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jueves, 13 de febrero de 2020

La Virtud Moral de la Templanza

(Elevación Sobrenatural del Hombre y/o inclinación al pecado y Tentación).

La palabra templanza puede emplearse en dos sentidos: Para significar la moderación que impone la razón en toda acción y pasión, en cuyo caso no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe acompañar a todas las virtudes morales; o Para designar una virtud especial que constituye una de las cuatro virtudes morales principales que se llaman cardinales.

En el sentido estricto de su significado puede definirse: Como una virtud sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe.

Expliquemos un poco la definición. La virtud sobrenatural de la templanza, para distinguirla de la templanza natural o adquirida; modera la inclinación a los placeres sensibles...—lo propio de la templanza es refrenar los movimientos del apetito sensible especialmente del tacto y del gusto. — donde reside—, a diferencia de la fortaleza, que tiene por misión excitar el apetito o pasión irascible en la prosecución del bien honesto.

Aunque la templanza debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible (el mundo, el demonio y la carne), de una manera especialísima sobre los sentidos propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente), que llevan consigo máxima delectación—como necesarios para la conservación de la especie o del individuo—, y son por lo mismo más aptos para arrastrar el apetito si no se le refrena con una virtud especial: la templanza estrictamente dicha. Principalmente recae sobre las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre las de los demás sentidos.

La virtud de la templanza conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe». — la templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.

La templanza es una virtud cardinal, y en este sentido es una virtud excelente; pero, teniendo por objeto la moderación en los actos del propio individuo, sin ninguna relación, a los demás, ocupa el último lugar en la escala de las virtudes cardinales o morales propiamente dichas.

Importancia y necesidad: Con ser la última de la virtudes cardinales, la templanza es una de las virtudes más importantes. La templanza es una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida sobrenatural de una persona particular.  La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos.

La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie; de ahí la vehemente inclinación del hombre a los placeres del gusto y del apetito sensual y de procreacion, que tienen aquella finalidad altísima, querida e intentada por el Autor mismo de la naturaleza.  Pero precisamente, por estas razones, brotan con vehemencia de la misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de los límites de lo justo y razonable—lo que sea menester para la conservación del individuo y de la especie en la forma y circunstancias señaladas por Dios, y no más—, arrastrando consigo al hombre a la zona de lo ilícito y pecaminoso. Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida humana.

Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de los justos límites, la templanza inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida la vida pasional.

Vicios opuestos a la Virtud de la templanza: Santo Tomás señala dos: uno por exceso, la intemperancia , que desborda los límites de la razón y de la fe en el uso de los placeres del gusto y del tacto, y que, sin ser el máximo pecado posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos, puesto que rebaja al hombre al nivel de las bestias y animales y ofusca, como ningún otro, las luces de la inteligencia humana ; y otro por defecto, la insensibilidad excesiva  , por el cual se huye incluso de los placeres necesarios para la conservación del individuo o de la especie que pide el recto orden de la razón.

Únicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (recuperar la salud, aumentar las fuerzas corporales, etc.) o por un motivo más alto, como es el bien de la virtud (penitencia, pureza, virginidad, contemplación), porque esto es altamente conforme a la razón y la fe. las Partes de la templanza como virtud cardinal se deben diferenciar principalmente tres partes: Las integrales, subjetivas y potenciales y sus derivaciones.

1- Partes integrales la virtud templanza: Son como ya sabemos aquellos elementos que integran una virtud o la ayudan en su ejercicio. La templanza tiene dos: la vergüenza y la honestidad.

a) La vergüenza: No es propiamente una virtud, sino cierta pasión laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue del pecado torpe. Es pasión, porque la vergüenza lleva consigo una transmutación corpórea (rubor, temblor...); y es laudable, porque este temor, regulado por la razón, infunde horror a la torpeza.

Nótese que nos avergonzamos más de quedar apenados ante personas sabias y virtuosas—por la rectitud de su juicio y el valor de su estima o aprecio—que ante las de poco juicio y razón (por eso, nadie se avergüenza ante los niños muy pequeños o los animales). Y, sobre todo, sentimos la vergüenza del oprobio ante nuestros familiares, que nos conocen mejor y con los que tenemos que convivir continuamente.

Santo Tomás observa agudamente que la vergüenza es patrimonio sobre todo de los jóvenes medianamente buenos. No la tienen los muy malos y viciosos (son desvergonzados), ni tampoco los viejos o muy virtuosos, porque se consideran muy lejos de cometer actos torpes. Estos últimos, sin embargo, conservan la vergüenza en la disposición del ánimo, esto es, se avergonzarían de hecho si inesperadamente incurrieran en algo torpe.

b) La honestidad: Es el amor al decoro que proviene de la práctica de la virtud. Coincide propiamente con lo honesto y lo espiritualmente decoroso. Puede coincidir en un mismo sujeto con lo útil y deleitable—siempre lo es el ejercicio de la virtud—, pero no todo lo útil y deleitable es honesto.
Es propiamente una parte integral de la templanza, por cuanto la honestidad es cierta espiritual pulcritud; y como lo pulcro se opone a lo torpe, la honestidad corresponderá de una manera especial a aquella virtud que tenga por objeto hacernos evitar lo torpe; y tal es la templanza.

 Como corolario práctico. —Es utilísimo inculcar estas dos virtudes—vergüenza y honestidad—a los niños desde su más tierna infancia. Son como los guardianes de la castidad y de la templanza. Desaparecida la vergüenza y la honestidad, el hombre se precipita en las mayores torpezas y desórdenes. Nunca se insistirá bastante en esto aun en el trato entre hermanitos y hermanitas.

2-Partes subjetivas la virtud templanza: Son las diversas especies en que se subdivide una virtud cardinal. Como la templanza tiene por principal misión moderar la inclinación a los placeres que provienen del gusto y del tacto, sus partes subjetivas se distribuyen en dos grupos: para lo referente al gusto: la abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al tacto: la castidad y la virginidad. Examinémoslas brevemente.

a) La abstinencia: Nos inclina a usar moderadamente de los alimentos corporales según el dictamen de la recta razón iluminada por la fe. La abstinencia, como virtud infusa o sobrenatural, va más lejos que la virtud adquirida del mismo nombre. Esta última se gobierna por las solas luces de la razón natural y usa de los alimentos en la medida y grado que exija la necesidad o salud del cuerpo. La infusa, en cambio, tiene cuenta, además, con las exigencias del orden sobrenatural, absteniéndose en ciertos días de los manjares prohibidos por la Iglesia.

Acto propio de la virtud de la abstinencia es el ayuno, cuyo ejercicio obligatorio está regulado por las leyes de la Iglesia al margen de esas leyes generales puede practicarse también por otras leyes especiales., las constitucionales de una Orden religiosa o por la devoción de cada uno controlada por la prudencia y discreción sobrenatural. El Vicio opuesto. A la abstinencia se opone la gula, feo vicio, del que hemos hablado ampliamente en otro lugar en los pecados capitales.

b) La sobriedad: Entendida de una manera general, significa la moderación y templanza en cualquier materia; pero en sentido propio o estricto es una virtud especial que tiene por objeto moderar, de acuerdo con la razón iluminada por la fe, el uso de las bebidas embriagantes. Es curiosísimo el artículo cuarto de esta cuestión, donde Santo Tomás dice que, aunque la sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben cultivarla los jóvenes, ya de suyo tan inclinados a la sensualidad por el ardor de su juventud; las mujeres, por su debilidad mental; los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás; los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse a las cosas espirituales, y los gobernantes, que deben gobernar con sabiduría. A la sobriedad se opone la embriaguez, que es uno de los vicios más viles y repugnantes. La embriaguez voluntaria que llega a la pérdida total de los sentidos es pecado mortal.

d) La castidad: Es la virtud sobrenatural moderativa del apetito sensual y erótico. Es una virtud verdaderamente angélica, por cuanto hace al hombre semejante a los ángeles; pero es una virtud delicada y difícil, a cuya práctica perfecta no se llega ordinariamente sino a base de una continua vigilancia y de una severa austeridad.

Tiene varias formas, a saber: virginal, que es la abstención voluntaria y perpetua de toda delectación contraria; juvenil, que se abstiene totalmente de ellas antes del matrimonio; conyugal, que regula según el dictamen de la razón y de la fe las delectaciones lícitas dentro del matrimonio, o la viudez que se abstiene totalmente después del matrimonio.

La castidad se refiere a la materia principal; para regular los actos secundarios, existen el pudor y la pureza, que no son virtudes especiales distintas de la castidad, sino una circunstancia de la misma. Al hablar de la lucha contra la propia carne hemos indicado los principales medios para conservar la castidad.

A la castidad se opone la lujuria en todas sus especies y manifestaciones, que es el vicio más vil y degradante de todos cuantos se pueden cometer, aunque no sea el mayor de todos los pecados. Como vicio capital que es, de él se derivan otros muchos pecados, principalmente la ceguera de espíritu, la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta vida y el horror a la futura.

e) La virginidad: Es una virtud especial, distinta y más perfecta que la castidad (, que consiste en el propósito firme de conservar perpetuamente la integridad de la carne por un motivo sobrenatural. Para que tenga perfecta razón de virtud debe ser ratificada por un voto.

Nótese que en la integridad de la carne pueden distinguirse tres momentos:  A su mera existencia sin propósito especial de conservarla (en los niños pequeños); Su pérdida material inculpable por una operación quirúrgica o por violenta opresión no consentida interiormente), o por el propósito firme e inquebrantable, por un motivo sobrenatural, de abstenerse perpetuamente del placer erótico y sensual, nunca voluntariamente experimentado.

Lo primero no es ni deja de ser virtud (está al margen de ella, pues no es voluntario). Y lo segundo es una pérdida puramente material, perfectamente compatible con lo formal de la virtud, que consiste en lo tercero.

La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita, sino que es más excelente que el matrimonio. Se demuestra plenamente por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor. 7,25ss) y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo, y la vida contemplativa es preferible a la activa.

Las virtudes semejantes o derivadas, que se relacionan en algunos aspectos con la virtud cardinal de la templanza, pero no tienen toda su fuerza o se ordenan tan sólo a actos secundarios.

Las correspondientes a la templanza son las siguientes:

1-La Continencia: Es una virtud que robustece la voluntad para resistir las concupiscencias desordenadas muy vehementes. Reside en la voluntad. Y e s virtud de suyo imperfecta, ya que no lleva a la realización de alguna obra positivamente buena y perfecta, sino que se limita a impedir el mal, sujetando a la voluntad para que no se deje arrastrar por el ímpetu de la pasión.

Las virtudes perfectas, por otra parte, dominan de tal modo las pasiones, que ni siquiera se producen vehementes movimientos pasionales en contra de la razón. Su materia propia son las delectaciones del tacto, principalmente las relativas al apetito sensual y erótico, si bien en su sentido más general e impropio puede referirse a cualquier otra materia. Su vicio opuesto es la incontinencia, que no es un hábito propiamente dicho, sino la privación de la continencia en el apetito racional, que sujetaría la voluntad para no dejarla arrastrar por la concupiscencia; y en el apetito sensitivo es el mismo desorden de las pasiones concupiscibles en lo referente al tacto.

2- la Mansedumbre: Es una virtud especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. La materia propia de esa virtud es la pasión de la ira, que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea. A pesar de ser una parte potencial de la templanza, reside en el apetito irascible (como la ira que ha de moderar), no en el concupiscible, como la templanza.
 Jesucristo es modelo incomparable de la mansedumbre, es una virtud hermosísima profundamente cristiana, de la que el mismo Cristo quiso ponerse por supremo modelo (Mt. 11,29). He aquí algunas de las más impresionantes manifestaciones de su dulzura y mansedumbre divinas:

+ Con sus apóstoles: Les soporta y sufre sus mil impertinencias, su ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo.

Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres sencillas manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdonar hasta setenta veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que les persiguen y maldicen...

+ Con las turbas: Les habla con gran dulzura y serenidad. Nada de voces intempestivas, de gritos descompasados, de amenazas furibundas. No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, bendice y acaricia a los niños, abre su Corazón de par en par para que encuentren en él alivio y reposo todos los que sufren oprimidos por las tribulaciones de la vida...

+ Con los pecadores extrema hasta lo increíble su dulzura y mansedumbre: perdona en el acto a la Magdalena, a la adúltera, a Zaqueo, a Mateo el publicano; a fuerza de bondad y delicadeza convierte a la samaritana; como Buen Pastor, va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la envidia de su hermano; no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a penitencia; ofrece el perdón al mismo Judas, a quien trata con el dulce nombre de amigo; perdona al buen ladrón y muere en lo alto de la Cruz perdonando y excusando a sus verdugos.

A imitación del divino Maestro, el alma que aspire a la perfección ha de poner extremo cuidado e interés en la práctica de la mansedumbre. «Para imitar a Nuestro Señor, evitaremos las disputas, las voces destempladas, las palabras o las obras bruscas o que puedan hacer daño, para no alejar a los tímidos.

 Cuidaremos mucho de no devolver nunca mal por mal; de no estropear o romper alguna cosa por brusquedad; de no hablar cuando estamos airados. Procuraremos, por el contrario, tratar con buenas maneras a todos los que se llegaren a hablarnos; poner a todos rostro risueño y afable, aun cuando nos cansen y molesten; acoger con especial benevolencia a los pobres, los afligidos, los enfermos, los pecadores, los tímidos, los niños; suavizar con algunas buenas palabras las reprensiones que hubiésemos de hacer; cumplir con nuestro cometido con ahínco, y haciendo, a veces, algo más de lo que se nos exige, y sobre todo, haciéndolo de buena gana.

¿Estaremos dispuestos, si fuese menester, a recibir un bofetón sin devolverle y a presentar la mejilla izquierda al que nos hiere en la derecha? Nótese, sin embargo, que en ocasiones se imponemos la ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre, arrojó con el látigo a los profanadores del templo(Jn2,15) y lanzó terribles represiones contra el orgullo y mala fe de los fariseos (Mt. 23, 13 ss.).

Ni hay que pensar que en estos casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la caridad. Todo lo contrario. La misma mansedumbre es su misma definición enseña a usar rectamente de la pasión de la ira en los casos necesarios y de la manera que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe.   Lo contrario no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo alguno podría compaginarse con la energía y reciedumbre, que requiere muchas veces el ejercicio de las virtudes cristianas, y sería, por lo mismo, un verdadero pecado, como dice Santo Tomás. 

Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hemos de estar siempre vigilantes y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites infranqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo. A la mansedumbre se opone la ira desordenada o cólera.

Como vicio capital que es de ella nacen muchos otros pecados, principalmente la indignación, la hinchazón de la mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia, la injuria y la riña En la ira misma distingue tres especies:

+ la de los violentos, que se irritan en seguida y por el más leve motivo.
+la de los rencorosos, que conservan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas.
+ la de los obstinados, que no descansan hasta que logran vengarse.

3-La clemencia: Es una virtud que inclina al superior a mitigar, según el recto orden de la razón, la pena o castigo debido al culpable. Procede de cierta dulzura de alma, que nos hace aborrecer todo aquello que pueda contristar a otro. El perdón total de la pena se llama venia.
 La clemencia siempre se refiere a un perdón parcial o mitigación de la pena. No se debe ejercer por motivos bastardos (por soborno), sino por indulgencia o bondad de corazón y sin comprometer los fueros de la justicia.

 Es la virtud propia de los Jueces cristianos, que suelen ejercerla con los reos condenados a muerte, principalmente el Viernes Santo en memoria del divino Crucificado del Calvario. A la clemencia se oponen tres vicios: dos por defecto, la crueldad, que es la dureza de corazón en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo, y la sevicia o ferocidad, que llega incluso a complacerse en el tormento de los hombres. Con razón se le llama vicio bestial o inhumano, y se ejerce —lo mismo que la crueldad—primariamente en los hombres y secundariamente en los animales, a quienes se complace también en maltratar.

Por exceso se opone a la clemencia la demasiada blandura o falta de rigor o de ánimo, que perdona o mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los culpables. Es muy perniciosa para el bien público, porque fomenta la indisciplina, anima los malhechores y compromete la paz de los ciudadanos.

4-La humildad:Es una de las más fundamentales virtudes, que, por su gran importancia en la vida espiritual, vamos a estudiar con alguna extensión. La Naturaleza de La humildad es una virtud derivada de la templanza que nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios.

 La humildad es una Virtud, porque nos inclina a algo bueno y excelente. Y derivada de la templanza—a través de la modestia—, porque lo propio de ella es moderar el apetito de la propia grandeza, y toda moderación cae bajo el campo de la templanza. Lo cual no impide que la humildad resida en el apetito irascible a diferencia de la templanza, que reside en el concupiscible), ya que se refiere a un bien arduo. La diferencia de sujeto en nada compromete su coincidencia en el modo formal, que consiste en moderar o reprimir, que nos inclina a cohibir...» o moderar el apetito de grandezas.

Lo propio de la humildad no es empujar hacia arriba (como la magnanimidad), sino más bien hacia abajo. Ni esto establece antagonismo o contradicción entre esas virtudes aparentemente opuestas, puesto que las dos proceden según el recto orden de la razón, desde puntos de vista distintos.

El desordenado apetito de la propia excelencia...» Esta es precisamente la definición de la soberbia, vicio contrario a la humildad «... dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria...»—Ante todo, la humildad es luz, conocimiento, verdad; no gazmoñería ni negación de las buenas cualidades que se hayan recibido de Dios. Por eso decía admirablemente Santa Teresa exclamaba que:  la humildad es andar en verdad. Ahora bien: ¿cómo es posible que el que vea claramente que ha recibido grandes dones de Dios, naturales o sobrenaturales, pueda tener ese «justo conocimiento de su pequeñez y miseria» que requiere la humildad?

Santo Tomás se plantea y resuelve admirablemente esta objeción. Su luminoso razonamiento nos dará a conocer la verdadera naturaleza de la virtud de la humildad. Pero antes es preciso recoger las últimas palabras de la definición, que son un presupuesto esencial para darse cuenta de lo que constituye la entraña misma de esta admirable virtud:

«En el hombre se pueden considerar dos cosas: lo que tiene de Dios y lo que tiene de sí mismo. De sí mismo tiene todo cuanto significa imperfección o defecto, ya que esto es evidente que no puede provenir de Dios. De Dios, en cambio, tiene todo cuanto se refiere a bondad y perfección, ya que toda bondad o perfección creada es participación divina.

«La humildad principalmente importa la sujeción del hombre a Dios, Por eso San Agustín... la atribuye al don de temor, por el cual el hombre reverencia a Dios». «La humildad, en cuanto virtud especial, mira principalmente a la sujeción del hombre a Dios, por el cual se somete también a los demás, humillándose ante ellos».

«El virtuoso es perfecto. Pero, por comparación a Dios, le falta toda perfección. Por eso la humildad puede convenir a cualquier hombre por muy perfecto y Santo que sea». Los santos, en efecto, a medida que van creciendo en perfección y santidad, van recibiendo de Dios mayores luces sobre sus infinitas perfecciones; cada vez, por consiguiente, perciben con mayor claridad y transparencia el abismo existente entre la grandeza de Dios y su propia pequeñez y miseria. El fruto es una humildad profundísima, con la que se pondrían gozosos a los pies del hombre más vil y despreciable del mundo.

La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a Él le pertenece (1 Tim. 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar no al bello paisaje que contemplamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó.

+++ Bendiciones

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