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viernes, 30 de agosto de 2019

El Ciego de Betsaida


Llegaron a Betsaida, y le llevaron un ciego, rogándole que lo tocara. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera de la aldea, y, poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó: ¿Ves algo? Mirando él, dijo: Veo hombres, algo así como árboles que andan. De nuevo le puso las manos sobre los ojos, y al mirar se sintió restablecido, viendo todo claramente de lejos. Y le envió a su casa diciéndole: Cuidado con entrar en la aldea. (Mc 8: 22,26) 

Para esta reflexión en cuestión citare algunos apartes del Padre Alfonso Gálvez en su libro <<la Fiesta del Hombre,la Fiesta de Dios>>. En este versículo del Evangelio está resumida la historia de todo apostolado. Llevaron un hombre hasta Él; y eso es el apostolado: llevar hombres al Señor. Claro que Dios no nos necesita para “estar en contacto con los hombres”, pero de hecho ha querido hacerlo así, y éste es el fundamento de toda la doctrina sobre el apostolado. Pero es que, además, este hombre que es conducido hasta el Señor está ciego. Por eso hay que llevar los hombres a Él, porque están ciegos, para que vean, porque Él es la luz (Jn 1:9), y porque el que no le sigue anda en tinieblas (Jn 8:12; 12:46; 1 Jn 1:7).

Los que llevaban al ciego lo hacían para que lo tocara, para ponerlo en contacto con Él, que es el objeto y el fin de todo apostolado. Y para conseguirlo rogaban al Señor. Porque está determinado que sea inoperante todo apostolado que no vaya acompañado de la oración. El ciego fue conducido hasta el Señor. Ya hemos dicho que en eso consiste el apostolado. 

Efectivamente, el cristiano tiene que hablar de su Señor y es de suponer que, para ello, primero le hablarían del Señor al ciego de Betsaida y este se dejó convencer y permitió que lo llevaran ante el Señor, seguramente porque le hablarían de Él con ilusión. La Fe es fundamental cuando se trata de dar un testimonio del Señor. Los que hablaron del Señor al ciego estarían convencidos de que era el único que podía curarlo; quizás hasta lo habían experimentado consigo mismo o en otros muy próximos a ellos. El apostolado no puede hacerse si no es con la Fe, lo que es tanto como decir con un gran amor y una gran confianza en el Señor. De otro modo los hombres nunca se dejarán convencer, y por eso fracasan tantos apostolados.

Por el contrario, el Señor nos advirtió que nuestras lámparas deben estar siempre ardiendo, (Lc 12:35) y Él mismo hacía arder el corazón de sus oyentes cuando hablaba. (Lc 24:32; Jn 7:46). Sin duda que el Señor desea que el apostolado se haga de manera audaz, entrometida, incluso violenta en la negación de sí mismos y seguirlo, con la dulce violencia del amor que sabe siempre respetar la libertad. Así, por ejemplo, en la parábola de la gran cena, dice expresamente el amo al siervo cuando lo envía a buscar nuevos comensales: Sal a los caminos y a los cercados, y obligarlos a entrar, para que se llene mi casa de convidados. (Lc 14:23). 

La expresión de<< obligarlos a entrar es del mismo Señor>>, aunque empleada ahora no dejaría de escandalizar a ciertos ecumenistas y a otros. Son muchos hoy en la Iglesia los que han perdido la ilusión por el apostolado, quizás porque han perdido la ilusión por su fe. Y éstos quieren exigir de los demás una actitud neutra con respecto al apostolado, como si eso fuera lo verdaderamente evangélico, y sin tener en cuenta que esa actitud está muy lejos de ser compartida por las otras confesiones cristianas y mucho menos por el ateísmo militante.

La tragedia de muchos sacerdotes, Laicos y Religiosos de ahora es la de haber perdido la ilusión por su ministerio, después de haber dejado perder la vida interior. Su actitud es contraria a la de los primeros apóstoles, que se dejaron el servicio de” las mesas” para dedicarse a la oración y al ministerio de la palabra, (Hch 6:24). mientras que los Laicos y Religiosos sacerdotes dejan la oración y su ministerio para dedicarse al servicio de las mesas.

Los primeros discípulos aplicaron a la actitud que veían en el Señor la cita del salmo: El celo de tu casa me consume. (Sal 69:10, citado en Jn 2:17). Lo que no parece estar muy de acuerdo con la actitud neutralista que algunos querrían ver en el apostolado.

Deberíamos pues, hablar del Señor con la misma ilusión con que Andrés comunicó la noticia a su hermano Simón, o Felipe a Natanael: (Jn 1:41.45-46). ¡Hemos hallado al Mesías. . .! Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, ¡el hijo de José de Nazaret. ....! Palabras que parecen llegar hasta nosotros vibrando de alegría llenas de ilusión. No hubo necesidad de repetírselas ni a Simón ni a Natanael; algo había en la expresión del rostro, y en el tono de voz de sus amigos, que les llenó de admiración y de curiosidad, y se decidieron a seguirles enseguida.

Lo que no deja de ser admirable, porque tanto Andrés como Felipe sabían en aquel momento muy poco de Jesús, como lo prueba el hecho de que acaban de conocerle y de que le llaman Mesías, pero también el hijo de José de Nazaret. Algo está muy claro, sin embargo: que le han entregado ya su corazón. Y ahí está el secreto del apostolado. Ni los conocimientos rudimentarios de los apóstoles noveles, ni sus defectos, ni sus imprudencias primerizas, importarán demasiado mientras vaya por delante la entrega del corazón. 

<<Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros>> (1 Jn 1:3). decían los primeros apóstoles. De ahí la alegre espontaneidad de las palabras de Andrés y de Felipe diciendo que habían encontrado al Señor. Por esto ¿qué es lo que han encontrado ciertos apóstoles de ahora para que lo puedan anunciar?: Es necesario que el apóstol haya encontrado primero al Señor. No se puede hablar de Él con ilusión sin llevarlo en la propia vida. Sólo así la vida de Jesús podrá manifestarse en nuestro tiempo y a través de la nuestra (2 Cor 4: 10,11).

Los hombres del Evangelio rogaban al Señor para que tocara al ciego. Lo llevan, efectivamente, para ponerlo en contacto con Él, porque están convencidos de que es la única solución. Que es esta la acción que ha de perseguir todo apostolado: poner a los hombres en contacto con el Señor. Para que los hombres sientan la alegría, hasta ahora insospechada para ellos, de la intimidad con el Señor: o que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros. . ., para que viváis en comunión con nosotros. . ., para que vuestro gozo sea completo. (1 Jn 1: 34). 

Es Increíble la intimidad que ya había sido anunciada por el Señor:<< Ya no os llamaré siervos, sino amigos. . .>> (Jn 15:15). Y cuando rogó al Padre en la gran oración sacerdotal: <<Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros. . . Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno.>> (Jn 17: 21.23).

<<Tomando Jesús al ciego de la mano >>.
Al dejarse conducir por el Señor ya había dejado, en cierto “modo”, de ser ciego, según aquello del mismo Señor: El que me sigue no anda en tinieblas. (Jn 8:12). Aún no veía aquel hombre, pero ya se había puesto en el buen camino. Tuvieron que caminar un cierto espacio, durante el cual el ciego se confió al Señor. Ni hizo preguntas el ciego ni puso condiciones: se puso en las manos del Señor y se dejó conducir por El. Es imposible salir de la ceguera si no nos decidimos a seguir al Señor adonde quiera llevarnos, incluso aunque de momento no reconozcamos el camino ni comprendamos el porqué.

“Le sacó fuera de la aldea”:
La mucha gente y los tumultos no son lo mejor para ver claro. El Señor deseaba quedarse a solas con el ciego. La ceguera del espíritu requiere silencio para su curación, y necesita de la intimidad serena con el Señor. Pero si se ha llegado a un cierto grado de ceguera hay que procurarse entonces una mayor soledad y un mayor silencio, si es que se quiere volver a ver con claridad. Y para eso hace falta retirarse del tumulto y del ambiente de cada día, sin que sea suficiente la oración ordinaria. Será necesario retirarse, y, olvidándose de los trabajos de siempre, enfrentarse con el único problema, con la Verdad que sólo nos habla en el silencio: 

Pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas; pero no estaba Yahvé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto; pero no estaba Yahvé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Tras el fuego vino un ligero y blando susurro, y allí estaba Yahvé. (1Re 19 11,12).

El silencio habrá que procurarlo por dentro no menos que por fuera. La imaginación y la capacidad de pensar se pueden ver bloqueadas por la terrible estridencia que llega desde el exterior, a la vez que el martilleo de los medios de comunicación y el exceso de información pueden acabar con la serenidad interior.

<<Mirando él, dijo: Veo hombres, algo así como árboles que andan. De nuevo le puso las manos sobre los ojos, y al mirar se sintió restablecido, viendo todo claramente de lejos>>.

El que había sido ciego comenzó a ver las cosas, pero sólo confusamente como “Arboles”, hasta el punto de que tuvo que actuar de nuevo el Señor para que acabara viendo claramente. Si nos encontramos con el Señor, y nos dejamos guiar por Él, se ha producido ya la conversión. Pero luego tiene que transcurrir una larga etapa, hasta que lleguemos a ver las cosas con sus contornos claros, es decir, hasta que vayamos adquiriendo criterios sobrenaturales; sólo cuando se van viendo las cosas como Dios las ve es cuando se va conociendo la realidad como es. Esta segunda etapa, a diferencia de la primera que es más o menos instantánea, dura en realidad toda la vida, y necesita como elementos para desarrollarse: la oración, el estudio, la dirección espiritual, la paciencia, la tenacidad; en realidad supone todo el esfuerzo de una vida por llevar a cabo la transformación en Cristo.

Pero se llega a ver con gran claridad cuando se llevan, así las cosas, porque se ven como Dios las ve. Un cristiano serio, aunque no sea ni medianamente culto, llega a juzgar de las cosas con gran sentido común: al fin y al cabo, el Señor daba gracias al Padre porque había ocultado estas cosas a los sabios y prudentes del mundo y las había revelado a los pequeños (Mt 11:25).

El que fue ciego de Betsaida llegó a ver las cosas claramente y de lejos. De donde podemos pensar que aquel que se deja guiar por el Espíritu llega a ver las cosas con perspectiva, incluso de futuro, y con gran claridad. Lo que se fundamenta en unas palabras del mismo Señor: 

<<Cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras.>> (Jn 16:1313). Según esto, el Espíritu comunicará también las cosas venideras. Aquí no se trata seguramente del carisma de profecía, sino de aquel sentido de conocer y juzgar con rectitud, también hacia atrás y hacía adelante, que posee todo cristiano y que es un efecto de la unción recibida del Santo (1 Jn 2: 20.27). 

Este espíritu de discernimiento es muy importante en el hecho cristiano. Sirve para distinguir la verdad del error, y tiene en nuestro tiempo tanta importancia cuanta pueda tener el hecho de que, con demasiada frecuencia, el contenido de la fe se presenta falsificado. Cito palabras textuales del Padre Alfonso Gálvez:

<<Existen muchos malos pastores que engañan a los simples fieles. Malos pastores que, a su vez, han llegado al engaño por muchos caminos: el auge de la filosofía marxista, la crisis de fe, la deserción de tantos cristianos y la llamada traición de los clérigos son temas del día. Esta deserción ocurrió en el momento en que se hizo posible porque alguna parte de la Jerarquía había bajado la guardia. Algunas decisiones tomadas a raíz del Concilio Vaticano II como la supresión de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, o del índice, fueron interpretadas por algunos en el sentido de que se había abierto la puerta a un relativismo doctrinal y moral, a la vez que muchos Pastores eran afectados de un extraño complejo de permisivismo y un mal entendido concepto de la libertad >>. 

Es posible que llegue el día en que la Iglesia tenga que reconsiderar disposiciones de carácter disciplinar que se tomaron por entonces. Pero sea de ello lo que fuere, es cierto que la Iglesia no puede ser Madre y Maestra de la verdad sin señalar rutas y sin advertir de los caminos extraviados. El Nuevo Testamento da por sentado el deber de vigilancia de los Pastores, y en el sentido más estricto. Y no parece que sea suficiente con que los Pastores impartan luminosas enseñanzas, sino que hará falta también una tarea de gobierno. Los Pastores también tendrán que apartar a los fieles de los pastos peligrosos.

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La donación gradual de la vista al ciego es un ejemplo de la manera de actuar en nosotros la pedagogía divina. Dios nos va enseñando y nos va conduciendo hasta Él a través de toda una vida; no podía ser de otro modo, dada nuestra natural forma de ser. 

La iluminación y la transformación totales e instantáneas no se dan, y hay que sufrir más bien dolores de parto hasta que Cristo se forme totalmente en nosotros (Ga 4:19). Dolores de parto que en realidad dura toda la vida: por eso el día del nacimiento a una nueva vida es el de la muerte, y no el del bautismo. Durante toda la vida somos discípulos (Mt 10:24; Lc 14: 26,27) y caminantes. Por eso no podremos abandonar nunca los medios de formación, ni tampoco considerarnos jamás maestros (Mt 23:8). 

La carrera sólo está terminada cuando se llega a la meta (2 Tim 4:7); sólo entonces Cristo se habrá terminado de formar en nosotros, y sólo entonces, como el ciego de Betsaida, veremos con claridad (1 Cor 13:12), sin confundir a los hombres con árboles, sino viendo las cosas como son, en la luz de Dios y por toda la eternidad. 

Mientras tanto nuestra condición de caminantes nos impone la paciencia, sin la cual nunca llegaríamos a ver realizado el plan que Dios se había trazado con nosotros (Lc 21:19); con ella podremos soportar las deficiencias propias y ajenas, las tentaciones, los sufrimientos y, sobre todo, la espera. Aceptar la condición de discípulo para siempre supone aceptar también para siempre la oración, la dirección espiritual, el estudio o la corrección fraterna. Aceptar para toda la vida la condición de caminante, de hombre que aún no ha llegado a la meta, es prueba de humildad, y en último término de amor. Eso significa aceptarse como niño y reconocerse como niño, lo que es condición indispensable para entrar en el Reino de los Cielos (Mt 18:3). 

En realidad, mientras dura el día de nuestra vida sólo nos queda el caminar (Jn 9:4), sin detenernos nunca, levantándonos cada vez que caigamos, lo que hará que ni siquiera las mismas caídas sean tropiezos (Jn 11:9). Sólo en el atardecer del día de nuestra vida seremos examinados acerca de si hemos aceptado nuestra condición de caminantes, de niños, de discípulos que dieron cabida al amor (Mt 20:8).

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El Señor fue el primer hombre que vieron los ojos ya abiertos del que fuera ciego. Es de suponer que siempre sentiría la nostalgia de aquel rostro, el primero que vieron sus ojos, y que ningún otro igualaría después. Por eso el Señor le serviría de modelo, para medir a todos los hombres según aquel primero que había visto. Realmente empezamos a conocer a los hombres cuando hemos empezado a conocer al Señor; ya San Agustín nos había advertido de la necesidad de conocer al Señor para poder conocernos a nosotros y conocer a los demás. 

El misterio del hombre sólo se puede aclarar a la luz del misterio del Hombre Dios. Y le envió a su casa Le envía a su casa, de nuevo entre los hombres. Ahora tendrá que trabajar, vivir su propia vida, la que Dios quería para él. No entra en los planes de Dios que alguien abra sus ojos a la luz para quedarse con ella (Mt 5: 14,16). Ahora le envía a trabajar, para que no vaya a desertar de aquella gran aventura que es la vida de cada uno vivida en el Señor. Los que antes habían sido ciegos, y ahora ven, no son separados del mundo; al contrario, son enviados a su casa, al trabajo, a la vida de cada día, a vivir entre los hombres, a darles testimonio en una lucha que durará hasta el final. El ciego de Betsaida fue conducido hasta el Señor; pero ahora tendrá que caminar solo, sin lazarillo que le libre de la responsabilidad de sus propios pasos. Entre los de su casa y en el mundo es donde tendrá que derramar ahora la luz que ha recibido. (Jn 12:35): Caminad mientras tenéis luz.

<<Y le dijo: ¡Cuidado con entrar en la aldea!>>
Parece como si el Señor no deseara que el antiguo ciego expusiera en los mercados del mundo la maravilla que en él se había realizado. Hay en el mundo mucha curiosidad vana, dispuesta a ver y oír, pero no a creer en las obras del Señor. Cuando el que fuera ciego intente contarlo, ante la multitud de curiosos de mala fe, no le creerán; estarán dispuestos a buscar interpretaciones torcidas y a aceptar explicaciones extrañas, pero nunca lo que es claro, sencillo y evidente. Con ello el ciego que lo fue perder a su tiempo, e incluso la alegría de haber recuperado la vista, pues los hombres son muy capaces de acabar con su gozo.

Habrá que tener mucho cuidado para no exponer las obras de Dios a la voracidad de los perros (Mt 7:6; 15:26). El apostolado requiere un mínimo de buena voluntad en los hombres a quienes se dirige; pero si ésta falta, debe ser interrumpido, y marcharse el apóstol a otro lugar (Mt 10:14), con la seguridad de que no agotará los lugares de trabajo antes de que Él venga de nuevo (Mt 10:23). 

El Señor se marchaba de un lugar, sin insistir más, cuando así se lo pedían. (Lc 8:37,39) Y hacerlo de otro modo sería perder el tiempo y la alegría, y hasta colaborar en que las cosas santas sean despreciadas y en que los hombres se vayan en contra el mismo apóstol y lo destrocen; el Señor lo advirtió claramente, casi con esas mismas palabras (Mt 7:6).

+++Bendiciones

martes, 13 de agosto de 2019

La Conversión de Zaqueo



Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» (Lucas 19:1,8).

En este pasaje del evangelio de Lucas parece como si solamente hubiera en él dos personajes: el Señor y Zaqueo. Lo demás sería como una decoración de la narración del evangelista: La gente que se agolpa para ver pasar al Señor, los murmuradores, los pobres que habían sido defraudados y un telón de fondo sobre el cual se recortan los dos personajes y lo que pasa entre ellos. Cuando nos volvemos a nosotros mismos en el silencio de la oración, nos encontramos exactamente con este momento: el Señor y nosotros. . . En realidad, todo empieza y todo acaba para cada hombre por este encuentro con el Señor. Están Luego también las circunstancias de la vida de cada cual, los demás y todo lo que viene a constituir el propio entorno; pero todo girando siempre sobre ese eje que es El Señor y cada uno de nosotros. Nadie podrá encontrar alguna otra cosa más importante que el encuentro con El Señor con cada uno de nosotros. Esta relación es lo primero que aparece en el primero de los mandamientos. Para este mandamiento el verdaderamente definitivo para cada hombre lo demás son las demás cosas. Lo cual no es empequeñecerlas, sino ponerlas en el lugar en que deben estar. 

Esta relación pone frente a frente al Señor y a cada hombre que viene a este mundo. Claro que el más importante de los dos términos de ella es el Señor. Él es lo decisivo para cada hombre. Porque el Señor no es una cosa más en la vida, ni siquiera la más importante: es lo único verdaderamente decisivo, lo fundamental, Él lo es todo, Él es el Sumo Bien; como como exclamaba San Francisco de Asís: Mi Dios y mi todo. 

Nuestro Señor Jesucristo Vivo y Resucitado está siempre presente en todos cuanto viven en Él. Todo aquel que contempla y tiene puesta su mirada en (El Pantokrator), está bajo su amparo y protección. La traducción de Pantokrator del griego más común es " El todopoderoso". En este sentido, está formado del prefijo pan = "todo", y el verbo (κρατεω) que significa El Soberano de todo o "sustentador del mundo", en un sentido más amplio. 

Cuando Pedro vio caminar hacia la barca a Jesús, El Señor lo mando que caminara hacia Él bajo Mar impetuoso de Galilea y cuando aparto la mirada del Señor ; dudo se sintió desfallecer y hundirse y grito: ¡Señor Sálvame ¡(Mateo 14. 22,33). En la mirada del Señor todo subsiste y su Misericordia nos alcanza Porque por Él fueron hechas todas las cosas y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho. Sin Jesucristo todo lo visible e invisible no se sostiene. 

San Agustín afirmaba ;<< El que se aparta de Dios todo se aparta de el  >>. Jesús es el orden y consistencias de todos los actos humanos y las creaturas porque El Señor es el Principio y Fin de todo cuanto Él existe y por  nos movemos y existimos. 

Había allí un hombre llamado Zaqueo, Jefe de Publicanos y rico”. 

Zaqueo quería” Ver” al Señor al Mesías su Salvador; pero Jesús lo miro primero; más aún, lo amo antes de su encuentro en el Árbol del Sicomoro. En la vida Zaqueo tuvo se conjugaron circunstancias particulares; el Señor quiere  que lo encontremos, y que luego, una vez encontrado, nos santifiquemos. Por eso las circunstancias son la causa de su Bondad del Amor y Misericordia con el Ser humano. 

Para cada uno de nosotros son nuestras amadas circunstancias, las que nos han traído al Señor. Son para cada uno los misteriosos caminos de la Providencia de Dios para que se encuentre con Él: el hogar, la formación que hemos recibido, el ambiente, los lugares, las personas, los éxitos y fracasos, las alegrías y, por supuesto, nuestros sufrimientos. Si miramos hacia atrás en nuestra vida comprenderemos que nuestro encuentro con el Señor fue el resultado de una serie de circunstancias que se sumaron; pero que fueron preparadas antes de que nuestra imaginación pensamientos lo concibieran para que lo encontrásemos, por su misteriosa providencia y nuestra libertad. 

Ahora bien, problema no consiste en encontrar esa serie de circunstancias, puesto que, en realidad, todos los hombres las encuentran (1 Tim 2:4); sino que el problema para cada hombre es el de saber aprovecharlas, que es lo mismo que saber “ver” en ellas. Las circunstancias son para cada uno de nosotros nuestro propio entorno, la puerta a la que llama el Señor (Ap 3:20), y a nosotros nos toca abrir y reconocerlo. 

¿Cómo no vamos a amar las circunstancias si por ellas ha entrado el Señor en nuestra vida? Y ¿cómo no vamos a sentirnos felices, cualesquiera que sean, si sabemos que han sido preparadas por Él para que lo encontremos y nos santifiquemos en ellas y por ellas? 

Sin duda que entre conocer a Jesús de oídas y conocerlo personalmente hay una gran distancia. Zaqueo había oído hablar de Jesús, pero quería conocerlo personalmente. En realidad, todos los cristianos conocen a Jesús de oídas, porque, según dice la Biblia, la fe viene por el oído y la predicación: (Romanos 10:17-18) << Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras. >>. Pero esencialmente no nos referimos a esto. Lo que queremos decir es que, para muchos cristianos, su conocimiento del Señor es superficial: se limita a lo poco que han escuchado en la predicación dominical, si la escuchan, a lo que se puede añadir alguna que otra lectura de vez en cuando. Pero ya en la vida ordinaria es bastante difícil llegar a conocer a una persona solamente por lo que se ha oído de ella, sin haberla tratado. Con el Señor no ocurre de otro modo.  Hay que añadir a esto el hecho de que, en nuestro tiempo, la predicación es con frecuencia superficial y poco profunda, mientras que la buena lectura espiritual está prácticamente fuera del alcance del cristiano medio y en la Lectura y estudio de las Sagradas Escrituras hay una inmensa Riqueza. 

Zaqueo quiso conocer al Señor con sus propios ojos. Hay que insistir en que es imposible conocer de un modo serio al Señor sin tratarlo personalmente. También hay que insistir en que la predicación es de por sí insuficiente, aunque está claro que una buena predicación acabaría por llevar a los oyentes a la conversión, la oración y meditación de su Santa Palabra. 

El descubrimiento de lo que significa el conocimiento personal del Señor es el descubrimiento más importante de la vida; así lo comprendieron, por ejemplo, los samaritanos, y por eso hacían notar la diferencia entre lo que había contado y predicado la mujer Samaritana del pozo y lo que ellos mismos habían comprobado. (Jan 4:42). y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.» 

Los obstáculos del mundo: 

El conocimiento personal, o de primera mano, que Zaqueo pretendía parecía que iba a ser imposible. Había acudido mucha gente, y, por si fuera poco, él era de pequeña estatura. Pero tratemos de comprender los problemas de este hombre y trasladarlos a los nuestros. En primer lugar, su pequeña estatura. En efecto, no puede dudarse de que para llegar a alcanzar una verdadera amistad con el Señor es un obstáculo importante nuestra pequeñez miseria y pecado. El Señor es demasiado grande y demasiado bueno, y nosotros demasiado pequeños y demasiado malos. Pero en realidad este problema no lo es sino en apariencia...., siempre que existan la buena voluntad y el intento serio, por nuestra parte, de luchar para superar nuestra pequeñez espiritual. Zaqueo hizo el esfuerzo y no vaciló en subirse al sicómoro, para lo cual es de suponer que tendría que realizar algún un esfuerzo físico y vencer también algunos” defectos físicos y humanos”; pero lo importante para él era ver al Señor. 

El otro obstáculo que se interponía entre este hombre y el Señor era la enorme muchedumbre. Pues bien, ahora ocurre lo mismo: porque el hombre que desea conocer al Señor seriamente encuentra también muchas cosas que se le ponen por delante tratando de ocultárselo. La misma Iglesia, que es Sacramento de salvación, a la vez que se lo entrega, se lo oculta. En efecto, es imposible encontrar al Señor prescindiendo de la Iglesia; esa Iglesia que fue fundada y querida por Él y que ahora es santa y pecadora al mismo tiempo. Sin ella no está nunca Él. Pero tampoco podemos olvidar los serios obstáculos que ella misma puede poner y que de hecho pone con demasiada frecuencia con algunos de sus miembros e instrumentos de Dios que son perseguidos exiliados y en ocasiones sumergidos al ostracismo. 

También podríamos traer a colación lo que afirma el Padre Alonso Gálvez en su libro La Fiesta de Hombre la Fiesta de Dios en donde expone este tema tan complejo y dice :<< La inferioridad ante el mundo de hoy que ha asaltado y tomado a la iglesia, y que en último término está producido por una crisis de fe. Más doloroso sería hablar de la crisis de autoridad y de obediencia a la Voluntad de Dios , del abandono de responsabilidades, de la miseria y decadencia moral, espiritual y cultural de “algunos Laicos, Religiosos y Religiosas, Sacerdotes ” y de la irrupción del marxismo y de protestantismo en la Doctrina Católica ante la pasividad de los Pastores y Prelados y la desbandada de Laicos, religiosos y Sacerdotes por la << Secularización de lo religioso y de la desacralización de lo secular. . .>> 

En resumen la afirmación anterior el  padre Galvez hace referencia en cuanto a que algunos Teologos quieren que la iglesia se “acomode” al Mundo y relativizan el pecado “a lo malo lo llaman bueno y a lo bueno lo llaman malo” en contraposición a lo enseñado por Jesus a sus Discipulos :<< Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. (Juan 17:12-15). 

Sin embargo; todos los obstáculos y esas cosas, y muchas otras citadas anteriormente pueden y deben ser superadas. Zaqueo hizo lo que tenía que hacer: se subió más alto, para estar por encima de la muchedumbre; y no se le ocurrió ponerse a dar patadas a la gente para abrirse paso. Hay que amar a la Iglesia como el Señor la amó. Para lo cual hay que superar sus defectos situándose por encima de ellos. Porque hacer la guerra a la Iglesia, aunque sea con pretexto de reformarla, no conduce a nada bueno. Ante las evidentes miserias de la Iglesia no podemos seguir otro camino que el de amarla, cargando sobre los propios hombros esas miserias (Mt 8:17;Is 53:4) y sufriendo por ellas, tal como hizo el Señor, secundado en eso también por los Apóstoles (Col 1:24). 

La miseria de la Iglesia y la del mundo solamente pueden ser redimidas si son asumidas por “alguien”. Cristo lo hizo de una vez para siempre, pero con una redención que tiene que ser ahora continuada y completada por los cristianos (Col 1:24). Asumir quiere decir aquí tomar la miseria humana desde su raíz, desde dentro y desde abajo, para sufrirla en la propia carne. 

El apostolado, la profecía y martirio como don Mayor y verdadero no está solo en Las denuncias proféticas que acusan como culpables a los demás:<< Señor, te doy gracias porque no soy como esa gente.>>( Lc 18:11).Estas denuncias  a la Iglesia, a las instituciones, a las estructuras, son falsas si no van acompañadas del morir a sí mismo del que denuncia y por la conciencia de sus propios pecados. El verdadero profeta se avergüenza de sí mismo y se siente lleno de compasión por los demás cuando denuncia, es porque conoce su limitación (Jer 1:6); tiene que hacerse violencia para cumplir una misión que él no se ha asignado, porque sabe que esa misión le llevará siempre a la muerte de si mismo para que el Señor resplandezca en el Profeta. 

Si el Justo asumió la condición de pecador, sin serlo, nadie puede atribuirse la condición de redentor sin tener conciencia clara de ser un pecador; cuando esto se olvida ya no es el Espíritu quien habla allí (Jer 14: 14,15), con la consecuencia de que entonces los que escuchan están expuestos a los mayores engaños. 

Zaqueo siendo un Publicano rico recaudador de impuestos al servicio del imperio Romano reconoce y asume su condición de pecador y ladrón señalado por sus congéneres y afirma en el relato del evangelio de Lucas, promete retribuir el daño con la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces más sobre el valor sobre el cual sustrajo de los impuestos cobrados ilícitamente he aquí un verdadero arrepentimiento desapego y reparación material y moral de un mal causado.

Jesús alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.

Tendremos que estar dispuestos, por lo tanto, a hacer como Zaqueo: pasar por encima de los obstáculos para poder ver las cosas desde arriba, desde la perspectiva que dan la fe y el amor a la Iglesia; cuando Jesus y Zaqueo se miraron por primera vez en aquel encuentro, hubiera sido imposible de no haber existido la voluntad de superar los obstáculos. Seguramente fue inolvidable para Zaqueo, porque siempre es inolvidable el primer encuentro con el Señor.

La primera mirada del Dios hecho Hombre permanece en el recuerdo y da fuerzas para toda la vida; así ocurrió con Saulo en el camino de Damasco y así ocurrió con Juan y Andrés en aquel su primer encuentro con Jesús, cierto día, como a la hora décima. (Jn 1:39). Y es que la mirada del Señor, si queremos, tiene la fuerza y el poder para cambiar el sentido de nuestra vida .Porque los hombres miramos siempre las apariencias externas y Jesús mira nuestros corazones y ve la intención que hay en nuestros corazones para dar cada uno según sus obras para salvarnos y llevarnos a la  plenitud del Ser. La mirada de los hombres nos deja vacíos, mientras que la del Señor ilumina La tiniebla de nuestros corazones y nos llena de Luz y de verdad, como que procede de Aquel que que es la misma Plenitud y de la cual todos recibimos (Cf Jn 1:16).


+++ Bendiciones

martes, 6 de agosto de 2019

Las Señales de Jesús que el Mundo Exige.


Para la reflexión del presente estudio: ­­[ Las Señales de Jesús que el Mundo Exige] quiero compartirles algunos apartes de los tratados del Padre Alfonso Gálvez que la Divina Providencia quiso que encontrara. En estos escritos, llenos de una profunda erudición y conocimiento de las Sagradas Escrituras a su vez. El Padre Alfonso Gálvez está plenamente convencido de que el Evangelio (como toda la Sagrada Escritura); es palabra de Dios inspirada, y, por lo tanto, plenamente actual; una palabra que contempla todos los problemas del hombre moderno y ofrece la solución para ellos. Porque el Evangelio se puede iluminar y hacer actual con la exégesis científica, pero mucho más, quizás, y con sentido más práctico y verdadero, con la oración.

El Padre Alfonso Gálvez Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal (Mazarrón-Murcia) en España. Es a la luz de la oración cuando se puede comprobar que la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, que penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Cf Heb 4:12).

Sin  la pura gracia y la luz  del Espíritu Santo que ilumina nuestra razón y entendimiento la Palabra de Dios se convertiría y reduciría para “el mundo” en palabras sin sentido que no sirven para nada, y la predicación pastoral se quedaría reducida a un monólogo insulso y desconectado de la realidad (extra-vagante). Sin embargo, a gentes sencillas, y a todos los hombres de buena voluntad que buscan al Señor con sincero corazón les son revelados los sagrados Misterios ocultos a nuestros ojos; para saborear y contemplar las maravillas de su Palabra y el esplendor del Niño Jesús, el Verbo hecho hombre, El mismo Señor Jesucristo vivo y Resucitado que brilla en las tinieblas de nuestra pequeñez e ignorancia.

Una señal del cielo
Los fariseos y saduceos piden un signo del cielo. Se acercaron los fariseos y saduceos y, para ponerle a prueba, le pidieron que les mostrase un signo del cielo. Mas él les respondió: «Al atardecer decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego”, y a la mañana: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío.” ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir los signos de los tiempos! ¡Generación malvada y adúltera! Un signo pide y no se le dará otro signo que el signo de Jonás.» Y dejándolos, se fue. (Mateo 16:1-4)

Los fariseos y saduceos se acercan al Señor para pedirle una señal del cielo. Habrá de tratarse de algo extraordinario, que garantice la autenticidad de la misión del Maestro. Pero, según se deduce del texto, parece que estas exigencias están dentro de lo puramente natural, es decir, que el signo extraordinario tiene que ser estimado así según medida humana. Si esta interpretación es cierta nos hallamos ante un intento, por parte del mundo, de apropiarse frente a Dios el derecho a decidir cuáles han de ser los criterios de garantía. Las cosas se valoran según una norma, pero aquí la norma ha de ser puesta por el mundo. O sea que, incluso con respecto a Dios, ha de ser el mundo el que determine lo que es o no es; con lo cual ya no es Dios quien juzga al mundo, sino que es el mundo el que juzga a Dios. Llevada esta actitud hasta sus últimas consecuencias, como suele ocurrir, conduce hasta la apropiación del derecho a determinar si Dios existe o no existe. 

Esta actitud de los Fariseos y los Saduceos conocedores de la Ley suponen el rechazo de lo sobrenatural. El mundo está dispuesto a aceptar una señal, pero según medida humana. Exige un signo que sea maravilloso y convincente, pero dentro de lo que el mundo entiende como maravilloso y convincente. A lo sobrenatural no se le reconoce el carácter de signo, puesto que de entrada es ya rechazado. 

Pero Dios no puede ser medido por el hombre. Y si, además, ha querido elevar al hombre al orden de lo sobrenatural, tendrá entonces que darle testimonio de Sí mismo, con criterios de credibilidad suficientes para el que quiera ver, pero que no podrán venir determinados por medida humana.( 1Jn 8:18) ;Es cierto que este testimonio estará avalado por las obras, (Jn 5:36); pero estas obras tendrán que ser divinas; es decir, que no van a ser seguramente las que el mundo hubiera esperado: son más bien las obras que el Padre “le dio hacer" al Hijo. Por eso Jesucristo no se pliega a las exigencias de los que le hablan. Se trata de la misma actitud en la que se niega a hacer milagros en Nazaret, (Lc 4:16 y ss.) o a lanzarse desde la torre del Templo, (Mt 4:5 y ss.); o a hacer milagros ante Herodes. (Lc 23:8). 

Nuestro cristianismo de ahora parece que hubiera olvidado esto. Y anda empeñado en presentarse ante el mundo con unas notas de credibilidad que sean conformes con lo que exige el mundo, esperando así que su mensaje sea aceptado. Todo el momento actual de desacralización viene a parar ahí. Se ha dado un giro que ha supuesto que, a la actitud de ir al mundo con ánimo de convertirlo, haya sucedido otra de súplica en la cual los cristianos mendigan el ser aceptados.  El teólogo Meritan llamaba a esto arrodillamiento ante el mundo. Con lo cual bien puede decirse que la levadura se ha desvirtuado, que la sal se ha vuelto sosa, y que la lámpara ha sido metida debajo del celemín. De ahí la tremenda lucha que han entablado muchos cristianos para no aparecer como extraños ante el mundo y ofrecer unos signos de credibilidad que sean aceptables para él.

¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? Porque esta actitud, además de ser contradictoria en sí misma, encierra dentro de sí una trampa mortal.  Si el cristianismo es algo, tiene que ser extraño al mundo; de otro modo no es nada. Y hay que decir, además, que si los signos dados como garantía tienen que ser a medida humana, entonces nada tienen que decir al mundo: pues no son nada distinto de él, siendo así que el cristianismo se presenta como transcendente al mundo. Debido a que el mundo odia lo que no es suyo o se presenta como distinto de él, si el cristianismo se deja llevar del temor, se dejará entonces reducir al mundo. Pero entonces ya no será nada y nada tendrá que decir al mundo.

La apostasía en el mundo de hoy y la situación es tan grave que más bien parecemos estar ante un tremendo enfriamiento de la caridad y una fuerte crisis de fe, animado todo ello por un poder sobrehumano, misterio de iniquidad del que no podemos dudar que está ya en acción. Es verdad que el momento de los últimos tiempos está oculto para nosotros; pero el Señor habló de unas señales que se cumplirían en segunda su venida, y, entre otras cosas, dijo que para entonces apenas se encontraría fe sobre la tierra y que se habría enfriado la caridad de muchos. De todos modos, y por estar enteramente oculto el momento, tan cierto es que no podemos hablar de la inminencia de los últimos tiempos como tampoco de su lejanía.

La nube de teologías de la liberación, o a tantos otros intentos, que han hecho decir a algunos que estamos ante un verdadero neo-modernismo, más grave que el modernismo de principios de siglo. Los cristianos de ahora están aquejados de un cierto complejo de inferioridad que parece motivado por una grave crisis de fe. Y es que cuando se enfría la caridad se desvanece la fe, y además aparece el miedo como subproducto. El miedo culpable, del que nos habla San Juan, aparece en el hombre cuando falta el amor; y es capaz de llevarle a las mayores claudicaciones.

Se acercaron para tentarle:

Es evidente que aquellos fariseos y saduceos que se acercaron a Jesucristo para pedirle una señal no iban con buena intención. Lo dice el texto sagrado, y el mismo Señor les llama por eso “generación mala y adúltera” Les sobra inteligencia para conocer las cosas naturales pero les falta voluntad para abrirse a lo sobrenatural:

<<Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis conocer las señales de los tiempos>>.

Aquellas señales precisamente por las cuales hubieran conocido al Señor. Porque a Dios se le puede conocer con certeza por la simple inteligencia, aunque sea de un modo muy imperfecto, pero siempre que la voluntad no quiera impedirlo. Ni los fariseos de entonces, ni los de ahora, que exigen una medida a lo humano para convencerse, han tenido nunca buena intención. Y por eso no se convencerán, convertirán o creerán, aunque resucite un muerto o presencien el prodigio más extraordinario.

Muchos cristianos de nuestro tiempo se encuentran asustados y con miedo. Y es que les han hecho creer dos cosas que ellos han sido demasiado fáciles en admitir. La primera, que la ciudad temporal se está construyendo sin ellos. La segunda, que la ciudad futura que esperan es una utopía, una alienación, que incluso les está estorbando para colaborar como deberían en la edificación de la ciudad terrena. Se trata de dos mentiras, pero no tan extraordinarias como el hecho de que los cristianos hayan consentido en creerlas. Todo por haberse enfriado en la caridad y haber sido castigados, por lo tanto, con un debilitamiento de la fe. Sin fe ya no pueden ser los cristianos vencedores del mundo, sino que son vencidos por él.

La única señal:


Los hombres que con mala fe piden signos no deben ser atendidos. De todos modos, el Señor ofrece un signo a los fariseos y saduceos: El del profeta Jonás, refiriéndose sin duda a su muerte y estancia de tres días en el sepulcro con la victoria definitiva de la resurrección. Lo que nos lleva a pensar que el signo último y definitivo que Dios ha querido dar al mundo no es otro sino el de la cruz. Signo que, por ser locura y escándalo para el mundo, éste no está dispuesto a aceptar. Y la razón de esta extraña conducta de Dios nos la da San Pablo:

<<Por cuanto que no conoció el mundo a Dios por la sabiduría humana, quiso Dios salvar a los hombres por la locura de la predicación; cuando los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado. >> (Cor 1: 21,23). En efecto, ya había dicho antes el Señor que solamente los atraería a todos hacia Él cuando fuera levantado de la tierra, aludiendo a la cruz. (Jn 12: 32,33) Sólo entonces los hombres de buena voluntad reconocerían esa señal y creerían en Él. (Jn 3:14; 8:28).

Se ha dicho, a propósito del pasaje evangélico en el cual el Bautista envía a preguntar al Señor sobre si éste es o no el Mesías (Mt 11: 2,6; Lc 7: 18,23)., que la señal más importante que el Señor ofrece al Precursor es la de que los pobres son evangelizados: <<Id y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados.>>

El signo principal, por el cual sus discípulos serán reconocidos, es el amor a los demás sobre todo a los más necesitados expresado por el hecho de anunciarles la Buena Nueva. Pero ese amor tiene que consumarse en la entrega de la propia vida, porque solamente sí se manifiesta hasta el colmo el amor, (Jn 15:13; 13:1), y esa fue la señal que dio el Señor a sus discípulos por la cual serían reconocidos:

<<En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros.>> (Jn 13:3).

En esta etapa de Iglesia peregrina el amor va siempre con la muerte y con la cruz, porque nadie demuestra mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos. (Jn 15:13). La cruz sigue siendo la señal suprema. Desgraciadamente el amor se presta a muchas falsificaciones. Muchos defienden hoy como principal tarea del cristianismo la de procurar una mejor repartición de los bienes temporales. No conviene, sin embargo, olvidar que ya el Señor advirtió que no era Él un repartidor de bienes. (Lc 12:14). En realidad, ni siquiera bastaría la entrega de los propios bienes en la búsqueda de una mayor justicia social, y es conveniente advertir que, según el Apóstol, esa acción no es necesariamente la caridad verdadera. (1 Cor 13:3). 

El amor que no va acompañado de la fe no es amor cristiano. La caridad, que es el amor cristiano, todo lo cree, (1 Cor 13:7). y la fe se realiza siempre por la caridad. (Ga 5:6; cfr. Ap. 2:19). Además, la caridad en el Nuevo Testamento es siempre un fruto del Espíritu Santo, incluso el más excelente; (Ga 5:23). Pero el Espíritu Santo no puede habitar en el hombre sino por la fe. (Heb 11:6; Ga 3:14; Ef. 3:17). A su vez, la crisis de fe del mundo de hoy es consecuencia de una opción libremente tomada contra Dios; ya decía San Pablo que el naufragio de la fe es consecuencia de haber perdido la buena conciencia. (1 Tim 1:19).

En definitiva, que la única señal que los cristianos pueden dar al mundo como garantía de su mensaje es el amor. Pero ha de tratarse del amor verdadero. Y el amor es verdadero cuando llega hasta dar la vida en Cristo. Porque, de un lado, se dice en el Nuevo Testamento que ama verdaderamente aquel que entrega su vida; (Jn 15:13; 1 Jn 3:16). Al ser la cruz la expresión del amor divino consumado, (Jn 19:30; 13:1). Todo amor verdadero pasa desde entonces por ahí. Por lo tanto, que cualquier amor que no parta de la cruz de Jesucristo, o que no conduzca a ella, no es amor, por muchas etiquetas que lleve de reivindicaciones sociales. 

El mejor signo que los cristianos pueden ofrecer al mundo es el del amor crucificado. Sin importarles demasiado que el mundo hubiera preferido otro. Y sin dejarse engañar; porque si el mundo llega al fin a aceptar algún signo será precisamente el del amor crucificado, único que puede convencer a los hombres de buena voluntad; en cuanto a los demás hombres no aceptarán ninguno, y desde luego no se van a dejar convencer por los signos que estén en la misma línea del mundo. 

No es pensable que los cristianos puedan superar al mundo en su propio terreno. No le convencerán las señales que le presenten, por maravillosas que puedan ser, mientras estén en su propia línea. Dice el Nuevo Testamento bien claramente que, hacia los últimos tiempos, aparecerán muchos falsarios con aires de profetas que llevarán a cabo grandes signos y prodigios, (Mt 24:24; Mc 13:22; Ap. 13: 13,15; 2 Te 2: 9,10). y no puede caber duda de que estos signos estarán en la línea de lo querido y esperado por el mundo. 

Ahora bien, no puede pensarse que vaya a tratarse de juegos de manos o prodigios de artificio para causar admiración o diversión; sin duda que se tratará de algo mucho más serio. Quizás de algo que colmará los deseos terrenos de la Humanidad, que satisfaga sus esperanzas, que suponga logros considerados hasta entonces como inasequibles y haga que los hombres se admiren de su propio poder, llevándolos a la certeza de que Dios ya no es necesario.

Hay un lugar que sí que es específicamente cristiano y en el cual nunca pueden situarse los enemigos de la salvación. Ese lugar es la cruz. Por eso para el cristiano es la única señal auténtica, mientras que las otras son equívocas. Mientras los cristianos permanezcan en el plano de lo puramente humano no podrán ofrecer al mundo aquello que les es propio y que los hace enteramente distintos del mundo. (Jn 17:16; 15:19). Si solamente tuvieran ya lo estrictamente natural para ofrecerlo como mercancía, entonces nada tendrían para presentar al mundo, como no fuera el triste y grotesco espectáculo de la deserción. (Mt 5:13).

Los cristianos no podrán vencer al mundo luchando con las armas de éste. A la soberbia, poder y arrogancia del mundo, solamente puede oponerse la debilidad de la cruz:

<<Y si no, mirad, hermanos, vuestra vocación; pues no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios, y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo del mundo, el desecho, lo que no es nada, lo eligió Dios para anular lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Él>> (1 Cor 1: 26,29.).

El más auténtico “testigo” de Jesucristo no será nunca el campeón de reivindicaciones terrenas, sino el mártir, así como Cristo es llamado en el Nuevo Testamento <<el testigo Fiel precisamente porque es el primogénito de los muertos. . ., el que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre>>. (Ap. 1:5). A lo mejor alguien dice que todo esto es demasiado bello. Sin duda que lo es, pero ¿acaso lo bello no es también lo verdadero? San Pablo llamó bello al testimonio de Cristo o al que se da por Él. En realidad, ahí está la única señal que los cristianos podrían dar al mundo de hoy. (1 Tim 6: 12_13).


+++ Bendiciones