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miércoles, 28 de noviembre de 2018

EL Verdadero Sentido del Sufrimiento


Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? (Job 2, 10).

“Quaerebam unde malum et non erat exitus" ("Buscaba el Origen del mal y no encontraba solución") dice San Agustín (Confesiones. 7,7.11).
San Agustín en su propia búsqueda dolorosa sólo encontró la salida en su conversión al Dios vivo y verdadero. Porque "el misterio de la iniquidad" (2Ts 2:7) sólo se esclarece a la luz del "misterio de la piedad" (1Ti 3:16). 

A la luz de las Sagradas Escrituras y el tesoro guardado por el Magisterio y la Doctrina de la iglesia católica; trataremos de profundizar cuál es el verdadero sentido del sufrimiento del mal moral y físico de la Humanidad a través de los tiempos. Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas, y sobre todo a la cuestión del mal moral y físico. Entonces ¿de dónde viene el mal?

Para comprender este misterio, debemos recordar que, como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación llamada "concupiscencia"). En efecto, el bautismo, dando la vida a la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

El hombre del Antiguo Testamento, vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta, por su enfermedad (cf. Sal 38) y de él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf. Sal_6:3; Is 38). 

La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal_38:5; Sal_39:9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal_32:5; Sal_107:20; Mar 2:5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y  la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Éxo15:26).

El profeta Isaías comprende que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf Isa_53:11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sion en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf Isa_33:24).

Sin embargo, "caminamos en la fe y no en la visión" (2Co_5:7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa, e imperfecta" (1Co_13:12). Nuestra fe es vivida con frecuencia en la oscuridad y la fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.

Volvernos y seguir el camino hacia los testigos de la fe: como nuestro Padre Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rom_4:18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe", llegó hasta la "noche de la fe", participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y en tantos otros testigos de la fe: también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con Fortaleza a la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, quien es el que inicia y consuma la fe" (Heb_12:1-2).

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede enseñarnos a comprender la muerte.

Nuestro Papa Emérito Benedicto XVI, En su Mensaje urbi et orbi, 8 de abril de 2007. Hoy nos exhorta: << Sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el dolor inocente, es digno de fe.>>

El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes —por ejemplo, los niños víctimas de la guerra y del terrorismo, de las enfermedades y del hambre—, ¿no someten quizás nuestra fe a dura prueba? No obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Santo Tomás apóstol nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida.

Tomás ha recibido del Señor y, a su vez, ha transmitido a la Iglesia el don de una fe probada por la pasión y muerte de Jesús, y confirmada por el encuentro con el resucitado. Una fe que estaba casi muerta y ha renacido gracias al contacto con las llagas de Cristo, con las heridas que el Resucitado no ha escondido, sino que ha mostrado y sigue indicándonos en las penas y los sufrimientos de cada ser humano. […] Estas llagas que Cristo ha contraído por nuestro amor nos ayudan a entender quién es Dios y a repetir también: “Señor mío y Dios mío”.

Igualmente, para el presente Estudio y reflexión en cuestión, San Juan Pablo II. Magistralmente enseña:
<<Los inocentes encuentran consuelo en la cruz de Cristo Desde que Cristo escogió la cruz y murió en el Gólgota>>, todos los que sufren, particularmente los que sufren sin culpa, pueden encontrarse con el rostro del “Santo que sufre”, y hallar en su pasión la verdad total sobre el sufrimiento, su sentido pleno, su importancia. A la luz de esta verdad, todos los que sufren pueden sentirse llamados a participar en la obra de la redención realizada por medio de la cruz.

Participar en la cruz de Cristo quiere decir creer en la potencia salvífica del sacrificio que todo creyente puede ofrecer junto al Redentor. Entonces el sufrimiento se libera de la sombra del absurdo, que parece recubrirlo, y adquiere una dimensión profunda (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 6-7, 9 de noviembre de 1988).

<<Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo>>: Benedicto XVI. afirma en su (Encíclica Spe salvi, n. 26, 30 de noviembre de 2007). El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que —lo vemos— es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. 

Nosotros sabemos que Dios existe y que, por tanto, su Hijo, el cordero de Dios, es el que “quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Está presente en el mundo y es el único capaz de vencer el mal. Las llagas de Cristo nos hacen ver los males con esperanza, los enfermos y personas que sufren, a través de las llagas de Cristo es como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. […] San Bernardo afirma: “Dios no puede padecer, pero puede compadecer”. Dios, es la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder compadecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre.

+ ¿No es pues lógico aceptar los sufrimientos? :
<<Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? (Job 2, 10)>>. Tomar la cruz es obligación de quien quiere seguir a Jesús: <<Si alguno quiere venir en los de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (Mc 8, 34.).

San Pedro en su primera Carta dice: <<los sufrimientos de Cristo son fuente de alegría, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria>>. (1 Pd 4, 12-13).

San Pablo también lo confirma en la Carta a los Romanos: <<la gloria futura compensará todo dolor Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros>>. (Rm 8, 18).



La redención realizada por Cristo al precio de la pasión y muerte de cruz es un acontecimiento decisivo y determinante en la historia de la humanidad, no sólo porque cumple el supremo designio divino de justicia y misericordia, sino también porque revela a la conciencia del hombre un nuevo significado del sufrimiento […].

La cruz de Cristo ―la pasión― arroja una luz completamente nueva sobre este problema, dando otro sentido al sufrimiento humano en general. […] Todo sufrimiento humano, unido al de Cristo, completa “lo que falta a las tribulaciones de Cristo en la persona que sufre, en favor de su Cuerpo” (cf. Col 1, 24): el Cuerpo es la Iglesia como comunidad salvífica universal. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 1-2, 9 de noviembre de 1988).

+ Una Respuesta personal del hombre a Dios en el Sufrimiento:

A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. 

San Juan Pablo II. En su carta apostólica (Salvifici doloris); nos confirma en el verdadero Sentido del Sufrimiento como doctrina Segura e ilumina la oscuridad en que vivimos; los padecimientos y sufrimientos en este mundo. Reflexionemos algunos apartes de su Carta en mención:

<<El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual. (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici doloris, n. 26, 11 de febrero de 1984).>>.

De la Patrística como Fuente inagotable de Sabiduría que viene de Dios; San Juan Crisóstomo nos ilustra, que en el Sufrimiento encontramos el verdadero remedio contra el orgullo, fuerza de Dios en los hombres débiles. El sufrimiento en la vida presente es un remedio contra el orgullo y contra la vanagloria y la ambición. Gracias a el sufrimiento resplandece la fuerza de Dios en hombres débiles, que sin la gracia de Dios no podrían soportar sus aflicciones. Por él se manifiesta la paciencia de los justos perseguidos. Por él se ve impulsado el justo a desear la vida eterna. (San Juan Crisóstomo. Consolaciones ad Stagir, L. III, citado por Réginald Garrigou-Lagrange, La vida eterna y la profundidad del alma, cap. VI).

+No hay santidad sin cruz: Como Doctrina Segura en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2015). Agrega una enseñanza Solida en cuestión: El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas. 

Hermanos en cristo. La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1Ti_2:5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual"(Gaudium Spes 22, 2,5). 

Jesús llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" ( Mat 16:24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas"(1P 2, 21). Él quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mar_10:39; Jua_21:18-19). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Luc2:35).

Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de Lima).



+++ Bendiciones.


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