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sábado, 22 de febrero de 2020

Catequesis I: Tratado de Los fenómenos místicos extraordinarios.


Santa Catalina de Siena es una mística dominica, que vivió en el siglo XIV. En 1347, el día de Pentecostés, recibió los estigmas. Confió este secreto en 1375 a Raimondo di Capua, su confesor. Nadie vio nunca esas heridas porque eran –parece-- invisibles. Habría sido ella quien pidió la gracia de llevarlas escondidas.

Uno de los aspectos de la Mística que más interés ha despertado en todos los campos del saber ha sido indudablemente el relativo a los fenómenos extraordinarios que suelen presentarse casi siempre en la vida de los grandes místicos experimentaron. En torno a estos fenómenos maravillosos ha aparecido en los últimos años una abundantísima literatura de muy diversa tendencia y orientación. 

Los racionalistas han lanzado sus mejores máquinas de guerra contra este aspecto tan sorprendente de lo sobrenatural, han tratado de abrir brecha en las explicaciones de los teólogos católicos negando el carácter sobrehumano de los fenómenos narrados en las Sagradas Escrituras explicándolo todo por causas físico psíquicas, con frecuencia patológicas y siempre puramente naturales. 

Es, pues, de sumo interés y de palpitante actualidad examinar este problema a la luz de los grandes principios de la Teología católica tradicional y de los últimos hallazgos y descubrimientos de las ciencias experimentales modernas. He aquí lo que nos proponemos hacer, aunque sea a grandes rasgos, en esta última parte de nuestra del presente tratado y estudio.

Es elemental en filosofía que solamente hemos alcanzado el conocimiento científico de una cosa cuando logramos señalar sus causas. (No en vano lo define la ciencia). Mientras no se sale del campo de lo particular y de los fenómenos místicos, sin embargo, no hemos entrado todavía en el campo de la ciencia:», Es preciso remontarse por la vía del análisis de lo particular a lo universal, de los efectos a las causas, de lo que es posterior a lo que es anterior.

 Ahora bien; los fenómenos extraordinarios de la Mística cuya investigación científica vamos a emprender, únicamente pueden ser atribuidos a alguna de estas tres causas: referentes a las manifestaciones sobrenaturales, preternaturales o una puramente natural.

Es imposible la producción de un fenómeno real o aparentemente místico que no pueda ser clasificado en alguno de estos apartados, puesto que ellos recogen, en toda su universalidad, el conjunto de todas las causas posibles. Si el fenómeno procede de Dios, pertenecerá al grupo de las causas sobrenaturales; si del demonio, al de las preternaturales, y si de la imaginación del paciente o de alguno de los agentes que constituyen el mundo físico exterior, al de las puramente naturales.

No hay ni puede haber otro género de causas, ya que los ángeles buenos no son sino fieles mandatarios de Dios, y, por lo mismo, su acción no constituye una causalidad específicamente distinta de las que acabamos de señalar.

Es preciso e  indispensable para nuestro estudio, señalar de antemano los caracteres de estos tres mundos: el divino, el diabólico y el humano. Ello constituirá el capítulo primero de esta parte de nuestro tratado, dejando para el segundo el examen directo de los fenómenos místicos. Pero antes consideramos oportuno recordar algunas nociones previas sobre los conceptos de «natural», «sobrenatural» y «preternatural». Con ello quedan perfiladas las líneas fundamentales de nuestro estudio, que para mayor claridad, vamos a recoger en forma de breve esquema:

1-Nociones Previas :
+Fenómenos Naturales 
(Manifestaciones de Dios en la Naturaleza).
+FenómenosSobrenaturales (Manifestaciones Divinas).
+FenómenoPreternaturales (Manifestaciones angélicas o Diabólicas).
+Explicación y Conclusión de los Hechos y Causas.

La noción de Manifestaciones de Dios en la «naturaleza».
La palabra naturaleza puede tomarse en diversos sentidos. He aquí los principales: En cuanto significa o expresa la esencia de una cosa concreta, ejemplo naturaleza del oro, de un animal, del hombre, etc.), en un sentido individual y universal. En cuanto significa el conjunto de todas las cosas del universo, mutuamente dependientes entre sí según leyes determinadas en sentido colectivo.

En cuanto significado la esencia o naturaleza de una cosa como principio radical de las operaciones y pasiones que le convienen en sentido dinámico y en un continuo movimiento y transformación. En este sentido habla Santo Tomás cuando dice: En el primer y tercer sentidos la palabra natural puede aplicarse analógicamente a la naturaleza divina y a las naturalezas creadas. Lo natural. —Según los principios anteriores, lo «natural» para cualquier ser será todo aquello que le conviene según su naturaleza: «Y puede convenirle de alguna de estas seis maneras:

1) Constitutiva- (del latín: Constitutive): Y aquí entran todos los elementos que constituyen su esencia;( el cuerpo y el alma racional en el hombre).
2)  Emanativa - (del latín Emanative): O sea, las fuerzas, energías y potencias que emanan naturalmente de la esencia del Alma;( el entendimiento y la voluntad y la memoria en el hombre).
3) Operativa –(del latín Operative): Todo lo que la naturaleza puede producir por sus propias fuerzas u operaciones;( los actos de entender y de amar en los seres racionales).
4)  Pasiva –(del latín Passive): Todos los fenómenos que otros agentes naturales y Físicos que le pueden naturalmente (causar, frío, calor...).
5) Requisitoria–(del latín Exigitive): Todo lo que esa naturaleza exige para su propia perfección natural; (el concurso divino necesario para que pueda obrar cualquier causa segunda en su propia esfera).
6) Merecida o Merito–(del latín Meritorie): O sea, el derecho al premio natural proporcionado. Se refiere únicamente a las acciones morales y libres en el orden puramente natural o ético.

Nociones de Lo sobrenatural:  —De los principios que acabamos de sentar se deduce que «sobrenatural» será aquello que de alguna manera exceda, rebase o trascienda lo puramente natural en cualquiera de sus acepciones. Según esto: Para la naturaleza individual como colectivamente considerada, todo aquello que rebasa y trasciende las leyes de la misma naturaleza. Y «sobrenatural» a todo aquello que está fuera y por encima de su esencia natural.

Para la naturaleza humana desde el punto de vista dinámico, todo lo que está fuera y por encima de sus exigencias y operaciones naturales se mueve en las esferas de lo sobrenatural no puede ser exigido por la naturaleza, pero puede perfeccionarla, si se le concede gratuitamente por Dios. «Es porque lo sobrenatural no es contradictorio con nuestra naturaleza humana, sino muy conveniente a la naturaleza; no ciertamente según sus fuerzas, exigencias, etc., sino según su potencia obediencia o elevable a la visión Beatifica de Dios en su Esencia.

De manera que sobrenatural no significa «contranatural»,sino que trasciende la naturaleza humana, esto es, que está sobre lo natural. Lo contranatural es aquello que va contra la inclinación de alguna naturaleza.  Es lo mismo que violento. Lo sobrenatural, en cambio, no va de ningún modo contra la inclinación de la naturaleza, sino que únicamente la supera. No es de ningún modo violento para ella, porque—como explica Santo Tomás:

Dios no hace violencia a las criaturas cuando obra en ellas, según su principal inclinación, que es la de obedecer a su Creador,al cual están más connaturalmente sometidas en el cuerpo al alma su Divina voluntad. 


No debe confundirse tampoco lo sobrenatural con lo libre, o lo artificioso, o lo fortuito, aunque estas tres cosas se distingan de algún modo de lo natural, en cuanto que la naturaleza está siempre determinada a las acciones libres, en cambio—lo mismo que la obra artificiosa no están determinadas por la naturaleza, sino que necesitan una nueva determinación, que se hace por la deliberación y libre albedrio. Y lo casual y fortuito o el azar tampoco está determinado por la naturaleza, ni es causado por la deliberación, sino que se produce en la naturaleza por accidente, como dicen los filósofos. Pero es claro que, ninguna de estas tres cosas rebasa la esfera de lo puramente natural; y en este sentido distan infinitamente de lo sobrenatural, que rebasa y trasciende todo el orden de la naturaleza con todas sus exigencias y combinaciones posibles.

División de lo sobrenatural: Vamos a recordar únicamente las dos principales divisiones que nos interesan aquí. En cuanto a lo Sobrenatural absoluto y relativo. Ante todo, es menester distinguir cuidadosamente lo sobrenatural absoluto, de lo sobrenatural relativo, Se entiende por sobrenatural absoluto, o simplemente, todo aquello que excede la proporción de toda naturaleza creada o creable, o sea, lo que supera las fuerzas y exigencias de cualquier creatura. Este sobrenatural absoluto se subdivide, como veremos en seguida, en sobrenatural y sustancial (que es el de los misterios estrictamente dichos, el de la gracia y la gloria) y sobrenatural de estos medios (que son el propios y característico de los milagros).

 Lo Sobrenatural relativo, o calificado, es aquello que excede únicamente la proporción de alguna naturaleza creada, pero no la de toda naturaleza creada. Y así, por ejemplo, lo que es natural y específico en el hombre (entender, amar), sería sobrenatural para un perro, que carece de las facultades necesarias para hacer esos actos; lo que es puramente natural en un espíritu angélico. o en el demonio, podría ser sobrenatural para el hombre por exceder sus fuerzas humanas., los prodigios diabólicos, que tienen apariencias de milagro. A esta manifestación sobrenatural relativo se le suele llamar también, y más propiamente, «preternatural», como veremos en su lugar.

Lo Sobrenatural en sustancia y forma». —Según la doctrina de la Iglesia, hay, al menos, una doble sobrenaturalidad, a saber:

a) La del milagro estrictamente dicho, que excede las fuerzas eficientes y las exigencias de cualquier naturaleza creada, pero no las fuerzas cognoscitivas de la naturaleza racional.

b) La sobrenaturalidad de los misterios estrictamente tales y la de la gracia y la gloria, que excede no sólo las fuerzas eficientes y las exigencias, sino también las fuerzas cognoscitivas y apetitivas de cualquier naturaleza intelectual creada.

Para explicar esta distinción, los teólogos establecen comúnmente la división de lo sobrenatural en lo sustancialmente en el límite de la razón humana, Ejemplo de lo primero tenemos en el milagro de la resurrección de un muerto la resurrección a de su amigo Lázaro, en el que de la vida natural devuelve sobrenaturalmente a un cadáver. Ejemplo de lo segundo nos lo da un acto natural de una virtud ordenada por la caridad al premio de la vida eterna. que en este hecho nuestro Señor Jesucristo   por amor en la voluntad del Padre lo resucito (Jn 1,43).

Es muy fácil reducir esta división de lo sobrenatural a la división por las cuatro causas, tal como suelen hacerla los teólogos. Veamos cómo la expone de Santo Tomás:
«Hay que advertir que la sobrenaturalidad puede convenirle a alguna cosa por un triple principio, a saber, por: La causa eficiente, peor la causa final y por la causa formal:

1) Por la causa eficiente: Por parte de la causa eficiente se llama sobrenatural a alguna cosa cuando se hace de un modo sobrenatural, ya sea sobrenatural la cosa hecha, ya natural; como la resurrección de un muerto o la iluminación de un ciego son sobrenaturales en cuanto al modo, aunque la cosa realizada sea natural, a saber, en la vida del hombre.

2) Por la Causa final: Por parte de la causa final se llama sobrenatural a lo que se ordena al fin sobrenatural por un agente extrínseco y extrínseco; como el acto de la virtud de la templanza, o de cualquier otra virtud adquirida, si se ordenan por la caridad al mérito de la vida eterna, reciben en sí el modo sobrenatural de la ordenación a tal fin. De este mismo modo, la humanidad de Cristo tiene el modo sobrenatural de unión al Verbo, al que se ordena como a fin y término de la unión de lo Divino y lo Humano.

3) Por la Causa formal: Por parte de la causa formal se llama sobrenatural a alguna cosa cuando, por su propia razón formal especifica se refiere a un objeto sobrenatural; y solamente a ésta se la llama sobrenatural en cuanto a la substancia, esto es, en cuanto a la especie y a la naturaleza del acto, que se toma del objeto formal» Ejemplos:

+la Transformación del Agua en Vino + La multiplicación de los panes y los peces, +La resurrección de la muerte a la Vida, y+ la Transubstanciación de la especie del Pan y del Vino en el cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía; nos hablan de las de las Causas Ciertas y verdaderas de La causa eficiente, la causa final y la causa formal y las manifestaciones sobrenaturales de un Milagro propiamente dicho.


El siguiente cuadro Sinóptico ilustra gráficamente de tal forma que permita la comprensión de los fenómenos místicos y sus diferentes operaciones y categorías según el padre Garrigou-Lagrange; en cuanto a la Causa la forma intrínsecas y extrínsecas y las razones los fines y causa eficiente de sus diversas manifestaciones.


Al estudiar las fuentes de los fenómenos aparentemente místicos, hemos de contentarnos con someras indicaciones. No podemos desarrollar ampliamente un tema que abarca casi toda la Teología de los ángeles y que rebasaría desorbitadamente los límites de nuestro estudio. Por lo tanto, en la segunda catequesis profundizaremos sobre la Doctrina de Teológica sobre la influencia Demoniaca en lo referente a las nociones preternaturales en los Fenómenos Místicos.

Son diversos y numerosos pasajes Bíblicos que narran desde el Antiguo testamento la manifestación y Teofanías de los Fenómenos Místicos y el poder del Espíritu de Dios delante del Pueblo de Israel en los Patriarcas, Sacerdotes, jueces Reyes y Profetas. En el Nuevo Testamento estos fenómenos se revelan con mayor plenitud en los Milagros realizados por Jesús, con el poder por obra y gracia del Espíritu a los Santos apóstoles en la nueva alianza y eterna por la promesa de Jesús hecha a sus discípulos:

(Jn 14. 12,16) "En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.

+++ Bendiciones

Fuentes  Bibliograficas: S.TH-, I - I I , i r i ; 11-11,171-178; Contra gentes III-154; VALLGORNERA, Mystica Theologia divi Thomae q.3 disp.5 (ed. Marietti, i o n ) ; BENEDICTO XIV, De servorum Dei beatificatione;
CARDENAL BONA, De discretione spirituum; SCARAMELLI, Directorio místico tr.4; Discernimiento de los espíritus; LÓPEZ EZQUERRA, Lucerna mystica; RIBET, La mystique divine tr.2-3 y 4 ;
FARGES, Les phenoménes mystiques; GARRIGOU-LAGRANGE, Perfection... c.5 a.5; Tres edades

jueves, 13 de febrero de 2020

La Virtud Moral de la Templanza

(Elevación Sobrenatural del Hombre y/o inclinación al pecado y Tentación).

La palabra templanza puede emplearse en dos sentidos: Para significar la moderación que impone la razón en toda acción y pasión, en cuyo caso no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe acompañar a todas las virtudes morales; o Para designar una virtud especial que constituye una de las cuatro virtudes morales principales que se llaman cardinales.

En el sentido estricto de su significado puede definirse: Como una virtud sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe.

Expliquemos un poco la definición. La virtud sobrenatural de la templanza, para distinguirla de la templanza natural o adquirida; modera la inclinación a los placeres sensibles...—lo propio de la templanza es refrenar los movimientos del apetito sensible especialmente del tacto y del gusto. — donde reside—, a diferencia de la fortaleza, que tiene por misión excitar el apetito o pasión irascible en la prosecución del bien honesto.

Aunque la templanza debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible (el mundo, el demonio y la carne), de una manera especialísima sobre los sentidos propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente), que llevan consigo máxima delectación—como necesarios para la conservación de la especie o del individuo—, y son por lo mismo más aptos para arrastrar el apetito si no se le refrena con una virtud especial: la templanza estrictamente dicha. Principalmente recae sobre las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre las de los demás sentidos.

La virtud de la templanza conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe». — la templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.

La templanza es una virtud cardinal, y en este sentido es una virtud excelente; pero, teniendo por objeto la moderación en los actos del propio individuo, sin ninguna relación, a los demás, ocupa el último lugar en la escala de las virtudes cardinales o morales propiamente dichas.

Importancia y necesidad: Con ser la última de la virtudes cardinales, la templanza es una de las virtudes más importantes. La templanza es una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida sobrenatural de una persona particular.  La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos.

La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie; de ahí la vehemente inclinación del hombre a los placeres del gusto y del apetito sensual y de procreacion, que tienen aquella finalidad altísima, querida e intentada por el Autor mismo de la naturaleza.  Pero precisamente, por estas razones, brotan con vehemencia de la misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de los límites de lo justo y razonable—lo que sea menester para la conservación del individuo y de la especie en la forma y circunstancias señaladas por Dios, y no más—, arrastrando consigo al hombre a la zona de lo ilícito y pecaminoso. Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida humana.

Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de los justos límites, la templanza inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida la vida pasional.

Vicios opuestos a la Virtud de la templanza: Santo Tomás señala dos: uno por exceso, la intemperancia , que desborda los límites de la razón y de la fe en el uso de los placeres del gusto y del tacto, y que, sin ser el máximo pecado posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos, puesto que rebaja al hombre al nivel de las bestias y animales y ofusca, como ningún otro, las luces de la inteligencia humana ; y otro por defecto, la insensibilidad excesiva  , por el cual se huye incluso de los placeres necesarios para la conservación del individuo o de la especie que pide el recto orden de la razón.

Únicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (recuperar la salud, aumentar las fuerzas corporales, etc.) o por un motivo más alto, como es el bien de la virtud (penitencia, pureza, virginidad, contemplación), porque esto es altamente conforme a la razón y la fe. las Partes de la templanza como virtud cardinal se deben diferenciar principalmente tres partes: Las integrales, subjetivas y potenciales y sus derivaciones.

1- Partes integrales la virtud templanza: Son como ya sabemos aquellos elementos que integran una virtud o la ayudan en su ejercicio. La templanza tiene dos: la vergüenza y la honestidad.

a) La vergüenza: No es propiamente una virtud, sino cierta pasión laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue del pecado torpe. Es pasión, porque la vergüenza lleva consigo una transmutación corpórea (rubor, temblor...); y es laudable, porque este temor, regulado por la razón, infunde horror a la torpeza.

Nótese que nos avergonzamos más de quedar apenados ante personas sabias y virtuosas—por la rectitud de su juicio y el valor de su estima o aprecio—que ante las de poco juicio y razón (por eso, nadie se avergüenza ante los niños muy pequeños o los animales). Y, sobre todo, sentimos la vergüenza del oprobio ante nuestros familiares, que nos conocen mejor y con los que tenemos que convivir continuamente.

Santo Tomás observa agudamente que la vergüenza es patrimonio sobre todo de los jóvenes medianamente buenos. No la tienen los muy malos y viciosos (son desvergonzados), ni tampoco los viejos o muy virtuosos, porque se consideran muy lejos de cometer actos torpes. Estos últimos, sin embargo, conservan la vergüenza en la disposición del ánimo, esto es, se avergonzarían de hecho si inesperadamente incurrieran en algo torpe.

b) La honestidad: Es el amor al decoro que proviene de la práctica de la virtud. Coincide propiamente con lo honesto y lo espiritualmente decoroso. Puede coincidir en un mismo sujeto con lo útil y deleitable—siempre lo es el ejercicio de la virtud—, pero no todo lo útil y deleitable es honesto.
Es propiamente una parte integral de la templanza, por cuanto la honestidad es cierta espiritual pulcritud; y como lo pulcro se opone a lo torpe, la honestidad corresponderá de una manera especial a aquella virtud que tenga por objeto hacernos evitar lo torpe; y tal es la templanza.

 Como corolario práctico. —Es utilísimo inculcar estas dos virtudes—vergüenza y honestidad—a los niños desde su más tierna infancia. Son como los guardianes de la castidad y de la templanza. Desaparecida la vergüenza y la honestidad, el hombre se precipita en las mayores torpezas y desórdenes. Nunca se insistirá bastante en esto aun en el trato entre hermanitos y hermanitas.

2-Partes subjetivas la virtud templanza: Son las diversas especies en que se subdivide una virtud cardinal. Como la templanza tiene por principal misión moderar la inclinación a los placeres que provienen del gusto y del tacto, sus partes subjetivas se distribuyen en dos grupos: para lo referente al gusto: la abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al tacto: la castidad y la virginidad. Examinémoslas brevemente.

a) La abstinencia: Nos inclina a usar moderadamente de los alimentos corporales según el dictamen de la recta razón iluminada por la fe. La abstinencia, como virtud infusa o sobrenatural, va más lejos que la virtud adquirida del mismo nombre. Esta última se gobierna por las solas luces de la razón natural y usa de los alimentos en la medida y grado que exija la necesidad o salud del cuerpo. La infusa, en cambio, tiene cuenta, además, con las exigencias del orden sobrenatural, absteniéndose en ciertos días de los manjares prohibidos por la Iglesia.

Acto propio de la virtud de la abstinencia es el ayuno, cuyo ejercicio obligatorio está regulado por las leyes de la Iglesia al margen de esas leyes generales puede practicarse también por otras leyes especiales., las constitucionales de una Orden religiosa o por la devoción de cada uno controlada por la prudencia y discreción sobrenatural. El Vicio opuesto. A la abstinencia se opone la gula, feo vicio, del que hemos hablado ampliamente en otro lugar en los pecados capitales.

b) La sobriedad: Entendida de una manera general, significa la moderación y templanza en cualquier materia; pero en sentido propio o estricto es una virtud especial que tiene por objeto moderar, de acuerdo con la razón iluminada por la fe, el uso de las bebidas embriagantes. Es curiosísimo el artículo cuarto de esta cuestión, donde Santo Tomás dice que, aunque la sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben cultivarla los jóvenes, ya de suyo tan inclinados a la sensualidad por el ardor de su juventud; las mujeres, por su debilidad mental; los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás; los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse a las cosas espirituales, y los gobernantes, que deben gobernar con sabiduría. A la sobriedad se opone la embriaguez, que es uno de los vicios más viles y repugnantes. La embriaguez voluntaria que llega a la pérdida total de los sentidos es pecado mortal.

d) La castidad: Es la virtud sobrenatural moderativa del apetito sensual y erótico. Es una virtud verdaderamente angélica, por cuanto hace al hombre semejante a los ángeles; pero es una virtud delicada y difícil, a cuya práctica perfecta no se llega ordinariamente sino a base de una continua vigilancia y de una severa austeridad.

Tiene varias formas, a saber: virginal, que es la abstención voluntaria y perpetua de toda delectación contraria; juvenil, que se abstiene totalmente de ellas antes del matrimonio; conyugal, que regula según el dictamen de la razón y de la fe las delectaciones lícitas dentro del matrimonio, o la viudez que se abstiene totalmente después del matrimonio.

La castidad se refiere a la materia principal; para regular los actos secundarios, existen el pudor y la pureza, que no son virtudes especiales distintas de la castidad, sino una circunstancia de la misma. Al hablar de la lucha contra la propia carne hemos indicado los principales medios para conservar la castidad.

A la castidad se opone la lujuria en todas sus especies y manifestaciones, que es el vicio más vil y degradante de todos cuantos se pueden cometer, aunque no sea el mayor de todos los pecados. Como vicio capital que es, de él se derivan otros muchos pecados, principalmente la ceguera de espíritu, la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta vida y el horror a la futura.

e) La virginidad: Es una virtud especial, distinta y más perfecta que la castidad (, que consiste en el propósito firme de conservar perpetuamente la integridad de la carne por un motivo sobrenatural. Para que tenga perfecta razón de virtud debe ser ratificada por un voto.

Nótese que en la integridad de la carne pueden distinguirse tres momentos:  A su mera existencia sin propósito especial de conservarla (en los niños pequeños); Su pérdida material inculpable por una operación quirúrgica o por violenta opresión no consentida interiormente), o por el propósito firme e inquebrantable, por un motivo sobrenatural, de abstenerse perpetuamente del placer erótico y sensual, nunca voluntariamente experimentado.

Lo primero no es ni deja de ser virtud (está al margen de ella, pues no es voluntario). Y lo segundo es una pérdida puramente material, perfectamente compatible con lo formal de la virtud, que consiste en lo tercero.

La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita, sino que es más excelente que el matrimonio. Se demuestra plenamente por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor. 7,25ss) y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo, y la vida contemplativa es preferible a la activa.

Las virtudes semejantes o derivadas, que se relacionan en algunos aspectos con la virtud cardinal de la templanza, pero no tienen toda su fuerza o se ordenan tan sólo a actos secundarios.

Las correspondientes a la templanza son las siguientes:

1-La Continencia: Es una virtud que robustece la voluntad para resistir las concupiscencias desordenadas muy vehementes. Reside en la voluntad. Y e s virtud de suyo imperfecta, ya que no lleva a la realización de alguna obra positivamente buena y perfecta, sino que se limita a impedir el mal, sujetando a la voluntad para que no se deje arrastrar por el ímpetu de la pasión.

Las virtudes perfectas, por otra parte, dominan de tal modo las pasiones, que ni siquiera se producen vehementes movimientos pasionales en contra de la razón. Su materia propia son las delectaciones del tacto, principalmente las relativas al apetito sensual y erótico, si bien en su sentido más general e impropio puede referirse a cualquier otra materia. Su vicio opuesto es la incontinencia, que no es un hábito propiamente dicho, sino la privación de la continencia en el apetito racional, que sujetaría la voluntad para no dejarla arrastrar por la concupiscencia; y en el apetito sensitivo es el mismo desorden de las pasiones concupiscibles en lo referente al tacto.

2- la Mansedumbre: Es una virtud especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. La materia propia de esa virtud es la pasión de la ira, que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea. A pesar de ser una parte potencial de la templanza, reside en el apetito irascible (como la ira que ha de moderar), no en el concupiscible, como la templanza.
 Jesucristo es modelo incomparable de la mansedumbre, es una virtud hermosísima profundamente cristiana, de la que el mismo Cristo quiso ponerse por supremo modelo (Mt. 11,29). He aquí algunas de las más impresionantes manifestaciones de su dulzura y mansedumbre divinas:

+ Con sus apóstoles: Les soporta y sufre sus mil impertinencias, su ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo.

Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres sencillas manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdonar hasta setenta veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que les persiguen y maldicen...

+ Con las turbas: Les habla con gran dulzura y serenidad. Nada de voces intempestivas, de gritos descompasados, de amenazas furibundas. No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, bendice y acaricia a los niños, abre su Corazón de par en par para que encuentren en él alivio y reposo todos los que sufren oprimidos por las tribulaciones de la vida...

+ Con los pecadores extrema hasta lo increíble su dulzura y mansedumbre: perdona en el acto a la Magdalena, a la adúltera, a Zaqueo, a Mateo el publicano; a fuerza de bondad y delicadeza convierte a la samaritana; como Buen Pastor, va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la envidia de su hermano; no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a penitencia; ofrece el perdón al mismo Judas, a quien trata con el dulce nombre de amigo; perdona al buen ladrón y muere en lo alto de la Cruz perdonando y excusando a sus verdugos.

A imitación del divino Maestro, el alma que aspire a la perfección ha de poner extremo cuidado e interés en la práctica de la mansedumbre. «Para imitar a Nuestro Señor, evitaremos las disputas, las voces destempladas, las palabras o las obras bruscas o que puedan hacer daño, para no alejar a los tímidos.

 Cuidaremos mucho de no devolver nunca mal por mal; de no estropear o romper alguna cosa por brusquedad; de no hablar cuando estamos airados. Procuraremos, por el contrario, tratar con buenas maneras a todos los que se llegaren a hablarnos; poner a todos rostro risueño y afable, aun cuando nos cansen y molesten; acoger con especial benevolencia a los pobres, los afligidos, los enfermos, los pecadores, los tímidos, los niños; suavizar con algunas buenas palabras las reprensiones que hubiésemos de hacer; cumplir con nuestro cometido con ahínco, y haciendo, a veces, algo más de lo que se nos exige, y sobre todo, haciéndolo de buena gana.

¿Estaremos dispuestos, si fuese menester, a recibir un bofetón sin devolverle y a presentar la mejilla izquierda al que nos hiere en la derecha? Nótese, sin embargo, que en ocasiones se imponemos la ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre, arrojó con el látigo a los profanadores del templo(Jn2,15) y lanzó terribles represiones contra el orgullo y mala fe de los fariseos (Mt. 23, 13 ss.).

Ni hay que pensar que en estos casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la caridad. Todo lo contrario. La misma mansedumbre es su misma definición enseña a usar rectamente de la pasión de la ira en los casos necesarios y de la manera que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe.   Lo contrario no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo alguno podría compaginarse con la energía y reciedumbre, que requiere muchas veces el ejercicio de las virtudes cristianas, y sería, por lo mismo, un verdadero pecado, como dice Santo Tomás. 

Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hemos de estar siempre vigilantes y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites infranqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo. A la mansedumbre se opone la ira desordenada o cólera.

Como vicio capital que es de ella nacen muchos otros pecados, principalmente la indignación, la hinchazón de la mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia, la injuria y la riña En la ira misma distingue tres especies:

+ la de los violentos, que se irritan en seguida y por el más leve motivo.
+la de los rencorosos, que conservan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas.
+ la de los obstinados, que no descansan hasta que logran vengarse.

3-La clemencia: Es una virtud que inclina al superior a mitigar, según el recto orden de la razón, la pena o castigo debido al culpable. Procede de cierta dulzura de alma, que nos hace aborrecer todo aquello que pueda contristar a otro. El perdón total de la pena se llama venia.
 La clemencia siempre se refiere a un perdón parcial o mitigación de la pena. No se debe ejercer por motivos bastardos (por soborno), sino por indulgencia o bondad de corazón y sin comprometer los fueros de la justicia.

 Es la virtud propia de los Jueces cristianos, que suelen ejercerla con los reos condenados a muerte, principalmente el Viernes Santo en memoria del divino Crucificado del Calvario. A la clemencia se oponen tres vicios: dos por defecto, la crueldad, que es la dureza de corazón en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo, y la sevicia o ferocidad, que llega incluso a complacerse en el tormento de los hombres. Con razón se le llama vicio bestial o inhumano, y se ejerce —lo mismo que la crueldad—primariamente en los hombres y secundariamente en los animales, a quienes se complace también en maltratar.

Por exceso se opone a la clemencia la demasiada blandura o falta de rigor o de ánimo, que perdona o mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los culpables. Es muy perniciosa para el bien público, porque fomenta la indisciplina, anima los malhechores y compromete la paz de los ciudadanos.

4-La humildad:Es una de las más fundamentales virtudes, que, por su gran importancia en la vida espiritual, vamos a estudiar con alguna extensión. La Naturaleza de La humildad es una virtud derivada de la templanza que nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios.

 La humildad es una Virtud, porque nos inclina a algo bueno y excelente. Y derivada de la templanza—a través de la modestia—, porque lo propio de ella es moderar el apetito de la propia grandeza, y toda moderación cae bajo el campo de la templanza. Lo cual no impide que la humildad resida en el apetito irascible a diferencia de la templanza, que reside en el concupiscible), ya que se refiere a un bien arduo. La diferencia de sujeto en nada compromete su coincidencia en el modo formal, que consiste en moderar o reprimir, que nos inclina a cohibir...» o moderar el apetito de grandezas.

Lo propio de la humildad no es empujar hacia arriba (como la magnanimidad), sino más bien hacia abajo. Ni esto establece antagonismo o contradicción entre esas virtudes aparentemente opuestas, puesto que las dos proceden según el recto orden de la razón, desde puntos de vista distintos.

El desordenado apetito de la propia excelencia...» Esta es precisamente la definición de la soberbia, vicio contrario a la humildad «... dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria...»—Ante todo, la humildad es luz, conocimiento, verdad; no gazmoñería ni negación de las buenas cualidades que se hayan recibido de Dios. Por eso decía admirablemente Santa Teresa exclamaba que:  la humildad es andar en verdad. Ahora bien: ¿cómo es posible que el que vea claramente que ha recibido grandes dones de Dios, naturales o sobrenaturales, pueda tener ese «justo conocimiento de su pequeñez y miseria» que requiere la humildad?

Santo Tomás se plantea y resuelve admirablemente esta objeción. Su luminoso razonamiento nos dará a conocer la verdadera naturaleza de la virtud de la humildad. Pero antes es preciso recoger las últimas palabras de la definición, que son un presupuesto esencial para darse cuenta de lo que constituye la entraña misma de esta admirable virtud:

«En el hombre se pueden considerar dos cosas: lo que tiene de Dios y lo que tiene de sí mismo. De sí mismo tiene todo cuanto significa imperfección o defecto, ya que esto es evidente que no puede provenir de Dios. De Dios, en cambio, tiene todo cuanto se refiere a bondad y perfección, ya que toda bondad o perfección creada es participación divina.

«La humildad principalmente importa la sujeción del hombre a Dios, Por eso San Agustín... la atribuye al don de temor, por el cual el hombre reverencia a Dios». «La humildad, en cuanto virtud especial, mira principalmente a la sujeción del hombre a Dios, por el cual se somete también a los demás, humillándose ante ellos».

«El virtuoso es perfecto. Pero, por comparación a Dios, le falta toda perfección. Por eso la humildad puede convenir a cualquier hombre por muy perfecto y Santo que sea». Los santos, en efecto, a medida que van creciendo en perfección y santidad, van recibiendo de Dios mayores luces sobre sus infinitas perfecciones; cada vez, por consiguiente, perciben con mayor claridad y transparencia el abismo existente entre la grandeza de Dios y su propia pequeñez y miseria. El fruto es una humildad profundísima, con la que se pondrían gozosos a los pies del hombre más vil y despreciable del mundo.

La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a Él le pertenece (1 Tim. 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar no al bello paisaje que contemplamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó.

+++ Bendiciones

sábado, 8 de febrero de 2020

La Virtud Moral de La Fortaleza

(Caballero Templario)

Militia est vita hominis super terram [La vida del hombre en la Tierra es milicia] 
(Job 7,1).

La palabra «fortaleza» puede tomarse en dos sentidos principales:

a) En cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición general que acompaña a toda virtud, que, para ser verdaderamente tal, ha de ser practicada con firmeza y energía.

b) Para designar una virtud especial que lleva ese mismo nombre. Y así entendida, puede definirse: una virtud cardinal infundida con la gracia santificante que enardece el apetito irascible, es decir una pasión del alma que mueve a la voluntad para que no desista de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal. Expliquemos un poco la definición:

La virtud cardinal de manera especialísima es vital y es una de las condiciones comunes a todas las demás virtudes, que es la firmeza en el obrar. La virtud de la Fortaleza es infundida con la gracia santificante...», para distinguirla de la fortaleza natural o adquirida. «...que enardece el apetito o pasión irascible y la voluntad...»

La fortaleza reside, como en su sujeto propio, en el apetito irascible, porque se ejercita sobre el temor y la audacia, que en él residen. Claro que influye también, por redundancia, sobre la voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo a las pasiones desordenadas. Propiamente, la fortaleza, en cuanto virtud, reside en el apetito irascible y sensible para superar el temor y moderar la audacia temeraria.

Como es sabido, el bien arduo constituye el objeto del apetito irascible «... para que no se desista de conseguir el bien arduo o difícil...»  Ahora bien: la fortaleza tiene por objeto robustecer el apetito irascible para que no desista de conseguir ese bien difícil por grandes que sean las dificultades o peligros que se presenten.  «... ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal». Esta virtud es dada directamente por Dios a los Santos Mártires para resistir el sacrificio. Nuestro Señor Jesucristo los une al sagrado misterio de su pasión, muerte y resurrección para recibir la Corona de gloria por encima de todos los bienes corporales.

Hay que buscar siempre el bien de la razón y de la virtud, que es inmensamente superior a la naturaleza corporal; pero como entre los peligros y temores corporales el más terrible de todos es la muerte, la fortaleza robustece principalmente contra estos temores (Y entre los peligros de muerte se refiere principalmente a los de la guerra y el santo Martirio).

La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. Recordemos que las sagradas escrituras nos enseñan que :(La vida del hombre sobre la tierra es una milicia Job 7,1). Y, a semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido.

De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree), porque es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos la iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros.

Hay todavía otras razones, que expone admirablemente Santo Tomás de Aquino Por eso, el acto del martirio, que consiste en resistir o soportar la muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de la virtud de la fortaleza.

La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión.
El Dominio de la virtud de la fortaleza puede usar de la ira como instrumento para su acto de fortaleza en atacar; pero no de cualquier ira, sino únicamente de la controlada y rectificada por la razón.

Importancia y necesidad de la Virtud fortaleza:
Es una Virtud muy importante y excelente, aunque no sea la máxima entre todas las Virtudes cardinales. Porque el bien de la razón—objeto de la virtud—pertenece esencialmente a la prudencia; y efectivamente, a la justicia, y sólo si son removidos los impedimentos a la fortaleza y templanza.

Entre estas dos últimas virtudes prevalece la fortaleza, porque es más difícil superar en el camino del bien los peligros de la muerte que los que proceden de las delectaciones de los sentidos como el Tacto, el olfato, la visión y el oído, Etc. Por esta razón se ve que el orden de perfección entre las virtudes cardinales es el siguiente: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.

La fortaleza, como afirmamos anteriormente en su doble acto de atacar y resistir, es muy importante y necesaria en la vida espiritual. Hay en el camino de la virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de la perfección cueste lo que costare, mucho valor para no asustarse ante la presencia del enemigo, mucho coraje para atacarle y vencerle y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar las armas en medio del combate como son: La oración, la penitencia y el ayuno. Toda esta firmeza y energía tiene que proporcionarla la virtud de la fortaleza.

Vicios opuestos a la virtud de la fortaleza:

Se le oponen tres vicios:  Uno por defecto, el temor o cobardía, por el que se rehúye soportar las molestias necesarias para conseguir el bien difícil o se tiembla desordenadamente ante los peligros de muerte; y dos por exceso: la impasibilidad o indiferencia, que no teme suficientemente los peligros que podría y debería temer, y la audacia o temeridad, que desprecia los dictámenes de la prudencia saliendo al encuentro del peligro.

Partes de la virtud de la fortaleza:  Vamos a estudiar detenidamente las partes que constituyen la Virtud de la Fortaleza y aquellas que se derivan de esta virtud por excesos o defectos o méritos en sí mismos.

1-La Magnanimidad :
Es una virtud que inclina a acometer obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad. En este sentido es la corona, ornamento y esplendor de todas las demás virtudes.

La magnanimidad supone un alma noble y elevada. Se la suele conocer con los nombres de «grandeza de alma» o «nobleza de carácter». El magnánimo es un espíritu selecto, exquisito, superior. No es envidioso, ni rival de nadie, ni se siente humillado por el bien de los demás. Es tranquilo, lento, no se entrega a muchos negocios a la vez, sino a pocos, pero grandes o espléndidos.

Es verdadero, sincero, poco hablador, amigo fiel. No miente nunca, dice lo que siente, sin preocuparse de la opinión de los demás. Es abierto y franco, no imprudente ni hipócrita. Objetivo en su amistad, no se obstina para no ver los defectos del amigo. No se admira demasiado de los hombres, de las cosas o de los acontecimientos. Sólo admira la virtud, lo noble, lo grande y lo elevado nada más. 

No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las ciencias, pero sobre todo la virtud. Esta virtud es muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente magnánimos son los santos.

A la Magnanimidad se oponen cuatro vicios: tres por exceso y uno por defecto. Por exceso se oponen directamente:

a)La presunción: que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas.
b)La ambición: que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro estado y merecimientos.
c) La vanagloria: que busca fama y nombradía sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. Gomo vicio capital que es, de él proceden otros muchos pecados, principalmente la jactancia, el afán de novedades, hipocresía, pertinacia, discordia, disputas y desobediencias.
d)Por defecto se opone a la magnanimidad la pusilanimidad, que es el pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismos o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución todos los medios y energías de que Dios les ha dotado.

2- La Magnificencia
Es la virtud que inclina a emprender obras espléndidas y difíciles de ejecutar sin arredrarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir. Se distingue de la magnanimidad en que ésta tiende a lo grande en cualquier virtud o materia, mientras que la magnificencia se refiere únicamente a las grandes obras factibles, tales como la construcción de templos, hospitales, universidades, monumentos artísticos, etc.

 La Magnificencia es una virtud propia de los ricos, que en nada mejor pueden emplear sus riquezas que en el culto de Dios o en provecho y utilidad de sus prójimos. Es increíble la obcecación de muchos ricos que se pasan la vida atesorando riquezas, que tendrán que abandonar a la hora de la muerte, en vez de fabricarse una espléndida mansión en el cielo con su desprendimiento y generosidad en este mundo. Son legión los que prefieren ser millonarios setenta años en la tierra en vez de serlo en el cielo por toda la eternidad.

A la magnificencia se oponen dos vicios: uno por defecto, la tacañería o mezquindad, que en los gastos a realizar se queda muy por debajo de lo espléndido y magnífico, haciéndolo todo a lo pequeño y a lo pobre; y otro por exceso, el derroche o despilfarro, que lleva al extremo opuesto, fuera de los límites de lo prudente y virtuoso.

3-La Paciencia: 
Es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más necesarias en la vida cristiana, porque, siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos todos que sufrir en este valle de lágrimas, necesitamos la ayuda de esta gran virtud para mantenernos firmes en el camino del bien sin dejarnos abatir por el desaliento y la tristeza.  Por no tener en cuenta la práctica de esta virtud, muchas almas pierden el mérito de sus trabajos y padecimientos, sufren muchísimo más al faltarles la conformidad con la voluntad de Dios y no dan un solo paso firme en el camino de su santificación. Los principales motivos de la paciencia cristiana son los siguientes:

a) La conformidad con la voluntad amorosísima de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y por eso nos envía tribulaciones y dolores.
b) El recuerdo de los padecimientos de Jesús y de María—modelos incomparables de paciencia—y el sincero deseo de imitarles.
c) La necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y virtuosa aceptación del sufrimiento en compensación de los placeres ilícitos que nos hemos permitido al cometerlos.
d) La necesidad de cooperar con Cristo a la aplicación de los frutos de su redención a todas las almas, aportando nuestros dolores unidos a los suyos para completar lo que falta a su pasión, como dice el apóstol San Pablo (Col. 1,24).
e) La perspectiva soberana de la eternidad bienaventurada que nos aguarda si sabemos sufrir con paciencia. El sufrir pasa, pero el fruto de haber santificado el sufrimiento no pasará jamás.

Veamos ahora los principales grados que pueden distinguirse en la práctica progresiva y cada vez más perfecta de esta virtud.

a) La Resignación: sin quejas ni impaciencia ante las cruces que el Señor nos envía o permite que vengan sobre nosotros.
b) La Paz y Serenidad: Ante esas mismas penas, sin ese tinte de tristeza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación.
c) La Dulce Aceptación: En la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien.
d) El Gozo Completo: Que lleva a darle gracias a Dios, porque se digna asociarnos al misterio redentor de la cruz.
e) La Locura de La Cruz: Que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo: «Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gal. 6,14); «O padecer o morir» (Santa Teresa); «Padecer, Señor, y ser despreciado por Vos» (San Juan de la Cruz); «He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento» (Santa Teresita).

Contra la paciencia pueden señalarse dos vicios opuestos: uno por defecto, la impaciencia, que se manifiesta al exterior con ira, quejas, murmuraciones y otras cosas semejantes; y otro por exceso, la insensibilidad o dureza de corazón, que no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano o social, no se inmuta ni impresiona ante ninguna calamidad propia o ajena.

4- La Longanimidad
Es una virtud que nos da ánimo para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya consecución se hará esperar mucho tiempo. En este sentido, se parece más a la magnanimidad que a la paciencia; pero teniendo en cuenta que, si el bien esperado tarda mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, la longanimidad, que soporta virtuosamente este dolor, se parece más a la paciencia que a ninguna otra virtud.

«La longanimidad es una virtud que consiste en saber aguardar. Saber aguardar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. ¿En qué? En el bien que de ellos esperamos. Por consiguiente, la longanimidad consiste en evitar la impaciencia que podría causarnos la demora o tardanza de este bien. Saber sufrir esta tardanza, he aquí, en realidad, lo que es la longanimidad. Por eso la llaman alguna larga esperanza. Es la virtud de Dios, que sabe aguardarnos a todos a nuestra hora; la virtud de los santos, siempre sufridos, siempre pacientes con todos. Grande y admirable virtud, que el apóstol San Pablo coloca entre los doce frutos del Espíritu Santo (Gal. 5,22)».

5- La perseverancia
Es una virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione. Es imposible la perseverancia en el bien sin una especial ayuda de la gracia. Santo Tomás se plantea expresamente esta cuestión y la resuelve magistralmente. De la doctrina que expone en ese artículo, completada con la de sus lugares paralelos, se desprende lo siguiente:

a) La virtud de la perseverancia, como hábito sobrenatural, es inseparable de la gracia santificante; perdida la gracia, se pierde la perseverancia juntamente con todas las demás virtudes.
b) Para poner en ejercicio cualquier virtud infusa se requiere el previo empuje de la gracia actual ordinaria, que Dios, por otra parte, no niega a nadie que no ponga obstáculo alguno a su recepción.
c) Para perseverar durante largo tiempo en el bien se requiere una gracia actual especial, sin la cual no se podría de hecho, pero con la cual se puede siempre.
d) Para perseverar en el bien hasta la muerte (perseverancia final) se requiere un auxilio especialísimo de Dios enteramente gratuito, que, por lo mismo, nadie puede estrictamente merecer, aunque puede impetrarse infaliblemente con la oración revestida de las debidas condiciones.

6-La constancia
Es una virtud íntimamente relacionada con la perseverancia, de la que se distingue, sin embargo, por razón de la distinta dificultad que trata de superar; porque lo propio de la perseverancia es dar firmeza al alma contra la dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa, mientras que a la constancia pertenece robustecerla contra las demás dificultades que provienen de cualquier otro impedimento exterior ., (la influencia de los malos ejemplos); y esto hace que la perseverancia sea parte más principal de la fortaleza que la constancia, porque la dificultadque proviene de la prolongación del acto es más intrínseca y esencial al acto de virtud que la que proviene de los exteriores impedimentos, de los que se puede huir más fácilmente.

Vicios opuestos. —A la perseverancia y constancia: Se oponen dos vicios; uno por defecto, la inconstancia (que Santo Tomás llama molicie o blandura), que inclina a desistir fácilmente de la práctica del bien al surgir las primeras dificultades, provenientes, sobre todo, de tener que abstenerse de muchas delectaciones; y otro por exceso, la pertinacia o terquedad del que se obstina en no ceder cuando sería razonable hacerlo.

 Medios de perfeccionarse en la fortaleza y sus virtudes derivadas:
+ Pedirla incesantemente a Dios.
+ Prever las dificultades que encontraremos en el camino de la virtud y aceptarlas de antemano.
+ Abrazar con generosidad las pequeñas molestias de la vida diaria para fortalecer nuestro espíritu contra el dolor.
+  Contemplar, Meditar y poner los ojos con frecuencia en Jesucristo crucificado para intensificar nuestro amor a Dios en su pasión, muerte y resurrección y Ascensión a los Cielos.

Para terminar este estudio reflexionemos la exhortación del apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mi la fuerza de Cristo..., pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor. 12,9-10).


+++Bendiciones.