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martes, 31 de marzo de 2020

Capitulo III: La vida de Oración.


Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón(Oseas 2:16). 

Examinada la naturaleza de la vida de oración. (ver capituloII ); vamos  a precisar en el presente capitulo los grados de oración y los fundamentos de su desarrollo en marcha hacia la perfección, veamos ahora en qué consiste esta misma perfección.  He aquí el orden que vamos a seguir: después de una breve introducción sobre las distracciones , expondremos su naturaleza  de estas en todas sus formas  a manera  de ejercicio de alta eficacia santificadora, pero en su práctica asidua y perfecta envuelve no pocas dificultades para el pobre espíritu humano, que esta pronto pero la carne es débil « Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»(Mt, 26,41). «Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais» (Ga 5:17).

Las causas principales que se contraponen a la oración son dos: las distracciones y las sequedades o arideces. Examinémoslas  brevemente.

1.LasDistracciones:En general son pensamientos o imaginaciones extrañas que nos impiden la atención a lo que estamos haciendo. Pueden afectar a la imaginación sola, en cuyo caso el entendimiento puede seguir pensando en lo que hacía, aunque con dificultad; o al entendimiento mismo, en cuyo caso la atención a lo que se hacía desaparece totalmente.

Sus causas son muy varias. Las expone muy bien el Padre. Gibert, cuyas sabias distinciones trasladamos aquí:

1.1Causas Independientes de La Voluntad:

a) La de índole y temperamento:  La imaginación viva e inestable; efusión hacia las cosas exteriores; incapacidad de fijar la atención o de prorrumpir en afectos. Pasiones vivas, no bien dominadas, que atraen continuamente la atención hacia los objetos amados, temidos u odiados...
b) La poca salud y la fatiga mental, que impide fijar la atención o abstraer de las cosas o circunstancias exteriores.
c) La dirección poco acertada del padre espiritual, que quiere imponer artificialmente sus propias ideas al alma, sin tener en cuenta el influjo de la gracia, la índole, el estado y las necesidades de la misma, empeñándose, en hacer continuar la meditación discursiva cuando Dios le mueve a una oración más sencilla y profunda o apartándola demasiado pronto del discurso cuando lo necesita todavía.
d) El demonio, a veces directamente, otras muchas indirectamente, utilizando otras causas y aumentando su eficacia perturbadora.

1.2 Causas Voluntarias:

a) Falta de la debida preparación próxima; en cuanto al tiempo, lugar, postura, tránsito demasiado brusco a la oración después de una ocupación absorbente...
b) Falta de preparación remota; poco recogimiento, disipación habitual, tibieza de la vida, vana curiosidad, ansia de leerlo todo...

1.3Remedios Prácticos contra las distracciones en la oración:

No hay una receta infalible para suprimir en absoluto las distracciones. Sólo en los estados contemplativos muy elevados o por un especial don de Dios se puede orar sin distracción alguna. Pero mucho se puede hacer con humildad, oración y perseverancia.
a) Puede disminuirse el influjo pernicioso de las causas independientes de la voluntad de varias formas: leyendo, fijando la vista en el sagrario o en una imagen expresiva, eligiendo materias más concretas, entregándose a una oración más afectiva, con frecuentes coloquios (incluso vocales, si es preciso), etc.

Cuando, a pesar de todo, nos sintamos distraídos con frecuencia no nos impacientemos. Volvamos a traer suavemente nuestro espíritu al recogimiento, aunque sea mil veces, si es preciso, humillémonos en la presencia de Dios, pidámosle su ayuda y no examinemos por entonces las causas que han motivado la distracción. Dejemos este examen para el fin de la oración con el fin de prevenirnos mejor en adelante. Y téngase bien presente que toda distracción combatida (aunque no se la venza del todo) en nada compromete el fruto de la oración ni disminuye el mérito del alma.

b) En cuanto a las causas que dependen de nuestra voluntad, se las combatirá con energía hasta destruirlas por completo. No omitiremos jamás la preparación próxima, recordando siempre que lo contrario sería tentar a Dios, como dice la Sagrada Escritura. Y cuidemos, además, de una seria preparación remota, que abarca principalmente los puntos siguientes: silencio, huida de la vana curiosidad, custodia de los sentidos, de la imaginación y del corazón, y acostumbrarnos a estar en lo que se está haciendo (age quod agis), sin dejar divagar voluntariamente la imaginación hacia otra parte.

2.Las Sequedades y Arideces en la Oracion:

Otra de las grandes dificultades que se encuentran con frecuencia en el ejercicio de la oración mental sobre todo es la sequedad o aridez de espíritu. Consiste en cierta impotencia o desgana para producir en la oración actos intelectivos o afectivos. Esta impotencia a veces es en grande, que vuelve penosísima la permanencia en la oración.

Unas veces afecta al espíritu, otras a sólo al corazón. La forma más desoladora es aquella en la que Dios parece haberse retirado del alma. Sus causas son muy varias. El mal estado de la salud, la fatiga corporal, las ocupaciones excesivas o absorbentes, tentaciones molestas, que atormentan y fatigan al alma; deficiente formación para orar de modo conveniente, empleo de métodos inadecuados, etc. A veces son el resultado natural de la tibieza en el servicio de Dios, de la infidelidad a la gracia, de los pecados veniales cometidos en abundancia y sin escrúpulo, de la sensualidad, que sumerge al alma en la materia; de la disipación y vana curiosidad, de la ligereza y superficialidad de espíritu.

Otras veces son una prueba de Dios, que suele substraer el consuelo y devoción sensible que el alma experimentaba en la oración para purificarla del apego a esos consuelos, humillarla viendo lo poco que vale cuando Dios le retira esa ayuda, aumentar su mérito con sus redoblados esfuerzos impulsados por la caridad y prepararla a nuevos avances en la vida espiritual.

Cuando estas arideces permitidas por Dios se prolongan largo tiempo puede pensarse que el alma ha entrado en la noche del sentido o en alguna otra purificación pasiva.  Que vámonos hablar después más largamente de estas cosas, así como de las señales para distinguirlas de la tibieza o voluntaria flojedad.

2.1Remedios contra las sequedades o arideces:

Consisten, ante todo, en suprimir sus causas voluntarias, principalmente la tibieza y flojedad en el servicio de Dios. Guando son involuntarias, lo mejor es resignarse a los designios de Dios por todo el tiempo que Él quiera; convencerse de que la devoción sensible no es esencial al verdadero amor de Dios; que basta querer amar a Dios para amarle ya en realidad; humillarse profundamente, reconociéndose Indigno de toda consolación; perseverar, a pesar de todo, en la oración, haciendo lo que aún entonces se puede hacer. Y, a fin de aumentar el mérito y las energías del alma, procurar unirse al divino agonizante de Getsemaní, que «puesto en agonía oraba con más insistencia» (Lc 22,44), y llevar la generosidad y el heroísmo a aumentar incluso el tiempo destinado a la oración, como aconseja San Ignacio:

¿No será lícito pedir a Nuestro Señor el cese de la prueba o el retorno de la devoción sensible? Sí, con tal de hacerlo con plena subordinación a su voluntad adorable y se intente con ello redoblar las fuerzas del alma para servirle con más generosidad, no por el goce sensible que aquellos consuelos nos hayan de producir.

La Iglesia pide en su oración litúrgica de Pentecostés «gozar siempre de las consolaciones del Espíritu Santo» y todos los maestros de la vida espiritual hablan largamente de la «importancia y necesidad de los divinos consuelos». Pero téngase en cuenta que el mejor procedimiento de la oración y la humildad para atraerse nuevamente los consuelos de Dios es una gran generosidad en su divino servicio y una fidelidad exquisita a las menores inspiraciones del Espíritu Santo.

Las sequedades se deben con frecuencia a la resistencia a estas delicadas insinuaciones del divino Espíritu; una generosa inmolación de nosotros mismos nos las volverá a traer con facilidad. Pero sea que vuelvan en seguida o que se hagan esperar, cuide sobre todo el alma de no abandonar la oración ni disminuirla a pesar de todas las arideces y repugnancias que pueda experimentar.

3 Escollos que se han de evitar en la vida de oración:
Surgen no pocas dificultades y obstáculos, que el alma, ayudada de la gracia, debe superar; pero no se requieren menos tino ni menos ayudas para no dar en alguno de sus escollos o peligros. He aquí los principales:

a)La rutina en la oración vocal, que la convierte en un ejercicio puramente mecánico, sin valor y sin vida; o la fuerza de la costumbre en la mental metodizada, que lleva a cierto automatismo semiinconsciente, que la priva casi totalmente de su eficacia santificadora.
b)El exceso de actividad natural, que quiere conseguirlo todo como a fuerza de brazos, adelantándose a la acción de Dios en el alma; o la excesiva pasividad e inercia, que, so pretexto de no adelantarse a la divina acción, no hace ni siquiera lo que con la gracia ordinaria podría y debería hacerse.
c) El desaliento, que se apodera de las almas débiles y enfermizas al no comprobar progresos sensibles en su larga vida de oración; o el excesivo optimismo de otras muchas que se creen más adelantadas de lo que en realidad están.
d) El apego a los consuelos sensibles, que engendra en el alma una especie de «gula espiritual», que la impulsa a buscar los consuelos de Dios en vez de al Dios de los consuelos.
e) El apego excesivo a un determinado método, como si fuera el único posible para el ejercicio de la oración; o la excesiva ligereza, que nos mueve a prescindir de él o abandonarlo antes de tiempo. Otras muchas ilusiones que padecen las almas en su vida de oración habrán de ser corregidas por la mirada vigilante de un experto y competente director espiritual.  Sin esta ayuda exterior es casi imposible no incurrir en algunas de ellas, a pesar, tal vez, de la buena voluntad y excelentes disposiciones del alma que las sufre.

4-Los Grados de Oración :

A Santa Teresa de Jesús debemos la clasificación más profunda y exacta de los grados de oración que se conoce hasta la fecha. En su genial Castillo interior va describiendo las etapas sucesivas de la santificación del alma en torno a su vida de oración. Para la gran santa de Ávila, los grados de oración coinciden con los de la vida cristiana en su marcha hacia la santidad. Este punto de vista, que puede justificarse plenamente por la razón teológica; la intensidad de la oración coincide con la de la caridad, esto fue confirmado por San Pío X, en carta al general de los Carmelitas el 7 de marzo de 1914, al decir que los grados de oración enseñados por Santa Teresa representan otros tantos grados de superación y ascenso hacia la perfección cristiana Sería, pues, aventurado y temerario intentar una nueva clasificación.

Nosotros vamos a seguir las huellas de la gran santa española, bien persuadidos de que haciéndolo así pisamos terreno firme y seguro. He aquí en esquema la clasificación de los grados de oración propuesta por la mayoría de los autores espirituales en los de las huellas de Santa Teresa, que vamos a exponer detalladamente en las páginas siguientes:

1) Oración vocal.
2) Meditación.
3) Oración afectiva.
4) Oración de simplicidad.
5) Recogimiento infuso.
6) Quietud.
7) Unión simple.
8) Unión extática.
9) Unión transformativa.

Los tres primeros grados pertenecen a la vía ascética, que comprende las tres primeras moradas del Castillo interior; el cuarto señala el momento de transición de la ascética a la mística, y los otros cinco pertenecen a la vía mística, que comienza en las cuartas moradas llega hasta la cumbre del castillo (santidad consumada).

El paso de los grados ascéticos a los místicos se hace de una manera gradual e insensible, casi sin darse cuenta el alma, como veremos ampliamente en su lugar. Son las etapas fundamentales del camino de la perfección, que van sucediéndose con espontánea naturalidad, poniendo claramente de manifiesto la unidad de la vida espiritual y la absoluta normalidad de la mística, a la que todos estamos llamados, y a la que llegarán de hecho todas las almas que no pongan obstáculo a la acción de la gracia y sean enteramente fieles a las divinas mociones del Espíritu Santo.

Decimos predominantemente (y no ascética a secas) porque, como ya hemos explicado en otro lugar de este Blog (publicación “Mística y Ascética”), no se da nunca en la vida cristiana una etapa exclusivamente ascética y otra exclusivamente mística.  La ascética y la mística se compenetran mutuamente como dos aspectos distintos de un mismo camino espiritual en cuya etapa primera predominan los actos ascéticos, y en la segunda, los místicos.

El asceta comienza ya a recibir desde los primeros pasos de su vida espiritual cierta influencia más o menos latente o intensa de los dones del Espíritu Santo (mística) y el místico más encumbrado realiza con frecuencia actos francamente ascéticos con ayuda de la gracia ordinaria. Se trata, pues, de mero predominio de unos u otros actos; no de exclusivismos de ninguna clase. Hemos explicado todo esto en otra parte, donde remitimos al lector anteriormente si ha de profundizar en los caminos de la oración.

Por la razón teológica y la prueba de razón la da Santo Tomás, nos enseña que la perfección de un ser consiste en alcanzar su último fin, más allá del cual nada cabe desear; pero es la caridad quien nos une con Dios, último fin del hombre; luego en ella consistirá especialmente la perfección cristiana. Escuchemos sus mismas palabras:  «Se dice de un ser cualquiera que es perfecto cuando alcanza su propio fin, que es la perfección última de las cosas. Ahora bien, la caridad es el medio que nos une a Dios, fin último del alma humana; pues, como dice San Juan, el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1Jn. 4,16). Por consiguiente, la perfección de la vida cristiana se toma de la caridad»; y en una vida de oración constante y asidua meditación y contemplación. 
En el Capítulo IV y próximas Publicaciónes profundizaremos en los diferentes grados de Oracion.

+++ Bendiciones…

lunes, 23 de marzo de 2020

Capitulo II: La Vida de Oración.

Tentaciones en la Oración de San Antonio Abad (Padre del Monacato).

En el presente capitulo vamos a estudiar y simplificar de manera breve los tipos de oración y los grados de oración que podríamos alcanzar de acuerdo a las gracias luces recibidas del Espíritu Santo, en el arduo camino ascético de la perfección y de la vida de oración veamos:

1)La oración de súplica: Por razón del sujeto en quien recae—puede considerarse de dos maneras:
+En el primer sentido sólo a Dios se le deben pedir las gracias que necesitamos. Porque todas nuestras oraciones (aun las que se refieren a los bienes temporales) En cuanto que se pide algo a otro directamente y para que él mismo nos lo dé.
+En el segundo sentido como simples intercesores. Se puede y se debe orar indirectamente, para que nos lo consiga de otra persona superior (simple intercesión). a los ángeles, santos y bienaventurados del cielo, y especialísimamente a la Santísima Virgen María, Mediadora universal de todas las gracias.

Expliquemos un poco más este punto importante.En este sentido deben ordenarse las oraciones a conseguir la gracia y la gloria, que solamente Dios puede dar, como dice el Salmo (84,12). La gracia y la gloria las da el Señor.  De lo contrario esta clase de oración dirigida a los santos sería idolatría.

La cuestión seria: ¿Es lícito y muy conveniente invocar a los santos para intercedan por nosotros? La respuesta a esta pregunta es que la bondad infinita de Dios no es incompatible con la intercesión de los santos, sino que se armoniza admirablemente con ella. Dios es el Padre amantísimo que se complace en ver a sus hijos intercediendo ante El unos por otros.

La Doctrina de La Iglesia Católica en el Concilio de Trento proclamó solemnemente la utilidad y conveniencia de invocar a los santos y venerar sus reliquias y sagradas imágenes. Es, pues, una verdad de fe que pertenece al depósito de la doctrina católica. Las principales razones teológicas que la abonan son:

a) La bondad divina, que ha querido asociarse a sus criaturas (María, ángeles, santos, bienaventurados y justos de la tierra) en la obtención y distribución de sus gracias.
b) La comunión de los santos, que nos incorpora a Cristo y a través de Él hace circular sus gracias de unos miembros a otros.
c) La caridad perfectísima de los santos, que les mueve a interceder por nuestras necesidades, que ven y conocen en el Verbo Divino.

La intercesión y comunión de los Santos Lo niegan muchos herejes, entre los que se cuentan, cataros, luteranos, calvinistas, etc. Dicen que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres y que los santos no se enteran de nuestras oraciones; y que Dios es tan bueno, que no necesita intercesores para darnos lo que nos hace falta.

Es cierto que Jesucristo es el único mediador de redención, pero nada impide que los santos sean mediadores de intercesión, apoyando con las suyas nuestras oraciones y rogando a Dios las despache favorablemente.  Es falso que no se enteren Todas las peticiones que les hacemos. Así queda zanjado y rebatido dicho argumento erróneo de nuestros hermanos separados que nos acusan y Juzgan de idolatras.

Por razones Teológicas entonces, ¿con qué clase de culto se les debe invocar u honrar a los Santos y la bienaventurada Virgen María? El culto de Latría es propio y exclusivo de Dios. Honrar a los santos con él sería un gravísimo pecado de idolatría. A los santos se les debe el culto de dulía, y a la Santísima Virgen, por su excelsa dignidad de Madre de Dios, el de hiperdulía.

2) El poder de intercesión de los santos: Depende del grado de méritos adquiridos en esta vida y del grado de gloria correspondiente. Los santos más grandes tienen más poder de intercesión ante Dios que los no tan gloriosos, porque su oración es más acepta a Dios que la de estos últimos. En este sentido es incomparable el poder de intercesión de la Santísima Virgen María: mayor que la de todos los ángeles y santos juntos.

Pero de aquí no se debe concluir que haya que invocar únicamente a la Santísima Virgen o a los santos de historial más brillante, omitiendo la invocación de los demás. Santo Tomás se plantea esta objeción y la resuelve admirablemente por las siguientes razones:

+Es conveniente invocar también a los santos inferiores: porque acaso nos inspire mayor devoción un santo inferior que otro superior, y de la devoción depende en gran parte la eficacia de la oración.

+Para que haya cierta variedad que evite el fastidio o monotonía; porque hay santos especialistas en algunas gracias; para dar a todos el debido honor; y porque pueden conseguir, entre todos, lo que acaso uno solo no conseguiría. En otro lugar paralelo añade todavía una razón más: 

+ Porque acaso Dios quiere manifestar con un milagro la santidad de su siervo (tal vez no canonizado aún). De otra suerte habría que concluir lógicamente que bastaba implorar directamente la misericordia de Dios sin la intercesión de ningún santo.

¿Pueden invocarse a las almas del purgatorio para obtener alguna gracia?:La Iglesia nada ha determinado sobre esto y es cuestión muy discutida entre los teólogos. A Santo Tomás le parece que no, y da dos razones muy fuertes:

a) No conocen nuestras peticiones, porque no gozan todavía de la visión del Verbo divino, donde las verían reflejadas. 

b)Porque los que están en el purgatorio, aunque son superiores a nosotros por su impecabilidad, son inferiores en cuanto a las penas que están padeciendo; y en este sentido no están en situación de orar por nosotros, sino más bien de que nosotros oremos por ellos.

Como se ve, las razones de Santo Tomás son muy serias. Sin embargo, muchos teólogos incluso de la escuela tomista; defienden la respuesta afirmativa fundándose en razones no despreciables. Pueden dicen pedir en general por nuestras necesidades (aunque no las conozcan concretamente); a impulsos de su amor a nosotros familiares o de la caridad universal en que se abrazan. Esto encajaría muy bien con el dogma de la comunión de los santos, que parece envolver cierta reciprocidad o beneficio mutuo entre los miembros de las tres iglesias de Cristo. (La iglesia Reinante, La Iglesia Purgante y La iglesia Militante).

Los que vivimos todavía en la tierra podemos aumentar la gloria accidental de los bienaventurados.  Podemos también ofrecer a Dios los méritos contraídos en este mundo por las almas actualmente en el purgatorio (intercesión interpretativa). Y si bien es cierto que no ven nuestras necesidades concretas, porque no gozan todavía de la visión beatífica, no es imposible que Dios se las manifieste de algún modo (por inspiración interior, por el ángel de la guarda, por los que van llegando de la tierra, etc.), y que puedan por lo mismo interceder concretamente por nosotros.

Acaso podría intentarse también la solución afirmativa con los siguientes datos:

a)Es de fe que podemos ayudar con nuestros sufragios a las almas del purgatorio (Denzinger#950).

b) No sabemos en qué proporción ni en qué forma se les aplican los sufragios, aunque es de suponer que, en forma de alivio de sus sufrimientos, además de la reducción del tiempo que habían de permanecer allí.

c) Si es así, el alma, al notar el alivio del sufragio toda petición a ellas debe ir acompañada de un sufragio, puede lógicamente pensar que alguien está rezando por ella; y no hay inconveniente en que, movida por la gratitud, pida a Dios por las intenciones de la persona caritativa que la está ayudando, aunque ignore en absoluto quién sea esa persona o cuáles sus intenciones.

Aclaración: “No parece inadmisible que puedan darse fenómenos de locución o Visión comunicación mediante un sueño con el permiso y la voluntad de Dios entre las personas de este mundo y las almas del purgatorio por ejemplo (entre un hijo y su madre difunta), Ya que estos Fenómenos sobrenaturales se presentan a menudo.

¿Por quién debemos orar?. Como principio general se puede establecer el siguiente: Podemos y debemos orar no sólo por nosotros mismos, sino también en favor de cualquier persona capaz de la gloria eterna.

El dogma de la comunión de los santos nos garantiza razón y la posibilidad. La caridad cristiana y a veces la justicia nos urge la obligación. Luego es cierto que podemos y debemos orar por todas las criaturas capaces de la eterna gloria, sin excluir a ninguna determinada: «Orad unos por otros para que os salvéis» (Lc. 5,16).  Hay que rogar por todos aquellos a quienes debemos amar. Luego por todas las personas capaces de la eterna gloria (incluso los pecadores, herejes, excomulgados, etc., y nuestros propios enemigos).

Pero por todos éstos basta pedir en general, sin excluir positivamente a nadie.  Ordinariamente no estamos obligados a pedir en particular por nuestros enemigos, aunque sería de excelente perfección. Hay casos, sin embargo, en los que estaríamos obligados a ello; por ejemplo, en grave necesidad espiritual del enemigo, o cuando pide perdón, o para evitar el escándalo que se seguiría de no hacerlo., (si hay costumbre de orar públicamente por los enemigos en tales o cuales circunstancias y no quisiéramos hacerlo). Siempre hemos de estar dispuestos a ello, al menos, como dicen los teólogos, esto es, haciéndolo de buena gana cuando se presenta ocasión para ello. Jesucristo nos dice expresamente:

En el Evangelio: «Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores» (Mt. 5,-45).

Podemos y debemos orar por las almas del purgatorio; siempre al menos por caridad y muchas veces por piedad (si se trata de familiares) o por justicia (si están allí por culpa nuestra., por los malos consejos y ejemplos que les dimos).

Es sentencia común entre los teólogos que podemos pedir el aumento de la gloria accidental de los bienaventurados; no el de la gloria esencial (visión y goce beatíficos), que es absolutamente inmutable, y depende del grado de gracia y de caridad que tenga el alma en el momento de separarse del cuerpo.

 No es lícito orar por los condenados, por estar completamente fuera de los vínculos de la caridad, que se funda en la participación de la vida eterna. Aparte de que sería completamente inútil y superflua una oración que para nada les aprovecharía.

Eficacia santificadora de la oración:
Los cuatro valores de la oración, a saber, son:  1. Meritorio, como virtud; 2. Satisfactorio, como obra. penosa; 3. Impetratorio de las gracias divinas y de 4. Refección espiritual del alma por su contacto de amor con Dios.

1)Valor Satisfactorio: Para que la oración tenga un valor satisfactorio es evidente con sólo tener en cuenta que supone siempre un acto de humildad y de acatamiento a Dios, a quien hemos ofendido con nuestros pecados, que tienen su raíz en el orgullo. Brota, además, de la caridad, fuente de toda satisfacción. Y, finalmente, la oración bien hecha es de suyo una cosa penosa al menos para las almas imperfectas, por el esfuerzo de atención y la tensión de la voluntad que supone. Es, pues, claramente satisfactorio. El concilio de Trento habló expresamente del valor satisfactorio de la oración.

 2)Valor Meritorio: Como cualquier otro acto de virtud sobrenatural, la oración recibe su valor meritorio de la caridad, de donde brota radicalmente por medio de la virtud de la piedad, de la que es acto propio. Como acto meritorio, la oración está sometida a las condiciones de las demás obras virtuosas y se rige por sus mismas leyes. Puede en este sentido merecer todo cuanto puede merecerse con esa clase de mérito, supuestas las debidas condiciones.

3) Refección Espiritual.: El tercer efecto de la oración dice Santo Tomás; es una cierta refección espiritual del alma. Este efecto lo produce la oración por su sola presencia. Pero para que de hecho se produzca es absolutamente necesaria la atención; ese deleite espiritual es incompatible con la divagación voluntaria de la mente. Por eso, la oración extática en la que la atención del alma es máxima por la concentración de todas sus energías psicológicas en el objeto contemplado lleva consigo la máxima delectación que se puede alcanzar en esta vida. Y es natural que así suceda. La oración nutre nuestra inteligencia, excita santamente nuestra sensibilidad, estimula y fortifica nuestra voluntad. Es una verdadera refectio mentís que por su misma naturaleza. Está llamada a llenar el alma de suavidad y de dulzura.

4) Valor Impetratorio: Este es el que más nos interesa destacar aquí como elemento de crecimiento y desarrollo de nuestra vida cristiana independientemente del mérito. Veamos en primer lugar cuáles son las principales diferencias entre el valor meritorio y el impetratorio de la oración:

a) La oración como acto meritorio dice una relación de justicia al premio; en cambio, su valor impetratorio dice relación tan sólo a la misericordia de Dios.
b) Como meritoria tiene eficacia intrínseca para conseguir el premio; como impetratoria su eficacia se apoya únicamente en la promesa de Dios.
c) La eficacia meritoria se funda, ante todo, en la caridad; la impetratoria, ante todo, en la. fe.
d) El objeto del mérito y de la impetración no es siempre el mismo, aunque a veces pueden coincidir. El justo merece y no siempre alcanza; el pecador puede alcanzar sin haber merecido.

La importancia y eficacia santificadora de la oración nos la dan conocer Los Santos Padres y los grandes maestros de la vida espiritual están todos conformes en proclamar la eficacia santificadora verdaderamente extraordinaria de la oración. Sin oración o sin mucha oración es imposible llegar a la santidad.

Son innumerables los testimonios que se podrían alegar. Únicamente, por vía de ejemplo, vamos a recoger unos pocos Según el Doctor de la Iglesia San Buenaventura:

+Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias esta vida, seas hombre de oración.
+Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración.
+Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás y defenderte de sus engaños, seas hombre de oración.
+ Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración.
+Si quieres ojear de tu alma las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración.
+Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración.
+Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente.
+Si quieres desarraigar de tu alma todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración: porque en ella se recibe la unión y gracia del Espíritu San tú, la cual enseña todas las cosas.
+Si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del esposo, ejercítate en la oración, porque éste es el camino por donde sube el alma la contemplación y gusto de las cosas celestiales.

La oración, revestida de las debidas condiciones, obtiene infaliblemente lo que pide en virtud de las promesas de Dios.  Esta tesis se fundamenta en la fe por la claridad con que se nos manifiesta en la Sagrada Escritura la promesa divina. Ahora bien: ¿cuáles son las condiciones que se requieren para que la oración alcance infaliblemente su objeto, cumpliéndose de hecho las divinas promesas?

Santo Tomás señala cuatro, y a ellas pueden reducirse todas las demás que señalan los autores: que pida algo para sí, necesario para la salvación, piadosamente y con perseverancia. He aquí sus propias palabras:

«En consecuencia, siempre se consigue lo que se pide, con tal que se den estas cuatro condiciones: pedir para sí mismo, cosas necesarias para la salvación, piadosamente y con perseverancia».

Todos Los textos sobre la oración podrían multiplicarse en gran abundancia, pero no es necesario. Todas las escuelas de espiritualidad cristiana están de acuerdo en proclamar la necesidad absoluta de la oración y su extraordinaria eficacia santificadora.

A medida que el alma va intensificando su vida de oración, se va acercando más a Dios, en cuya perfecta unión consiste la santidad. La oración es la fragua del amor; en ella se enciende la caridad y se ilumina y abrasa el alma con sus llamaradas, que son luz y vida al mismo tiempo. Si la santidad es amor, unión con Dios, el camino más corto y expedito para llegar a ella es la vida de continua y ardiente oración…….

+++ Bendiciones.

martes, 17 de marzo de 2020

Capítulo I: La vida de oración.

 
Ora et labora (Ora y trabaja). San Benito

Abordamos ahora uno de los más importantes aspectos de la vida espiritual. Su estudio detenido exigiría una obra entera, de volumen superior a todo el conjunto del presente tratado. Forzosamente hemos de limitarnos a los puntos fundamentales.

 He aquí, en breve resumen, el camino que vamos a recorrer. Después de una amplia introducción sobre la oración en general, expondremos los grados de oración ascéticos: oración vocal, meditación, oración afectiva y de simplicidad; examinaremos la naturaleza de la contemplación infusa y cuestiones con ella relacionadas, y expondremos, finalmente, los grados de oración místicos: el recogimiento infuso, la quietud, la unión simple, la unión extática y la unión transformativa.

Vamos a recoger en esta sección la doctrina del Doctor Angélico Santo tomas de Aquino en su admirable (cuestión 83 de la Secunda secundae de la Suma Teológica).

 Naturaleza de La Oración en General:

La palabra oración puede emplearse en muy diversos sentidos. Su significado varía totalmente según se la tome en su acepción gramatical, lógica, retórica, jurídica o teológica. Aun en su acepción teológica (única que aquí nos interesa); ha sido definida de muy diversos modos, si bien todos vienen a coincidir en el fondo. He aquí algunas de las definiciones de algunos santos de la iglesia:

a) San Gregorio Niseno: «La oración es una conversación o coloquio con Dios»!
b) San Juan Crisóstomo: «La oración es hablar con Dios».
c) San Agustín: «La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto».
d) San Juan Damasceno: «La oración es la elevación de la mente a Dios». O también: «La petición a Dios de cosas convenientes».
e) San Buenaventura: «Oración es el piadoso afecto de la mente dirigido a Dios».
f) Santa Teresa: «Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como se ve, todas estas definiciones —y otras muchísimas que se podrían citar—coinciden en lo fundamental. Santo Tomás recogió las dos definiciones de San Juan Damasceno, y con ellas se puede proponer una fórmula excelente que recoge los dos principales aspectos de la oración. Suena así:

La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación.

a) «Es la elevación de la mente a dios...»—La oración de suyo es un acto de la razón práctica, y de la voluntad, Toda oración supone una elevación de la mente a Dios; el que no advierte que ora por estar completamente distraído, en realidad no hace oración. Y decimos «a Dios» porque la oración, como acto de religión que es, se dirige propiamente a Dios, ya que sólo de El podemos recibir la gracia y la gloria, a las que deben ordenarse todas nuestras oraciones; pero no hay inconveniente en hacer intervenir a los ángeles, santos y justos de la tierra para que con sus méritos e intercesión sean más eficaces nuestras oraciones.

«Alabar a Dios...». Es una de las finalidades más nobles y propias de la oración. Sería un error pensar que sólo sirve de puro medio para pedir cosas a Dios. La adoración, la alabanza, la reparación de los pecados y la acción de gracias por los beneficios recibidos encajan admirablemente con la oración.

«Pedirle a Dios...»—Es la nota más típica de la oración estrictamente dicha. Lo propio del que ora es pedir. Se siente débil e indigente, y por eso recurre a Dios, para que se apiade de él.Según esto, la oración, desde el punto de vista teológico, puede entenderse de tres maneras:

 a) En sentido muy amplio, es cualquier movimiento o elevación del alma a Dios por medio de cualquier virtud infusa (un acto de amor de Dios).
 b) En sentido más propio, es el movimiento o elevación del alma a Dios producido por la virtud de la piedad, con el fin de alabarle o rendirle culto. En este sentido La define San Juan Damasceno:«elevación de la mente a Dios».
c) En sentido estricto y propio, es esta misma elevación de la mente a Dios producida por la virtud de la piedad, pero con finalidad deprecatoria. Es la oración de súplica o petición.

«Se pide a Dios Cosas convenientes a la eterna salvación». No se nos prohíbe pedir cosas temporales; pero no principalmente, ni poniendo en ellas el fin único de la oración, sino únicamente como instrumentos para mejor servir a Dios y tender a nuestra felicidad eterna., las peticiones propias de la oración son las que se refieren a la vida sobrenatural, que son las únicas que tendrán una repercusión eterna. Lo temporal vale poco; pasa rápido y fugaz como un relámpago. Se puede pedir únicamente como añadidura y con entera subordinación a los intereses de la gloria de Dios y salvación de las almas.

La conveniencia de la oración fue negada por muchos herejes y apostatas. He aquí los principales errores:

a) Los deístas, epicúreos y algunos seguidores de Aristóteles Negaban y afirmaban que la providencia de Dios. Dios no se cuida de este mundo. La oración es inútil.
b) Todos los que niegan la libertad: fatalistas, deterministas, estoicos, valdenses, luteranos, calvinistas, jansenistas, etc. En el mundo—dicen—ocurre lo que tiene necesariamente que ocurrir. Todo «está escrito», como dicen los árabes. Es inútil pedir que las cosas ocurran de otra manera.
c) Egipcios, Brujos, magos, Nigromantes etc., van por el extremo contrario: Dios es mudable. Se le puede hacer cambiar por arte de encantamiento y de magia.

La verdadera solución ante estas falsedades y herejías es la que da Santo Tomás: Comienza citando, en el argumento sed contra, la autoridad divina de Nuestro Señor Jesucristo, que nos dice en el Evangelio:

«Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Lc 18,1). Y en el cuerpo del artículo dice que a la divina Providencia corresponde determinar qué efectos se han de producir en el mundo y por qué causas segundas y con qué orden. Ahora bien: entre estas causas segundas figuran principalmente los actos humanos, y la oración es uno de los más importantes.

Luego es muy conveniente orar, no para cambiar la providencia de Dios (contra egipcios, magos, etc.), que es absolutamente inmutable, sino para obtener de ella lo que desde toda la eternidad ha determinado conceder a la oración. O sea, que la oración no es causa, en el sentido de que mueva o determine en tal o cual, sentido la voluntad de Dios, puesto que nada extrínseco a Él puede determinarle. Pero es causa por parte de las cosas, en el sentido de que Dios ha dispuesto que tales cosas estén vinculadas a tales otras y que se hagan las unas si se producen las otras.

Es un querer de Dios condicional, como si hubiera dicho desde toda la eternidad: «Concederé tal gracia si se me pide, y si no, no». Por consiguiente, no mudamos con la oración la voluntad de Dios, sino que nos limitamos a entrar nosotros en sus planes eternos. Por eso hay que pedir siempre las cosas «si son conformes a la voluntad de Dios», porque de lo contrario, además de desagradarle a Él, nuestra oración sería completamente inútil y estéril: nada absolutamente conseguiríamos.

A Dios no se le puede hacer cambiar de pensar, porque, siendo infinitamente sabio, nunca se equivoca y, por lo mismo, nunca se ve en la conveniencia o necesidad de rectificar.
Por donde se ve cuánto se equivocan los que intentan conseguir de Dios alguna cosa—casi siempre de orden temporal—a todo trance, o sea sin resignarse a renunciar a ella caso de no ser conforme a la voluntad de Dios. Pierden miserablemente el tiempo y desagradan mucho al Señor con su obstinación y terquedad.

El cristiano puede pedir absolutamente los bienes relativos a la gloria de Dios y a la salvación del alma propia o ajena, porque eso ciertamente que coincide con la voluntad de Dios y no hay peligro de excederse ; pero las demás cosas (entre las que figuran todas las cosas temporales: salud Dinero, bienestar, larga vida, etc.) han de pedirse siempre condicionalmente— al menos con la condición implícita en nuestra sumisión habitual a Dios—, a saber: si son conformes a la voluntad de Dios y convenientes para la salvación propia o ajena. La mejor fórmula—como veremos más abajo—es en el Padrenuestro, en el que se pide todo cuanto necesitamos, y sometido todo al cumplimiento de la voluntad de Dios en este mundo y en el otro.

+La oración no es, pues, una simple condición, sino una verdadera causa segunda condicional. No se puede cosechar sin haber sembrado: la siembra no es simple condición, sino causa segunda de la cosecha.

+ La oración es causa universal. Porque su eficacia puede extenderse a todos los efectos de las causas segundas, naturales o artificiales: lluvias, cosechas, curaciones, etc., y es más eficaz que ninguna otra. Cuando en un enfermo ha fracasado todo lo humano, todavía queda el recurso de la oración; y a veces se produce el milagro. Otro tanto hay que decir con relación a todas las demás cosas.

+ La oración es propia únicamente de los seres racionales (ángeles y hombres). No de las divinas personas—que no tienen superior a quien pedir—, ni de los animales, que carecen de razón.

Es, pues, bueno orar a tiempo ya destiempo. He aquí un breve resumen de sus grandes provechos y ventajas:

1) Practicamos con ella un acto excelente de religión.
2) Damos gracias a Dios por sus inmensos beneficios.
3) Ejercitamos la humildad, reconociendo nuestra pobreza y demandando una limosna.
4) Ejercitamos la confianza en Dios al pedirle cosas que esperamos obtener de su bondad.
5) Nos lleva a una respetuosa familiaridad con Dios, que es nuestro amantísimo Padre.
6) Entramos en los designios de Dios, que nos concederá las gracias que tiene desde toda la eternidad vinculadas a nuestra oración.
7) Eleva y engrandece nuestra dignidad humana: «Nunca es más grande el hombre que cuando está de rodillas».

 La Necesidad de Orar. —Pero la oración no es tan sólo conveniente. Es también absolutamente necesaria en el plan actual de la divina Providencia. Vamos a precisar en qué sentido. Hay dos clases de necesidad: de precepto y de medio.

+ De precepto. La primera obedece a un mandato del superior que en absoluto podría ser revocado; no es exigida por la naturaleza misma de las cosas (ayunar precisamente tales o cuales días por disposición de la Iglesia).

+De medio. La segunda es de tal manera necesaria, que de suyo no admite excepción alguna; es exigida por la naturaleza misma de las cosas (el aire para conservar la vida animal). Esta última, cuando se trata de actos humanos, todavía admite una subdivisión:

 a) Necesidad de medio, o sea, de ley ordinaria, por disposición general de Dios, que admite, sin embargo, alguna excepción (el sacramento del bautismo es necesario con necesidad de medio para salvarse, pero Dios puede suplirlo en un salvaje con un acto de perfecta contrición, que lleva implícito el deseo del bautismo).

b) Necesidad de medio o de su Naturaleza, es decir, que no admite excepción alguna absolutamente para nadie (La gracia santificante para entrar en el cielo; sin ella—obtenida por el procedimiento que sea—, nadie absolutamente se puede salvar). Presupuestos estos principios, decimos que la oración es necesaria. Vamos a probar, en resumen: 1. Con necesidad de precepto. Y 2. Con necesidad de medio o de su Naturaleza. Por institución divina.

1) Es necesaria la oración con necesidad de precepto. Es cosa clara que hay precepto divino, natural y eclesiástico:

a)Divino: consta expresa y repetidamente en la Sagrada Escritura: «Vigilad y orad» (Mt. 26,41). «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer»(Lc.18,1).«Pedid y recibiréis» (Mt. 7,7). «Orad sin intermisión» (1Tes 5,17). «Permaneced vigilantes en la oración» (Col. 4,2), etc.

b) Natural: el hombre está lleno de necesidades y miserias, algunas de las cuales solamente Dios las puede remediar. Luego la simple razón natural nos dicta e impera la necesidad de la oración. De hecho, en todas las religiones del mundo hay ritos y oraciones.

c) Eclesiástico: la Iglesia manda recitar a los fieles ciertas oraciones en la administración de los sacramentos, en unión con el sacerdote al final de la santa misa, etc., e impone a los sacerdotes y religiosos de votos solemnes la obligación, bajo pecado grave, de rezar el breviario en nombre de ella por la salud de todo el pueblo.

+ ¿Cuándo obliga concretamente este precepto? —Hay que distinguir una doble obligación: o sea, de por sí o en determinadas circunstancias. Obliga gravemente.

a) Al comienzo de la vida moral, o sea cuando el niño llega al perfecto uso de razón. Porque tiene obligación de convertirse a Dios como a último fin.
b) En peligro de muerte, para obtener la gracia de morir cristianamente.
c) Frecuentemente durante la vida. Cuál sea esta frecuencia, no está bien determinada por la ley, y hay muchas opiniones entre los autores. El que oye misa todos los domingos y reza alguna cosa todos los días puede estar tranquilo con relación a este precepto. obliga el precepto de orar:

+Cuando sea necesario para cumplir otro precepto obligatorio (el cumplimiento de la penitencia sacramental).
+ Cuando sobreviene una tentación fuerte que no pueda vencerse sino por la oración. Porque estamos obligados a poner todos los medios necesarios para no pecar.
+ En las grandes calamidades públicas (guerras, epidemias, etc.). Lo exige entonces la caridad cristiana.

2)Es necesaria también con necesidad de medio, por divina Institución, para la salvación de los adultos. Es doctrina común y absolutamente cierta en Teología. Hay muchos testimonios de los Santos Padres, entre los que destaca un texto famosísimo de San Agustín, que fué recogido y completado por el concilio de Trento:

«Dios no manda imposibles; y al mandarnos una cosa, nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos». Sobre todo, la perseverancia final que es un don de Dios completamente gratuito no se obtiene ordinariamente sino por la humilde y perseverante oración. Por eso decía San Alfonso de Ligorio que «el que ora, se salva; y el que no ora, se condena». He aquí sus propias y terminantes palabras:

«Pongamos, por tanto, fin a este importante capítulo resumiendo todo lo dicho y dejando bien sentada esta afirmación: que el que reza, se salva ciertamente, y el que no reza, ciertamente se condena. Si dejamos a un lado a los niños, todos los demás bienaventurados se salvaron porque rezaron, y los condenados se condenaron porque no rezaron. Y ninguna otra cosa les producirá en el infierno más espantosa desesperación que pensar que les hubiera sido cosa muy fácil el salvarse, pues lo hubieran conseguido pidiendo a Dios sus gracias, y que ya serán eternamente desgraciados, porque pasó el tiempo de la oración».

+++ Bendiciones...


Fuentes Bibliográficas: 
Santo Tomás  de Aquino Suma Teológica ,11-11,83;TANQUEREY, Teología ascética y mística; SAN ALFONSO DE LIGORIO, Del gran medio de la oración;