Por eso yo voy a seducirla; la llevaré
al desierto y hablaré a su corazón(Oseas 2:16).
Examinada
la naturaleza de la vida de oración. (ver capituloII ); vamos a precisar en el presente
capitulo los grados de oración y los fundamentos de su desarrollo en marcha
hacia la perfección, veamos ahora en qué consiste esta misma perfección. He
aquí el orden que vamos a seguir: después de una breve introducción sobre las
distracciones , expondremos su naturaleza de estas en todas sus formas
a manera de ejercicio de alta eficacia santificadora, pero en su
práctica asidua y perfecta envuelve no pocas dificultades para el pobre
espíritu humano, que esta pronto pero la carne es débil « Velad y
orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la
carne es débil.»(Mt, 26,41). «Pues la carne tiene apetencias contrarias
al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí
antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais» (Ga 5:17).
Las
causas principales que se contraponen a la oración son dos: las distracciones y
las sequedades o arideces. Examinémoslas brevemente.
1.LasDistracciones:En general son pensamientos o
imaginaciones extrañas que nos impiden la atención a lo que estamos haciendo.
Pueden afectar a la imaginación sola, en cuyo caso el entendimiento puede
seguir pensando en lo que hacía, aunque con dificultad; o al entendimiento
mismo, en cuyo caso la atención a lo que se hacía desaparece totalmente.
Sus
causas son muy varias. Las expone muy bien el Padre. Gibert, cuyas sabias
distinciones trasladamos aquí:
1.1Causas Independientes de La Voluntad:
b) La poca salud y la fatiga mental,
que impide fijar la atención o abstraer de las cosas o circunstancias
exteriores.
c) La dirección poco acertada del
padre espiritual, que quiere imponer artificialmente sus propias ideas al alma,
sin tener en cuenta el influjo de la gracia, la índole, el estado y las
necesidades de la misma, empeñándose, en hacer continuar la meditación
discursiva cuando Dios le mueve a una oración más sencilla y profunda o
apartándola demasiado pronto del discurso cuando lo necesita todavía.
d) El demonio, a veces directamente,
otras muchas indirectamente, utilizando otras causas y aumentando su eficacia
perturbadora.
1.2 Causas Voluntarias:
a) Falta de la debida preparación
próxima; en cuanto al tiempo, lugar, postura, tránsito demasiado brusco a la
oración después de una ocupación absorbente...
b) Falta de preparación remota; poco
recogimiento, disipación habitual, tibieza de la vida, vana curiosidad, ansia
de leerlo todo...
1.3Remedios Prácticos contra las distracciones en
la oración:
No
hay una receta infalible para suprimir en absoluto las distracciones. Sólo en
los estados contemplativos muy elevados o por un especial don de Dios se puede
orar sin distracción alguna. Pero mucho se puede hacer con humildad, oración y
perseverancia.
a) Puede disminuirse el influjo pernicioso de las causas
independientes de la voluntad de varias formas: leyendo, fijando la vista en el
sagrario o en una imagen expresiva, eligiendo materias más concretas,
entregándose a una oración más afectiva, con frecuentes coloquios (incluso
vocales, si es preciso), etc.
Cuando,
a pesar de todo, nos sintamos distraídos con frecuencia no nos impacientemos.
Volvamos a traer suavemente nuestro espíritu al recogimiento, aunque sea mil veces,
si es preciso, humillémonos en la presencia de Dios, pidámosle su ayuda y no
examinemos por entonces las causas que han motivado la distracción. Dejemos
este examen para el fin de la oración con el fin de prevenirnos mejor en
adelante. Y téngase bien presente que toda distracción combatida (aunque no se
la venza del todo) en nada compromete el fruto de la oración ni disminuye el
mérito del alma.
b) En cuanto a las causas que
dependen de nuestra voluntad, se las combatirá con energía hasta destruirlas
por completo. No omitiremos jamás la preparación próxima, recordando siempre
que lo contrario sería tentar a Dios, como dice la Sagrada Escritura. Y
cuidemos, además, de una seria preparación remota, que abarca principalmente
los puntos siguientes: silencio, huida de la vana curiosidad,
custodia de los sentidos, de la imaginación y del corazón, y
acostumbrarnos a estar en lo que se está haciendo (age quod agis), sin dejar
divagar voluntariamente la imaginación hacia otra parte.
2.Las Sequedades y Arideces en la Oracion:
Otra
de las grandes dificultades que se encuentran con frecuencia en el ejercicio de
la oración mental sobre todo es la sequedad o aridez de espíritu. Consiste en
cierta impotencia o desgana para producir en la oración actos intelectivos o
afectivos. Esta impotencia a veces es en grande, que vuelve penosísima la
permanencia en la oración.
Unas
veces afecta al espíritu, otras a sólo al corazón. La forma más desoladora es
aquella en la que Dios parece haberse retirado del alma. Sus causas son muy
varias. El mal estado de la salud, la fatiga corporal, las ocupaciones
excesivas o absorbentes, tentaciones molestas, que atormentan y fatigan al
alma; deficiente formación para orar de modo conveniente, empleo de métodos
inadecuados, etc. A veces son el resultado natural de la tibieza en el servicio
de Dios, de la infidelidad a la gracia, de los pecados veniales cometidos en
abundancia y sin escrúpulo, de la sensualidad, que sumerge al alma en la
materia; de la disipación y vana curiosidad, de la ligereza y superficialidad
de espíritu.
Otras
veces son una prueba de Dios, que suele substraer el consuelo y devoción
sensible que el alma experimentaba en la oración para purificarla del apego a
esos consuelos, humillarla viendo lo poco que vale cuando Dios le retira esa
ayuda, aumentar su mérito con sus redoblados esfuerzos impulsados por la
caridad y prepararla a nuevos avances en la vida espiritual.
Cuando
estas arideces permitidas por Dios se prolongan largo tiempo puede pensarse que
el alma ha entrado en la noche del sentido o en alguna otra purificación
pasiva. Que vámonos hablar después más largamente
de estas cosas, así como de las señales para distinguirlas de la tibieza o
voluntaria flojedad.
2.1Remedios contra las sequedades
o arideces:
Consisten,
ante todo, en suprimir sus causas voluntarias, principalmente la tibieza y
flojedad en el servicio de Dios. Guando son involuntarias, lo mejor es
resignarse a los designios de Dios por todo el tiempo que Él quiera;
convencerse de que la devoción sensible no es esencial al verdadero amor de
Dios; que basta querer amar a Dios para amarle ya en realidad; humillarse profundamente,
reconociéndose Indigno de toda consolación; perseverar, a pesar de todo, en la oración, haciendo lo
que aún entonces se puede hacer. Y, a fin de aumentar el mérito y las energías
del alma, procurar unirse al divino agonizante de Getsemaní, que «puesto en
agonía oraba con más insistencia» (Lc 22,44), y llevar la generosidad y el
heroísmo a aumentar incluso el tiempo destinado a la oración, como aconseja San
Ignacio:
¿No
será lícito pedir a Nuestro Señor el cese de la prueba o el retorno de la
devoción sensible? Sí, con tal de hacerlo con plena subordinación a su voluntad
adorable y se intente con ello redoblar las fuerzas del alma para servirle con
más generosidad, no por el goce sensible que aquellos consuelos nos hayan de
producir.
La
Iglesia pide en su oración litúrgica de Pentecostés «gozar siempre de las
consolaciones del Espíritu Santo» y todos los maestros de la vida espiritual
hablan largamente de la «importancia y necesidad de los divinos consuelos».
Pero téngase en cuenta que el mejor procedimiento de la oración y la humildad para
atraerse nuevamente los consuelos de Dios es una gran generosidad en su divino
servicio y una fidelidad exquisita a las menores inspiraciones del Espíritu
Santo.
Las
sequedades se deben con frecuencia a la resistencia a estas delicadas
insinuaciones del divino Espíritu; una generosa inmolación de nosotros mismos
nos las volverá a traer con facilidad. Pero sea que vuelvan en seguida o que se
hagan esperar, cuide sobre todo el alma de no abandonar la oración ni
disminuirla a pesar de todas las arideces y repugnancias que pueda
experimentar.
3 Escollos que se han de evitar en
la vida de oración:
Surgen
no pocas dificultades y obstáculos, que el alma, ayudada de la gracia, debe
superar; pero no se requieren menos tino ni menos ayudas para no dar en alguno
de sus escollos o peligros. He aquí los principales:
a)La rutina en la oración vocal, que la convierte en un ejercicio
puramente mecánico, sin valor y sin vida; o la fuerza de la costumbre en la
mental metodizada, que lleva a cierto automatismo semiinconsciente, que la
priva casi totalmente de su eficacia santificadora.
b)El exceso de actividad natural, que quiere conseguirlo todo como
a fuerza de brazos, adelantándose a la acción de Dios en el alma; o la excesiva
pasividad e inercia, que, so pretexto de no adelantarse a la divina acción, no hace
ni siquiera lo que con la gracia ordinaria podría y debería hacerse.
c) El desaliento, que se apodera de
las almas débiles y enfermizas al
no comprobar progresos sensibles en su larga vida de oración; o el excesivo optimismo
de otras muchas que se creen más adelantadas de lo que en realidad están.
d) El apego a los consuelos
sensibles, que
engendra en el alma una especie de «gula espiritual», que la impulsa a buscar
los consuelos de Dios en vez de al
Dios de los consuelos.
e) El apego excesivo a un
determinado método, como
si fuera el único posible para el ejercicio de la oración; o la excesiva
ligereza, que nos mueve a prescindir de él o abandonarlo antes de tiempo. Otras
muchas ilusiones que padecen las almas en su vida de oración habrán de ser
corregidas por la mirada vigilante de un experto y competente director
espiritual. Sin esta ayuda exterior es
casi imposible no incurrir en algunas de ellas, a pesar, tal vez, de la buena
voluntad y excelentes disposiciones del alma que las sufre.
4-Los Grados de Oración :
A
Santa Teresa de Jesús debemos la clasificación
más profunda y exacta de los grados de oración que se conoce hasta la fecha. En su genial Castillo interior va
describiendo las etapas sucesivas de
la santificación del alma en torno a su vida de oración. Para la gran santa de Ávila, los grados de oración
coinciden con los de la vida
cristiana en su marcha hacia la santidad. Este punto de vista, que puede justificarse plenamente por la razón
teológica; la intensidad de la oración coincide con la de la caridad, esto fue
confirmado por San Pío X, en carta al general de los Carmelitas el 7 de marzo
de 1914, al decir que los grados de oración enseñados por Santa Teresa
representan otros tantos grados de superación y ascenso hacia la perfección cristiana
Sería, pues, aventurado y temerario intentar una nueva clasificación.
Nosotros
vamos a seguir las huellas de la gran santa española, bien persuadidos de que
haciéndolo así pisamos terreno firme y seguro. He aquí en esquema la
clasificación de los grados de oración propuesta por la mayoría de los autores
espirituales en los de las huellas de Santa Teresa, que vamos a exponer
detalladamente en las páginas siguientes:
1) Oración vocal.
2) Meditación.
3) Oración afectiva.
4) Oración de simplicidad.
5) Recogimiento infuso.
6) Quietud.
7) Unión simple.
8) Unión extática.
9) Unión transformativa.
Los
tres primeros grados pertenecen a la vía ascética, que comprende las tres
primeras moradas del Castillo interior; el cuarto señala el momento de
transición de la ascética a la mística, y los otros cinco pertenecen a la vía
mística, que comienza en las cuartas moradas llega hasta la cumbre del castillo
(santidad consumada).
El
paso de los grados ascéticos a los místicos se hace de una manera gradual e
insensible, casi sin darse cuenta el alma, como veremos ampliamente en su
lugar. Son las etapas fundamentales del camino de la perfección, que van
sucediéndose con espontánea naturalidad, poniendo claramente de manifiesto la
unidad de la vida espiritual y la absoluta normalidad de la mística, a la que
todos estamos llamados, y a la que llegarán de hecho todas las almas que no
pongan obstáculo a la acción de la gracia y sean enteramente fieles a las
divinas mociones del Espíritu Santo.
Decimos
predominantemente (y no ascética a secas) porque, como ya hemos explicado en
otro lugar de este Blog (publicación “Mística y Ascética”), no se da nunca en
la vida cristiana una etapa exclusivamente ascética y otra exclusivamente
mística. La ascética y la mística se
compenetran mutuamente como dos aspectos distintos de un mismo camino espiritual
en cuya etapa primera predominan los actos ascéticos, y en la segunda, los
místicos.
El
asceta comienza ya a recibir desde los primeros pasos de su vida espiritual
cierta influencia más o menos latente o intensa de los dones del Espíritu Santo
(mística) y el místico más encumbrado realiza con frecuencia actos francamente
ascéticos con ayuda de la gracia ordinaria. Se trata, pues, de mero predominio
de unos u otros actos; no de exclusivismos de ninguna clase. Hemos explicado
todo esto en otra parte, donde remitimos al lector anteriormente si ha de
profundizar en los caminos de la oración.
Por
la razón teológica y la prueba de razón la da Santo Tomás, nos enseña que la
perfección de un ser consiste en alcanzar su último fin, más allá del cual nada
cabe desear; pero es la caridad quien nos une con Dios, último fin del hombre;
luego en ella consistirá especialmente la perfección cristiana. Escuchemos sus
mismas palabras: «Se dice de un ser cualquiera que es perfecto
cuando alcanza su propio fin, que es la perfección última de las cosas. Ahora
bien, la caridad es el medio que nos une a Dios, fin último del alma humana;
pues, como dice San Juan, el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en
él (1Jn. 4,16). Por consiguiente, la perfección de la vida cristiana se toma
de la caridad»; y en una vida de oración constante y asidua meditación y contemplación.
En el Capítulo IV y próximas Publicaciónes profundizaremos en los diferentes grados de Oracion.
En el Capítulo IV y próximas Publicaciónes profundizaremos en los diferentes grados de Oracion.
+++ Bendiciones…