolencia, este adjetivo nos sugiere que hay en
nosotros una pereza fundamental una acedia como decía anteriormente igual que los padres
del desierto por las cosas de Dios >>. Nos parecen tristes lejanas estas palabras carentes
de interés y esa acedia, esa desgana,esa pereza, nos paraliza cualquier esfuerzo
para acercarnos a ellas para vivirlas y realizarlas.
Es
interesante la obediencia que San Benito dice: ¿porque hemos desobedecido?
y sugiere hemos desobedecido, porque
estamos prisioneros de una pereza, de una desgana ,de una apatía con base a la cual
cuando vemos las cosas de Dios pues parece que se nos cae el mundo encima, vemos las cosas desagradables lejanas y difíciles, en cambio cuando vemos las cosas
superficiales como centro de nuestras vidas es cuando nos volvemos a las bienes temporales del “mundo”
como por ejemplo :el nuevo modelito del
smartphone que ya ha salido al mercado o lo que sea, pues nos entusiasmamos con esto y así abandonamos lo profundo y vivimos
en lo superficial.
Por
eso la obediencia que ahora se requiere para remediar esa desobediencia es
calificada por San Benito de laboriosa, quiere decir de difícil logro y trabajosa, no podemos hacernos la ilusión de
que nuestro camino hacia a Dios va a ser fácil de que no va a suponer para
nosotros un esfuerzo claro, que va a suponer un esfuerzo; un esfuerzo en primer
lugar de reflexión de clarificación de búsqueda de la verdad y del desenmascaramiento de las mentiras esto es un esfuerzo de nuestra voluntad, porque hay que
reflexionar, hay que pensar ,hay que estudiar hay que escuchar; después de un esfuerzo de la voluntad y la razón.
Porque hay que remover los obstáculos que nos separan de Dios y eso no va a ser
una tarea fácil entiende San Benito; pero a esa tarea es a la que estamos
convocados. Terminemos con una breve oración:
Padre
de bondad, danos el coraje necesario para bajar a las profundidades de nuestro
corazón iluminanos para que sepamos reconocer los padres y los maestros que tú
pones en nuestra vida y abramos nuestro corazón a ellos para que nos guíen en
el camino hacia ti, infundenos tu espíritu santo para que el modele nuestra
libertad en la obediencia a tus mandamientos, por Jesucristo nuestro Señor en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
+++
Bendiciones.
Fuente Bibliográfica: Reflexiones del Pbro.: Fernando Colomer Fernández.
domingo, 19 de julio de 2020
Capítulo X: La vida de oración
Corazón
de Santa Teresa de Jesús y la prueba de la transverberación:
Lo sorprendente de este fenómeno místico
es que… Cuando la santa murió se le hizo la autopsia correspondiente. En esta
se informó algo sorprendente: su corazón tenía una cicatriz. Era una herida
larga y profunda. Demostrando así que su herida de Amor por Dios, donde un
ángel le traspasa el corazón, fue real, he aquí el testimonio de Santa Teresa:
“Vi
a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso
que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones.
Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones
intelectuales, como las que he referido más arriba... El ángel era de corta
estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los
ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos
querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía
una ascua encendida.
Me parecía que por momentos hundía la espada
en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me
parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más
grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria,
que no hubiese yo querido verme libre de ella”.
Continuando con nuestro
maravilloso estudio y profundización de la vida de oración, en el presente
capitulo abordaremos el séptimo grado: la oración de unión con Dios y su naturaleza.
Aquellos que han alcanzado este alto grado de unión con Dios y su contemplación
infusa todas las potencias interiores están cautivas y ocupadas en Dios.
En la oración de quietud que
tratamos en le capitulo IX; solamente quedaba cautiva la voluntad; en el sueño
de las potencias se unía también el entendimiento, pero quedaban en libertad la
memoria e imaginación, que le daban al alma mucha guerra.
En la oración de unión, todas las
potencias interiores, incluso la memoria y la imaginación, quedan cautivas. Sólo
quedan libres—aunque imperfectamente—los sentidos corporales exteriores, que
quedarán cautivos también al sobrevenir el siguiente grado de oración—la unión
extática—, que en este solo detalle (aparte del grado de intensidad de la luz
contemplativa) se diferencia de esta oración de unión
La intensidad de la experiencia
mística que produce la oración de unión es indecible. Es incomparablemente
superior a la de los grados anteriores, hasta el punto de que tiene sobre el
mismo cuerpo una influencia profunda, rayana en el éxtasis. Los sentidos
exteriores, sin perderse del todo, acusan fuertemente la sublime elevación del
alma, que casi los desampara y abandona. He aquí cómo expresa estas cosas la
gran Santa de Ávila:
«Estando
así el alma buscando a Dios, siente, con un deleite grandísimo y suave, casi
desfallecer toda con una manera de desmayo que le va faltando el huelgo y todas
las fuerzas corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aún
menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o sí los tiene
abiertos, no ve casi nada; ni si lee acierta a decir letra, ni casi atina a conocerla bien; ve que hay
letra, más como el entendimiento» no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye,
mas no entiende lo que oye.
Así
que de los sentidos no se aprovecha nada, si no es para no acabarla de dejar a
su placer, y así antes la dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar
palabra, ni hay fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la
fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor poder gozar
de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande y muy conocido. Esta
oración no hace daño por larga que sea»
No hay uniformidad entre los
autores para designar este grado de oración. Santa Teresa emplea simplemente la
palabra unión, sin más (oración de unión). Otros la llaman unión simple, para
significar este grado especial, distinto de los demás estados místicos en los
que se da también unión con Dios. Otros, finalmente, la denominan unión plena,
para significar que En ella todas las potencias del alma están unidas con Dios.
Es preciso confesar que ninguna
de estas expresiones es del todo exacta. La misma Santa Teresa tiene el
inconveniente de sugerir la idea de que en las oraciones místicas anteriores no
había unión del alma con Dios, lo cual es enteramente contrario a la verdad y
al mismo pensamiento de Santa Teresa. La segunda es inexacta también, y acaso
le convendría mejor a la simple oración de quietud (es la unión mística con
Dios más simple y sencilla de todas),
Y la tercera nos parece que debe
reservarse para el grado siguiente (unión extática), donde únicamente se da la
unión plena de todas las potencias espirituales y corporales, interiores y
exteriores. A falta, pues, de una terminología más precisa y exacta, nosotros
preferimos mantener la sencilla expresión de Santa Teresa, aun reconociendo que
no es del todo perfecta. Acaso la Santa se dio cuenta también de ello, pero no
quiso inventar una palabra nueva o no la encontró, aunque lo intentara. En fin,
de cuentas, las expresiones ambiguas tienen el sentido que en un momento dado
se les quiere dar, y todo el mundo sabe perfectamente lo que Santa Teresa quiere
decir cuando habla de oración de unión.
Nótese cuan profundamente
psicológica es la admirable clasificación teresiana de los grados de oración
mística. Cada vez el fenómeno contemplativo va afectando a mayor número de
potencias hasta “avasallarlas todas”. Y cuando lo ha conseguido plenamente, ya
no falta más que la permanencia de esa unión (unión transformativa o matrimonio
espiritual).
Dentro de estas líneas fundamentales caben
infinidad de matices y los fenómenos se alternan y entremezclan, de manera que,
a veces, se encuentran en los grados inferiores manifestaciones transitorias de
los superiores y en estos últimos se producen como baches o descensos a los
inferiores.
Pero, puestos a clasificar con
algún orden estas manifestaciones estupendas de la vida sobrenatural superior,
apenas cabe imaginar nada más perfecto y acabado que las admirables descripciones
de Santa Teresa. Capitulo X: La vida de Oración.
Características
esenciales de la oración de unión:
Presenta las siguientes
características esenciales, que son,
a la vez, las señales para conocerla y distinguirla de otros fenómenos más o menos parecidos:
1-
Ausencia de distracciones: Mientras permanece en este grado de
oración, el alma no se distrae jamás. La razón es muy sencilla: las potencias culpables
de las distracciones son la memoria y la imaginación, que quedan aquí
plenamente cautivas y absortas en Dios. Son aquellas «maripositas de las
noches, importunas y desasosegadas», que tanta guerra dan al alma en las
oraciones pasadas, que «aquí se les queman las alas» en el fuego inmenso de la
unión con Dios. Caben—ya lo hemos dicho—ciertas alternativas y altibajos en
esta oración, descendiendo a los grados inferiores y volviendo a remontarse a
la unión. En estas alternativas o descensos caben las distracciones—la memoria
y la imaginación recobran de momento la libertad—, pero mientras el alma está
en verdadera unión, la distracción es psicológicamente imposible.
2-
Certeza absoluta de haber estado unida el alma con Dios: Durante el
fenómeno contemplativo, el alma nunca duda de que está íntimamente unida con
Dios, a quien siente de una manera inefable. Pero, al salir de la oración, en
los grados anteriores a éste le quedan al alma ciertas dudas o temores
sobre si estuvo o no verdaderamente con Dios, si fué antojo suyo, si tal vez la
engañó el demonio dándole aquellas ternuras sensibles, etc. En la oración de
unión, en cambio, la certeza de haber estado con Dios es tan plena y absoluta
que Santa Teresa llega a decir que, si el alma no la siente plenamente, no ha
tenido verdadera oración de unión. He
aquí sus palabras:
«Fija
Dios a sí mismo en lo interior de aquella alma, de manera que, cuando torna en
sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta
firmeza le queda esta verdad, que, aunque pasen años, sin tornarle Dios a hacer
aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo». Y un poco más abajo
añade: «Y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda
el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes
que hace Dios al alma».
El
demonio no puede contrahacer o falsificar esta oración. Tanto es así, que Santa
Teresa cree que ni siquiera conoce la existencia de esta oración tan íntima y
secreta. He aquí sus palabras: «Y osaré afirmar que, si verdaderamente es unión
de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está Su
Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun
debe de entender este secreto. Y está claro; pues dicen que no entiende nuestro
pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aún no la fía Dios de
nuestro pensamiento. ¡Oh, gran bien, estado adonde este maldito no nos hace
mal!».
3.
Ausencia de cansancio: comprende sin esfuerzo. El alma está saboreando
con deleites inefables unas gotitas de cielo que han caído sobre ella. Esto no
puede cansarla ni fatigarla por mucho rato que dure. Y así dice Santa Teresa:
«Esta oración no hace daño por larga que sea; al menos a mí nunca me le hizo,
ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced —por mala que
estuviese—que sintiese mal, antes quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede
hacer tan gran bien.
+Efectos y fenómenos contemplativos en la oración de unión con Dios:
Santa Teresa recoge los
principales en un capítulo admirable (Moradas Quintas). Después de comparar la
profunda transformación del alma a la que experimenta un gusano de seda, que se
convierte en «una mariposica blanca muy graciosa», escribe la insigne
Reformadora del Carmelo:
«Oh
grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí de haber estado un poquito metida
en la grandeza de Dios y tan junta con El; que, a mi parecer, ¡nunca llega a
media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque
mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la
misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien; de dónde le pudo
venir, quise decir, que bien sabe que no le merece. con un deseo de alabar al Señor, que se
querría deshacer y de morir por El mil muertes.
Luego
le comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa. Los
deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a
Dios, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la
morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque, aunque
casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy
diferente la fuerza de los efectos; porque, como he dicho, si después que Dios
llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas”. Y sigue
la Santa describiendo el estado interior de esta alma afortunada, a quien «hanle nacido alas» para volar hasta Dios.
Precisamente estos efectos tan sobrenaturales son la mejor marca y garantía de
la legitimidad de su oración y de su experiencia inefable.
Vamos a recoger aquí algunos fenómenos
contemplativos—distintos, por consiguiente, de las gracias gratis dadas, que no
son santificadoras de suyo—, que no se producen jamás en u n momento
determinado de la vida espiritual, y no antes o después. Como gracias
transitorias que son, Dios las concede cuando le parece, y a veces cuando más
descuidada o distraída está el alma.
Con todo, lo más frecuente y
ordinario es que no se produzcan—al menos en un grado relativo de intensidad— hasta
que el alma ha sido elevada por Dios a este grado de oración de unión que
estamos estudiando. Por eso los incluimos aquí, aunque puedan producirse
imperfectamente antes y se den nuevamente después en grado perfectísimo de
intensidad. Los principales son cuatro: Los
toques místicos, los ímpetus, las heridas y las llagas de amor.
De todos ellos hablan
maravillosamente San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Nada puede suplir a la lectura
directa de sus magistrales descripciones. Aquí nos vamos a limitar a u n
brevísimo resumen de su pensamiento.
a)
Los toques místicos: Son una especie de impresión sobrenatural casi
instantánea, que le da al alma la sensación de haber sido tocada por el mismo
Dios. El contacto divino, con ser instantáneo, deja saborear al alma un deleite
inefable, imposible de describir. El alma suele lanzar un grito y muchas veces
cae desmayada o en éxtasis. El alma comprende entonces aquel sublime verso de
San Juan de la Cruz: «¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna
sabe y toda deuda paga!»
Estos toques puede recibirlos el
alma en grados muy distintos de intensidad. Dios, más íntimamente presente al
alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo mismo de sus
facultades por un contacto espiritual que aparece como divino.
Este fondo del alma—de que gustan
hablar los místicos—es llamado también cima del espíritu, adonde no llega jamás
el estrépito de las cosas exteriores. La
conducta del alma con relación a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda
San Juan de la Cruz. Dice que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra
parte—, a fin de no dar entrada a los antojos de la imaginación o a las
falsificaciones del demonio; sino «hágase resignada, humilde y pasiva en ellas,
que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando él fuere
servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá en sí el
provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande, porque
todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma» (Subida al Monte Carmelo 11,32,4).
Los más sublimes son los que San
Juan de la Cruz—y los místicos alemanes antes que él—llama «toques
substanciales», que no son, sin embargo, verdaderos toques de substancia a
substancia, sino a través de las potencias; pero se producen de una manera tan
sutil y delicada, que al alma le parece que han sido directamente de substancia
a substancia.
En realidad, se ejercen en lo más
hondo del entendimiento y de la voluntad, allí donde estas facultades arraigan
en la substancia del alma, de donde emanan. La substancia misma del alma nada
siente sino a través de sus facultades; pero Dios, más íntimamente
presente al alma que ella misma, puede tocar y mover desde dentro al fondo
mismo de sus facultades por un contacto espiritual que aparece como divino.
Este fondo del alma—de que gustan hablar los místicos—es llamado también cima
del espíritu, adonde no llega jamás el estrépito de las cosas exteriores.
La conducta del alma con relación
a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda San Juan de la Cruz. Dice
que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra parte—, a fin de no dar
entrada a los antojos de la imaginación o a las falsificaciones del demonio;
sino «hágase resignada, humilde y pasiva
en ellas, que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comunicará, cuando
él fuere servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá
en sí el provecho que estas noticias hacen para la divina unión, que es grande,
porque todos éstos son toques de unión, la cual pasivamente se hace en el alma»
(Subida al Monte Carmelo 11,32,4).
b)
Los ímpetus, como su nombre lo indica, son impulsos fuertísimos
e inesperados de amor de Dios que dejan al alma con un hambre y sed de amor tan
devoradoras, que le parece que no podría saciarla, aunque pudiera abrasar la
creación entera en las llamas del divino amor. A veces, el simple oír el nombre
de Dios o un cantarcillo espiritual, o cualquiera otra cosa por el estilo,
levanta súbitamente en su corazón un ímpetu tan grande de amor, que con
frecuencia el pobre cuerpo no lo puede resistir y sobreviene el éxtasis. Ya se
comprende que esta gracia es altamente santificadora, pues arranca del alma
actos de caridad intensísimos. Además, no hace daño ninguno a pesar de su
violencia.
***Cuando los ímpetus proceden de
nuestro esfuerzo personal quebrantan terriblemente las fuerzas corporales y es
menester moderarlos, si no se quiere incurrir en lamentables extravíos; pero
cuando los infunde Dios pasivamente, hieren al alma con grandísima suavidad y
deleite, aumentándole increíblemente sus fuerzas y energías.
He aquí, según Santa Teresa, cómo
debe conducirse el alma con relación a unos y otros:
«Quien
no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo entender, que
no es desasosiego del pecho ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que
parece ahogan el espíritu, que no cabe en sí. Esta es oración más baja, y hanse
de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad recogerlos dentro en
sí y acallar el alma. Que es esto como
unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y, con
darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá; la razón ataje a
encoger la rienda, porque podría ser ayuda el mismo natural; vuelva la
consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte
sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que le haga mover a amar por
vía suave y no a puñadas, como dicen.
Que
recojan este amor dentro y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la
leña sin discreción y se vierte toda, sino que moderen la causa que tomaron
para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que
lo son las de estos sentimientos, y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces
a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu, de
suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es
menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se
muestre el espíritu a obrar interiormente; lo exterior se procure mucho evitar.
No
ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos
echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de
la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y
corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere.».
Es de suma importancia recalcar
que El alma, con relación a estos últimos ímpetus del amor de Dios, no tiene
sino dejarse llevar por el espíritu de Dios, sin ofrecerle resistencia ni
quererle trazar el camino. Que haga de ella lo que quiera en el tiempo y en la
eternidad.
c)
Las heridas de amor: según San Juan de la Cruz, son «unos escondidos
toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la
dejan toda cauterizada con fuego de amor». Y Santa Teresa escribe hablando de
ellas: «Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida que
parece al alma como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella misma.
Así, causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le
faltase... Otras veces parece que está herida del amor sale de lo íntimo del
alma.
Los efectos son grandes, y cuando
el Señor no lo da, no hay remedio, aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de
tener cuando Él es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos y
tan delgados, que no se puede decir: y como el alma se ve atada para no gozar
como querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo y parécele
como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende
entonces, a su parecer, que goza en sí sin embargo del cuerpo. Entonces ve el
gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad».
A veces esta herida de amor, que
ordinariamente es de orden puramente espiritual e interior, se manifiesta
también al exterior, traspasando físicamente el corazón de carne
(transverberación de Santa Teresa) o apareciendo las llagas en las manos, pies
y costado. Este aspecto exterior cae de lleno en la esfera de las gracias
gratis dadas. No santifica más al alma que el puramente interno y suele incluso
ser menos intenso y deleitable, como explica San Juan de la Cruz. Lo exterior
es más espectacular, pero vale siempre infinitamente menos que lo puramente
interior y espiritual.
Los efectos de estas heridas de
amor son admirables. El alma arde en deseos de que se le rompan las ataduras
del cuerpo para volar libremente a Dios. Ve claramente que la tierra es un
destierro, y no comprende a los que desean vivir largos años en ella. Es lo que
experimentaba San Pablo cuando expresaba su deseo de morir para estar con
Cristo (Filipenses 1,23) y los dos sublimes Reformadores del Carmelo cuando
componían sus coplas «que muero porque
no muero».
d)
Las llagas de amor: son un fenómeno parecido a las heridas, aunque
más hondo y duradero todavía. San Juan de la Cruz distingue herida, y por eso
dura más, porque es como herida ya vuelta en llaga, con lo cual se siente el
alma verdaderamente andar llagada de amor». La herida —explica todavía el
Santo—le nace al alma de las noticias del Amado que recibe de las criaturas,
que son las obras más bajas de Dios; la llaga se la causan las noticias de las
obras de la encarnación del Verbo y misterios de la fe, que son mayores obras
de Dios que las naturales.
Los efectos son parecidos a los
de la herida, aunque son más mucho más fuertes que el dolor físico y moral todavía de amor. El alma
se queja amorosamente a Dios de que no la acabe de matar llevándola consigo al
cielo. Es preciso leer el admirable comentario a las estrofas 9, 10 y 11 del
Cántico espiritual («¿Por qué, pues, has llagado —aqueste corazón, no le sanaste?»;
«Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos», y «Descubre tu
presencia, y máteme tu vista y hermosura...»), donde el Doctor Místico expone
los sentimientos inefables del alma llagada que vive muriendo de amor por Dios.
Nota: Las
citas textuales tomadas de los tratados de San Juan de la Cruz y Santa teresa,
fueron escritos en un castellano antiguo.
+++
Bendiciones.
domingo, 21 de junio de 2020
Capítulo IX: La vida de oración
Expuesta ya someramente la teoría general de la contemplación y sus principales cuestiones complementarias, pasemos ahora a la exposición de los principales grados en que suelen dividirla los autores en la obra de las huellas de Santa Teresa. El primero de ellos—recogimiento infuso—es el quinto y el sexto grado es la oración de quietud — con relación al conjunto total de los grados de oración. Vamos a continuar esta enumeración única para que aparezca más clara la maravillosa unidad de la vida espiritual y la transición insensible de la ascética a la mística.
El recogimiento infuso como lo habíamos tratado en el Capitulo VIII; suele presentar diversos fenómenos antecedentes o subsiguientes que no se distinguen substancialmente de esta oración, ya que no son otra cosa que su preparación inmediata o simples efectos de la misma. Los principales, según el Padre. Arintero (Grados de oración), son:a) Una viva presencia de Dios sobrenatural o
infusa que precede ordinariamente al recogimiento en cuanto tal. Santa
Teresa habla de ella expresamente.
b) Una admiración deleitosa que ensancha el
alma y la llena de gozo y alegría al descubrir en Dios tantas maravillas de
amor, de bondad y de hermosura.
c) Un profundo silencio espiritual, en que
ella se queda atónita, absorta, abismada y como anonadada ante tanta grandeza.
d) Luces vivísimas sobre Dios y sus misterios.
En un momento y sin trabajo alguno adquiere el alma unas luces tan grandes como
no hubiera podido lograrlas en años enteros de estudio y meditación.
El director espiritual tiene que
adiestrar al alma que empieza a recibir las primeras luces contemplativas para
que no les ponga el menor obstáculo y saque de ellas el máximo rendimiento
espiritual. No pocos esfuerzos tendrá que hacer el director para convencer
al alma de que debe abandonarse inmediatamente a la acción de Dios apenas
comience a notarla.
La mayoría de las almas son en
este punto muy desobedientes y recalcitrantes. Acostumbradas a sus rezos
vocales y a sus ejercicios discursivos, les parece que pierden el tiempo y
quedan con escrúpulo si los omiten, siendo así que Santa Teresa tenía por gran
ganancia esta pérdida No advierten—-en efecto—que vale más y deja al alma mucho
más rica y santificada un pequeño toquecito interior del Espíritu Santo, por
insignificante que sea, que todos los ejercicios habidos y por haber que se les
ocurran y realicen por propia iniciativa.
Entregarse
con toda el alma a la vida interior. —El alma que ha recibido estas
primeras comunicaciones místicas es señal de que Dios la tiene predestinada
para grandes cosas. Si no queda por su culpa, llegará muy arriba en la montaña
del amor. Plenamente convencida de la necesidad de una exquisita
correspondencia a la gracia, el alma debe romper definitivamente con las mil
bagatelas que la tienen todavía atada a la tierra y darse de lleno y con todas
sus fuerzas a la práctica de la virtud. Ha de insistir principalmente en:
+ El recogimiento habitual, en el
silencio interior y exterior, en la mortificación de los sentidos,
+En el desprendimiento absoluto y
total de las cosas de la tierra, en la humildad profunda y, sobre todo, en el
amor ardiente Dios, que informe y vivifique todo cuanto haga.
+ En la Entrega de lleno a la
vida de oración y permanencia vigilante y atenta a la voz suavísima de Dios,
que la llamará con frecuencia—si le es fiel—al reposo santo de la
contemplación. Guárdese, sin embargo, de forzar las cosas. Dios llegará a su hora;
pero mientras tanto haga con suavidad y sin violencia todo cuanto pueda con
ayuda de la gracia ordinaria.
La Oración de Quietud
La Naturaleza de La oración de quietud
consiste en un sentimiento íntimo de la presencia de Dios que cautiva la
voluntad y llena al alma y al cuerpo de una suavidad y deleite verdaderamente inefables.
Oigamos a Santa Teresa: «De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que no le parece le falta nada, que aun el hablar le cansa, digo el rezar y el meditar; no querría sino amar. Dura rato y aun ratos».
«Es
ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que
hagamos; porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su
presencia, por mejor decir... Entiende el alma, por una manera muy fuera de
entender con los sentidos exteriores, que está ya junto cabe su Dios, que, con
poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con El por unión... Siéntese
grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción en el alma.
Estos deleites espirituales son
diferentísimos de los consuelos de la oración ordinaria o ascética. Santa
Teresa pone el bello símil de las dos pilas o estanques de agua. Al uno viene
el agua de muy lejos «por muchos arcaduces y artificio», y entra en él con
mucho ruido y alboroto; son los consuelos sensibles de la oración ascética. El
otro «está hecho en el mismo nacimiento del agua va sin ningún ruido»; esta es la
oración mística de quietud.
La diferencia fundamental entre
esta oración de quietud y la de recogimiento infuso que la precedió—aparte,
naturalmente, de la mayor intensidad de luz contemplativa y de los deleites
mucho más intensos—es que el recogimiento infuso era como una invitación de
Dios a reconcentrarse en el interior del alma donde quiere El comunicarse. La
quietud va más lejos: comienza a darle al alma la posesión, el goce fruitivo
del soberano Bien.
El recogimiento afecta principalmente
al entendimiento (que recoge o atrae hacia sí a todas las demás potencias),
mientras que la quietud afecta, ante todo, a la voluntad. El entendimiento y la
memoria, aunque sosegados y tranquilos, están libres para pensar en lo que está
ocurriendo; pero la voluntad está plenamente cautiva y absorta en Dios. Lo dice
expresamente Santa Teresa:
«No
le parece hay más que desear; las potencias sosegadas, que no querrían
bullirse; todo parece le estorba a amar, aunque no tan perdidas, porque pueden
pensar en cabe quién están, que las dos están libres. La voluntad es aquí la
cautiva, y si alguna pena puede tener estando así, es de ver que ha de tornar a
tener la libertad. El entendimiento no querría entender más de una cosa, ni la
memoria ocuparse en más; aquí ven que ésta sola es necesaria, y todas las demás
la turban.
El
cuerpo no querría se menease, porque les parece han de perder aquella paz, y
así no se osan bullir; dales pena el hablar; en decir Padre nuestro una vez, se
les pasará una hora. Están tan cerca, que ven que se entienden por señas. Están
en el palacio cabe su Rey y ven que las comienza ya a dar aquí su reino; no
parece están en el mundo ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios; no les da
pena de nada, ni parece se la ha de dar. En fin, lo que dura, con la
satisfacción y deleite que en sí tienen, están tan embebidas y absortas, que no
se acuerdan que hay más que desear, sino que de buena gana dirían con San
Pedro: «Señor, hagamos aquí tres moradas»
La quietud, pues—como su mismo
nombre lo indica—, tiende de suyo al silencio y reposo contemplativo. Sin
embargo, como el entendimiento y las potencias orgánicas están libres, pueden
ocuparse en las obras de la vida activa, y así lo hacen frecuentemente con
mucha intensidad. En estos casos, la voluntad no pierde del todo su dulce
quietud—aunque suele debilitarse algo—y comienzan a juntarse Marta y María,
como dice hermosamente Santa Teresa. Claro que esto no se consigue del todo
hasta que el alma llega a la cumbre de la unión con Dios.
Efectos
en el alma de la oración de quietud: Son admirables los efectos
santificadores que produce en el alma la oración de quietud. Santa Teresa
expone algunos de ellos en un párrafo admirable que, para mayor claridad, vamos
a descomponerlo en sus ideas principales:
a)
Una gran libertad de espíritu: «Un dilatamiento o
ensanchamiento en el alma... para no estar tan atada como antes en las cosas
del servicio de Dios, sino con mucha más anchura».
b) Temor filial de Dios, con miedo de
ofenderle: «Así en no apretarse con el temor del infierno, porque, aunque
le queda mayor de no ofender a Dios, el servil piérdese aquí».
c) Gran confianza de eterna salvación:
«Queda con gran confianza que le ha de gozar».
d) Amor a la mortificación y trabajos: «El
(temor) que solía tener, para, hacer penitencia, de perder la salud, ya le
parece que todo lo podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí.
El temor que solía tener a los trabajos los pasa por Dios, Su Majestad le dará
gracia para que los sufra con paciencia; y aun algunas veces los desea, porque
queda también una gran voluntad de hacer algo por Dios».
e)
Profunda humildad: «Como va más conociendo su grandeza (la de Dios),
tiénese ya por más miserable».
f)
Desprecio de los deleites terrenos: «Como ha probado ya los gustos
de Dios, ve que es una basura los del mundo; el alma se va poco a poco
apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo».
g)
Crecimiento en todas las virtudes: «En fin, en todas las virtudes
queda mejorada y no dejará de ir creciendo, si no torna atrás ya a hacer
ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en
la cumbre».
Fenómenos
que acompañan a la oración de Quietud: —En torno a la oración de
quietud suelen girar otros fenómenos contemplativos, que no son sino efectos y
manifestaciones de los distintos grados de intensidad por ella alcanzados. Los
principales son: El sueño de las potencias y la embriaguez de amor.
a)
El sueño de las potencias del Alma. —Santa Teresa, en el libro de su
Vida, considera como un grado de oración superior y distinto de la quietud el
llamado sueño de las potencias, que constituye un simple efecto de la quietud
en su grado máximo de intensidad.
A esto último nos atenemos. Según
la misma Santa Teresa, este fenómeno «es
un sueño de las potencias que ni del todo se pierden ni entienden cómo obran.
El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado; es que da
el agua a la garganta a esta alma de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni
sabe cómo, ni tornar atrás; querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que
está con la candela en la mano, que le falta poco para morir muerte que la
desea; está gozando en aquella agonía con el mayor deleite que se puede decir.
No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del
mundo y estar gozando de Dios. Yo no sé otros términos cómo decirlo, ni cómo
declararlo, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable, ni si
calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura,
adonde se aprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el
alma».
b)La
embriaguez de amor—Los deleites intensísimos del sueño de las potencias
llegan a veces a producir una especie de divina embriaguez, que se manifiesta
al exterior en forma de verdaderas locuras de amor, que mueven al alma a dar
gritos y saltos de alegría, a entonar cánticos de alabanza o expresar en
inspirados versos el estado interior de su espíritu.
«¡Oh, ayudame Dios—exclama Santa
Teresa—Cuál está un alma, cuando está así! Toda ella querría fuesen lenguas
para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre a contentar a
quien la tiene así. Yo sé persona—es ella misma— que, con no ser poeta, que le
acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien... Todo su
cuerpo y alma querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena
siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos que no le fuese sabroso
pasarlos por su Señor?
Como se ve, estos fenómenos son
altamente santificadores del alma y están muy lejos de pertenecer al capítulo
de las gracias gratis dadas, como las
visiones y revelaciones. Es, sencillamente, la contemplación infusa en un grado
muy notable de intensidad, que está, sin embargo, lejos todavía de sus
manifestaciones supremas. Hasta la unión transformativa le queda al alma
todavía mucho trecho que andar, pero con sus fuerzas y luces actuales «le
parece que ya no queda nada más que desear».
El principal aviso que da Santa
Teresa es no dejarse embeber demasiado para no quedarse en una especie de
modorra y atontamiento, que podría degenerar en lamentables desequilibrios
mentales que se les parece arrobamiento., que no es otra cosa más de estar
perdiendo tiempo allí y gastando su salud.
Los
principales consejos especiales son: Tener cuidado con no confundir esos
transportes de alegría espiritual con una efervescencia puramente natural, propia
de espíritus impresionables o entusiastas—nótenlo los directores—; no dejarse
llevar de esos ímpetus—sobre todo en público—, sino moderarlos lo más que se
pueda; no creerse por ellos demasiado adelantados en la vida espiritual, que
muchas veces están muy lejos de corresponder al grado de virtud alcanzado por
el alma; humillarse profundamente y no entregarse jamás a la oración para
buscar los consuelos de Dios, sino únicamente al Dios de los consuelos.
No dejar jamás la oración a pesar
de todas las dificultades o tropiezos. —santa Teresa le concede a esto
grandísima importancia. Para comenzado a sentir las primeras experiencias
místicas abandonar o descuidar la. oración, que una misma falta grave de la que
se levantara en seguida arrepentida y escarmentada. Es menester leer y
discernir despacio, saboreándolos, sus párrafos inimitablemente.
El director insistirá siempre en
la necesidad de practicar las virtudes—que es lo que verdaderamente santifica
al alma—y concederá poquísima importancia a todas estas otras cosas, sobre todo
si ve que el dirigido se la concede demasiado o empieza a descubrir en él algún
repunte de vanidad; que no será fácil si las comunicaciones son verdaderamente de
Dios, pues éstas dejan siempre al alma sumergida en un océano de humildad. Esta
es la gran señal para distinguir el oro del oropel o si verdaderamente las
inspiraciones proceden de Dios, del Maligno o de nuestra propia naturaleza.
+++ Bendiciones.