(Caballero Templario)
Militia est vita hominis super terram [La vida del hombre en la Tierra es milicia]
(Job 7,1).
(Job 7,1).
La palabra «fortaleza» puede tomarse en dos sentidos principales:
a) En cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición general que acompaña a toda virtud, que, para ser verdaderamente tal, ha de ser practicada con firmeza y energía.
b) Para designar una virtud especial que lleva ese mismo nombre. Y así entendida, puede definirse: una virtud cardinal infundida con la gracia santificante que enardece el apetito irascible, es decir una pasión del alma que mueve a la voluntad para que no desista de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal. Expliquemos un poco la definición:
La virtud cardinal de manera especialísima es vital y es una de las condiciones comunes a todas las demás virtudes, que es la firmeza en el obrar. La virtud de la Fortaleza es infundida con la gracia santificante...», para distinguirla de la fortaleza natural o adquirida. «...que enardece el apetito o pasión irascible y la voluntad...»
La fortaleza reside, como en su sujeto propio, en el apetito irascible, porque se ejercita sobre el temor y la audacia, que en él residen. Claro que influye también, por redundancia, sobre la voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo a las pasiones desordenadas. Propiamente, la fortaleza, en cuanto virtud, reside en el apetito irascible y sensible para superar el temor y moderar la audacia temeraria.
Como es sabido, el bien arduo constituye el objeto del apetito irascible «... para que no se desista de conseguir el bien arduo o difícil...» Ahora bien: la fortaleza tiene por objeto robustecer el apetito irascible para que no desista de conseguir ese bien difícil por grandes que sean las dificultades o peligros que se presenten. «... ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal». Esta virtud es dada directamente por Dios a los Santos Mártires para resistir el sacrificio. Nuestro Señor Jesucristo los une al sagrado misterio de su pasión, muerte y resurrección para recibir la Corona de gloria por encima de todos los bienes corporales.
Hay que buscar siempre el bien de la razón y de la virtud, que es inmensamente superior a la naturaleza corporal; pero como entre los peligros y temores corporales el más terrible de todos es la muerte, la fortaleza robustece principalmente contra estos temores (Y entre los peligros de muerte se refiere principalmente a los de la guerra y el santo Martirio).
La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. Recordemos que las sagradas escrituras nos enseñan que :(La vida del hombre sobre la tierra es una milicia Job 7,1). Y, a semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido.
De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree), porque es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos la iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros.
Hay todavía otras razones, que expone admirablemente Santo Tomás de Aquino Por eso, el acto del martirio, que consiste en resistir o soportar la muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de la virtud de la fortaleza.
La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión.
El Dominio de la virtud de la fortaleza puede usar de la ira como instrumento para su acto de fortaleza en atacar; pero no de cualquier ira, sino únicamente de la controlada y rectificada por la razón.
Importancia y necesidad de la Virtud fortaleza:
Es una Virtud muy importante y excelente, aunque no sea la máxima entre todas las Virtudes cardinales. Porque el bien de la razón—objeto de la virtud—pertenece esencialmente a la prudencia; y efectivamente, a la justicia, y sólo si son removidos los impedimentos a la fortaleza y templanza.
Entre estas dos últimas virtudes prevalece la fortaleza, porque es más difícil superar en el camino del bien los peligros de la muerte que los que proceden de las delectaciones de los sentidos como el Tacto, el olfato, la visión y el oído, Etc. Por esta razón se ve que el orden de perfección entre las virtudes cardinales es el siguiente: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
La fortaleza, como afirmamos anteriormente en su doble acto de atacar y resistir, es muy importante y necesaria en la vida espiritual. Hay en el camino de la virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de la perfección cueste lo que costare, mucho valor para no asustarse ante la presencia del enemigo, mucho coraje para atacarle y vencerle y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar las armas en medio del combate como son: La oración, la penitencia y el ayuno. Toda esta firmeza y energía tiene que proporcionarla la virtud de la fortaleza.
Vicios opuestos a la virtud de la fortaleza:
Se le oponen tres vicios: Uno por defecto, el temor o cobardía, por el que se rehúye soportar las molestias necesarias para conseguir el bien difícil o se tiembla desordenadamente ante los peligros de muerte; y dos por exceso: la impasibilidad o indiferencia, que no teme suficientemente los peligros que podría y debería temer, y la audacia o temeridad, que desprecia los dictámenes de la prudencia saliendo al encuentro del peligro.
Partes de la virtud de la fortaleza: Vamos a estudiar detenidamente las partes que constituyen la Virtud de la Fortaleza y aquellas que se derivan de esta virtud por excesos o defectos o méritos en sí mismos.
1-La Magnanimidad :
Es una virtud que inclina a acometer obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad. En este sentido es la corona, ornamento y esplendor de todas las demás virtudes.
La magnanimidad supone un alma noble y elevada. Se la suele conocer con los nombres de «grandeza de alma» o «nobleza de carácter». El magnánimo es un espíritu selecto, exquisito, superior. No es envidioso, ni rival de nadie, ni se siente humillado por el bien de los demás. Es tranquilo, lento, no se entrega a muchos negocios a la vez, sino a pocos, pero grandes o espléndidos.
Es verdadero, sincero, poco hablador, amigo fiel. No miente nunca, dice lo que siente, sin preocuparse de la opinión de los demás. Es abierto y franco, no imprudente ni hipócrita. Objetivo en su amistad, no se obstina para no ver los defectos del amigo. No se admira demasiado de los hombres, de las cosas o de los acontecimientos. Sólo admira la virtud, lo noble, lo grande y lo elevado nada más.
No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las ciencias, pero sobre todo la virtud. Esta virtud es muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente magnánimos son los santos.
No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las ciencias, pero sobre todo la virtud. Esta virtud es muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente magnánimos son los santos.
A la Magnanimidad se oponen cuatro vicios: tres por exceso y uno por defecto. Por exceso se oponen directamente:
a)La presunción: que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas.
b)La ambición: que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro estado y merecimientos.
c) La vanagloria: que busca fama y nombradía sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. Gomo vicio capital que es, de él proceden otros muchos pecados, principalmente la jactancia, el afán de novedades, hipocresía, pertinacia, discordia, disputas y desobediencias.
d)Por defecto se opone a la magnanimidad la pusilanimidad, que es el pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismos o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución todos los medios y energías de que Dios les ha dotado.
2- La Magnificencia:
Es la virtud que inclina a emprender obras espléndidas y difíciles de ejecutar sin arredrarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir. Se distingue de la magnanimidad en que ésta tiende a lo grande en cualquier virtud o materia, mientras que la magnificencia se refiere únicamente a las grandes obras factibles, tales como la construcción de templos, hospitales, universidades, monumentos artísticos, etc.
La Magnificencia es una virtud propia de los ricos, que en nada mejor pueden emplear sus riquezas que en el culto de Dios o en provecho y utilidad de sus prójimos. Es increíble la obcecación de muchos ricos que se pasan la vida atesorando riquezas, que tendrán que abandonar a la hora de la muerte, en vez de fabricarse una espléndida mansión en el cielo con su desprendimiento y generosidad en este mundo. Son legión los que prefieren ser millonarios setenta años en la tierra en vez de serlo en el cielo por toda la eternidad.
A la magnificencia se oponen dos vicios: uno por defecto, la tacañería o mezquindad, que en los gastos a realizar se queda muy por debajo de lo espléndido y magnífico, haciéndolo todo a lo pequeño y a lo pobre; y otro por exceso, el derroche o despilfarro, que lleva al extremo opuesto, fuera de los límites de lo prudente y virtuoso.
3-La Paciencia:
Es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más necesarias en la vida cristiana, porque, siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos todos que sufrir en este valle de lágrimas, necesitamos la ayuda de esta gran virtud para mantenernos firmes en el camino del bien sin dejarnos abatir por el desaliento y la tristeza. Por no tener en cuenta la práctica de esta virtud, muchas almas pierden el mérito de sus trabajos y padecimientos, sufren muchísimo más al faltarles la conformidad con la voluntad de Dios y no dan un solo paso firme en el camino de su santificación. Los principales motivos de la paciencia cristiana son los siguientes:
a) La conformidad con la voluntad amorosísima de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y por eso nos envía tribulaciones y dolores.
b) El recuerdo de los padecimientos de Jesús y de María—modelos incomparables de paciencia—y el sincero deseo de imitarles.
c) La necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y virtuosa aceptación del sufrimiento en compensación de los placeres ilícitos que nos hemos permitido al cometerlos.
d) La necesidad de cooperar con Cristo a la aplicación de los frutos de su redención a todas las almas, aportando nuestros dolores unidos a los suyos para completar lo que falta a su pasión, como dice el apóstol San Pablo (Col. 1,24).
e) La perspectiva soberana de la eternidad bienaventurada que nos aguarda si sabemos sufrir con paciencia. El sufrir pasa, pero el fruto de haber santificado el sufrimiento no pasará jamás.
Veamos ahora los principales grados que pueden distinguirse en la práctica progresiva y cada vez más perfecta de esta virtud.
a) La Resignación: sin quejas ni impaciencia ante las cruces que el Señor nos envía o permite que vengan sobre nosotros.
b) La Paz y Serenidad: Ante esas mismas penas, sin ese tinte de tristeza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación.
c) La Dulce Aceptación: En la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien.
d) El Gozo Completo: Que lleva a darle gracias a Dios, porque se digna asociarnos al misterio redentor de la cruz.
e) La Locura de La Cruz: Que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo: «Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gal. 6,14); «O padecer o morir» (Santa Teresa); «Padecer, Señor, y ser despreciado por Vos» (San Juan de la Cruz); «He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento» (Santa Teresita).
Contra la paciencia pueden señalarse dos vicios opuestos: uno por defecto, la impaciencia, que se manifiesta al exterior con ira, quejas, murmuraciones y otras cosas semejantes; y otro por exceso, la insensibilidad o dureza de corazón, que no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano o social, no se inmuta ni impresiona ante ninguna calamidad propia o ajena.
4- La Longanimidad:
Es una virtud que nos da ánimo para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya consecución se hará esperar mucho tiempo. En este sentido, se parece más a la magnanimidad que a la paciencia; pero teniendo en cuenta que, si el bien esperado tarda mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, la longanimidad, que soporta virtuosamente este dolor, se parece más a la paciencia que a ninguna otra virtud.
«La longanimidad es una virtud que consiste en saber aguardar. Saber aguardar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. ¿En qué? En el bien que de ellos esperamos. Por consiguiente, la longanimidad consiste en evitar la impaciencia que podría causarnos la demora o tardanza de este bien. Saber sufrir esta tardanza, he aquí, en realidad, lo que es la longanimidad. Por eso la llaman alguna larga esperanza. Es la virtud de Dios, que sabe aguardarnos a todos a nuestra hora; la virtud de los santos, siempre sufridos, siempre pacientes con todos. Grande y admirable virtud, que el apóstol San Pablo coloca entre los doce frutos del Espíritu Santo (Gal. 5,22)».
5- La perseverancia:
Es una virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione. Es imposible la perseverancia en el bien sin una especial ayuda de la gracia. Santo Tomás se plantea expresamente esta cuestión y la resuelve magistralmente. De la doctrina que expone en ese artículo, completada con la de sus lugares paralelos, se desprende lo siguiente:
a) La virtud de la perseverancia, como hábito sobrenatural, es inseparable de la gracia santificante; perdida la gracia, se pierde la perseverancia juntamente con todas las demás virtudes.
b) Para poner en ejercicio cualquier virtud infusa se requiere el previo empuje de la gracia actual ordinaria, que Dios, por otra parte, no niega a nadie que no ponga obstáculo alguno a su recepción.
c) Para perseverar durante largo tiempo en el bien se requiere una gracia actual especial, sin la cual no se podría de hecho, pero con la cual se puede siempre.
d) Para perseverar en el bien hasta la muerte (perseverancia final) se requiere un auxilio especialísimo de Dios enteramente gratuito, que, por lo mismo, nadie puede estrictamente merecer, aunque puede impetrarse infaliblemente con la oración revestida de las debidas condiciones.
6-La constancia:
Es una virtud íntimamente relacionada con la perseverancia, de la que se distingue, sin embargo, por razón de la distinta dificultad que trata de superar; porque lo propio de la perseverancia es dar firmeza al alma contra la dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa, mientras que a la constancia pertenece robustecerla contra las demás dificultades que provienen de cualquier otro impedimento exterior ., (la influencia de los malos ejemplos); y esto hace que la perseverancia sea parte más principal de la fortaleza que la constancia, porque la dificultadque proviene de la prolongación del acto es más intrínseca y esencial al acto de virtud que la que proviene de los exteriores impedimentos, de los que se puede huir más fácilmente.
Vicios opuestos. —A la perseverancia y constancia: Se oponen dos vicios; uno por defecto, la inconstancia (que Santo Tomás llama molicie o blandura), que inclina a desistir fácilmente de la práctica del bien al surgir las primeras dificultades, provenientes, sobre todo, de tener que abstenerse de muchas delectaciones; y otro por exceso, la pertinacia o terquedad del que se obstina en no ceder cuando sería razonable hacerlo.
Medios de perfeccionarse en la fortaleza y sus virtudes derivadas:
+ Pedirla incesantemente a Dios.
+ Prever las dificultades que encontraremos en el camino de la virtud y aceptarlas de antemano.
+ Abrazar con generosidad las pequeñas molestias de la vida diaria para fortalecer nuestro espíritu contra el dolor.
+ Contemplar, Meditar y poner los ojos con frecuencia en Jesucristo crucificado para intensificar nuestro amor a Dios en su pasión, muerte y resurrección y Ascensión a los Cielos.
Para terminar este estudio reflexionemos la exhortación del apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mi la fuerza de Cristo..., pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor. 12,9-10).
+++Bendiciones.
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