(Elevación
Sobrenatural del Hombre y/o inclinación al pecado y Tentación).
La palabra templanza puede
emplearse en dos sentidos: Para significar la moderación que impone la razón en
toda acción y pasión, en cuyo caso
no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe
acompañar a todas las virtudes morales; o Para designar una virtud especial que
constituye una de las cuatro virtudes morales principales que se llaman
cardinales.
En el sentido estricto de su
significado puede definirse: Como una virtud sobrenatural que modera la
inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto,
conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe.
Expliquemos un poco la definición.
La virtud sobrenatural de la templanza, para distinguirla de la templanza natural
o adquirida; modera la inclinación a los placeres sensibles...—lo propio de la
templanza es refrenar los movimientos del apetito sensible especialmente del
tacto y del gusto. — donde reside—, a diferencia de la fortaleza, que tiene por
misión excitar el apetito o pasión irascible en la prosecución del bien honesto.
Aunque la templanza debe moderar
todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible (el mundo,
el demonio y la carne), de una manera especialísima sobre los sentidos propios
del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente), que llevan consigo
máxima delectación—como necesarios para la conservación de la especie o del
individuo—, y son por lo mismo más aptos para arrastrar el apetito si no se le refrena
con una virtud especial: la templanza estrictamente dicha. Principalmente recae
sobre las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre las de los demás
sentidos.
La virtud de la templanza conteniéndola
dentro de los límites de la razón iluminada por la fe». — la templanza natural
o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al
apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza
sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple
razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y
delicadas.
La templanza es una virtud
cardinal, y en este sentido es una virtud excelente; pero, teniendo por objeto
la moderación en los actos del propio individuo, sin ninguna relación, a los
demás, ocupa el último lugar en la escala de las virtudes cardinales o morales
propiamente dichas.
Importancia
y necesidad: Con ser la última de la virtudes cardinales, la templanza
es una de las virtudes más importantes. La templanza es una de las virtudes más
importantes y necesarias en la vida sobrenatural de una persona particular. La razón es porque ha de moderar,
conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los
instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente
se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos.
La divina Providencia, como es
sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales
que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie; de ahí
la vehemente inclinación del hombre a los placeres del gusto y del apetito sensual y de procreacion, que tienen aquella finalidad altísima, querida e intentada por el Autor
mismo de la naturaleza. Pero
precisamente, por estas razones, brotan con vehemencia de la misma naturaleza humana,
tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de los límites de lo justo y
razonable—lo que sea menester para la conservación del individuo y de la
especie en la forma y circunstancias señaladas por Dios, y no más—, arrastrando
consigo al hombre a la zona de lo ilícito y pecaminoso. Esta es la razón de la
necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular
importancia de esta virtud en la vida humana.
Tal es el papel de la templanza
infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y
sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y
condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más
allá de los justos límites, la templanza inclina a la mortificación incluso de
muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente
controlada y sometida la vida pasional.
Vicios
opuestos a la Virtud de la templanza: Santo Tomás señala dos: uno por
exceso, la intemperancia , que desborda los límites de la razón y de la fe en
el uso de los placeres del gusto y del tacto, y que, sin ser el máximo pecado
posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos, puesto que rebaja al
hombre al nivel de las bestias y animales y ofusca, como ningún otro, las luces
de la inteligencia humana ; y otro por defecto, la insensibilidad excesiva , por el cual se huye incluso de los placeres
necesarios para la conservación del individuo o de la especie que pide el recto
orden de la razón.
Únicamente se puede renunciar a
ellos por un fin honesto (recuperar la salud, aumentar las fuerzas corporales,
etc.) o por un motivo más alto, como es el bien de la virtud (penitencia, pureza,
virginidad, contemplación), porque esto es altamente conforme a la razón y la
fe. las Partes de la templanza como virtud
cardinal se deben diferenciar principalmente tres partes: Las integrales,
subjetivas y potenciales y sus derivaciones.
1-
Partes integrales la virtud templanza: Son como ya sabemos aquellos elementos que integran una virtud o la
ayudan en su ejercicio. La templanza tiene dos: la vergüenza y la honestidad.
a)
La vergüenza: No es propiamente una virtud, sino cierta pasión
laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue del pecado
torpe. Es pasión, porque la vergüenza lleva consigo una transmutación corpórea
(rubor, temblor...); y es laudable, porque este temor, regulado por la razón,
infunde horror a la torpeza.
Nótese que nos avergonzamos más
de quedar apenados ante personas sabias y virtuosas—por la rectitud de su
juicio y el valor de su estima o aprecio—que ante las de poco juicio y razón
(por eso, nadie se avergüenza ante los niños muy pequeños o los animales). Y,
sobre todo, sentimos la vergüenza del oprobio ante nuestros familiares, que nos
conocen mejor y con los que tenemos que convivir continuamente.
Santo Tomás observa agudamente
que la vergüenza es patrimonio sobre todo de los jóvenes medianamente buenos.
No la tienen los muy malos y viciosos (son desvergonzados), ni tampoco los
viejos o muy virtuosos, porque se consideran muy lejos de cometer actos torpes.
Estos últimos, sin embargo, conservan la vergüenza en la disposición del ánimo,
esto es, se avergonzarían de hecho si inesperadamente incurrieran en algo
torpe.
b)
La honestidad: Es el amor al decoro que proviene de la práctica
de la virtud. Coincide propiamente con lo honesto y lo espiritualmente decoroso.
Puede coincidir en un mismo sujeto con lo útil y deleitable—siempre lo es el
ejercicio de la virtud—, pero no todo lo útil y deleitable es honesto.
Es propiamente una parte integral
de la templanza, por cuanto la honestidad es cierta espiritual pulcritud; y como
lo pulcro se opone a lo torpe, la honestidad corresponderá de una manera
especial a aquella virtud que tenga por objeto hacernos evitar lo torpe; y tal es
la templanza.
Como corolario práctico. —Es utilísimo
inculcar estas dos virtudes—vergüenza y honestidad—a los niños desde su más
tierna infancia. Son como los guardianes de la castidad y de la templanza.
Desaparecida la vergüenza y la honestidad, el hombre se precipita en las
mayores torpezas y desórdenes. Nunca se insistirá bastante en esto aun en el
trato entre hermanitos y hermanitas.
2-Partes
subjetivas la virtud templanza: Son las diversas especies en que
se subdivide una virtud cardinal. Como la
templanza tiene por principal misión moderar la inclinación a los placeres que provienen del gusto y del tacto,
sus partes subjetivas se distribuyen en dos grupos: para lo referente al gusto:
la abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al tacto: la castidad y la
virginidad. Examinémoslas brevemente.
a)
La abstinencia: Nos inclina a usar moderadamente de los
alimentos corporales según el dictamen de la recta razón iluminada por la fe.
La abstinencia, como virtud infusa o sobrenatural, va más lejos que la virtud
adquirida del mismo nombre. Esta última se gobierna por las solas luces de la
razón natural y usa de los alimentos en la medida y grado que exija la
necesidad o salud del cuerpo. La infusa, en cambio, tiene cuenta, además, con
las exigencias del orden sobrenatural, absteniéndose en ciertos días de los
manjares prohibidos por la Iglesia.
Acto propio de la virtud de la
abstinencia es el ayuno, cuyo ejercicio obligatorio está regulado por las leyes
de la Iglesia al margen de esas leyes generales puede practicarse también por
otras leyes especiales., las constitucionales de una Orden religiosa o por la
devoción de cada uno controlada por la prudencia y discreción sobrenatural. El Vicio
opuesto. A la abstinencia se opone la gula, feo vicio, del que hemos hablado
ampliamente en otro lugar en los pecados capitales.
b)
La sobriedad: Entendida de una manera general, significa la
moderación y templanza en cualquier materia; pero en sentido propio o estricto
es una virtud especial que tiene por objeto moderar, de acuerdo con la razón
iluminada por la fe, el uso de las bebidas embriagantes. Es curiosísimo el
artículo cuarto de esta cuestión, donde Santo Tomás dice que, aunque la
sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben
cultivarla los jóvenes, ya de suyo tan inclinados a la sensualidad por el ardor
de su juventud; las mujeres, por su debilidad mental; los ancianos, que deben dar
ejemplo a los demás; los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse a las
cosas espirituales, y los gobernantes, que deben gobernar con sabiduría. A la sobriedad se opone la
embriaguez, que es uno de los vicios más viles y repugnantes. La embriaguez
voluntaria que llega a la pérdida total de los sentidos es pecado mortal.
d)
La castidad: Es la virtud sobrenatural moderativa del apetito
sensual y erótico. Es una virtud verdaderamente angélica, por cuanto hace al
hombre semejante a los ángeles; pero es una virtud delicada
y difícil, a cuya práctica perfecta no se llega ordinariamente sino a base de
una continua vigilancia y de una severa austeridad.
Tiene varias formas, a saber:
virginal, que es la abstención voluntaria y perpetua de toda delectación
contraria; juvenil, que se abstiene totalmente de ellas antes del matrimonio;
conyugal, que regula según el dictamen de la razón y de la fe las delectaciones
lícitas dentro del matrimonio, o la viudez que se abstiene totalmente después del
matrimonio.
La castidad se refiere a la
materia principal; para regular los actos secundarios, existen el pudor y la pureza,
que no son virtudes especiales distintas de la castidad, sino una circunstancia
de la misma. Al hablar de la lucha contra la propia carne hemos indicado los principales
medios para conservar la castidad.
A la castidad se opone la lujuria
en todas sus especies y manifestaciones, que es el vicio más vil y degradante
de todos cuantos se pueden cometer, aunque no sea el mayor de todos los
pecados. Como vicio capital que es, de él se derivan otros muchos pecados,
principalmente la ceguera de espíritu, la precipitación, la inconsideración, la
inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta
vida y el horror a la futura.
e)
La virginidad: Es una virtud especial, distinta y más perfecta
que la castidad (, que consiste en el propósito firme de conservar
perpetuamente la integridad de la carne por un motivo sobrenatural. Para que
tenga perfecta razón de virtud debe ser ratificada por un voto.
Nótese que en la integridad de la
carne pueden distinguirse tres momentos: A su mera existencia sin propósito especial de
conservarla (en los niños pequeños); Su pérdida material inculpable por una
operación quirúrgica o por violenta opresión no consentida interiormente), o por
el propósito firme e inquebrantable, por un motivo sobrenatural, de abstenerse
perpetuamente del placer erótico y sensual, nunca voluntariamente
experimentado.
Lo primero no es ni deja de ser
virtud (está al margen de ella, pues no es voluntario). Y lo segundo es una
pérdida puramente material, perfectamente compatible con lo formal de la
virtud, que consiste en lo tercero.
La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita, sino que es más excelente que el matrimonio. Se demuestra plenamente por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor. 7,25ss) y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo, y la vida contemplativa es preferible a la activa.
La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita, sino que es más excelente que el matrimonio. Se demuestra plenamente por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor. 7,25ss) y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo, y la vida contemplativa es preferible a la activa.
Las virtudes semejantes o derivadas,
que se relacionan en algunos aspectos con la virtud cardinal de la templanza,
pero no tienen toda su fuerza o se ordenan tan sólo a actos secundarios.
Las
correspondientes a la templanza son las siguientes:
1-La
Continencia: Es una virtud que robustece la voluntad para
resistir las concupiscencias desordenadas muy vehementes. Reside en la voluntad.
Y e s virtud de suyo imperfecta, ya que no lleva a la realización de alguna
obra positivamente buena y perfecta, sino que se limita a impedir el mal,
sujetando a la voluntad para que no se deje arrastrar por el ímpetu de la
pasión.
Las virtudes perfectas, por otra
parte, dominan de tal modo las pasiones, que ni siquiera se producen vehementes
movimientos pasionales en contra de la razón. Su materia propia son las
delectaciones del tacto, principalmente las relativas al apetito sensual y erótico,
si bien en su sentido más general e impropio puede referirse a cualquier otra
materia. Su vicio opuesto es la incontinencia, que no es un hábito propiamente
dicho, sino la privación de la continencia en el apetito racional, que
sujetaría la voluntad para no dejarla arrastrar por la concupiscencia; y en el
apetito sensitivo es el mismo desorden de las pasiones concupiscibles en lo
referente al tacto.
2-
la Mansedumbre: Es una virtud especial que tiene por objeto
moderar la ira según la recta razón. La materia propia de esa virtud es la
pasión de la ira, que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino
cuando sea necesario y en la medida en que lo sea. A pesar de ser una parte
potencial de la templanza, reside en el apetito irascible (como la ira que ha
de moderar), no en el concupiscible, como la templanza.
Jesucristo es modelo incomparable de la
mansedumbre, es una virtud hermosísima profundamente cristiana, de la que el
mismo Cristo quiso ponerse por supremo modelo (Mt. 11,29). He aquí algunas de las
más impresionantes manifestaciones de su dulzura y mansedumbre divinas:
+
Con sus apóstoles: Les soporta y sufre sus mil impertinencias, su
ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin
exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende
de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de
apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo.
Reprende a Pedro su ira en el
huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con
tres sencillas manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con
todos, perdonar hasta setenta veces siete (es decir, siempre),
ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos, devolver bien por mal,
ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su
túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que les persiguen y
maldicen...
+
Con las turbas: Les habla con gran dulzura y serenidad. Nada de voces
intempestivas, de gritos descompasados, de amenazas furibundas. No apaga la
mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos
el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, bendice y
acaricia a los niños, abre su Corazón de par en par para que encuentren en él
alivio y reposo todos los que sufren oprimidos por las tribulaciones de la
vida...
+
Con los pecadores extrema hasta lo increíble su dulzura y
mansedumbre: perdona en el acto a la Magdalena, a la adúltera, a Zaqueo, a
Mateo el publicano; a fuerza de bondad y delicadeza convierte a la samaritana;
como Buen Pastor, va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre
los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la
envidia de su hermano; no ha venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores, a penitencia; ofrece el perdón al mismo Judas, a quien trata con el dulce
nombre de amigo; perdona al buen ladrón y muere en lo alto de la Cruz
perdonando y excusando a sus verdugos.
A imitación del divino Maestro,
el alma que aspire a la perfección ha de poner extremo cuidado e interés en la
práctica de la mansedumbre. «Para imitar a Nuestro Señor, evitaremos las
disputas, las voces destempladas, las palabras o las obras bruscas o que puedan
hacer daño, para no alejar a los tímidos.
Cuidaremos mucho de no devolver nunca mal por
mal; de no estropear o romper alguna cosa por brusquedad; de no hablar cuando estamos
airados. Procuraremos, por el contrario, tratar con buenas maneras a todos los
que se llegaren a hablarnos; poner a todos rostro risueño y afable, aun cuando
nos cansen y molesten; acoger con especial benevolencia a los pobres, los
afligidos, los enfermos, los pecadores, los tímidos, los niños; suavizar con
algunas buenas palabras las reprensiones que hubiésemos de hacer; cumplir con
nuestro cometido con ahínco, y haciendo, a veces, algo más de lo que se nos
exige, y sobre todo, haciéndolo de buena gana.
¿Estaremos dispuestos, si fuese menester, a
recibir un bofetón sin devolverle y a presentar la mejilla izquierda al que nos
hiere en la derecha? Nótese, sin embargo, que en ocasiones se imponemos la ira,
y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad,
que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo
incomparable de mansedumbre, arrojó con el látigo a los profanadores del templo(Jn2,15) y lanzó terribles represiones contra el orgullo y mala fe de los
fariseos (Mt. 23, 13 ss.).
Ni hay que pensar que en estos
casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la
caridad. Todo lo contrario. La misma mansedumbre es su misma definición enseña
a usar rectamente de la pasión de la ira en los casos necesarios y de la manera
que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe. Lo contrario
no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo
alguno podría compaginarse con la energía y reciedumbre, que requiere muchas
veces el ejercicio de las virtudes cristianas, y sería, por lo mismo, un
verdadero pecado, como dice Santo Tomás.
Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hemos de estar siempre vigilantes y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites infranqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo. A la mansedumbre se opone la ira desordenada o cólera.
Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hemos de estar siempre vigilantes y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites infranqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo. A la mansedumbre se opone la ira desordenada o cólera.
Como vicio capital que es de ella
nacen muchos otros pecados, principalmente la indignación, la hinchazón de la
mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia, la
injuria y la riña En la ira misma distingue tres
especies:
+ la de los violentos, que
se irritan en seguida y por el más leve motivo.
+la de los rencorosos, que
conservan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas.
+
la de los obstinados, que no descansan hasta que logran vengarse.
3-La
clemencia: Es una virtud que inclina al superior a mitigar, según el
recto orden de la razón, la pena o castigo debido al culpable. Procede de
cierta dulzura de alma, que nos hace aborrecer todo aquello que pueda
contristar a otro. El perdón total de la pena se llama venia.
La clemencia siempre se refiere a un perdón
parcial o mitigación de la pena. No se debe ejercer por motivos bastardos (por
soborno), sino por indulgencia o bondad de corazón y sin comprometer los fueros
de la justicia.
Es la virtud propia de los Jueces cristianos,
que suelen ejercerla con los reos condenados a muerte, principalmente el
Viernes Santo en memoria del divino Crucificado del Calvario. A la clemencia se
oponen tres vicios: dos por defecto, la crueldad, que es la dureza de corazón
en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo, y la
sevicia o ferocidad, que llega incluso a complacerse en el tormento de los
hombres. Con razón se le llama vicio bestial o inhumano, y se ejerce —lo mismo
que la crueldad—primariamente en los hombres y secundariamente en los animales,
a quienes se complace también en maltratar.
Por exceso se opone a la
clemencia la demasiada blandura o falta de rigor o de ánimo, que perdona o
mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los
culpables. Es muy perniciosa para el bien público, porque fomenta la
indisciplina, anima los malhechores y compromete la paz de los ciudadanos.
4-La
humildad:Es una de las más fundamentales
virtudes, que, por su gran importancia en la vida espiritual, vamos a estudiar
con alguna extensión. La Naturaleza de La humildad es una virtud derivada de la
templanza que nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia,
dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con
relación a Dios.
La humildad es una Virtud, porque nos inclina
a algo bueno y excelente. Y derivada de la templanza—a través de la modestia—,
porque lo propio de ella es moderar el apetito de la propia grandeza, y toda
moderación cae bajo el campo de la templanza. Lo cual no impide que la humildad
resida en el apetito irascible a diferencia de la templanza, que reside en el
concupiscible), ya que se refiere a un bien arduo. La diferencia de sujeto en
nada compromete su coincidencia en el modo formal, que consiste en moderar o
reprimir, que nos inclina a cohibir...» o moderar el apetito de
grandezas.
Lo propio de la humildad no es
empujar hacia arriba (como la magnanimidad), sino más bien hacia abajo. Ni esto
establece antagonismo o contradicción entre esas virtudes aparentemente
opuestas, puesto que las dos proceden según el recto orden de la razón, desde
puntos de vista distintos.
El desordenado apetito de la
propia excelencia...» Esta es precisamente la definición de la soberbia, vicio contrario
a la humildad «... dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria...»—Ante
todo, la humildad es luz, conocimiento, verdad; no gazmoñería ni negación de
las buenas cualidades que se hayan recibido de Dios. Por eso decía
admirablemente Santa Teresa exclamaba que:
la humildad es andar en verdad. Ahora bien: ¿cómo es posible que el que
vea claramente que ha recibido grandes dones de Dios, naturales o
sobrenaturales, pueda tener ese «justo conocimiento de su pequeñez y miseria»
que requiere la humildad?
Santo Tomás se plantea y resuelve
admirablemente esta objeción. Su luminoso razonamiento nos dará a conocer la
verdadera naturaleza de la virtud de la humildad. Pero antes es preciso recoger
las últimas palabras de la definición, que son un presupuesto esencial para
darse cuenta de lo que constituye la entraña misma de esta admirable virtud:
«En el hombre se pueden
considerar dos cosas: lo que tiene de Dios y lo que tiene de sí mismo. De sí
mismo tiene todo cuanto significa imperfección o defecto, ya que esto es
evidente que no puede provenir de Dios. De Dios, en cambio, tiene todo cuanto
se refiere a bondad y perfección, ya que toda bondad o perfección creada es participación
divina.
«La humildad principalmente
importa la sujeción del hombre a Dios, Por eso San Agustín... la atribuye al
don de temor, por el cual el hombre reverencia a Dios». «La humildad, en cuanto
virtud especial, mira principalmente a la sujeción del hombre a Dios, por el
cual se somete también a los demás, humillándose ante ellos».
«El virtuoso es perfecto. Pero,
por comparación a Dios, le falta toda perfección. Por eso la humildad puede
convenir a cualquier hombre por muy perfecto y Santo que sea». Los santos, en efecto, a medida
que van creciendo en perfección y santidad, van recibiendo de Dios mayores
luces sobre sus infinitas perfecciones; cada vez, por consiguiente, perciben
con mayor claridad y transparencia el abismo existente entre la grandeza de
Dios y su propia pequeñez y miseria. El fruto es una humildad profundísima, con
la que se pondrían gozosos a los pies del hombre más vil y despreciable del
mundo.
La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a Él le pertenece (1 Tim. 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar no al bello paisaje que contemplamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó.
La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a Él le pertenece (1 Tim. 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar no al bello paisaje que contemplamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó.
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Bendiciones
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