Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» (Lucas 19:1,8).
En este pasaje del evangelio de Lucas parece como si solamente hubiera en él dos personajes: el Señor y Zaqueo. Lo demás sería como una decoración de la narración del evangelista: La gente que se agolpa para ver pasar al Señor, los murmuradores, los pobres que habían sido defraudados y un telón de fondo sobre el cual se recortan los dos personajes y lo que pasa entre ellos. Cuando nos volvemos a nosotros mismos en el silencio de la oración, nos encontramos exactamente con este momento: el Señor y nosotros. . . En realidad, todo empieza y todo acaba para cada hombre por este encuentro con el Señor. Están Luego también las circunstancias de la vida de cada cual, los demás y todo lo que viene a constituir el propio entorno; pero todo girando siempre sobre ese eje que es El Señor y cada uno de nosotros. Nadie podrá encontrar alguna otra cosa más importante que el encuentro con El Señor con cada uno de nosotros. Esta relación es lo primero que aparece en el primero de los mandamientos. Para este mandamiento el verdaderamente definitivo para cada hombre lo demás son las demás cosas. Lo cual no es empequeñecerlas, sino ponerlas en el lugar en que deben estar.
Esta relación pone frente a frente al Señor y a cada hombre que viene a este mundo. Claro que el más importante de los dos términos de ella es el Señor. Él es lo decisivo para cada hombre. Porque el Señor no es una cosa más en la vida, ni siquiera la más importante: es lo único verdaderamente decisivo, lo fundamental, Él lo es todo, Él es el Sumo Bien; como como exclamaba San Francisco de Asís: Mi Dios y mi todo.
Nuestro Señor Jesucristo Vivo y Resucitado está siempre presente en todos cuanto viven en Él. Todo aquel que contempla y tiene puesta su mirada en (El Pantokrator), está bajo su amparo y protección. La traducción de Pantokrator del griego más común es " El todopoderoso". En este sentido, está formado del prefijo pan = "todo", y el verbo (κρατεω) que significa El Soberano de todo o "sustentador del mundo", en un sentido más amplio.
Cuando Pedro vio caminar hacia la barca a Jesús, El Señor lo mando que caminara hacia Él bajo Mar impetuoso de Galilea y cuando aparto la mirada del Señor ; dudo se sintió desfallecer y hundirse y grito: ¡Señor Sálvame ¡(Mateo 14. 22,33). En la mirada del Señor todo subsiste y su Misericordia nos alcanza Porque por Él fueron hechas todas las cosas y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho. Sin Jesucristo todo lo visible e invisible no se sostiene.
San Agustín afirmaba ;<< El que se aparta de Dios todo se aparta de el >>. Jesús es el orden y consistencias de todos los actos humanos y las creaturas porque El Señor es el Principio y Fin de todo cuanto Él existe y por nos movemos y existimos.
“Había allí un hombre llamado Zaqueo, Jefe de Publicanos y rico”.
Zaqueo quería” Ver” al Señor al Mesías su Salvador; pero Jesús lo miro primero; más aún, lo amo antes de su encuentro en el Árbol del Sicomoro. En la vida Zaqueo tuvo se conjugaron circunstancias particulares; el Señor quiere que lo encontremos, y que luego, una vez encontrado, nos santifiquemos. Por eso las circunstancias son la causa de su Bondad del Amor y Misericordia con el Ser humano.
Para cada uno de nosotros son nuestras amadas circunstancias, las que nos han traído al Señor. Son para cada uno los misteriosos caminos de la Providencia de Dios para que se encuentre con Él: el hogar, la formación que hemos recibido, el ambiente, los lugares, las personas, los éxitos y fracasos, las alegrías y, por supuesto, nuestros sufrimientos. Si miramos hacia atrás en nuestra vida comprenderemos que nuestro encuentro con el Señor fue el resultado de una serie de circunstancias que se sumaron; pero que fueron preparadas antes de que nuestra imaginación pensamientos lo concibieran para que lo encontrásemos, por su misteriosa providencia y nuestra libertad.
Ahora bien, problema no consiste en encontrar esa serie de circunstancias, puesto que, en realidad, todos los hombres las encuentran (1 Tim 2:4); sino que el problema para cada hombre es el de saber aprovecharlas, que es lo mismo que saber “ver” en ellas. Las circunstancias son para cada uno de nosotros nuestro propio entorno, la puerta a la que llama el Señor (Ap 3:20), y a nosotros nos toca abrir y reconocerlo.
¿Cómo no vamos a amar las circunstancias si por ellas ha entrado el Señor en nuestra vida? Y ¿cómo no vamos a sentirnos felices, cualesquiera que sean, si sabemos que han sido preparadas por Él para que lo encontremos y nos santifiquemos en ellas y por ellas?
Sin duda que entre conocer a Jesús de oídas y conocerlo personalmente hay una gran distancia. Zaqueo había oído hablar de Jesús, pero quería conocerlo personalmente. En realidad, todos los cristianos conocen a Jesús de oídas, porque, según dice la Biblia, la fe viene por el oído y la predicación: (Romanos 10:17-18) << Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras. >>. Pero esencialmente no nos referimos a esto. Lo que queremos decir es que, para muchos cristianos, su conocimiento del Señor es superficial: se limita a lo poco que han escuchado en la predicación dominical, si la escuchan, a lo que se puede añadir alguna que otra lectura de vez en cuando. Pero ya en la vida ordinaria es bastante difícil llegar a conocer a una persona solamente por lo que se ha oído de ella, sin haberla tratado. Con el Señor no ocurre de otro modo. Hay que añadir a esto el hecho de que, en nuestro tiempo, la predicación es con frecuencia superficial y poco profunda, mientras que la buena lectura espiritual está prácticamente fuera del alcance del cristiano medio y en la Lectura y estudio de las Sagradas Escrituras hay una inmensa Riqueza.
Zaqueo quiso conocer al Señor con sus propios ojos. Hay que insistir en que es imposible conocer de un modo serio al Señor sin tratarlo personalmente. También hay que insistir en que la predicación es de por sí insuficiente, aunque está claro que una buena predicación acabaría por llevar a los oyentes a la conversión, la oración y meditación de su Santa Palabra.
El descubrimiento de lo que significa el conocimiento personal del Señor es el descubrimiento más importante de la vida; así lo comprendieron, por ejemplo, los samaritanos, y por eso hacían notar la diferencia entre lo que había contado y predicado la mujer Samaritana del pozo y lo que ellos mismos habían comprobado. (Jan 4:42). y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Los obstáculos del mundo:
El conocimiento personal, o de primera mano, que Zaqueo pretendía parecía que iba a ser imposible. Había acudido mucha gente, y, por si fuera poco, él era de pequeña estatura. Pero tratemos de comprender los problemas de este hombre y trasladarlos a los nuestros. En primer lugar, su pequeña estatura. En efecto, no puede dudarse de que para llegar a alcanzar una verdadera amistad con el Señor es un obstáculo importante nuestra pequeñez miseria y pecado. El Señor es demasiado grande y demasiado bueno, y nosotros demasiado pequeños y demasiado malos. Pero en realidad este problema no lo es sino en apariencia...., siempre que existan la buena voluntad y el intento serio, por nuestra parte, de luchar para superar nuestra pequeñez espiritual. Zaqueo hizo el esfuerzo y no vaciló en subirse al sicómoro, para lo cual es de suponer que tendría que realizar algún un esfuerzo físico y vencer también algunos” defectos físicos y humanos”; pero lo importante para él era ver al Señor.
El otro obstáculo que se interponía entre este hombre y el Señor era la enorme muchedumbre. Pues bien, ahora ocurre lo mismo: porque el hombre que desea conocer al Señor seriamente encuentra también muchas cosas que se le ponen por delante tratando de ocultárselo. La misma Iglesia, que es Sacramento de salvación, a la vez que se lo entrega, se lo oculta. En efecto, es imposible encontrar al Señor prescindiendo de la Iglesia; esa Iglesia que fue fundada y querida por Él y que ahora es santa y pecadora al mismo tiempo. Sin ella no está nunca Él. Pero tampoco podemos olvidar los serios obstáculos que ella misma puede poner y que de hecho pone con demasiada frecuencia con algunos de sus miembros e instrumentos de Dios que son perseguidos exiliados y en ocasiones sumergidos al ostracismo.
También podríamos traer a colación lo que afirma el Padre Alonso Gálvez en su libro La Fiesta de Hombre la Fiesta de Dios en donde expone este tema tan complejo y dice :<< La inferioridad ante el mundo de hoy que ha asaltado y tomado a la iglesia, y que en último término está producido por una crisis de fe. Más doloroso sería hablar de la crisis de autoridad y de obediencia a la Voluntad de Dios , del abandono de responsabilidades, de la miseria y decadencia moral, espiritual y cultural de “algunos Laicos, Religiosos y Religiosas, Sacerdotes ” y de la irrupción del marxismo y de protestantismo en la Doctrina Católica ante la pasividad de los Pastores y Prelados y la desbandada de Laicos, religiosos y Sacerdotes por la << Secularización de lo religioso y de la desacralización de lo secular. . .>>
En resumen la afirmación anterior el padre Galvez hace referencia en cuanto a que algunos Teologos quieren que la iglesia se “acomode” al Mundo y relativizan el pecado “a lo malo lo llaman bueno y a lo bueno lo llaman malo” en contraposición a lo enseñado por Jesus a sus Discipulos :<< Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. (Juan 17:12-15).
Sin embargo; todos los obstáculos y esas cosas, y muchas otras citadas anteriormente pueden y deben ser superadas. Zaqueo hizo lo que tenía que hacer: se subió más alto, para estar por encima de la muchedumbre; y no se le ocurrió ponerse a dar patadas a la gente para abrirse paso. Hay que amar a la Iglesia como el Señor la amó. Para lo cual hay que superar sus defectos situándose por encima de ellos. Porque hacer la guerra a la Iglesia, aunque sea con pretexto de reformarla, no conduce a nada bueno. Ante las evidentes miserias de la Iglesia no podemos seguir otro camino que el de amarla, cargando sobre los propios hombros esas miserias (Mt 8:17;Is 53:4) y sufriendo por ellas, tal como hizo el Señor, secundado en eso también por los Apóstoles (Col 1:24).
La miseria de la Iglesia y la del mundo solamente pueden ser redimidas si son asumidas por “alguien”. Cristo lo hizo de una vez para siempre, pero con una redención que tiene que ser ahora continuada y completada por los cristianos (Col 1:24). Asumir quiere decir aquí tomar la miseria humana desde su raíz, desde dentro y desde abajo, para sufrirla en la propia carne.
El apostolado, la profecía y martirio como don Mayor y verdadero no está solo en Las denuncias proféticas que acusan como culpables a los demás:<< Señor, te doy gracias porque no soy como esa gente.>>( Lc 18:11).Estas denuncias a la Iglesia, a las instituciones, a las estructuras, son falsas si no van acompañadas del morir a sí mismo del que denuncia y por la conciencia de sus propios pecados. El verdadero profeta se avergüenza de sí mismo y se siente lleno de compasión por los demás cuando denuncia, es porque conoce su limitación (Jer 1:6); tiene que hacerse violencia para cumplir una misión que él no se ha asignado, porque sabe que esa misión le llevará siempre a la muerte de si mismo para que el Señor resplandezca en el Profeta.
Si el Justo asumió la condición de pecador, sin serlo, nadie puede atribuirse la condición de redentor sin tener conciencia clara de ser un pecador; cuando esto se olvida ya no es el Espíritu quien habla allí (Jer 14: 14,15), con la consecuencia de que entonces los que escuchan están expuestos a los mayores engaños.
Zaqueo siendo un Publicano rico recaudador de impuestos al servicio del imperio Romano reconoce y asume su condición de pecador y ladrón señalado por sus congéneres y afirma en el relato del evangelio de Lucas, promete retribuir el daño con la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces más sobre el valor sobre el cual sustrajo de los impuestos cobrados ilícitamente he aquí un verdadero arrepentimiento desapego y reparación material y moral de un mal causado.
Jesús alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.
Tendremos que estar dispuestos, por lo tanto, a hacer como Zaqueo: pasar por encima de los obstáculos para poder ver las cosas desde arriba, desde la perspectiva que dan la fe y el amor a la Iglesia; cuando Jesus y Zaqueo se miraron por primera vez en aquel encuentro, hubiera sido imposible de no haber existido la voluntad de superar los obstáculos. Seguramente fue inolvidable para Zaqueo, porque siempre es inolvidable el primer encuentro con el Señor.
La primera mirada del Dios hecho Hombre permanece en el recuerdo y da fuerzas para toda la vida; así ocurrió con Saulo en el camino de Damasco y así ocurrió con Juan y Andrés en aquel su primer encuentro con Jesús, cierto día, como a la hora décima. (Jn 1:39). Y es que la mirada del Señor, si queremos, tiene la fuerza y el poder para cambiar el sentido de nuestra vida .Porque los hombres miramos siempre las apariencias externas y Jesús mira nuestros corazones y ve la intención que hay en nuestros corazones para dar cada uno según sus obras para salvarnos y llevarnos a la plenitud del Ser. La mirada de los hombres nos deja vacíos, mientras que la del Señor ilumina La tiniebla de nuestros corazones y nos llena de Luz y de verdad, como que procede de Aquel que que es la misma Plenitud y de la cual todos recibimos (Cf Jn 1:16).
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